Arquitectura

Arquitectura 

Prehispánica. Si se conceptúa la arquitectura como el arte de constituir espacios en los que el hombre desarrolla parte de su vida individual y colectiva, puede considerarse que la arquitectura maya cumplió con los cuatro valores postulados para ello: el útil, el funcional, el estético y el social. La arquitectura en piedra de los mayas es característica, tiene sus propias leyes, sus propias normas de construcción, sus variaciones locales, pero es notablemente homogénea, siendo una sola en lo fundamental. Para construir grandes edificios, tuvieron que haber estudiado primero las condiciones del terreno, marcando las elevaciones y haciendo planos y diseños cuidadosos, así como cálculos de la cantidad de tierra y piedras, con y sin labrar que tendrían que pedir a los canteros y del número de vigas de zapote que necesitarían para los marcos de las puertas; tan importante como eso, organizar grandes hileras de hombres acarreando tierra, otros arrastrando grandes piedras y otros portando troncos, instalando talleres para tallar las piedras y vigas cortas; los últimos en actuar eran los aplicadores de estuco y los pintores.

Pocos escultores y artistas en el mundo han dado tanta importancia al valor de la luz y la sombra en sus obras; los arquitectos que concibieron los templos mayas estudiaban los movimientos diarios del sol para darle vida a sus creaciones, siendo un ejemplo de esto el juego de luz y sombra que se produce en ciertos templos durante los equinoccios y solsticios y que se ha denominado «bajada de Kukulcán». Un cuidadoso estudio hecho en 1933 por un equipo de ingenieros y arquitectos europeos en el Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal, dictaminó que los mayas conocían las leyes de la perspectiva falsa. Todo lo anterior presupone un cúmulo de conocimientos geométricos, físicos, estéticos y matemáticos. Franz Blom hizo la observación de que desde su inicio esta cultura ya tenía consumados arquitectos. Se supone que al principio simplemente se amontonaría tierra y rocas hasta formar conos o pirámides truncadas y en la cima su construirían altares o templos con materiales ligeros, como troncos delgados, bejucos y palmas; era importante el basamento con cierta elevación, concordante con su creencia de que los dioses vivían en las alturas y que bajaban a los cerros y santuarios en ciertos momentos para convivir con los hombres.

La arquitectura de piedra comienza en el siglo II; en las construcciones antiguas las paredes y las bóvedas se erigían con grandes piedras hincadas dentro del núcleo y afianzadas con mortero y un amplio uso de fragmentos de piedra, siendo el núcleo del mismo material, pero con sólo una moderada cantidad de mezcla. Ya hacia el siglo VII este tipo de albañilería había evolucionado hacia el uso de mortero sólido cubierto con un enlucido de piedras delgadas muy bien cortadas. Las piedras para la bóveda están provistas con frecuencia de una espiga labrada que sirve para mantener su posición, a pesar de la fuerza de gravedad. El mortero es una mixtura de cal, pedazos de piedra caliza y sahcab (sustancia arenosa con alto porcentaje de carbonato de calcio); con él se hicieron edificios mucho más fuertes que con el viejo tipo de mampostería, pudiéndose apreciar inclusive ambos tipos en conjuntos ampliados.

Los arquitectos tuvieron que estudiar y resolver problemas de peso y tirantez, así como la resistencia de la tensión con el mortero, el cual, por otra parte, hacía que la distribución del peso fuese más homogénea sobre el grosor total de la bóveda, la cual no se cae, ya que la resultante del esfuerzo queda en el tercio medio de la base.

Para resolver el principio mecánico de la estabilidad construían las paredes hasta cierta altura y dejaban que se secase el amarre antes de continuar o también colocando tirantes de madera atravesados y a intervalos, lo cual ayudaba a mantener en su posición los dos planos inclinados de la bóveda (Thompson). Se ha sugerido que la choza haya sido el modelo de los edificios mayas; ya Morley había notado el parecido de los interiores; Stierlin acepta el concepto y lo justifica diciendo que, técnicamente, la bóveda maya no puede explicarse sino por la petrificación del modelo de la choza, pues no procede en absoluto de cálculos compatibles con el material empleado y que esta inadaptación explica la ausencia de posterior evolución; es decir, que la bóveda maya no se apoya en un descubrimiento tecnológico capaz de ser mejorado luego, sino en una simple imitación del modelo, que perduró a través de todo el tiempo; se enfrentaron a un desafío resuelto con inteligencia y a base de muchos ensayos. Hacia el año 317 se calcula la primera construcción de bóveda voladiza en Uaxactún; 435 en Copán; 475 en Oxkintok, 564 en Tulum. Su aparición más occidental es en Comalcalco y la más oriental en Copán. Además de la bóveda, conocieron otro tipo de techos, el plano, hecho de vigas y concreto de cal; no se le encuentra corrientemente, tal vez porque después que ha caído es difícil identificarlo, pero posiblemente fueron bastante comunes, habiendo ejemplos en Piedras Negras, Uaxactún, Chichén Itzá y Tulum, por sólo mencionar las principales de distintas latitudes. Obviamente, las paredes eran muy gruesas, siendo las más antiguas hasta de 2 m pero después, con mayor experiencia, las hicieron más delgadas. En contraste con el esplendor externo, el interior de los edificios curiosamente no muestra inspiración alguna; por lo general los cuartos son angostos y húmedos, sin ventanas, a veces solamente con pequeñas aberturas como aparentes ductos para ventilación; las entradas eran la fuente principal de luz y aire, pues no tenían puertas, aunque a veces se encuentran argollas de piedra o espigas para colgar cortinas.

Algunas veces las paredes están decoradas con murales; inscripciones jeroglíficas o dibujos, pero en su mayor parte los cuartos interiores estaban recubiertos con estuco blanco y sin adornos. El número de cuartos es pequeño en los templos, de 1 a 6, en tanto que en los palacios es grande, llegando a 60 en el de Palenque y a 80 en el conjunto de Las Monjas de Uxmal. La decoración exterior fue lo principal para los arquitectos, evolucionando desde la sencilla que tiene la estructura E-VII-Sub de Uaxactún, del siglo II, con 16 mascarones de jaguar y de serpiente en estuco, que es la construcción más antigua, y los modelados también en estuco de Acanceh, con figuras y arabescos, hasta la decoración en piedra, con la cual surgieron los juegos de superficies a base de ángulos rectos que alternándose originaban cruces, cuadrados, cintas y grecas en escalera, añadiéndose luego los mascarones de Zamná y de Chaac, rodeados de una gran riqueza de intrincados detalles esculturales y el refinamiento destacado de algunos sitios como Uxmal, Kabah, Sayil y Labná, en donde las fachadas de los edificios reflejan un verdadero laberinto de formas geométricas, columnas falsas, serpientes, figuras humanas y mascarones; en especial la fachada del Palacio del Gobernador de Uxmal está regido por una serie casi infinita de ritmos obtenidos a partir de un trazado regulador que se encuentra lleno de matices, sutilezas y refinamientos, por lo que Morley lo considera el edificio más bello entre todos los mayas. Para acrecentar más la ilusión de altura, se hacía uso extenso de apéndices altos, como cresterías, también llamados peines, a veces de bastante altura, colocados a medio techo o más frecuentemente descansando sobre la pared frontal, formando lo que se llama fachada volante, que da mejor la impresión de gran altura; se dedicaban grandes esfuerzos para decorar los peines con esculturas y frisos ejecutados en piedra tallada o estuco; en los restos de algunos de estos adornos se han encontrado vestigios de pinturas policromáticas brillantes, lo que acrecentaba el esplendor del templo.

Un tipo más de ornamentación fue el de las seudopirámides con templos simulados, colocadas al frente, para crear el efecto de torres, como en Xpuhil y su edificio de tres seudopirámides. Lo más frecuente es que los edificios sean de una planta, pero se encuentran también de dos plantas con alguna frecuencia, siendo más raros de tres, como en Sayil, o de cuatro como en Chacmultún. Conviene apuntar que era frecuente la superposición de estructuras, lo que hacía crecer los edificios y los conjuntos, pero aunque estos agregados fuesen de épocas distintas, no se perdía de vista la composición de una unidad artística; gracias a estos recubrimientos se ha podido determinar la evolución de los estilos y de las técnicas constructivas; ejemplos de esto son El Castillo de Chichén Itzá y el Templo del Adivino de Uxmal con sus cuatro estilos.

Ya se mencionó que los templos siempre se construían sobre basamentos; en épocas tempranas el material térreo, al ser amontonado, tomaba la inclinación del desplome natural por revenimiento; al comenzar a usar el mortero este declive disminuyó, pero conservó cierto ángulo de inclinación, corrigiéndose luego esto con verdaderos muros de contención que permitían la verticalidad. Así, estos basamentos podían ser de poca altura, de medio metro a 3 m, con algunos peldaños para llegar a la parte superior, o altas pirámides truncadas, de 40 m ó 45 m de altura (Cobá, Tikal) con empinadas escalinatas de cerca de 100 peldaños (El Castillo de Chichén Itzá tiene 96). Pero también otras clases de edificios y aun conjuntos enteros se construían sobre elevaciones, que representaban ya un considerable esfuerzo por la cantidad de materiales utilizados, sirviendo como ejemplos la plataforma del Palacio del Gobernador en Uxmal que se hizo con un millón de toneladas de tierra y piedra y la explanada de Copán con cinco millones de toneladas. Las columnas no se emplearon en edificios antiguos; en épocas recientes se ven en la Península columnas redondas sin tallar (Sayil) y cuadradas talladas (Chichén) o sin tallar (Tulum). El drenaje de los edificios fue siempre tomado en cuenta, haciendo conductos interiores; otras veces se usaron desagües de los techos en forma de gárgolas, como se ven en Copán, Chichén y Uxmal.

Parece que al erigirse las ciudades se hacían según un bien trazado plan; la relación arquitectura-urbanismo se apoyó en la disposición de los edificios conforme a su función y en la natural liga; vinculados entre sí los conjuntos de templos y palacios formaban parte de lo que se llama centro cívico, pues aquí se reunía la comunidad para celebrar los actos públicos y ceremonias religiosas (por este último motivo se le llamaba centro ceremonial, nombre ya fuera de uso). La arquitectura se desarrolla en general con amplia dinámica de formas, regida por la simetría en plantas alzadas, en las fachadas y en la simetría axial de las pirámides. No se dio, en el trazado urbano maya, la calle propiamente dicha y la arquitectura civil se diseminaba entre los templos, ya que las chozas del pueblo casi siempre estaban fuera de estos recintos. Dentro de lo que se considera arquitectura civil están los palacios para domicilio y despacho de las autoridades civiles y eclesiásticas, las residencias de los sacerdotes, las escuelas anexas a los templos, almacenes y bodegas civiles, religiosas y militares, juegos de pelota, baños públicos, mercados, etcétera. Las murallas para defender ciudades aparecen por allá del año 1000 en algunos sitios (Mayapán, Tulum). Se han hecho intentos de sistematizar los llamados estilos arquitectónicos tomando en cuenta las diferencias que radican en los emplazamientos propios de cada región, en la calidad y factura de las edificaciones, en los métodos y formas empleados en recubrimientos y fachadas, en el labrado y disposición de los materiales pétreos, en la calidad de los morteros y en el grado de conocimiento de los constructores. Algunas de estas variantes pudieron deberse a factores ambientales y otras se explican mejor en el campo histórico o cultural. Refiriéndose exclusivamente al estado de Yucatán, Amábilis elaboró hace algún tiempo una división en cinco órdenes, que casi no fue usada. Después Pollock estableció 10 áreas para toda la región maya. Siguió posteriormente Marquina quien hizo en 1960 una caracterización de ocho regiones.

El nombre y algunos puntos importantes son: 1. El Petén, con Tikal y Uaxactún 2: Oriente, con Copán y Quiriguá 3: Tabasco y norte de Chiapas, con Comalcalco, Palenque y Toniná 4: Usumacinta, con Yaxchilán y Piedras Negras 5: sur de Campeche, con Xpuhil 6: Chenes y Puuc, con Edzná, Uxmal, Labná, Zayil y Hochob 7: Costa oriental, con Tulum y Cobá. 8: norte de Yucatán, con Chichén Itzá, Izamal y Mayapán. Conforme a esta clasificación, las construcciones de Yucatán quedan en las regiones Puuc-Chenes y norte de Yucatán.

Por añadidura, tanto Marquina como Stierlin y Ruz Lhuillier se esfuerzan por marcar las diferencias entre los estilos Puuc y Chenes. Estos sistemas clasificatorios han sido criticados por Robina quien señala la poca consistencia y apoyo en hechos reales que tiene la costumbre bastante extendida en la arqueología mesoamericana de dividir los procesos artísticos y culturales en general según regiones geográficas en que aquellos se han producido, cuando de hecho las formas arquitectónicas que se consideran típicas de una región se encuentran también en otros puntos del área maya, existiendo en la misma región construcciones de características completamente diferentes. El retorno de los mayances de Tula a sus áreas originales produjo en Yucatán un estilo más, el llamado maya-tolteca, representativo en realidad de un fenómeno dinámico evolutivo de los estilos arquitectónicos mayas a través del tiempo y del espacio.

Colonial. Este período abarca los siglos XVI, XVII y XVIII, durante los cuales la dominación española en Yucatán produjo un arte arquitectónico que se diferencia no sólo del coetáneo español sino también del correspondiente a la Nueva España, siendo en lo general austero y sencillo, pero no carente de cierta grandiosidad en sus variadas manifestaciones, pudiendo considerarse como único y con gran unidad de estilo, en lo cual pudieron influir varios factores: el clima, con largas temporadas de calor y lluvias, con necesidad de gran ventilación y de buenos drenajes; los materiales, con abundancia de piedra calcárea dura, difícil para el tallado fino, lo que explica la ausencia de complicadas molduras en la composición arquitectónica y, por consiguiente, el predominio general de los muros lisos; buena calidad y facilidad de obtención de los componentes de mortero y concreto, como son la cal y el sahcab; presencia de maderas, duras como el zapote y finas como la caoba y el ébano; la tradición en el uso de los materiales, habilidad para tallar piedra, tradición de trabajo en equipo; el agua, que se podía obtener de pozos, cenotes y norias, complementando con aljibes, cañerías y surtidores; escasez de constructores, ya sea maestros o artistas, ya que unos cuantos frailes impartieron los elementales conocimientos que poseían; no hubo maestro arquitecto que diera a conocer esta disciplina en toda su grandeza y pureza de estilos.

De los frailes que participaron en las primeras construcciones se menciona a fray Antonio de Tarancón, que intervino en la edificación de la iglesia de San Francisco en Mérida; fray Juan de Mérida, seguramente procedente de la Mérida de Extremadura, que alcanzó renombre por haber construido el Convento Grande de San Francisco de Mérida, y los de Maní, Izamal y Valladolid; fray Juan de Herrera, que tuvo influencia en Maní, diseñó la primera capilla de indios y el primer atrio, que sirvieron de modelo para muchos más; fray Francisco Gadea, que diseñó una gran construcción para Dzidzantún e hizo la de Tizimín; fray Cristóbal de Rivera, que tuvo a su cargo la construcción de la iglesia de Oxkutzcab e hizo los modelos para Teabo y Tekax; fray Lorenzo de Bienvenida (1544), que al decir de los cronistas era el que más entendía, hablaba y aconsejaba sobre arquitectura, pero sus conocimientos eran teóricos y limitados, su afición no era bastante para guiar o crear la arquitectura de Mérida, para proyectar y resolver todos los problemas de la construcción, atendiendo lo relativo a estabilidad y, sobre todo, a distribución interior de las primeras residencias de españoles. El crédito por la formación de un artesanado indígena pertenece principalmente a fray Julián de Cuartas (1553-1610), natural de Almagro, quien vino a Yucatán con el obispo Landa en 1572, era eficiente lingüista, dotado de una inclinación natural a la arquitectura, y construyó dos iglesias con sus conventos y varias capillas mayores. Su labor de adiestramiento hizo que a fines del siglo XVI Yucatán estuviera bien provisto de canteros, talladores, pintores, decoradores y otros artesanos. Los españoles confiaron a los indígenas los cinceles de acero para tallar las archivoltas y los almohadillados, las pilastras y los entablamentos de las portadas solariegas y de los templos; estos obreros nativos fueron los autores, casi sin guía ni maestro, de las obras diseminadas en Yucatán; fueron los artífices de nuestra arquitectura colonial. De este período se dieron tres órdenes arquitecturales: militar, religioso y civil.

Colonial Civil. Las construcciones civiles ocuparon un segundo plano de importancia. Las obras levantadas muestran una mezcla de las técnicas españolas y de las tradicionales, de las que el obrero indígena no podía desprenderse, sobre todo en el manejo de los materiales autóctonos. En realidad, casi todas fueron dirigidas por las autoridades de cada lugar, si acaso con la colaboración de algunos frailes franciscanos. El trazo de las localidades se hizo, cumpliendo la orden real, con la regularidad llamada a cordel, según los puntos cardinales, siendo la plaza central el núcleo primario; en el lado oriente de ésta, el sitio para la construcción religiosa y en el costado norte, el edificio destinado para la autoridad local; los vecinos españoles ocupaban lotes frente a la plaza o en sus proximidades inmediatas. De todos modos, aparte de las casas, deben haber sido escasas las construcciones civiles y las pocas que quedaban en el interior del estado fueron arrasadas durante la llamada Guerra de Castas, pero se conservaron las de Mérida, que serán descritas por grupos según la función.

Habitacional. En Mérida, en 1543, Juan de Sosa y Velázquez, regidor del Cabildo, fue comisionado para medir los predios según la distribución hecha por Montejo, repartir las labores entre el personal y dirigir las obras. Aun sin tener conocimientos especiales de arquitectura ni de ingeniería, se le consideraba el más capaz para tales menesteres y con la solvencia moral para garantizar la buena marcha de las obras; como supervisor fue celoso en el cumplimiento de su responsabilidad, pero por falta de preparación y de experiencia recurrió siempre a soluciones simplistas. Para él, todas las casas debían ser iguales, en atención a la comodidad de sus moradores, sin importar orientación, ubicación y estilo acordes con los factores naturales del medio y con la categoría de la familia propietaria, aunque en varios casos se procedió de común acuerdo.

Las crónicas dicen que se comenzaron al mismo tiempo unas 15 casas para los personajes más distinguidos; algunas habían sido proyectadas de dos pisos, pero en un principio se terminaba únicamente la planta baja para que pudieran ser habitadas, dejando para más tarde lo demás. Así tuvo su inicio el desarrollo de ese tipo de casa española-yucateca que perduró durante toda la época colonial. Contando con suficiente espacio, las casas eran amplias, teniendo como punto de partida para la distribución de las distintas dependencias que la formaban, el hermoso patio o jardín interior rodeado de amplios corredores cubiertos, semejantes a los de los árabes andaluces; en derredor de estos corredores se disponían las habitaciones y las salas; al fondo, el comedor, la cocina, los cuartos de la servidumbre y demás servicios, terminando con el patio posterior donde se hizo costumbre sembrar árboles frutales. Este modelo, naturalmente, era para la gente con suficientes recursos económicos, pues los de modestos o escasos recursos construían casas más pequeñas. Las paredes eran de piedra, gruesas, pintadas con cal tanto en el interior como en el exterior; los techos, altos, planos, de mampostería sostenida por vigas y viguetillas de madera; los pisos eran de baldosas o de entortados. Los servicios sanitarios fueron casi olvidados; se construían retretes fuera de las casas, al fondo de los predios; los baños de aseo se realizaban en algún cuarto. La gran mayoría de las casas tenían fachadas lisas, sin adornos, pero en las casas señoriales, el elemento arquitectónico más importante fue la portada. Desde el siglo XVI hasta el XVIII, predominó en ella el estilo plateresco sencillo, y en algunos casos en toda su pureza. Se conservan algunas fachadas, siendo la de la Casa de Montejo la joya más preciada de la arquitectura civil habitacional de Yucatán. De acuerdo con planos que probablemente trajo de España, Montejo el Mozo mandó levantar entre los años 1543 y 1549 la casa solariega destinada a su padre, el Adelantado. Para tallar la piedra de las ricas esculturas, hizo traer de Maní a expertos canteros y albañiles, verdaderos artistas mayas que hicieron de cada sillar un motivo ornamental para dar sabor, orgullo y prez al arte colonial de la región.

Fachada de la Casa de los Montejo. Se compone de dos partes: la inferior, construida en torno de la puerta, que es arquitrabada y rematada por una gran ménsula que sostiene una repisa semioctagonal que forma el balcón de la parte alta; esta parte superior se desarrolla alrededor del marco del balcón que es también arquitrabado, pero con medallones en sus ángulos. Sobre un zócalo se alza el basamento del edificio, compuesto por resaltos entablerados con sus entrantes y salientes respectivos para dar realce a dos columnas que encuadran la portada.

El marco está formado por tableros esculpidos en alto relieve con motivos renacentistas y medallones en su centro con conchas, de las cuales salen cabezas humanas; en los ángulos, tableros con cuadros; a la derecha el busto de una mujer con corona y a la izquierda el de un hombre barbado cuya cabeza cubre un yelmo, posiblemente retratos de Carlos V e Isabel de Portugal. La trabe se forma por dos pequeños tableros a los lados de la clave, la cual es muy curiosa y representa un hombre con traje de piel de cordero que sostiene inclinado la base de la ménsula que forma el balcón, dando a entender que toda la obra depende de él, por lo que no es remoto que se trate del propio arquitecto. Las columnas son corintias pero los capiteles están decorados con cabezas de niños con cuernos; el friso ostenta animales fantásticos y cabecitas que también forman toda la ménsula; la cornisa sigue el perímetro de la estructura y tiene colgantes en forma de flores estilizadas. En el cuerpo alto, sobre la cornisa y el eje de las columnas, hay dos grandes capiteles que sostienen figuras de hombres vestidos con pieles de carnero, llevando una maza en la mano. Al eje de los tableros de la parte baja corresponden basamentos de pilastras en cuyas caras se ven guerreros armados, de pie sobre cabezas de indios vencidos, llevando en una mano una alabarda y en la otra una espada. La puerta del balcón es también adintelada pero con modillones en sus ángulos; su marco está construido por fajas de ornato y lo más importante consiste en una fila de cabecitas de niño que alternan con ganchos incrustados en el muro.

Las pilastras tienen capiteles estilizados y arriba de la puerta se encuentra el gran escudo de los Montejo, coronado por un yelmo que cobija un águila; y por todo el espacio libre entre las pilastras y el dintel se extiende el lambrequín del escudo, formado por ramas que en vez de frutos presentan cascabeles. Sobre el segundo cuerpo existe un friso con tres cabezas esculpidas, pudiendo ser la de Montejo el Mozo, su mujer y su hijo. Sobre la cornisa, dos leones rampantes a los lados de una placa de dedicación presentada por un hombre viejo y barbado; la placa dice: «Esta obra mandó hacerla el Adelantado D. Francisco de Montejo. Año de MDXLIX».

Casa del Alguacil. Se denomina así una gran casa ubicada en la esquina noroeste de la plaza (calle 61 x 62), que fue propiedad del conquistador Cristóbal de San Martín, después de Juan de Montejo, hijo del fundador de la ciudad, más adelante de los Argaiz y en 1783 de José Cano, alguacil mayor de Mérida. Debe haber sido construida en 1560 aproximadamente. Es de dos plantas, con un patio interior encuadrado por la construcción; en la planta baja, siguiendo la puerta principal, una larga galería que sería usada como cochera, unas piezas de servicio y a lo largo de las calles otras piezas; en la parte alta, por un lado hay una serie de cinco recámaras, a lo largo de las calles tres grandes salas y dos piezas menores y en otra la cocina, bodega y lavaderos; tiene también en los altos dos pequeños corredores con arcada y al final de uno está el comedor. En 1783 el alguacil Cano construyó de su peculio un agregado de dos plantas sobre la parte que está frente a la plaza; la inferior es una arquería que continúa así, como las que se hicieron frente a la cárcel y a la Casa de Gobierno; la superior es un largo corredor cerrado con balconcitos a la calle. Tiene un pórtico barroco, en la calle 62, único en la ciudad.

Casa de Gobierno o Casa Real. Parece que Montejo no se preocupó de ordenar la construcción de un despacho oficial para la Capitanía General, y no fue sino hasta 1562 que se comenzó a edificar una pequeña casa en el costado norte de la plaza, separada del Cabildo por la cárcel. En 1612 fue demolida esa casa y el gobernador Antonio de Figueroa y Bravo levantó otra para que fuese residencia y oficinas de los gobernadores; era un gran caserón que comprendía desde el primer arco del portal de la cárcel hasta la esquina y toda la extensión de la calle lateral (calle 60) hasta la altura de la plazuela de El Jesús (actual parque Cepeda Peraza); tenía 24 pequeñas y elevadas ventanas de madera, con espesas celosías del mismo material; en la parte central del frente que daba a la plaza estaba situada la entrada principal, que era una pequeña puerta sobre unos cuantos escalones; esta era la puerta pública y oficial, porque había además otras dos: una, reservada para el gobernador en el costado del Palacio, y otra destinada a la servidumbre en la parte posterior de la huerta. En 1645 se hermoseó con extensas galerías de mampostería, con arcos y pilares de cantera, por todo el lado que mira a la plaza y estos frescos y ventilados corredores sustituyeron la rústica enramada que afeaba el frontispicio; el corredor estaba cercado por rejas. Siendo gobernador Santiago de Aguirre, en 1735, mandó demoler la vetusta casa y se construyó un edificio de dos pisos, elegante fachada y amplio corredor con arcos de medio punto. La cochera tenía un pórtico trilobular terminado en frontón, cuyo interior ostentaba un escudo labrado con los emblemas de Mérida.

Palacio Municipal. En 1552, su primer edificio, un caserón de una planta, estuvo ubicado en la parte central del costado norte de la plaza, pues la manzana que Montejo le reservó estaba ocupada por el cerro de Bakluumchaan, que inclusive se prolongaba sobre el costado poniente de la plaza. Esta parte fue eliminada y se rebajó un lado, lo que permitió levantar, en 1585, un sencillo edificio al cual se llegaba por dos rampas que desembocaban en una sala, la cual comunicaba con el salón de sesiones, el despacho de los alguaciles y la oficina administrativa. El resto del cerro terminó de demolerse en 1625; disponiendo ya de más terreno, en 1650 se construyó un edificio de dos plantas con las instalaciones necesarias, amplios patios y un portal al frente con arcos de medio punto y arco central o principal. Posteriormente, en 1782, se le fabricó una larga galería de dos plantas enfrente de la exterior, de manera que ésta se hizo doble, y si bien se arruinó dos veces la nueva obra, hubo cuidado en restablecerla.

Palacio Episcopal. Estaba ubicado al costado sur de la Catedral, frente a la plaza. su construcción comenzó en 1580. Tenía dos pisos, con entrada principal en la parte central de su fachada austera y sin adornos, con ventanas y varios balcones. En el interior había dos patios circundados por corredores con arquerías y numerosas salas y aposentos.

Colegio de San Pedro. Por el año de 1711, el presbítero Gaspar Güémez construyó el edificio especial para el Colegio. Era de dos plantas, con un patio central rodeado de corredores con arquerías, siendo de medio punto, aunque más amplios los arcos de la planta alta. La fachada era severa, con simples ventanas en la parte inferior y ventanas con balcón en la superior. La entrada estaba en la calle 60.

Seminario de San Ildefonso. Fundado por decreto del rey Fernando VI, en 1751, se terminó antes de 1760. Ubicada en la calle 58, era una casa de dos pisos, con aposentos, claustros, galerías, capillas, aula general, sala rectoral, sacristía, refectorio, cocina, etcétera. Comunicaba por el fondo con la Catedral. Tenía recios muros de mampostería, techos con viguetas de madera y piso con baldosas y en el patio delantero había un pozo. La portada era de severas líneas con ventana central enrejada, flanqueada por las estatuas de Nuestra Señora del Rosario y de San Ildefonso y rematada por un frontón triangular.

Colegio de San Javier. En el terreno donado por Martín de Palomar, que era la manzana que rodean las calles 57, 58, 59 y 60, se construyó en 1712 el edificio de dos pisos, con amplias habitaciones, aulas, corredores, patios y jardines. Estuvo a cargo de los jesuitas, pero cuando éstos fueron expulsados en 1767 se estableció ahí el Hospicio de San Carlos. El edificio se fue deteriorando a grado tal que en 1799 se puso a remate por 4,000 pesos pero nadie lo quiso comprar. En 1806 fue demolido y se construyó el Teatro San Carlos y el callejón del Cabo Piña (actual callejón del Congreso).

Cárcel. Al lado de la Casa de Gobierno se construyó en 1562 un edificio para cárcel, que en 1735 fue demolido, y levantado otro de dos pisos y con muros rematados por almenas. El portal del frente debe haber sido construido por esa fecha.

Mercado. Después de fundada la ciudad, las ventas de comestibles se hicieron en la acera de la Casa de Gobierno y la cárcel, aunque luego se destinó una placita (calles 60 x 65) para verduras, la cual, a fines del siglo XVII, contaba con dilatados corredores cubiertos para la venta de carne y pescado.

Matadero o Rastro. El primero que tuvo la ciudad se construyó en 1660 en uno de los patios del Ayuntamiento, en la calle lateral del Sur (ahora 63). En 1720 se trasladó a uno más amplio en la esquina de la calle 66 con 67, con hermoso pórtico, mismo que en la quinta década del presente siglo fue trasladado a la parte posterior del parque del Centenario.

Teatro. El primero que hubo en Mérida, un simple jacalón con escenario, se estableció en el primer tercio del siglo XVIII, con el nombre de «El Corral», en el patio de un predio ubicado en la esquina de la calle 59 con 62. El teatro San Carlos se inauguró en octubre de 1807, pero al siguiente año, un incendio lo destruyó.

Arcos. Estos monumentos sirvieron solamente de ornato o para marcar los límites del centro de la ciudad. Los primeros, que aún existen, fueron construidos en el año 1690 por Manuel Jorge de Zezera. Estos hermosos arcos de medio punto, con pequeñas esculturas de santos sirviendo de remates, a pesar de su sencillez transmiten una impresión de grandiosidad. Los arcos son: el llamado de San Juan por estar en ese parque (cruce de las calles 64 y 69), que tiene la estatua de San Cristóbal, protector de los caminantes, ya que de allí partía el camino a Campeche; el del Puente (cruce de las calles 50 y 63) dedicado a San Antonio y el llamado de Dragones (calles 50 y 61) con efigie de San Sebastián, de donde salía el camino a Izamal. En 1728 se erigieron dos, primero el de Santa Lucía (calles 60 y 53) y luego otro a la entrada de la plaza de Santa Ana, (calles 60 y 47) pero fueron derribados a principios del siglo pasado por amenaza de derrumbe. Al poniente de la ciudad se levantaron otros dos: uno en el cruce de las calles 70 y 65, llamado El Caído y el de Nuestra Señora de la Concepción (calles 70 y 63), que se derrumbó también, aunque la gente erróneamente le llamó X-cul-arco, como si no se hubiese terminado. Uno más se construyó, al oriente, en el cruce de las calles 65 y 56, junto al cerro donde estaba la ciudadela de San Benito y que marcaba la salida del camino a Valladolid, pero en 1782 lo destruyó un rayo y se derrumbó; Diego Quijano, que vivía al lado, pagó 6 pesos al Cabildo por la estatua del santo y los escombros. Por allá de 1730 se levantó un arco más, el de San José, en el cruzamiento de las calles 62 y 47, pero por su mal estado el Cabildo lo vendió por 25 pesos en 1783 al alguacil mayor José Cano, quien aprovechó los materiales para construir el portal de su casa frente a la Plaza mayor, sobre la calle 61 y encima un largo corredor, además del espléndido pórtico sobre la calle 62. El último que se quiso construir fue en la esquina de las calles 58 y 63, al sur del Seminario de San Ildefonso, pero sólo se hizo parte de las bases, que fueron retiradas en 1938. En Izamal existe un arco, de la misma época, adosado al convento franciscano, que se conserva en buen estado.

Calles. Ya se mencionó que en todas partes eran rectas, orientadas hacia los puntos cardinales; fuera del centro podía ser irregular el trazado. Se procuraba alisarlas para que la gente caminara mejor. En época de sequía las calles eran polvorosas y en la de lluvias, lodosas y con grandes charcos, lo que dificultaba la deambulación, ya que no se construían aceras. En el siglo XVIII se colocaron baldosas en las calles que rodean la plaza principal de Mérida. En ninguna población se consideró el trazo de avenidas, excepto un tardío Paseo en Mérida.

Paseo de Merino. Al pie del lado norte del cerro de la Ciudadela, a mediados del siglo XVIII se abrió ese Paseo, pero parece que no fue utilizado como tal, por carecer de las condiciones apropiadas para ese objeto. El gobernador Lucas de Gálvez, en 1790, construyó ahí un Paseo bien trazado, al cual se le dio el nombre de La Alameda. Tenía tres avenidas bordeadas de árboles, las dos laterales niveladas y apisonadas para el paso de carruajes y jinetes y la central con pavimento de la mezcla llamada de hormigón para los paseantes a pie; de trecho en trecho y a ambos lados tenía cómodos bancos de piedra labrada y mampostería. Iluminaban el Paseo 17 grandes faroles de aceite; en sus extremos se construyeron dos glorietas terminales y años después, en 1815, en el centro de la avenida, otra más en la cual se levantó una estatua de Fernando VII. Los pilares de remate y los pretiles laterales presentaban pirámides y obeliscos y las columnas de las glorietas remataban con jarrones de piedra que simulaban urnas de mármol negro.

Plazas. La plaza central era el eje de la población. En cuanto a las demás unas mayores que otras, generalmente de forma cuadrada, tenían en su costado oriente la construcción religiosa de la categoría que fuese, que siempre debía mirar al Poniente. Al crecer la población y comenzar a tener barrios, en ellos se dejaba también un espacio para la plaza, siempre más pequeño que el de la central. Muchas veces había árboles, o se sembraban, a fin de que hubiese sitios para descansar bajo la sombra. Las plazas estaban al nivel de las calles, aunque por excepción hubo algunas que se construyeron en alto.

Plaza Central. Es un cuadrado de 100 m por lado. Parte del costado poniente estuvo ocupada por un cerro que se comenzó a demoler en 1543, hasta dejar libre la plaza en 1580. Disponía de árboles y un gran espacio para las revistas militares, que todavía se efectuaban en el siglo XVII, por lo que se llamaba Plaza de Armas. Al principio allí también funcionaba la venta de alimentos, se efectuaban torneos, corridas de toros, procesiones, reuniones cívicas, etcétera.

En 1718 fueron arregladas y reparadas las calles de su contorno y se formaron arriates y jardines en su interior; a fines de ese siglo se colocaron farolas de aceite para su iluminación; en 1812 se le puso oficialmente el nombre de Plaza de la Constitución y poco después se instaló una reja de hierro en el jardín central; en 1821 se cambió otra vez el nombre, que es el actual: Plaza de la Independencia. Popularmente se le llama Plaza Grande.

Colonial militar. Las construcciones militares de la Península no tuvieron relación alguna con los episodios bélicos de la conquista o del afianzamiento del poderío español sobre los indígenas. Las autoridades políticas y militares nunca consideraron la posibilidad de hacerlas. Prueba de ello es la siguiente: aunque en las capitulaciones del Adelantado Montejo para la conquista de Yucatán figuraba el compromiso de levantar alguna fortaleza y, después, pensó hacerlo en el cerro más grande y alto de la naciente ciudad de Mérida cedió éste a los franciscanos para que erigieran su convento, pues consideró que no era necesario ningún fuerte, criterio que fue seguido por los posteriores gobernantes. Además, la solidez y la grandeza de los conventos e iglesias dispersos por la provincia garantizaban un eventual uso militar.

Sin embargo, en los siglos XVII y XVIII la situación fue muy distinta para las poblaciones costeras debido al gran auge de la piratería ya fuera la libre o la promovida por otras naciones que se ensañaban contra las posesiones de España en América, y obligó a los reyes españoles a ordenar programas de fortificación en varios puntos, entre ellos Mérida. Los planos y trabajos eran hechos por ingenieros militares siguiendo las normas de la época; la solidez y gran grosor de las paredes de los fuertes eran necesarios ante una artillería cada vez más potente; los fosos y almenas eran parte de la defensa; las murallas sólo se usaron para rodear la ciudad de Campeche y el área de la ciudadela de Mérida. Por ser las más antiguas e importantes construcciones, se describirá primero lo concerniente a la ciudad y puerto de Campeche y luego algunos puntos de la costa, para consignar después lo relativo a Mérida y el interior del estado.

Campeche. Pocas noticias se tienen de las primeras fortificaciones. Se sabe que en 1597 existía una torrecilla llamada de San Benito, que es la más antigua; para 1640 se mencionan tres más: un baluarte llamado El Bonete, situado en la plaza de armas frente al mar; una vigía que llevó el nombre de San Bartolomé, situado en la playa entre los barrios de Guadalupe y San Francisco y otra vigía denominada Santa Cruz, en un cerro cercano al barrio de San Román, el cual duró poco y debe haber sido destruido por los piratas en sus primeras incursiones, pues ya no se le menciona en 1663.

Desde 1610 la torrecilla de San Benito se sustituyó por un castillo que en 1642 aún no estaba terminado pero fue demolido también por los piratas, lo que obligó a levantar otro nuevo, aunque en sitio distinto, que se inauguró en 1676 con el nombre de San Carlos, que llegaría a ser uno de los bastiones del amurallamiento. Respecto del Bonete, en 1642 se señalaba ya la conveniencia de demolerlo, aunque todavía apareció en el plano de 1663, por lo que su demolición debe haberse efectuado en 1679.

En 1687 se construyó otro, un poco más hacia el Poniente, recibiendo el nombre de Bastión de la Soledad. Del San Bartolomé no se dijo más, pero ya no aparece en 1680. Como las defensas que existían eran insuficientes, desde 1675 el capitán general y gobernador de Yucatán convocó a los vecinos para que ayudasen a la construcción de un recinto fortificado, a lo que éstos accedieron juntando 13,500 pesos; Carlos II auxilió con 10,000 pesos y el obispo de la provincia, Juan Cano y Sandoval con otros 3,170 pesos. Se hicieron varios proyectos, uno en 1678, con un recinto cuadrangular apoyado por cuatro bastiones esquineros; otro, en 1680, hecho por el alférez Martín de la Torre, modificando el contorno de la parte sur y señalando ocho bastiones, que fue aprobado, por lo que el 3 de enero de 1686 se comenzaron a levantar los lienzos de muralla del lado del mar, así como los bastiones de La Soledad y San Carlos, ya mencionados, siendo gobernador Juan Bruno Tello de Guzmán. En junio de 1688 fue sustituido Tello por el maestre de campo Juan José de la Bárcena, quien tomó empeño en activar las obras, y concluyó el baluarte de Santa Rosa. Posteriormente, con mayores recursos, se prosiguió la obra hasta concluirse en 1704 con el baluarte denominado Santiago. Las obras duraron 18 años con un costo total de 225,024 pesos. El recinto tenía un perímetro total de 2,720 m y albergaba 46 manzanas, la mayor parte cuadradas; entre ellas la plaza y otras que contenían iglesias, edificios de gobierno y administrativos, así como una entera para la iglesia, convento y Hospital de San Juan de Dios. En lo tocante a las murallas, tienen un espesor medio de 2.45 m en la base y de 2.10 m en la parte superior, y comprenden los parapetos que forman el camino de ronda. Además de los baluartes ya mencionados, se construyeron los de San Juan, San Francisco, San Pedro y San José. Juntamente con la muralla se levantaron tres puertas: la de San Román, la de Guadalupe y la de Mar; más tarde, entre 1726 y 1727, se abrió otra conocida como Puerta de Tierra, defendida por un rediente constituido por una escarpa destacada en forma de triángulo con su correspondiente foso, así como almenas y parapetos. En 1746 se cerraron las puertas de San Román y de Guadalupe, pero a petición de los vecinos se volvieron a abrir en 1759. Del estudio crítico de estas construcciones, hecho por el mayor Miguel Sánchez, se destaca que el perfil era muy atrasado para su época.

A fines del siglo XVIII Juan José de León y Zamorano proyectó y dirigió la construcción de varias obras destinadas a corregir algunos de los inconvenientes observados. Dentro del recinto hubo otras dos obras: un edificio llamado La Maestranza —edificado junto al Baluarte de Santiago— el cual, al ser desartillados los fuertes, quedó sin uso y fue destruyéndose hasta convertirse en ruinas; el otro es el conocido como Las Atarazanas, construido probablemente a principios del siglo XVIII, destinado a depósito y reparación de armas durante el gobierno colonial y después a otros usos.

Fuera de la ciudad, aproximadamente a 4 km al Sureste y sobre un cerro, se construyeron, entre los años 1725 y 1733, un edificio principal de 16 m de largo y 5 de ancho, destinado a polvorín y otro para alojamiento del oficial y tropa que lo cuidaba, con un pequeño anexo. El sistema defensivo de la ciudad se completaba con seis fuertes diseminados a distancias variables, construidos en 1792. Al oriente de la ciudad estaban los fuertes de San Matías y de San Lucas sobre la playa y el de San José en un cerro; del lado poniente otros tres: San Luis y San Fernando sobre la playa y San Miguel en un cerro. Estos fuertes, perfectamente concebidos, marcaron un adelanto pues cumplían los mejores requisitos y podían servir de modelo en su época. Es de hacerse notar que el sistema general comprende solamente la idea defensiva del lado del mar y, como desgraciadamente todas estas construcciones fueron atacadas por tierra, no pudieron cumplir su misión cabalmente.

Lerma. En esta población, a 7 km al suroeste de Campeche, se construyó en 1680 un castillo de flancos cuadrados, con aspilleras, barbacanas y almenas. Champotón. Esta villa, a 60 km al sur de Campeche, está sobre la costa y en la desembocadura del río que lleva su nombre. Allí se construyó en el siglo XVII un pequeño fuerte denominado de San Antonio, con planta cuadrangular de gruesos muros de 5.20 m de altura, incluyendo las almenas que lo coronan; en una de sus esquinas se destaca un garitón para el centinela y, en la otra, una pequeña torre para el vigía. Isla del Carmen. Desalojados los piratas en 1717 de la isla de Tris y fundada la población y puerto que recibió la denominación de El Carmen, se mandó construir, para defensa, un fortín hecho provisionalmente con estacas, pero la humedad pronto lo destruyó al grado de que no pudo resistir el ataque a que fue sometido poco tiempo después. Bacalar. Cuando fue reconstruida la villa en el siglo XVIII se erigió un fuerte para dominar la laguna y el canal que la unía al Mar Caribe. El fuerte tiene forma de estrella de cuatro puntas con un cuadro central y un romboide en cada esquina; contenía un cuartel y dos aljibes; estaba rodeado de un foso y se penetraba al recinto por un puente levadizo.

Mérida.

Ciudadela de San Benito. Durante el gobierno de Rodrigo Flores Aldana, como se expresaran temores de levantamiento de indios y aun de invasiones de piratas, se dio la orden de construir una fortaleza en el lugar que se considerara más conveniente; siguiendo la antigua idea de Montejo, se eligió el cerro central y aunque ya estaba ocupado por las vastas instalaciones del Convento de San Francisco, el gobernador adujo que la seguridad de la Colonia debía anteponerse a cualquier otra consideración, con lo cual, además, controlaba en parte las actividades de la Orden. La obra se comenzó en 1669, duró 19 meses la fábrica y se terminó en 1671. Constaba fundamentalmente de una sólida muralla de unos 5.50 m de altura, con parapetos, que circundaba la meseta rectangular del cerro, con eje mayor norte-sur, y cinco pequeños baluartes; dentro del recinto había dos pozos y edificios para almacenes de útiles y armamentos y un cuartel, además de todas las edificaciones religiosas mencionadas. Para comunicarse con el exterior, tenía tres puertas: una al Poniente para el servicio económico y militar de la fortaleza; otra al Sur para el servicio del Convento de San Francisco y la tercera al Oriente, que servía a los curas y a la gente de la parroquia de San Cristóbal, ya que su iglesia estaba incluida. Las dos últimas fueron tapiadas en 1670 por considerar el entonces gobernador que teniendo los frailes las llaves de ellas no existía seguridad; de modo que sólo quedó abierta la del Poniente, bajo la guarda de los soldados.

Si con las tres puertas se habían suscitado muchos problemas, —cada quien entraba y salía por donde quería— con una sola la situación empeoró: hubo tantas protestas que dos años después se abrieron de nuevo. En el año 1672 la Ciudadela fue dotada de piezas de artillería traídas por el nuevo gobernador Miguel Franco.

Casamatas. Sin saberse la fecha exacta, y pudiendo suponerse que fueron construidos entre 1725 y 1733, como los de Campeche, a 2 km de la ciudad su ubicaron tres edificios: uno pequeño con dos piezas para los soldados de guardia y dos más grandes para guardar pólvora.

Cuartel de Dragones. En una manzana de terreno, ubicada al sur del Convento de La Mejorada, que en 1746 el Ayuntamiento donó a los frailes franciscanos, éstos construyeron un edificio para alojar a los familiares de los enfermos ingresados en el hospital de Mejorada, situado enfrente; en 1815 las autoridades gubernamentales lo convirtieron en cuartel y le añadieron dos largas construcciones para caballerizas, alta barda a todo el terreno y una puerta en el lado norte con dos garitas para los centinelas.

Cuartel de San Sebastián. No se conoce la fecha de su construcción, pero por su estilo debe ser de finales del siglo XVIII. Ocupa una superficie de 1,500 m2. Constituye su fachada principal un portal en doble crujía y detrás de éstas dos más con varias piezas, un extenso patio con pozo y un corredor frente a las piezas. Aunque se desconoce el uso primitivo que haya tenido, estuvo bajo el dominio militar.

Sisal. En la costa norte de la Península y a 53 km de Mérida se encuentra el puerto de Sisal que, ante la amenaza de ataques piratas, desde antes de 1588 tuvo una torre para el vigía. Hacia 1772 se construyó un fuerte llamado de San Antonio, de dos plantas; la alta contenía dos torrecillas en las esquinas, hacia el mar, y el parapeto con barbacanas, además de dos cisternas.

Sotuta. En esta localidad situada al sureste de Mérida se construyó en el siglo XVII un edificio frente a la amplia plaza, sobre un relleno de 4 m de altura donde, según la tradición, estuvo la residencia de Nachi-Cocom. Se sube al piso principal por una rampa que conduce a un portal con arcadas sobre columnas sencillas; después se llega a un vestíbulo irregular que da entrada a varias piezas con dos crujías paralelas a la fachada y a una terraza que da acceso a otras piezas, en crujía perpendicular a las anteriores, y que forma fachada hacia el Oriente. Hay un gran patio al fondo del cual se encuentra un pozo con brocal sobre amplia plataforma de tres escalones y, en cada esquina de la barda del patio, al fondo, sendas garitas para los centinelas. Se le dio posteriormente el nombre de Pedro Baranda.

Colonial religiosa. Para comprender la génesis y el desarrollo de nuestra arquitectura religiosa es imprescindible considerar algunos datos históricos sobre los franciscanos. Esta Orden enraizó en Yucatán en 1545-1546 con la llegada de dos grupos de frailes, uno desde México y el otro desde Guatemala. Hicieron en San Francisco de Campeche su primera fundación, seguida en 1547 por la del Convento Grande de San Francisco en Mérida. Durante las décadas siguientes el ámbito de los franciscanos se expandió notablemente: en 1549, Yucatán ascendía a Custodia dentro de la provincia del Santo Evangelio de México, con fray Luis de Villalpando como superior; dos años después, Yucatán y Guatemala constituían nueva provincia, siendo su prelado fray Diego de Landa. En 1565 se denominó provincia de San Joseph a la de Yucatán, con matriz en Mérida, y con un extenso territorio que llegó a incluir toda la Península, Tabasco, Belice y el Petén. Hacia 1576 el número de monasterios ascendía a 13, resultado en parte de Reales subsidios concedidos desde 1560.

El clímax del esfuerzo misionero franciscano fue entre 1560 y 1570, basado en un reasentamiento de la población indígena o congregación, y teniendo como núcleo la construcción religiosa. La selección de lugar para los seis primeros conventos revela un cabal entendimiento de las realidades políticas y demográficas de la región yucateca y sugiere una incipiente estrategia. Además de levantar monasterios en las tres ciudades clave (Campeche, Mérida y Valladolid), se pretendía crear bases de extensión en otras direcciones, y de ahí la elección de Maní, Conkal e Izamal, a las cuales siguieron Homún y Calkiní; luego, Tizimín, Dzidzantún, Motul, Tekantó y Tekax.

Hacia 1600 el número de casas franciscanas se había doblado y se triplicaría en la siguiente década al ser promovidos a conventos de pleno derecho antiguas iglesias de visita. Resumiendo el siglo XVI, no hay duda de que las construcciones franciscanas representan un importante jalón en la historia de la arquitectura. Cuantitativa y cualitativamente, los monumentos religiosos de la Península significan un logro de primera línea, comparable a los de cualquier otra región y altamente innovador por derecho propio. La arquitectura franciscana peninsular, tomada en su conjunto, mostraba un tono austero. Puede afirmarse, a la vez, que las construcciones fueron excesivas en relación con la pobreza de la provincia y con el reducido número de integrantes de la Orden; cualquiera de los monasterios podía albergar por lo menos a una docena de frailes, pero de hecho sólo los habitaban uno o dos, lo cual motivó algunas observaciones críticas, como la del obispo Toral (1561) ante la impresionante magnitud del Convento de Izamal. En la Relación de Valladolid (1579) se hace referencia a monasterios que más bien parecían fortalezas para defensa de pocos españoles. También lo señalaron el visitador Ponce (1581) y fray Gregorio de Montalvo al escribir al Consejo de Indias en 1582. Por esta y otras razones se frenó el impulso constructor en el siglo siguiente, dándole, por otra parte, preferencia a las parroquias de Mérida y de aquellos poblados que por su creciente importancia lo ameritaban. No fue sino hasta la segunda mitad del siglo XVIII que se realizó en la mitad oriental de la Península un activo programa de construcción de iglesias parroquiales, lo que se explica por el crecimiento demográfico de la región, y también por el interés de España en proteger toda la zona fronteriza con Belice.

La filiación estilística de estas iglesias no está exenta de dificultades; cada una de ellas representa una solución idiosincrásica, aunque no divorciada de ciertas normas de estilo ni ajena a la ecología del medio. El arcaísmo inherente a la arquitectura religiosa yucateca de la Colonia salta a la vista; baste citar los resabios manieristas del pórtico de la iglesia de Chemax o las columnas salomónicas del templo de Ichmul, radicalmente anacrónicas; también hay influencia del repertorio formal del propio Yucatán, como el balconcillo ochavado de la fachada de Ichmul, copia de la Casa de Montejo, y la resonancia de la Catedral de Mérida en torres y fachadas de toda la región, muy manifiesto en Chemax y Peto. La morfología constructiva permite establecer patrones y hacer referencias a procesos operativos antiguos; las iglesias yucatecas en general tenían una tendencia a crecer por yuxtaposición. Para sistematizar en forma sencilla la exposición de esta temática, conviene examinar primero lo que corresponde a grupos arquitectónicos, para seguir con la descripción de las construcciones principales del siglo XVI en orden cronológico y terminar con la mención de relevantes edificaciones de los otros dos siglos.

Grupos arquitectónicos. Al llegar los frailes por primera vez a una localidad, comenzaban por conseguir una choza de bejucos y palmas delante de la cual se levantaba una simple enramada. Convertidos en arquitectos, con los escasos elementos que tenían a mano tanto en lo que respecta a materiales como a obreros, y considerando poco duradera y digna la enramada, resolvieron el problema con un segundo paso, en tanto podían construir verdaderos templos.

Capilla abierta. Llamada también capilla de indios, comprendía dos partes: la nave, que generalmente siguió siendo la enramada, y la capilla propiamente dicha al mismo nivel de la nave o algunos escalones más arriba, conteniendo además del recinto abierto por un gran arco, dos o tres pequeñas piezas a los lados; una, destinada a guardar los artículos del culto y las otras a sacristía y habitación. Los muros de mampostería eran de gran espesor y elevada altura, cubierto el santuario con bóveda vaída o de media naranja y las piezas con bóveda de cañón o techo plano formado de grandes morillos y pequeñas bovedillas de argamasa. En muchos casos el sitio elegido era el basamento de algún templo maya o tenía en su entorno construcciones prehispánicas que hacían necesario realizar trabajos de nivelación, aparte de que surtían de piedra labrada la obra. Cuando después se construyeron conventos e iglesias, se incluía una capilla abierta al exterior.

Iglesias menores. Muchas de ellas no fueron más que una evolución de lo anterior, mostrando una gran variedad de formas. Las naves podían ser de paredes sólidas y techos de paja, añadiéndose por último una fachada rematada por una espadaña. El conjunto se completaba con el atrio, cercado muchas veces. Al construirse naves de mampostería con gran posterioridad a los santuarios primitivos, ya que esto no ocurriría en muchos casos sino hasta el siglo XVIII, tuvo su origen esa peculiar falta de integridad formal aparente en las iglesias coloniales yucatecas; y esta forma de realización, sin precedentes en el mundo cristiano, dio a los edificios un aspecto interesante y encantador, como de iglesias en miniatura, y de ahí el nombre de este grupo.

Iglesias. Generalmente fueron aprovechadas las capillas abiertas y las iglesias menores, convirtiéndolas en verdaderos templos al hacerles las necesarias obras de ampliación. Por eso casi todas son de una sola nave y muy pocos casos hay de iglesias con tres naves (Sacalum, Motul, Halachó y, en Mérida, la Catedral y la parroquia de Santiago). Eran verdaderas iglesias-fortalezas, con muros coronados de almenas, con grandes contrafuertes que además de sostener el empuje de las bóvedas daban mayor fuerza a la construcción, y muchas de ellas, aprovechando el gran espesor de sus muros, tenían caminos de ronda. Se definen en forma concreta algunos de los elementos arquitectónicos:

Bóveda. Por lo regular era de cañón seguido; en otros casos, dividida por arcos que correspondían a los contrafuertes. Hubo casos en que fueron construidas con viguetillas de madera o rollizos apoyados en los arcos, siendo esta clase de techumbre muy original, aunque no de las primeras, pues aparecieron en el siglo XVII (ejemplos: Hunucmá, Hoctún, Halachó, San Juan de Dios en Mérida).

Espadañas. El muro de la fachada principal se prolonga para formar la espadaña característica de las iglesias construidas durante los siglos XVI y XVII. Estos muros calados por arcos sobrepuestos en los que se alojan las campanas, dan a las fachadas especial relieve y hermosa silueta. Como excepción, la iglesia de Oxkutzcab tiene dos espadañas con tres arcos cada una y la de Muna también dos espadañas, pero de tres cuerpos en triángulo, lo que abre diez espacios para campanas. Como comprobación de la yuxtaposición de construcciones, en las viejas iglesias es frecuente encontrar en uno de los muros, al fondo de ellas, pequeñas espadañas que fueron los campanarios de las primitivas capillas abiertas.

Torres. Posteriormente a las espadañas aparecen las torres, a la par con el predominio del clero secular, que reconstruye iglesias y amplía o termina otras. Como transición, se fabrican espadañas con aspecto de torres, como en Hocabá y Xocchel. Las torres más antiguas son las de las iglesias de Temax, Hoctún y Motul. Son curiosas las de Hocabá y Tixkokob, que por lo alargado de sus tres cuerpos tienen aspecto de alminares. La iglesia de Tercera Orden en Mérida, construida a fines del XVII, presenta sus torres mejor proporcionadas y en el XVIII aparecen otras que, inspiradas en la Catedral de Mérida, ostentan mayor riqueza en su composición, como la de San Cristóbal en Mérida y San Servasio en Valladolid.

Cúpulas. Durante los siglos XVII y XVIII no se dio gran importancia a las cúpulas. Pocas hay y por lo general, estando desplantadas sobre falsos tambores, son chaparras e insignificantes. Entre éstas se cuentan las de Motul, Tixkokob, Tabi, Valladolid y, en Mérida, San Cristóbal y Tercera Orden.

Coros. En las iglesias de Yucatán, por lo regular, se construía el coro adosado al muro de la fachada principal, en el primer tramo de la nave, si estaba dividida, y sostenido por bóveda de cañón o vaída con gran arco rebajado o únicamente constituido por un sencillo balcón de madera.

Como una excepción, el templo de Las Monjas en Mérida tiene un magnífico coro de dos plantas, único en Yucatán.

Atrios. Se procuraba construir grandes atrios alrededor de las iglesias, sobre todo al frente, para dar cabida a las multitudes que las enramadas no podían contener, y como escenario, también, de suntuosas procesiones en las grandes festividades.

Es digno de mención el de la iglesia de Uayma, con tres entradas construidas de mampostería en forma triangular, con un arco de medio punto y originales remates como discos en el del frente y piramidales en los laterales; en su profusa decoración se nota la influencia moruna y la técnica maya. Pero el más notable en la Península, por su grandiosidad y construcciones que en él se encuentran, es el del Convento de Izamal.

Camarines. Dentro del culto a la Virgen María, y del repertorio arquitectónico de las iglesias, la construcción de camarines se originó en España a partir de 1645, siendo de tipo abierto, es decir, visible desde el exterior, mientras que el de tipo oculto tuvo su primicia en Valencia en 1652, o sea casi simultáneamente con el de Izamal, de tipo abierto, comenzado en 1651 o 1652 y que es el primero en México. En lo fundamental, es una habitación donde se guarda la imagen de la Virgen, sus ropajes y joyas, que comunica por una parte con el altar y, por otra, con una escalinata de acceso. El camarín de Izamal sirvió de modelo a seis más, y luego se construyeron otros, 15 en total, con algunas modificaciones y todos del tipo abierto, mostrándose así la tradición yucateca como sorprendentemente innovadora.

Conventos. Para cumplir las tareas de evangelización y cubrir mayores áreas, los frailes franciscanos llevaron al cabo un programa de construcción de conventos, escogieron las localidades propias para ello y obtuvieron de la población indígena los materiales y obra de mano indispensables. Por razones de seguridad los directores de estas obras imprimieron en ellas el triple carácter de morada, templo y fortaleza, con una adecuada distribución en la que consideraban el factor climático. Tomando como punto de partida la iglesia, que siempre mira al Poniente y tiene ahí su entrada principal y el atrio, el convento se ubicaba al Norte, más fresco por los vientos dominantes, y se asignaba el lado oriente para la huerta y el Sur para el cementerio. En varios lugares fueron muy modestos, compuestos de un pequeño patio o claustro rodeado de pórticos, escasas celdas o dormitorios y dos o tres piezas más que servían de refectorio, cocina y bodega; a veces tenían al frente un portal con bancos de piedra, para descanso de los viajeros. Los muros son lisos, de gran espesor; techos de vigas de madera sin labrar o bóvedas de cañón; arcadas de medio punto sobre pilastras o columnas, sin molduras; pisos de hormigón o baldosas.

En lugares de numerosa población, se hicieron conventos de dos plantas, disponiéndose en la inferior la portería, el refectorio, la biblioteca, la cocina y demás dependencias de servicio; y en la superior, los espaciosos y frescos dormitorios y las celdas de retiro. La huerta era regada por norias, algunas de ellas cubiertas con bóveda semiesférica sobre gruesos machones.

Catedrales.

Campeche. Al fundarse la villa de San Francisco de Campeche en 1540, se levantó como templo una humilde choza, al noreste de la plaza, dedicada a la Purísima Concepción. Se inició un nuevo edificio a principios del siglo XVII, y gracias a ayudas particulares se pudo continuar lentamente la obra, dedicada a la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora; no había alcanzado toda su longitud y le faltaban las torres, trabajos que se iniciaron en 1758 y se dieron por terminados en 1760, aunque faltó todavía una torre; en la otra fueron colocadas las campanas y el primer reloj público. La planta del edificio tiene forma de cruz latina, con una sola nave dividida en seis tramos por arcos de cantería; en dirección a ellos se encuentran pilastras con base ática y capitel dórico; en el quinto tramo se forma el crucero y se levanta hermosa cúpula octagonal. La portada es de dos cuerpos enmarcados por dos pilastras estriadas y sencillo remate curvado con un perillón en el eje y sobre las pilastras. En el primer cuerpo está la puerta mayor y a sus lados pilastras apareadas con nichos que contienen las esculturas de San Pedro y San Pablo; en el eje del segundo cuerpo está la ventana del coro y a los lados pilastras con nichos. En el centro del remate se destaca un escudo con las insignias pontificias; originalmente también estuvieron los de la corona española.

Mérida. Al fundarse la ciudad en 1542, Montejo reservó un solar al oriente de la plaza para edificar la Iglesia Mayor; en ese tiempo se levantó en pocos meses un sencillo edificio techado con guano, que se puso bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación. En 1561, por bula del Papa Pío IV, fue erigida en Catedral, designándosele por titular a San Ildefonso. La obra se consagró en 1562, siendo obispo de Yucatán Francisco Toral, quien hizo el trazo del edificio. Suspendidas las obras durante algún tiempo, se continuaron por los años 1571 y 1572 y se dio por concluido el edificio, aunque no se había terminado el remate de la puerta principal y sólo había una torre; la otra se terminó en 1713. Fue solemnemente consagrada el 12 de diciembre de 1763 por el obispo Antonio Alcalde. Se presume que el costo de la obra fue de 300,000 pesos. Forman su recinto tres hermosas naves, siendo la central más ancha, y limitadas entre sí por 12 grandes columnas con base ática y capitel dórico; a éstas corresponden 16 medias columnas adosadas a los muros sobre pedestales cuyas molduras, corriendo en todo el contorno, forman alto lambrín. Cubren el templo, sobre arcos de medios puntos, 20 bóvedas vaídas y una hermosa cúpula que corresponde al quinto tramo de la nave principal. Esta cúpula, vista por el exterior, descansa sobre falso tambor de poca altura rematado por sencilla cornisa; en dicho tambor se encuentran 16 ventanas y ocho remates iguales a los de la torre, de cuatro de los cuales parten unos delgados arbotantes que van a terminar a la linternilla.

El presbiterio está sobre una plataforma doble y ocupa los dos últimos tramos de la nave central; en la plataforma se encuentran los sitiales de los canónigos, la Sede Episcopal, un altar nuevo de piedra de una sola pieza y la imponente imagen, contemporánea, del Cristo de la Unidad (Lapayese), colocada en 1975. Contigua al presbiterio y sobre el lado sur está la nueva sacristía; hacia el Norte, y después de un portón de cantería, tipo renacimiento italiano, se encuentra la Sala Capitular y, después de ésta, el vestidor con una pequeña bodega.

El coro, construido en 1903 con cantería traída de Campeche, y en un diseño y una estructura que no corresponden a la del edificio, está soportado por cuatro columnas y seis medias columnas adosadas a las dos primeras de la nave central, y las otras dos al muro de acceso; es el cuarto coro construido: el primitivo ocupaba el centro de la Catedral; el segundo, al lado sur del presbiterio, sobre la entrada de la primitiva sacristía; y un tercero se construyó en el tercer tramo contado a partir de la puerta principal.

Hasta 1915 la Catedral tenía cinco capillas: en el muro sur, construidas en 1610, la de San Juan, que servía de oratorio del Palacio Episcopal, y la del Rosario, destinada a sagrario, ambas destruidas para edificar el Pasaje de la Revolución; en el muro norte, la capilla del Baptisterio, una pequeña pieza localizada en el primer entreje cercano a la puerta; la capilla del Sagrario, cubierta con bóveda de cañón, dividida en tres tramos, con una pequeña cúpula en el central; y la capilla del Cristo de las Ampollas, construida en 1676 y cubierta con bóveda de cañón, al igual que la pieza adjunta. Cuenta la Catedral con otros espacios anexos: sobre la fachada norte, una serie de piezas que han tenido varios usos; en la esquina noreste, la capilla del Divino Maestro, llamada también del Señor de la Cena, dividida en tres tramos por dos series de tres arcos sobre columnas dóricas, y cuya cubierta es de vigas de madera; al fondo, el altar con su retablo estilo churrigueresco (de escaso valor) y el coro, al que se subía por una escalera exterior; hacia el Sureste, parte de lo que fue el edificio del Seminario de San Ildefonso.

La fachada principal está dividida en cinco cuerpos, de los que corresponden dos a las torres, dos a las puertas laterales y el central a la puerta mayor. Este último está formado por un gran arco con pequeña cornisa y balaustrada, abarcando la puerta mayor encuadrada por pilastras apareadas de orden corintio, entre las cuales se encuentran nichos con las esculturas de San Pedro y San Pablo; una cornisa que se quiebra formando un pequeño frontón y unos bien labrados remates adosados al muro; una sencilla ventana correspondiente al coro y sobre ésta, el hermoso escudo con las armas reales españolas.

Las torres, de planta cuadrada, están formadas por tres cuerpos superpuestos, coronadas por remates de gran originalidad en los que se nota una marcada influencia oriental; tienen la particularidad de no ser iguales, lo que se debe a que fueron hechas en distintas épocas; en la torre del Sur se hizo, posiblemente a principios del siglo XVIII, una ventana para colocar la carátula de un reloj que, en 1731, fue sustituido por otro. La fachada norte es muy sencilla: tanto las puertas y ventanas del baptisterio y del sagrario como la puerta lateral renacentista; los muros de la capilla del Cristo de las Ampollas son lisos, con pretil sencillo; el muro de la capilla del Divino Maestro es liso y está rematado con espadaña de tres arcos y remates de cantería. La fachada sur está totalmente alterada con aplanados sobrepuestos. Ciertamente se nota en esta Catedral el espíritu dominante de la época de su construcción; influidos los constructores por los estilos del Renacimiento, pero sin olvidar las edificaciones moriscas, necesariamente tenía que resultar en las obras por ellos levantadas, una mezcla de estos estilos. Por esta razón, en la planta y las torres se notan reminiscencias árabes y en el cuerpo central de la fachada y portadas, expresiones del Renacimiento. La Catedral de Mérida, en resumen, es un edificio original, severo y majestuoso, de sobresaliente importancia entre los edificios religiosos de la Península.

Monasterios del siglo XVI. Se mencionarán según el orden cronológico de su erección, aunque sean distintas las fechas de inicio de las construcciones, que de todos modos pertenecen a ese siglo.

Campeche. Cuando Montejo, en 1540, fundó la villa, invitó a los franciscanos a establecer una misión en el sitio donde Francisco Hernández de Córdoba, en 1517, había celebrado una misa, la primera en tierra firme. Los frailes deliberaron sobre esta ubicación, cercana al poblado maya y algo lejos de la villa, pero al fin accedieron, construyendo un altar y una casa igual a las del pueblo, según relata fray Bartolomé de las Casas, que los visitó en 1545. Esta sencilla instalación pronto fue reemplazada por un compacto bloque que incorporaba convento e iglesia, y que constituyó un modelo para la mayoría de los monasterios que se construyeron en la Península en ese siglo. Muy cercano al mar, fue vulnerable a los ataques de los piratas y a la acción del agua. La fachada de la iglesia es plana y cuadrada; el convento, de dos plantas, tiene un portal delantero, donde se conserva una columna que conmemora la histórica misa de 1517.

Antes de que se construyera el sistema defensivo de la villa, la población se refugiaba en el convento cada vez que se producían ataques de los piratas, pues ofrecía más protección que cualquier otro edificio.

Mérida. Recién fundada la ciudad, fray Luis de Villalpando pidió a Montejo el gran cerro situado al Sureste y cerca de la plaza, donde en su extensa meseta había un conjunto de construcciones prehispánicas. Eran cuatro edificios largos y estrechos, con filas de celdas de 4 x 2.70 m, alrededor de un gran patio central (como el conjunto de Las Monjas de Uxmal). Había en el ángulo noroeste un edificio redondo (como El Caracol u Observatorio de Chichén Itzá). Para llegar se contaba con escalinatas en tres de sus lados, excepto en el Poniente. Villalpando organizó los trabajos de acondicionamiento, levantando las paredes caídas, cubriendo algunos techos desmoronados y sobre todo limpiando de escombros las numerosas celdas; prefirió arrasar las partes irreparables y las que amenazaban derrumbe inminente, como fue el caso del edificio norte; mandó arrancar de los muros las esculturas y las piedras con bajorrelieves que pudieran representar escenas o símbolos religiosos mayas, así como borrar las pinturas con tales motivos.

En la galería sur se acondicionó la primera iglesia y los frailes se alojaron en los edificios del Oriente y del Poniente al quedar (1547) en condiciones habitables. La erección se hizo bajo el patrocinio de la Santísima Virgen en su advocación de la Asunción, no obstante lo cual casi desde el principio se le conoció únicamente como Convento Grande de San Francisco o Convento Mayor, por ser cabeza y centro de todos los demás de la región.

Como Mérida era villa española y no pueblo de indios, no se construyó capilla abierta: el monasterio estaba diseñado para servir a las necesidades del vecindario castellano y los requerimientos administrativos, residenciales y litúrgicos de la comunidad monástica. Se acondicionó un pequeño hospital, el primero en la ciudad, así como aulas para enseñanzas diversas. Se construyó una pequeña iglesia llamada de la Soledad de la Madre de Dios. La iglesia definitiva comenzó a construirse en 1561, con un plan en verdad extraordinario: se trataba de una iglesia del tipo criptocolateral (clasificación de Kubler), común en España, con capillas laterales a lo largo de la nave, que tenía 50 m de largo por 14 de ancho y no fue más grande debido seguramente a las dificultades topográficas del sitio. Insólita también es la presencia de un crucero, verdadera anomalía dentro de lo común de naves sencillas de cañón. No existen datos sobre la primitiva fachada de la iglesia, pero es lógico suponer que haya sido sencilla, con dos torres. Cuando Landa visitó estas obras en 1566, mencionó la iglesia de la Madre de Dios y el monasterio, o sea que la iglesia grande no se había terminado y no se ha consignado la fecha de ello. En 1610 se alargó el dormitorio principal, ahora en el lado oriente, y entró en funciones otra iglesia para los pobladores del cercano barrio de San Cristóbal; esta iglesia estuvo al sur de la principal, pero perpendicular a ella (es decir, de Norte a Sur); era de tres naves cubiertas de bovedillas. Es interesante el dato de que el primer reloj público que tuvo la ciudad fue colocado en la torre de la iglesia principal antes de 1632.

A mediados de este siglo, el conjunto era ya imponente, con pabellones hasta de tres pisos, pues se alojaban unos 50 frailes, con los tres templos y capillas funcionando, haciéndose notar que por haberse levantado en diversos niveles por la configuración del terreno y en diversas épocas, hubo que unir todo por medio de una maraña de galerías, pasadizos y gradas, embellecido el terreno con floridos jardines y huertas. Esta paz seráfica se alteró totalmente cuando en 1667 el gobernador y capitán general, en cumplimiento de órdenes reales, construyó en ese mismo sitio la Ciudadela de San Benito.

Maní. Durante los últimos meses de 1547, fray Luis de Villalpando y fray Melchor de Benavente emprendían la evangelización de la provincia de Maní, patrimonio del linaje de los Xiu; por ser su capital y haberse sometido pacíficamente al dominio español, se escogió como primera comunidad indígena para realizar labores y levantar construcciones. Se instaló una base provisional y los trabajos comenzaron en 1548, aunque con lentitud por falta de carpinteros y albañiles, e inclusive tuvieron que ser suspendidos; una vez reiniciada la obra, se llevaron a su término con extraordinaria rapidez, ya que se dice laboraron cerca de 6,000 personas.

El monasterio se erigió legalmente en 1549 y se terminó durante el provincialato de fray Juan de Navarro en 1556-1557. Cuando fray Alonso Ponce lo visitó en 1584, ya presentaba las características de una fundación madura con su convento, iglesia, capilla de indios, escuela, hospital, atrio, fosas, huerto, hortalizas y noria. La capilla original consiste en un gran recinto abovedado de 14 m de puntal, cubierta de pinturas murales; el altar estaba dispuesto sobre la pared posterior de este colosal recinto al cual se ingresaba desde el claustro bajo; el exterior de este conjunto se integra visualmente por medio de una archivolta que le da el aspecto de gran proscenio, desmesurado con respecto a la elevación frontal del convento. Adosada a la capilla estuvo una inmensa enramada de 70 m de largo por 27 m de ancho.

El claustro, de 16 m por lado, es de dos pisos; las arquerías se apoyan sobre macizos pilares cuadrados de un metro por lado; los pisos son de baldosas de piedra y las paredes tienen revoque de cancab. Alrededor de 1630, en lugar de la enramada se comenzó a construir una iglesia de tres naves para los indios, proyecto que fue abandonado. Se hizo una iglesia sencilla, que en el primer cuarto del siglo XVIII tuvo modificaciones en su elevación frontal; la nave se alargó 7 m, añadiéndose las espadañas dobles de la fachada; se hizo un nuevo coro y un nuevo baptisterio. La portada actual la conforman un arco de medio punto con pilastras estriadas y cornisa, característico del estilo colonial yucateco; sobre la cornisa está la ventana del coro y, en un frontón que une las espadañas, una hornacina con la escultura en piedra de San Miguel.

El templo es de una sola nave, con muros interiores extraordinariamente simples: desprovistos de cualquier moldura, se prolongan hasta convertirse en bóveda de cañón; el presbiterio tiene bóveda de pañuelo con sencillas lacerías que le dan aspecto de crucería; dos macizos soportes refuerzan el ábside. Completan la planta cuatro capillas: del Sagrario, del Santo Sepulcro, de Las Ánimas y del Baptisterio.

Conkal. Fue fundado por fray Luis de Villalpando en 1549. El primer guardián fue fray Juan de la Puerta, que fue sucedido por fray Diego de Landa y después lo fue fray Francisco Navarro, quien supervisó la construcción entre 1570-1580. Consigna el padre Ponce que al visitarlo en 1588 había dos corredores del claustro con un hospital y una escuela ya completados. El convento tiene claustro alto y bajo, con dormitorios y celdas, algunos con techos de bóveda y otros con vigas y terrados. (Se dice que aquí escribió fray Diego López de Cogolludo su Historia de Yucatán, entre 1650 y 1656). A principios del siglo XVII se terminó la iglesia. Es de una planta, cubierta con bóveda de cañón, y a los lados de la nave hay cuatro capillas de cada lado con bóvedas de cañón muy bajas; limitado por sencillo arco de medio punto sobre pilastras, se encuentra el presbiterio, con techo de bóveda vaída o de pañuelo, más bajo que el de la nave. En la primera capilla, debajo del coro y en el muro sur, se encuentra el baptisterio, aunque la pila actual está en el presbiterio; en la capilla situada frente a la del baptisterio, en el muro norte, está la escalera que conduce al coro, construcción de mampostería sobre bóveda en arco rebajado; la sacristía es una pieza localizada al sur del presbiterio y comunica con éste, con el ex convento y con el atrio. El convento original, de dos pisos y contiguo a la parte posterior del templo, está totalmente destruido, pero la magnitud de las ruinas indican su importancia: tiene un solo piso, con patio central, corredores y piezas que en su parte sur y parte oriente están actualmente en servicio; se comunica con el exterior a través de un portal con tres arcos isabelinos sobre columnas dóricas, otro igual sobre la esquina y cuatro de medio punto.

La fachada del templo le da sencillez y también majestuosidad: un enorme muro liso rematado con un frontón circular, con tres claros con arcos de medio punto; a los lados del frontón hay otros dos, más pequeños, con un solo arco; la portada es de piedra labrada: la puerta está dentro de un arco de medio punto, enmarcada por tres pilastras dóricas por lado y coronado todo por un frontón, un nicho al centro y sobre él una pequeña cruz con dos brazos cruzados (emblema usado por los franciscanos); los marcos de la ventana del coro están decorados, igual que la portada, con motivos geométricos labrados en piedra. Los costados del templo son muros lisos, rematados con almenas piramidales y forman parte de los contrafuertes que, cerrados por el exterior, fueron aprovechados para formar las capillas laterales.

Izamal. El 29 de septiembre de 1549 se fundó el convento, siendo su primer guardián fray Lorenzo de Bienvenida. Primero lo formaron unas cuantas casitas de paja habitadas por los religiosos; luego se aprovechó el soberbio edificio maya construido sobre un alto y extenso cerro, el Pap-hol-chac, donde acondicionaron aposentos para celdas y oficinas, además de la iglesia.

En 1553 fue electo guardián fray Diego de Landa, encomendándosele la construcción de un edificio apropiado, para lo cual se derribó totalmente la construcción maya y se rebajó el cerro, ampliándose el espacio disponible. Se acabó de edificar en 1561, siendo provincial del convento fray Francisco de la Torre, y se puso bajo la advocación de San Antonio de Padua. El edificio consta de dos partes: la del Sur, de dos pisos, con claustro formado por arcadas sobre macizos pilares y bóveda de cañón corrido y piezas, en algunos casos dobles, a las que cubren bóvedas con rollizos; la del Norte, de un piso, se compone de un patio y corredores con arcadas. Junto a la puerta poniente de la iglesia se construyó la capilla abierta que daba al atrio, rodeado al principio de sencilla barda.

En 1618 se construyeron los corredores, convirtiéndolo en notable monumento por la altura a que está situado (20 m sobre el nivel de la calle), su gran tamaño (134 m de largo por 68 m de ancho, lo que da una superficie de 6,232 m2) y su original diseño. Son cuatro galerías con arcadas sobre pilares, salvo el tramo correspondiente al frente de la iglesia, en el que los arcos descansan en columnas, presentando éstas la particularidad de que los arcos no arrancan del capitel sino de otro más pequeño sobrepuesto.

Los arcos de estas galerías están completamente abiertos hacia el interior y cerrados en parte por fuera, con pretil y bancas de mampostería, menos la del Sur que tiene pretil por los dos lados, dejando en el centro sólo dos arcos abiertos que sirven de entrada; los techos son de vigas de madera con terrado; en las esquinas hay unas pequeñas capillas. Se sube al atrio por tres rampas construidas en sus lados libres; la del Poniente o principal, de un solo tramo, está cerrada hacia la calle por una reja de hierro entre dos gruesos pilares y rematada en lo alto por hermosa y sencilla portada, compuesta por tres arcos sostenidos por pilares, siendo mayor el arco del centro, y por un vistoso y calado remate de mampostería de estilo barroco. Los otros dos accesos (Norte y Sur) son dobles rampas de dos cuerpos, con descanso intermedio. Al nivel del piso, se hicieron unos portales. El camarín de la Virgen se adosó a la parte posterior de la iglesia en 1652. El templo es de una sola nave dividida en tres cuerpos; en el primero, debajo del coro, está la puerta principal y, al Sur, el baptisterio en una pequeña capilla cubierta con bóveda de cañón; sobre el muro oriente hay una moderna pila de piedra labrada, colocada a manera de nicho; en el cuerpo central, el muro norte comunica con el convento, y en el grosor de la pared se construyeron dos confesionarios atendidos desde el claustro; el muro sur comunica con un pequeño patio, común también a la capilla de la Tercera Orden; el último cuerpo corresponde al presbiterio: al Norte, una puerta comunica con un pasillo que conduce a la sacristía, (espacio que forma parte del convento), a la escalera que lleva al taller de velería y, sobre éste, al camarín de la Virgen.

El interior de esta iglesia conventual (es probablemente el más refinado de los conventos franciscanos del siglo XVI) tiene una sencilla bóveda de cañón sobre una cornisa corrida; en el presbiterio y ábside la bóveda vaída y las nervaduras le dan un aspecto ojival. Debajo del camarín está el clausurado taller de velería, espacio seccionado en tres partes por columnas y arcos que soportan el entrepiso de vigas de madera y entortados. El coro descansa sobre bóveda de cañón y corresponde al arco rebajado que lo separa del cuerpo central de la nave; se tiene acceso a él por una estrecha escalera que parte de la portería del convento y llega a una pieza de distribución que comunica con el coro y las azoteas.

Las fachadas son muy simples y de muros lisos; se entra por una sencilla portada plateresca; sobre el corredor oriente, a la altura del coro, hay un gran ventanal de estilo morisco; una hermosa espadaña de tres cuerpos corona la fachada y domina el central, de forma piramidal, con tres arcos para campanas; los cuerpos laterales son más pequeños y con un solo arco; las paredes laterales almenadas y los grandes y pesados contrafuertes posteriores, le dan el aspecto de una fortaleza. La capilla de la Tercera Orden, comunicada por un corredor y por un patio con la iglesia principal, es de una sola nave dividida por tres arcos y su fachada se corona con una pequeña espadaña con tres arcos para campanas.

Valladolid. En el barrio de Sisal se fundó en 1552 la misión, levantándose la primera construcción con piedras, palos y techo de guano e iniciándose las obras del convento y de la iglesia; ésta se terminó en 1560 y fue dedicada a San Bernardino de Siena. El convento, aunque sufrió dos incendios entre 1562 y 1567, se terminó hacia 1613. En 1755 los frailes franciscanos entregaron la iglesia y el convento al clero secular. El convento consta de dos partes, siendo de dos pisos la contigua a la iglesia y de una planta el resto, más al Norte, añadido posteriormente, que comprendía un patio con portal y dos crujías al Poniente; hubo otra al Oriente, totalmente arruinada desde fechas antiguas. Tanto el claustro bajo como el alto son angostos y cubiertos con bóvedas, las más en buen estado.

Este claustro es uno de los más grandes de la Península pues tiene 20 m por lado, superado sólo por el de Izamal con sus 21 m. El sector destinado a residencia tiene siete habitaciones. Sobre el techo aparecen, en ruinas, los restos de cuatro relojes de sol. En el lado norte de la antigua huerta existen vestigios de lo que pudo ser un espacio de conexión entre el convento y el gran conjunto de la noria, construido en 1613, de muros con arcos y cubierto todo con una bóveda esférica.

Al fondo del patio se encuentra la boca del cenote que surtía de agua y sobre cuya bóveda se ubican el convento y la iglesia. El frente de estas dos construcciones está unido por un portal con arquería, construido en 1678, que comunica con el atrio, el cual se ha perdido, pero quedan huellas de sus cimientos bajo la calle que pasa junto al portal. El templo, de espesos muros, (2.50 m), es de una sola nave; sobre el muro sur, debajo del coro, un arco de medio punto abre paso hacia el baptisterio, cubierto con bóveda de cañón.

Más adelante se encuentra la capilla de San Antonio, agregada en 1625, pequeña nave dividida en seis partes con arcos sobre ménsulas y rollizos de madera, y comunicada con el cementerio; se le llamó de Tercera Orden. Sobre el muro norte la nave se comunica con el claustro del convento y con la sacristía; la cubierta de la nave es de bóveda de cañón hasta el presbiterio, donde se separa con un arco de cantera sobre medias columnas adosadas al muro; la cubierta, aquí y en el ábside, es de crucería con lacerías ojivales.

La fachada principal la forma un portal con ocho arcos de medio punto, techado con rollizos, excepto el de la entrada principal del templo; en los extremos del portal se encuentran las capillas de Guadalupe y de San Diego de Alcalá o del Santo Entierro; la primera techada con bóveda y la otra, reconstruida con vigas de fierro y viguetillas de madera; la portada de acceso al templo es muy sencilla: una tarja rectangular con el escudo franciscano y, sobre ésta, la ventana del coro; los muros de las fachadas son completamente lisos, coronados por toscos remates.

En el costado norte, junto a la fachada principal, se encuentra un campanario de espadaña, muy deteriorado. En la parte exterior del muro sur se hizo la capilla abierta y por eso el atrio era más amplio en esa parte.

 Homún. El convento data de 1561, con un pequeño claustro con pesados pilares que soportan arcadas arriba y abajo; está separado de la iglesia pero se comunica con ésta por un corredor con arcos.

La iglesia ocupa el sitio de la antigua enramada; la fachada es cuadrada, desentonando un poco la posterior adición, en el remate, de tres torretas redondas, con tres cuerpos la central y dos las laterales. El conjunto se construyó sobre el basamento de un antiguo edificio maya, por lo que se asciende por una ancha escalera de piedra.

Calkiní. En lo que fue amplio basamento de un templo maya se levantó en 1561 el hermoso convento cuya advocación es San Luis Obispo. El plan del conjunto señala un radical alejamiento de las normas, pues la capilla de indios se hizo con su frente al Sur y sirvió como elemento articular de todo el conjunto. Era de dos niveles, comunicados con el claustro; en su exterior, bajo un gran arco coronado por tres espadañas, había un altar en alto y tres debajo; seguía la gran enramada de 56 m de largo por 17 de ancho.

La primera parte (poniente) del convento se terminó en 1575, constando de un claustro de 13 m por lado (el más pequeño de Yucatán), con 10 piezas en la planta baja y varias más en la alta. La parte oriente, agregada en el siglo XVII, se compone de un patio, alrededor del cual, en una sola planta, se construyeron 20 piezas. La iglesia conventual se agregó entre 1590 y 1595, adosada al lado poniente de la capilla abierta. Finalmente, la iglesia parroquial fue construida entre 1700 y 1737 en lugar de la enramada. Esta iglesia tiene en el frente dos bases, una de ellas con torre y la otra no. El pórtico es barroco, con pilastras dóricas, y una gran concha con ventana como remate.

Tizimín. La misión fue fundada en 1563 por fray Lorenzo de Bienvenida. Para 1584 ya existía un convento con su claustro alto y bajo, la capilla de indios y la enramada sin paredes. En el ángulo suroeste del convento se erigió un torreón con enorme espadaña.

Más tarde la enramada fue sustituida por una nave de enclenques paredes y techo de guano. El convento fue traspasado al clero secular en 1680, y no fue sino hasta 1746 cuando por los esfuerzos del cura Pedro Pablo de Soussa y Navarrete, se comenzó la construcción de la iglesia parroquial, un poco al sur de la antigua nave mencionada, que fue demolida, y dejando una calle entre este nuevo templo y el convento. Se sabe que en 1754 la obra estaba muy adelantada y que en 1760 fue dedicada a los Tres Santos Reyes. En realidad quedó inconclusa, pues no tiene las torres, pero sí los bastiones de base, lo cual, unido a los muros almenados, le da aspecto de fortaleza.

En la fachada hay medallones del sol, la luna y la estrella de Belén y debajo de cada uno un nicho. En alguna época en estos nichos estuvieron las imágenes de los Tres Reyes.

Dzidzantún. Por su gran población indígena y su estratégica ubicación fue escogida esta localidad para construir en ella un convento. En 1553 la misión fue fundada por fray Lorenzo de Bienvenida; en 1561 se reportaba que el convento no se había comenzado y un informe de 1563 señalaba que los misioneros aún vivían en chozas de paja. A partir de entonces la construcción fue rápida, pues la iglesia se dedicó en 1567 a Santa Clara de Asís; en 1579 los encomenderos decían estar fundando un majestuoso monasterio del Señor San Francisco, el mayor de toda la provincia. Desde el atrio, se entra al convento cruzando un portal con arcadas de medio punto, rematadas con almenas, y después al claustro de dos pisos, con crujías abovedadas. La iglesia es una de las más grandes estructuras de Yucatán, con una sola nave muy alargada (72 m), con altura considerable y originalmente muy oscura, que termina en un ábside poligonal; no tiene torres y los muros laterales y del fondo están coronados por un pretil almenado, convirtiéndose así el conjunto en una formidable fortaleza. A pesar de esto, cabe apuntar que en 1652 el convento y la iglesia fueron saqueados por piratas provenientes de la costa y que además arrasaron la población.

Más tarde se presentaron problemas causados por el tamaño del edificio; la falta de integración entre la pared del Sur y sus cimientos obligó a reforzar la bóveda del ábside con un enorme muro y posteriormente con una gruesa columna, lo cual provocó el desplazamiento del altar hacia adelante. Esa pared del Sur fue reforzada mediante la adición de un metro más a su grosor, aunque sin un apreciable fortalecimiento de sus soportes. A lo largo de los años fueron acentuándose las resquebrajaduras hasta que una madrugada, en 1909, se desplomó la bóveda de la nave, desde el acceso hasta el arco del presbiterio. En 1915 la Presidencia Municipal obtuvo permiso para dinamitar lo que quedaba; se perdió parte de la fachada (del coro hacia arriba), el campanario y el pretil que delimitaba el atrio, por lo que el pueblo se opuso a que siguiera esa acción destructiva.

En 1980 se iniciaron los trabajos de restauración de algunas áreas del convento y de la nave principal del templo, a base de trabes precoladas de concreto, solución muy pobre dada la importancia del templo. Se conserva aún la puerta, con arco de medio punto, encuadrada por pilastras y entablamento de cantería labrada, así como un friso bellamente ornamentado con las estatuas de San Pedro y San Pablo, que fueron rescatadas de los escombros y vueltas a poner en su lugar. El coro descansa sobre bóveda de cañón, arriba de la puerta principal; debajo de él se encontraba la pila bautismal, cuyos restos están en la pequeña capilla habilitada en el ex convento; los sófitos de las ventanas contienen decorados poco comunes; en el muro norte del presbiterio existe una puerta con marco y frontón de piedra labrada que comunica con un pasillo y con la sacristía original. No se sabe dónde se ubicó la capilla abierta; es posible que estuviese en una estructura separada, al sur de la iglesia.

Motul. Con el nombre de San Juan Bautista fue fundada en 1567 la casa franciscana, siendo el guardián fray Hernando de Guevara quien inició la construcción alrededor de 1572; en 1584 el convento ya estaba terminado y se proseguía con la iglesia, aunque ya estaba funcionando la capilla abierta, adosada al lado sur, frente al atrio. Entre 1640 y 1648 el guardián fray Diego de Cervantes levantó las murallas de la iglesia, cubrió la capilla mayor y el cuerpo de la iglesia.

En la parte sureste del edificio se ubica un pequeño atrio, que permite el acceso al primer convento y a una puerta lateral de la actual iglesia; el cementerio se perdió por completo y, en la parte norte, está lo que se conserva de la huerta y de un destechado portal. El templo se terminó en 1651; es de nave alargada, cubierta con bóveda de cañón corrido sobre una cornisa de cantería de poco vuelo y molduras sencillas. Fue la primera iglesia con camino de ronda. Al fondo, y separado de la nave con un arco de cantería de medio punto sobre columnas estriadas, se encuentra el presbiterio en forma de ábside: la primera sección techada con cúpula de media naranja, y el fondo con bóveda; al norte del presbiterio están las piezas que forman parte del sagrario, la sacristía y la antesacristía; a la entrada, el coro descansa sobre bóveda de cañón y, debajo de éste y en el muro sur, se encuentra el baptisterio en una pieza de lo que fue la capilla de indios (hoy tapiada) y cuya pila es de piedra labrada. La nave tiene dos puertas laterales: la del Sur, que da a un pequeño atrio, a la capilla de la Soledad y a la calle, y la del Norte que comunicaba al convento y hoy está tapiada.

La fachada del templo se forma con una portada cuyo acceso está integrado por un arco de medio punto y dos pares de columnas estriadas, con pedestal, que sostienen un frontón con un nicho; apoyada en el frontón está la ventana del coro, con un marco muy sencillo; sobre el alto muro de la fachada figura un pequeño cornisuelo que se quiebra al centro, formando otro frontón con multitud de remates de diversas formas; y en las partes bajas, a cada lado, se levantan las barrocas torres campanarios, de dos cuerpos cada una y rematadas con una pequeña pirámide escalonada; sobre los muros laterales corre un pretil almenado: destacan dos contrafuertes de mampostería y dos posteriores de concreto. La parte norte del ex convento es un claustro de dos pisos, pequeño, con techos de bóveda en todas sus piezas, menos en una que tiene rollizos; hacia la calle tiene un portal con cinco arcos de medio punto y en el extremo norte, en saliente, una especie de posa.

Ichmul. La misión franciscana se estableció en 1570. Alrededor de una gran plaza rectangular, con pozo en el centro, se construyó primero una capilla abierta con enramada y aparte un pequeño convento de dos pisos. Estos edificios fueron mencionados por fray Alonso Ponce en 1588. Ésta, en 1603, fue una de las primeras misiones entregadas al clero secular.

Poco después se construyó lo que sería la iglesia del poblado, con severa fachada rematada en frontón curvo.

Después de un incendio, en 1645, el Cristo de Ichmul, Cristo de las Ampollas, que resistió a las llamas, fue trasladado a la Catedral de Mérida. Al final del siglo XVII, en el mismo sitio que ocupó la antigua capilla de indios, se levantó otro edificio, bajo pero excepcionalmente ancho, con la rara característica de tener en el frente tres puertas de acceso. La fachada es sencilla pero original; el acceso, bajo tres arcos de medio punto, más alto el central, trabajados en piedra y decorados con capialzados en forma de concha, que dan más fuerza a los sobrios muros; sobre ellos, las tres ventanas del coro; en los costados, torretas de un solo cuerpo con vanos por los cuatro costados, teniendo en su parte superior cúpulas en forma de coronas rematadas con linternilla y cruz. Entre las torres, una fantástica cresta barroca con los cuernos de la luna agujereados por estrellas, símbolos de la Virgen de la Inmaculada Concepción ya que siempre se le representa encima de una luna creciente, y que también está presente en el medallón del centro del parapeto teniendo como remate una cruz de piedra estilo siglo XVI. Esto constituye un valioso tesoro artístico, único en Yucatán.

La otra iglesia, la del incendio, había quedado abandonada, pero en 1760 comenzó a ser reconstruida y aunque no se terminaron las obras, en 1802 se le agregó una portada de franco estilo romano, que contrasta con la fachada de tosca piedra sin labrar, rematada por un simple frontón curvo. Es de planta casi cuadrada, techada con bóveda de cañón corrido y soportada por cuatro arcos. Alojados en sus anchos muros laterales y cubiertos con bóveda de cañón, se localizan tres pequeños oratorios por lado; en uno de ellos y con doble bóveda, se encuentra la pila bautismal. Este templo es conocido como iglesia de Los Tres Reyes. En el extremo norte de la plaza hay una tercera estructura, posiblemente del siglo XVII, consistente en dos naves colocadas en ángulo recto; una tiene un santuario en su extremo oriente y la otra una fachada morisca que mira hacia el Sur, rematada por una pequeña espadaña decorada con vanos en forma de estrella. El ex convento está totalmente derruido.

Tekantó. La fundación es del año 1576, siendo su inicio, como en otros casos, muy modesto. La capilla abierta, que se construyó primero, quedó separada del cuerpo del convento.

El conjunto de éste y la iglesia se fue construyendo lentamente, pues esta última se terminó hacia 1688.

Tekax. En 1576 comenzaron las actividades de los misioneros y aún no disponían de construcción alguna cuando en 1588 fueron visitados por fray Alonso Ponce. Después empezaron a edificar, terminando en 1609, año en que la iglesia fue dedicada a San Juan Bautista.

El convento parece que se terminó posteriormente (1630), siendo de dos plantas el claustro y conforme a los modelos acostumbrados. La fachada de la iglesia es interesante, en primer lugar, por la composición del coronamiento: el muro, desprovisto por completo de molduras, va escalonándose hasta terminar en frontón curvo, teniendo a los lados pequeñas espadañas y completan la silueta una pequeña cruz y originales remates en las esquinas; en segundo lugar, por el pórtico y la ventana del coro, rematada por el escudo franciscano, que ocupan la parte baja en una triple reproducción de la silueta de la parte superior, completada por medallones en las esquinas. Al oriente de la ciudad, sobre un cerro, hay otra construcción del siglo XVII llamada ermita de San Diego; su severo estilo en bloque, sus líneas rígidas y sus muros altos con almenas hacen que parezca más un edificio militar que religioso; se llega por una antigua escalera de piedra en zigzag.

Oxkutzcab. El convento de San Francisco de Asís es de los más antiguos y su erección data de 1581; la iglesia se terminó a fines del siglo XVII y las ampliaciones al convento y a la capilla de La Soledad son de principios del XVIII; el techo, soportado con rollizos, se fue deteriorando hasta quedar en completa ruina; en 1903 se techó con vigueta de fierro. El templo es rectangular, dividido en tres naves y longitudinalmente en nueve tramos; los techos son planos en las naves laterales y en arco rebajado en la central, con viguetas de fierro apoyadas en arcos torales intermedios; los pilares de piedra labrada son octagonales con bases cuadradas; en el primer tramo se encuentra el coro, apoyado en los dos primeros pilares y sobre bóveda de cañón; en el mismo tramo, en la nave lateral y debajo del coro, está el baptisterio.

La fachada principal es lisa y destacan en ella la sencilla y hermosa portada, las espadañas con tres arcos para campanas y un frontón de medio punto con remates; en la clave del arco del portal se encuentra el escudo franciscano con las cinco llagas y, en el frontón, otro con los brazos cruzados y la cruz; completan la portada, la ventana de medio punto, achaparrada, del coro y, sobre ésta, en una pequeña cornisa, dos remates, dos leones coronados con una cruz entre ellos y, junto a los remates, las figuras del sol y de la luna; en el frontón que liga a las espadañas está un nicho con la escultura de San Francisco. La construcción del ex convento está derruida en su mayor parte y algunas piezas se han acondicionado para habitaciones, oficinas y trabajo pastoral. La capilla de La Soledad, al poniente del antiguo cementerio, es de fachada sencilla, con arco de medio punto y rematada con espadaña de dos cuerpos. El ex cementerio tiene la peculiaridad de que su puerta está rematada por un arco de los llamados isabelinos y otro del mismo estilo en su interior, lo que le da un aspecto singular.

Mama. En una fecha no precisa del siglo XVI se erigió la misión, dedicada a la Asunción de Nuestra Señora, construyéndose un convento cuyo tamaño y disposición revelan su gran importancia. Tiene acceso directo desde el atrio y desde la calle por una escalera de piedra, ya que está en alto. El claustro es de una planta, rodeado de corredores con arquerías, amplias piezas y todas las dependencias necesarias; en lo que queda de la mutilada huerta están las ruinas de una gran noria con cúpula de media naranja. Sobre los muros del patio central, inutilizados por descuido y por el paso del tiempo, quedan los restos de cuatro relojes de sol. En el lado norte está su portal, donde han aparecido vestigios de pinturas murales. En el lado poniente estuvo primero la capilla abierta, que a fines del siglo XVII fue sustituida por la iglesia, cuya fachada fue modificada en el siglo XVIII.

El templo es de un solo cuerpo, con techo de bóveda de cañón; a la derecha de la entrada, en el muro sur, se encuentra el baptisterio, con una grande y hermosa piedra labrada de una sola pieza, con techo de bóveda; en el lado opuesto está el acceso a la escalera de caracol que conduce al coro, al paso conocido como gallina ciega y al techo de la iglesia; el coro se encuentra en el primer entreje de la nave, soportado por un gran arco de mampostería; de los gruesos muros salen cinco capillas por lado, de las cuales sólo siete tienen altares y pequeños retablos; al fondo está el presbiterio, con techo de bóveda de cañón, pero más bajo que el de la nave; y a la sacristía se tiene acceso por dos puertas a los costados del altar mayor.

La fachada es lisa y casi cuadrada; la portada está hermosamente trabajada: el acceso y la ventana del coro se integran en un solo decorado donde aparecen diseños de follaje y figuras abstractas; a ambos lados de la cornisa hay dos leones, las figuras del sol y de la luna y tres nichos, con la Virgen de la Asunción en el superior. La fachada está rematada con almenas y una majestuosa espadaña de tres cuerpos; cada uno de sus niveles tiene vanos trifoliados para las campanas y gruesos pináculos en los extremos de nivel, que también rematan las altas torrecillas laterales de la fachada. El atrio se delimita por un pequeño pretil con cruces en las posas.

Mérida

Monjas. Única en toda la Península es la torre de la iglesia de Monjas: se trata de un imponente mirador construido en 1648 sobre el presbiterio y lo forman tres pasillos bajos y estrechos con arquerías. La influencia medieval es notable en esta construcción. El monasterio de las monjas concepcionistas fue inaugurado en 1596. Adjunta al convento, entre 1610 y 1633, se construyó la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, de una nave, orientada Este-Oeste, pero como el extremo poniente quedaba adosado al convento y no permitiéndose que el frente mirase al Oriente, se resolvió poniendo el altar en ese extremo oriente, sirviendo la puerta del lado sur como única entrada. Los muros tienen grandes contrafuertes para soportar la torre. El convento tenía un patio con arquerías; una elegante escalera daba acceso a las habitaciones superiores.

Otras iglesias. Se mencionarán primero las más antiguas de Mérida y después algunas importantes, por detalles arquitectónicos, del interior del estado.

San Juan de Dios. Erigida en 1562 como capilla del Hospital de Nuestra Señora del Rosario, funcionó como templo principal de la ciudad mientras se construía la Catedral. Su pórtico es de sobrio estilo plateresco; la portada lateral tiene un arco de medio punto, en la que el motivo principal está formado por el característico cordón franciscano rodeando la arquivolta y sobre el arco un nicho; en esta portada parecen mezclarse los estilos románico y plateresco. El techo es de viguetillas muy poco separadas con zapatas de madera en las cabezas.

Santa Lucía. Fue obra del encomendero Pedro García, que la costeó de su propio peculio en el año 1575. Era considerada capilla o iglesia menor. Su amplio atrio sirvió de cementerio todo el tiempo de la Colonia. El remate del pórtico es una espadaña aperaltada.

Tercera Orden. También conocida como iglesia de El Jesús, tiene bellas y armoniosas proporciones, así como una de las cúpulas más hermosas. Su construcción (1618) estuvo a cargo de los sacerdotes de la Compañía de Jesús, que estuvieron allí hasta 1767, en que pasó a los franciscanos. La portada principal está compuesta por dos columnas con basamento, capitel y entablamiento corintios, con remates de forma original y profusión de motivos ornamentales. El convento era extenso, con claustro de doble planta, varios salones y capillas anexas al oriente de la iglesia, todo unido con corredores de arquerías.

La Mejorada. Este conjunto comprendía iglesia y extenso convento. El promotor de esta obra fue Diego García Montalvo, y se inició en el año de 1621. La construcción de la iglesia duró tres años, pues se terminó en 1624, con el nombre de El Tránsito de Nuestra Señora. En el mismo período, sólo se habían hecho varias estancias del futuro convento. La iglesia tiene la planta en cruz latina con una ancha nave, someras ramas y una gran cúpula en el crucero, sostenida por un alto tambor y coronada por una elegante linternilla flanqueada por columnas espirales. La portada está formada por dos columnas estriadas, algo alargadas, con la particularidad de que las estrías son en espiral; el remate es un frontón aperaltado con un nicho y escultura en el tímpano, y otra sobre las columnas. Tal pórtico es de los más típicos por su estilo plateresco sencillo. Poco después, aún sin terminar, se dio por inaugurado el convento, que alojó cinco frailes. Los trabajos se dificultaban por la oposición de los superiores franciscanos, pero por los esfuerzos del guardián fray Pedro Navarro se terminó en 1640. El convento era grande, con la disposición común, y posteriormente, en 1745, se amplió al adquirirse los terrenos situados al oriente de la iglesia.

Santiago. Al poniente de la ciudad, el barrio de Santiago estaba destinado a los indígenas mayas. La iglesia data de 1637 y se terminó en 1679. Se caracteriza por no tener torres sino únicamente espadaña de tres cuerpos.

El frente, de un solo plano, es común en muchas iglesias de los pueblos, pero lo interesante es que tiene estatuas de San Sebastián y del apóstol Santiago el Menor, una en cada cuerpo que flanquea la entrada. El interior está constituido por tres amplias naves.

Santa Isabel. Al suroeste de la ciudad, a la vera del camino a Campeche y sobre un montículo se erigió a principios del siglo XVII esta pequeña iglesia conocida también como ermita del Buen Viaje. La hacen atractiva las escalinatas que conducen a su amplio atrio y su sencilla fachada, que incluye dos pequeñas torres y una espadaña aperaltada con una cruz en el vértice.

Itzimná. En 1710 se construyó esta iglesia menor en lo que era un pueblito cercano a la ciudad. La fachada está rematada por una alta espadaña triangular.

Santa Ana. En 1729 el gobernador Antonio de Figueroa y Silva mandó levantar esta iglesia sobre un basamento o cerro situado al norte de la ciudad, que se terminó cuatro años después, aunque en la puerta principal aparece el año 1730. Tiene el diseño de las iglesias menores de la época; le dan especial aspecto a la fachada los dos grandes nichos sobre el pórtico y sus torres de un solo cuerpo con largos remates piramidales.

San Juan. A tres cuadras al sur de la Plaza Grande se encuentra esta iglesia, terminada en 1770. La sacristía, que tiene un hermoso pórtico de bellos arcos, es famosa porque allí se reunía el grupo que se llamó de los sanjuanistas, precursores en Yucatán de la Independencia.

En el nicho que forman cada una de las portadas laterales está la entrada en arco de medio punto y, encima, otro muy rebajado, formado por una concha que sirve de apoyo a un frontón aperaltado; a los lados de la puerta y en el frontón se ven adornos sencillos y remates esféricos.

San Cristóbal. Para que cumplieran el culto los indios naboríos mexicas que habitaban el pueblito (después barrio) de San Cristóbal, al oriente del cerro grande, se hizo una sencilla iglesia en 1550, junto al convento franciscano. En 1754, al disponerse que la parroquia de San Cristóbal pasara al clero secular y para evitar los inconvenientes de que su iglesia quedase dentro de la ciudadela militar, se construyó en medio del barrio una iglesia provisional de madera, mientras se construía la definitiva, que se terminó en 1796, con el título de Nuestra Señora de Guadalupe. Es una de las que tienen fachada y pórtico más hermoso, de estilo plateresco. Bajo sus dos típicas torres yucatecas luce en toda su belleza un arco de medio punto que, a manera de concha, sirve de remate a la puerta principal. La nave es amplia y tiene cúpula en el crucero. Esta es una de las pocas iglesias en que el camino de ronda la rodea por completo.

Interior del estado. Para facilitar su localización, la relación se hace por el orden alfabético de los nombres de las poblaciones.

Acanceh. El poblado está en medio de lo que fue un centro ceremonial maya, que conserva el Palacio de los Estucos y la impresionante Pirámide de las Máscaras, junto a la cual hay una capilla dedicada a la Virgen. La iglesia, situada sobre un montículo, es del siglo XVIII y tiene columnas jaspeadas en su pórtico y dos airosas torres.

Chemax. La iglesia posee una de las fachadas más elegantes de Yucatán. Construida hacia el año 1785, fue concebida en gran escala, con la última ornamentación barroca; su portada es churrigueresca, con elegante arco flanqueado por columnas gemelas, estípite, y con balaustrada, candelabros y urna en el tímpano; arriba, un balcón de piedra sirve de base a la ventana del coro, enmarcada por un dosel de bandas foliadas, conchas y dos medallones; el remate de la fachada es un parapeto en dos niveles con estrellas abiertas y figuras moldeadas, y que tiene en la cresta central la mitra episcopal; sus armoniosas torres son de tres cuerpos, cuyas esquinas son acentuadas por curiosos puntales. En las tardes, esta fachada luce refulgente debido a la piedra de tono dorado de que está hecha.

Cholul. Es una iglesia menor, levantada en lugar de la antigua capilla abierta; dos macizos cuerpos de torre sostienen los campanarios; la severa fachada es rematada por un frontón triangular y la hace atractiva la piedra de color rosa.

Dzemul. No se sabe exactamente por qué se construyó aquí, a finales del siglo XVII, tan monumental iglesia, con larga nave, dos altas torres y camarín de la Virgen. Las paredes son tan gruesas que admiten dos caminos de ronda a distintas alturas.

Espita. La iglesia, terminada alrededor de 1800, fue una de las dos últimas erigidas durante la Colonia. Los remates de las torres son pequeñas cúpulas con parapetos abiertos y arcos triunfales en miniatura; sus esquinas marcadas con puntales.

El pórtico y la ventana del coro están enmarcados por un gran arco sostenido por grandes pilastras y un arcángel encima del arco; hay nichos con arcos y bandas decoradas con leones y estrellas; el remate es un parapeto agujereado.

Halachó. La iglesia, del siglo XVIII, está dedicada a Santiago Matamoros, que tiene su camarín detrás del altar. La bóveda está sostenida por columnas dóricas que dividen el interior en tres naves. La fachada original era sencilla, rematada por frontón aperaltado, pero luego se agregó un gran arco con ondulaciones sobre la ventana del coro y una concha estilizada sobre la puerta. Las modestas torres tienen adosados unos grandes puntales que dan más amplitud a la fachada.

Hocabá. Esta iglesia de líneas muy severas fue construida en 1764, dedicada a San Francisco de Asís. Sus torres de tres cuerpos alargados tienen aspecto de alminares moriscos. Existió un pequeño convento en el lado noreste de la iglesia.

Maxcanú. Cuando fray Alonso Ponce visitó esta localidad, en 1588, se le pidió que enviara un fraile residente, lo cual se hizo en 1603, construyéndose entonces una capilla abierta con una torreta de tres espacios para las campanas y de remate un pequeño arco. La iglesia se edificó después, y aunque se dio por terminada en 1678, las puertas laterales están datadas el año 1708. La fachada barroca es aún posterior, así como el espléndido recinto del altar. La capilla de la Medalla Milagrosa se construyó en 1782.

La fachada es un modelo de simplicidad, con una portada clásica. El templo, dedicado a San Miguel Arcángel, es de un solo cuerpo y su bóveda de cañón se apoya en tres arcos y en una cornisa corrida de piedra labrada; el presbiterio se cubre con una cúpula de media naranja sin linternillas. En el marco sur del presbiterio se levanta una sencilla espadaña, donde están colocadas las campanas. (Cabe mencionar que la fachada principal queda alineada con el meridiano noventa grados longitud oeste, cuyo huso horario marca la hora de la mayor parte del territorio nacional).

En 1915 fueron demolidas partes del convento y del atrio, a fin de abrir una calle y acondicionar un campo deportivo.

Mocochá. Antigua «visita» de Conkal, fue erigida en guardianía, es decir, en convento por derecho propio, en 1609, bajo la advocación de la Asunción de Nuestra Señora. La nave de la iglesia, construida en lugar de una antigua enramada, está fechada el 23 de marzo de 1697. La portada principal presenta un tratamiento en estuco, en relieve, otrora al parecer policromado, surgiendo un arco triunfal que consta de una puerta principal flanqueada por dos puertas falsas de idéntico porte. Sobre una falsa cornisa se encuentran cuatro hornacinas, también falsas, flanqueando a la que corona la llave del arco de la puerta de ingreso.

Muna. La primera construcción, muy modesta, se hizo en el basamento de un templo maya; en 1609 se agregó un convento con claustro de una sola planta; en 1653 ya se había terminado parte de la inmensa iglesia. Sobre el coro hay una placa que indica el año 1691 y otra, en lo alto de la fachada, señala el año 1708. El claustro se construyó a fines del siglo XVII. El templo es de una sola nave dividida en siete tramos; sobre los arcos de medio punto descansan viguetas de fierro y terrado de mampostería como techo; el presbiterio está techado con bóveda de mampostería de cañón; el coro, sobre el primer tramo, descansa sobre un arco rebajado y bóveda; debajo de éste, y en el costado sur, está la pila bautismal. La fachada principal se remata en dos espadañas, cada una con tres cuerpos en triángulo y 10 espacios para campanas, y un frontón de formas caprichosas; en los costados se encuentran varios pesados contrafuertes. Al norte del presbiterio se localiza la capilla de La Soledad: una pieza con arco al centro y un portal al frente con dos arcos de medio punto sobre columna y pilastra muy sencilla. El convento está en ruinas.

Peto. En el siglo XVII se erigió allí una iglesia, cuya fachada fue modificada en el XVIII; tratando de hacerla grandiosa, resultó exagerada por su incoordinación. Asentado en pilastras dóricas, un gigantesco arco domina el centro, enfatizando su altura; sobre el pórtico, la ventana del coro sostiene un nicho con una escultura de la Virgen y el Niño, coronado por una gran placa hexagonal; estos elementos están rodeados de franjas con rosetones y otros adornos estilizados; la ventana del coro tiene un balconcillo curvo, de columnitas como candelabros, que adornan también las torres, además de unas pequeñas campanas que las rematan. Dentro de la nave, es de notar el santuario con su cúpula sostenida en una formidable torre adornada con coronas de piedra.

Sacalum. De principios del siglo XVII es esta iglesia fortaleza, dedicada a San Antonio y construida en la cima de una enorme roca en el centro de la población. Su maciza figura es realzada por los gruesos contrafuertes exteriores y las torretas medievales a los lados de la fachada, dando la impresión de una aislada ciudadela. Su interior es de tres naves.

Sotuta. Se instaló allí una capilla abierta de los franciscanos, que en 1581 fue entregada al clero secular. En el siglo XVII se construyó la gran iglesia con sus dos torres asentadas en bases muy bajas. Se le denominó de San Pedro y San Pablo.

Tabi. En esta población se construyó en 1588 una capilla abierta, sustituida en 1680 por una gran iglesia, dedicada a la Virgen de la Concepción. Su plan y estilo son los típicos del siglo XVII: una amplia nave con cruceros y gran cúpula y un elevado camarín detrás del altar. En el exterior lo más distintivo es el alto tambor que sostiene la cúpula, rematada por modesta linternilla y el par de espadañas al frente de la fachada sin adornos, siendo todo el conjunto de gran severidad.

Teabo. La erección del primitivo convento, pequeño y con su capilla de indios, fue en 1607; en 1664 se sustituyó la primera capilla por un templo de mayores dimensiones y se amplió el convento, obras que se terminaron en 1696; el templo y la llamada casa cural se reconstruyeron en 1893.

La planta del templo es de tres naves, formadas por dos series de esbeltas columnas de cantera, con base y capiteles sencillos, de donde parten los arcos que aportan las bóvedas de pañuelo que cubren las naves; el presbiterio se cubre con una bóveda de cañón; el coro se encuentra sobre bóveda vaída, sostenida por pequeñas pilastras y columnas adosadas al templo; sobre el muro norte, y después del acceso al coro, se encuentra el baptisterio, en una pequeña capilla formada entre dos contrafuertes y techada con bóveda, y cuya pila es pequeña y de piedra labrada; la sacristía, al sur del presbiterio, ocupa una amplia pieza dividida en dos espacios por un arco y decorada por una cenefa, al nivel de la cornisa, con diseños de follaje y otros abstractos, de fuerte sabor indígena. La fachada del templo es muy sencilla: muro completamente liso, un simple arco de medio punto como acceso y, más arriba, la ventana del coro; remata el muro una pequeña cornisa, los dos campanarios en forma de espadaña y un frontón con el escudo franciscano; los muros laterales, acompañados de sólidos contrafuertes, se coronan con un pretil y pequeños remates piramidales. Sobre el muro norte del presbiterio existe aún el campanario primitivo. El ex convento, en el lado norte del templo y ampliado a fines del siglo XVII, manifiesta la sencillez de las construcciones franciscanas. En la parte sureste del templo se encuentra la casa cural; al sur de ésta, lo que queda de la capilla; al Noreste, el ex cementerio, también destruido; y al Oriente, lo que queda de la invadida huerta con su noria y pozo.

Ticul. La construcción data de 1624, como lo atestigua una inscripción sobre la ventana del portal de la fachada. La planta del templo es de cruz latina, formada con una sola nave y dos capillas a manera de brazos, y sus cubiertas son de bóveda de cañón con arcos y cúpula semiesférica en el crucero. Al fondo está el presbiterio; el retablo actual es muy inferior al original, destruido; detrás se encuentran la sacristía, el antiguo osario y otra capilla con una terraza mirando hacia lo que fue el cementerio; la sacristía comunica a un portal con arquería de medio punto que da a un patio, donde se encuentra otro portal en alto que sirve de entrada al camarín, situado sobre el osario; éste y la capilla se cubren con bóvedas de cañón, y el camarín con una bóveda de pañuelo; sacado en su mayor parte del muro grueso del templo, en el costado sur, está el baptisterio, con una pila de piedra con inscripciones y figuras con influencia maya; enfrente está la escalera que conduce al coro, soportado por una bóveda de mampostería en arco rebajado; el interior es sumamente sencillo, con pilastras, arcos y pequeñas molduras que corren a lo largo de la nave.

La portada del templo la forman dos columnas gemelas a cada lado del arco de entrada, dos pequeños nichos y, sobre éstos, dos medios escudos franciscanos; rematan la fachada principal dos campanarios en forma de espadaña y un frontón curvo; y al fondo, sobre la construcción primitiva, el viejo campanario de dos cuerpos y altos y pesados muros.

Uayma. Santo Domingo. La iglesia y el convento datan de 1646. La capilla que se acondicionó para los servicios se construyó en 1891. El convento tiene dos portales uno de tres arcos y otro de ocho; las columnas son cuadradas. Cuenta con un zaguán, dos pasillos, ocho piezas, destechadas en su mayoría, terraza de arcadas y un patio central. La huerta fue fraccionada para viviendas. Al atrio se entraba por tres arcos; hasta hace varios años quedaba uno, imponente, de medio punto, con refuerzos campanoides a los lados, con remates en forma de pinos; ya tampoco existe. La iglesia está destechada; hay un promontorio donde existió el altar mayor; los nichos vacíos y restos de imágenes.

Umán. Se trata de una de las últimas fundaciones franciscanas, ya que fue establecida en 1576 y comenzó a tener residente en 1583. Tuvo capilla abierta, parte de la cual sobrevive en la capilla de San Pedro y San Pablo, a un costado de la iglesia, y quedan aún restos del convento y el claustro. La iglesia, de 1790, denominada de San Francisco de Asís, es de tipo compacto; se levanta con gran majestuosidad, como una fortaleza. La espaciosa nave se cubre con una bóveda sostenida por sencillos arcos y el presbiterio con una de las más grandes cúpulas existentes en Yucatán, asentada en alto tambor con seis ventanas. El presbiterio ocupa todo el crucero; al fondo, despegado de la pared, hay un gran crucifijo.

El coro es de bóveda sobre arco rebajado y se encuentra sobre la entrada principal; debajo de él, y entre los contrafuertes del muro sur, está el baptisterio. La sacristía se comunica con el templo principal, el atrio, la huerta y la pequeña capilla de San Pedro y San Pablo, la que, a su vez, se comunica con el atrio y con el ex convento. La fachada parece incompleta, pues no tiene torres ni espadaña; pero cuenta con un espléndido pórtico de inspiración gótica con un racimo de tres arcos apuntados, concéntricos, que van disminuyendo hacia el interior hasta terminar en uno de medio punto que constituye la entrada; encuadran este pórtico pilastras gemelas con entablamento, abarcando el conjunto todo el ancho de la fachada; el remate es un cuadro con nicho tipo Renacimiento.

Valladolid. San Servasio. En 1570 se terminó la primera iglesia; pero a principios del siglo XVIII fue derruida y se construyó el templo actual, con la particularidad de tener el frente hacia el Norte; durante la llamada Guerra de Castas se empleó el templo como refugio y baluarte de los sitiados; en 1915 grupos anticlericales destruyeron y saquearon el templo, y lo despojaron de altares e imágenes. El templo es de una sola nave y tiene un pequeño crucero; la cubierta es de bóveda de cañón, interrumpida en el crucero por una cúpula con linternilla sobre arcos torales; a la entrada de la iglesia y en lo alto, está el coro de madera, estrecho y desproporcionado para el tamaño de la parroquia; se tiene acceso a él por una escalera de caracol que también conduce a la azotea; cerca de la entrada, en el muro oriente, hay una pequeña capilla, cubierta con bóveda de cañón, y destinada al baptisterio. La fachada tiene chapa de piedra labrada y destaca la portada principal de dos cuerpos con pilastras platerescas y finos trabajos de cantería; sobre el segundo cuerpo está un escudo con arabescos, corona real, cordón franciscano, una pequeña águila y una palma que siempre figura en la construcciones de la Orden; las torres son de planta cuadrada, de tres cuerpos y remate sencillo; los muros laterales están rematados con pequeñas almenas; en el costado poniente el acceso tiene una portada con arco de medio punto con arquivolta labrada y, sobre la clave, figuras de San Pedro y San Pablo.

Yaxcabá. En la época prehispánica fue una gran ciudad de los Cocom. En el siglo XVI hubo una pequeña misión franciscana que luego pasó a la clerecía episcopal, que fue la que levantó esta soberbia iglesia, de clase diferente a cualquier otra en todo el país. Se terminó a principios del siglo XVIII y se dedicó a San Pedro.

La nave es de un solo cuerpo alargado, cubierta con bóveda de cañón corrido, apoyada sobre una cornisa que se inicia sobre el coro y termina en el arco de medio punto que divide el presbiterio y se apoya en dos columnas; el coro, sobre la puerta principal, descansa en una bóveda de arco rebajado; en el costado norte y dentro del muro está el baptisterio, con una pila de piedra muy sencilla; detrás del presbiterio están las ruinas del acceso al camarín y, debajo de éste, una bodega; hacia el Sur se encuentran algunas habitaciones de lo que queda del convento. La opulenta fachada presenta tres torres; contra lo convencional, la torre central, con sus tres cuerpos, es mucho más alta que las laterales, de un solo cuerpo. Esta alta torre es sostenida por dos contrafuertes, con remates a manera de tentáculos que apoyan en la propia torre; cada cuerpo está definido por curvadas balaustradas barrocas, con frisos grabados y adornadas en las esquinas con chapiteles; remata esta torre central con una baja cúpula, en tanto que las agujas cónicas de las laterales le dan aspecto de minaretes. En la base de la torre central está la entrada, con arco de medio punto, flanqueada por bulbosas columnas, rematadas por capiteles redondos, y un frontón rectangular con tallados geométricos, enmarcado por cornisas; sobre éstas, figura la ventana del coro. El atrio está delimitado por un pequeño muro de mampostería, y hay en las esquinas norte y sur dos pequeños garitones. En el extremo noreste están las ruinas del cementerio (que aún tiene el muro que lo limita) y, al fondo, las ruinas de la capilla; en el extremo norte, sobre una estructura maya, se encuentra una pequeña capilla.

Moderna. Después de la Independencia, el suceso más trascendente en la Península fue la llamada Guerra de Castas que estalló en 1847 con tal violencia que muchas poblaciones fueron arrasadas y gran número de construcciones sufrieron daños intensos; la gente huyó para refugiarse en Mérida, que quedó a salvo. Años después comenzaron a volver, no todos, a sus antiguos hogares y a tratar de reconstruir lo dañado, que tampoco fue todo, abandonando lo que no pudo rescatarse. La penuria imperante y la inestabilidad política detuvo los planes de nuevas construcciones en todo el estado, disminuido geográficamente al crearse el estado de Campeche en 1858.

A fines de ese siglo comenzó el auge henequenero que se reflejó en obras de modernización de edificios antiguos y construcción de nuevos en la capital. Lamentablemente, a lo largo de estos dos siglos (XIX y XX) se han perdido muchas valiosas obras; tal es el caso de las murallas de la ciudad de Campeche, que en una gran parte fueron derribadas a fines del siglo pasado y en Mérida, la Ciudadela y demás construcciones en el cerro, que junto con él fueron totalmente demolidos en los años 60. Por fortuna, ha habido programas recientes para rescatar obras de valor arquitectónico, como iglesias y conventos.

Por lo que se refiere a Mérida, en un rápido recorrido por sus plazas y calles, éstas y sus edificios hablan de la historia social, económica y política de un pueblo. Es posible, hasta la primera mitad de los años 60, seguir claramente la historia de Mérida en su etapa colonial ya descrita; en la del auge del henequén y la influencia francesa de fines del siglo XIX y principios del XX en el Paseo de Montejo y sus residencias, tales como el Palacio Cantón: ubicado en el Paseo de Montejo, se terminó a principios de este siglo; es del más puro estilo francés representativo de la belle èpoque, de dos plantas y buhardilla, con amplios salones, majestuosas arcadas, columnas y escalinatas de mármol; fue propiedad de Francisco Cantón y actualmente aloja el Museo Regional de Antropología; Casas Cámara, Casa Peón de Regil, etcétera; la época de la aparición de los neos, como el Neoclásico con la Casa Palomeque, Casa Salazar, ex local de La Unión, El siglo XIX y aledañas a éste, etcétera; y el Neomaya, con la Casa del Pueblo, Pórtico del Cementerio, Casa Peón, Parque de las Américas, Diario de Yucatán y Diario del Sureste, Casa del arquitecto Amábilis, etcétera; y finalmente los ejemplos urbanos y de arquitectura del movimiento funcionalista, como las casas de la avenida Colón y de la colonia García Ginerés.

Si bien existen muy buenos ejemplos de cada unos de estos períodos, la mayoría de las veces un mismo edificio reporta la sobreposición de épocas, tiempos, riquezas y pobrezas, como en el caso del antiguo Colegio de San Pedro y la actual Universidad Autónoma de Yucatán, o en lo que fue Palacio Episcopal y luego local del Ateneo Peninsular, o también incorporándolos, como en los casos del Hotel Holiday Inn, Quinta San Jacinto, Hotel Panamericana, CasaBolio, supermercado San Francisco de Asís y Quinta Iturralde. Pero aún en las sobreposiciones se cuidaban los símbolos, los elementos y los signos característicos de los espacios y los predios, lo que hoy nos permite reconocer la historia en las fachadas, estableciendo una tipología clara y una personalidad definida que mantiene una serie de elementos repetitivos como molduras, cornisas, jambas, dinteles, enrejados, carpintería, salientes y remates, entre otros.

Hoy nos toca vivir una época que se distingue por la rapidez y en la que los valores sociales y culturales están en constante cambio, favorecido por la velocidad de los medios de comunicación. De manera que como solución del diseñador o como planteamiento del usuario, están proliferando edificios nuevos de todo género con sus formas y colores, con sus espacios escenográficos que no respetan el contexto ni el entorno, con elementos, significados y símbolos ajenos a nuestro patrón cultural. El propio crecimiento urbano ha sido anárquico, sin plano regulador; el centro histórico no ha recibido la atención que merece; se abandona o elimina lo antiguo. En consecuencia, la ciudad es reflejo de ello; el orden urbano, el sentido humano del espacio exterior e interior dentro de un contexto muy particular, como el nuestro, se está perdiendo.

Habitacional. El término de la dominación española no influyó durante la mayor parte del siglo XIX en la habitación. Dados los pocos medios de comunicación, Yucatán estaba casi aislado y pasaron muchos años para que otras influencias se hicieran notar. El auge del henequén introdujo después el gusto por el estilo afrancesado, que predominó en la construcción de grandes residencias en las nuevas colonias y en la reconstrucción de algunas antiguas; los chalets, copiados de los que en otros países respondían a otros usos y costumbres, perdieron casi todas las características de la típica casa yucateca.

En las nuevas casas, de un estilo en muchas de ellas indefinido, los interiores, recargados de molduras y plafones, con suntuosos vestíbulos y galerías, se apartan del tipo característico. Las necesidades de la época actual, el aumento del valor de los terrenos, el empleo de materiales nuevos y la influencia estadounidense crean otros tipos. Los edificios crecen en altura (dos o más pisos) a la vez que se reducen los interiores, se sustituyen los hermosos corredores por pasillos y se cubren los patios; los alegres balcones y ventanas enrejadas ceden su lugar a pequeños huecos encristalados y la línea dominante en las fachadas es ahora vertical. Un hecho interesante es que hasta hace pocos años, la costumbre era que cada familia viviera en una casa, propia o alquilada, pero independiente de las vecinas; recientemente se han comenzado a construir casas de departamentos, de varios pisos. Por otra parte, muchas casonas y elegantes mansiones son ahora locales comerciales, oficinas o sede de instituciones, mediante modificaciones en el interior o en las fachadas; como ejemplos de esto están el Palacio Cantón, varias casas del Paseo de Montejo, entre ellas la Casa Peón de Regil. Dentro del rubro habitacional se puede considerar a los hoteles. El primero que puede mencionarse es el Gran Hotel, construido en 1901, según diseños del arquitecto italiano Pío Pacentini. Es de tres pisos, en esquina, frente al Parque Hidalgo, exterior sin adornos, interior con estilo francés, de escalinata majestuosa con barandal de hierro forjado, así como todos los amplios corredores que miran al patio central; techos y paredes con molduras y pinturas. Más modestos fueron los antiguos hoteles Itzá y Regis. El primero con líneas modernistas fue el Hotel Mérida, que ahora con sus 10 pisos, es uno de los edificios más altos de la ciudad.

Por otro lado, existen modelos que se apartan de la clásica casa española-yucateca y que pertenecen a otras influencias.

Casa Morisca. Construida a principios del siglo, es de estilo mudéjar tanto en su exterior como en su interior; ventanas con arcos enmarcados, sala central de convergencia de cuartos y corredores interiores con arcadas y finas columnas; tragaluces, molduras, alternancia de relieves en los muros, pequeños patios interiores, etcétera, crean todo un ambiente arabesco en esta gran casa, que resistió el mal trato de cuando fue por varios años casa habitación y ahora ha sido remozada.

Casas Cámara Ubicadas en el Paseo de Montejo, fueron construidas en 1905, de dos pisos, un poco en alto, con sótano, escalinatas y pisos de mármol, con corredores interiores en la planta alta que miran a un gran salón de la planta baja que da acceso a varias salas; este salón tiene una gran bóveda emplomada y cristales con dibujos; las columnas son de granito en una sola pieza; conserva plafones, molduras y estucados originales, así como todo el mobiliario francés, en perfecta armonía con el edificio.

Los Almendros. De franco estilo neoclásico, pórtico con tres grandes arcos de medio punto, majestuosa escalinata, terraza interior cubierta con fuente y espejo de agua, rodeada de corredores.

La Unión. Fue residencia privada de Gregorio Cantón, quien modificó un antiguo edificio situado frente al parque Hidalgo; la puerta está flanqueada por parejas de columnas dóricas; sigue una terraza y al fondo la escalera principal que se divide para dar acceso a la planta alta, con corredores de arquerías y salones a los lados. Fue después local de la Sociedad La Unión y por eso se le denomina así.

Edificios oficiales administrativos. A fines del siglo pasado y principios de éste hubo muchas construcciones oficiales, tales como el Palacio Federal: se construyó en 1908 en el centro comercial de la ciudad; es de dos pisos y buhardilla, de estilo francés; está ocupado por las oficinas de Correos y Telégrafos.

Penitenciaría Juárez. construida en 1895 al poniente de la ciudad, en lo que fue un pueblito llamado Santa Catalina y luego barrio; el edificio se remozó en 1906, cuando el entonces presidente del país, Porfirio Díaz, inauguró los dos edificios que estaban en sus costados, el Hospital O’Horán y el Asilo Ayala.

Casa del Pueblo. se construyó en la calle 65, entre 50 y 48, y fue inaugurada el 1 de mayo de 1928; es de dos plantas; las ventanas de la planta alta tienen la forma del falso arco maya.

Estación Central del Ferrocarril. Localizada al oriente de la ciudad; su construcción abarcó de 1913 a 1920; es de dos pisos, con una torre y reloj de cuatro carátulas, con largos andenes y almacenes a los lados.

Palacio de Gobierno. El mismo edificio colonial siguió sirviendo sin modificaciones hasta que fue demolido en 1878 y se comenzó la construcción de uno nuevo diseñado por Olegario G. Cantón con la colaboración de David Casares y Vicente Solís León.

Debido a penurias económicas, la obra se suspendió varias veces, por lo que no se inauguró sino hasta el 15 de septiembre de 1892, siendo gobernador el general Daniel Traconis. Dos estilos arquitectónicos se combinan en la fachada: el toscano en la planta baja y el dórico en la alta. Nueve arcos de medio punto y arriba ventanas en igual número con sus respectivos tragaluces, de las que tres forman el balcón de honor central con barandilla corrida, y tres pares independientes a cada lado, forman la decoración de la fachada principal.

En 1960 el presidente del país, Adolfo López Mateos, obsequió una réplica de la campana de Dolores que fue empotrada sobre la ventana central, lo cual cerró el tragaluz e interrumpió la cenefa de la cornisa superior, que tiene como remate un frontón quebrado por un enorme medallón con el escudo nacional que se usaba en 1892.

Palacio Municipal. En 1859 se añadió una torre en la parte posterior y se hizo la balaustrada del corredor superior, quedando con rejas el inferior; en 1871 se colocó un reloj en el frontón que remataba la fachada; en 1901 se amplió el salón de Cabildo (que es el actual). En 1928, siendo presidente municipal José María Medina Ayora, se hicieron importantes obras, como la demolición de la antigua torre y construcción de una más alta donde se colocó un reloj de cuatro carátulas; se reformó la fachada, eliminando la cornisa, el frontón y los chapiteles de adorno, y se puso un paramento con una serie de frontones triangulares y uno más grande en la parte media. En 1949 se adosó a su entrada principal un viejo pórtico colonial rescatado de la demolición del edificio en que estaba, lo que le dio mayor belleza y dignidad.

Edificio de Sanidad. Así se le conoce popularmente porque fue construido para el Departamento de Sanidad del estado en 1912. Es de dos pisos, de estilo arquitectónico francés, con ventanas enmarcadas y con balconcillo las del alto, siendo más amplia la central de la fachada, encima de la cual está el discreto frontón de remate.

Planteles educativos. De lo heredado de la época colonial ya se mencionó que el antiguo Colegio de San Javier se arruinó y fue demolido en 1900. Lo que fue el Colegio de San Pedro, con el tiempo se convirtió en el edificio de la Universidad de Yucatán. Los planteles educativos que se fueron creando en el siglo XIX funcionaban en antiguas casonas que se iban adaptando y remozando, según necesidades. Fue a principios de este siglo cuando se inició un programa de construcción de escuelas en los barrios de Mérida. En el interior del estado también se habían fundado muchas escuelas, pero en edificios habilitados; entre las primeras construcciones fuera de Mérida están Progreso (1905) y Motul (1907). El tipo general de escuela que se construía era de una planta, con seis aulas y un corredor que las unía, con una terraza o patio para juegos; sus fachadas eran adornadas con molduras diversas, columnas planas, frontones y tímpanos, etcétera, que las hacía atractivas. Las construcciones de 1925 a la fecha, fueron ya de líneas modernistas, de dos plantas como algunas instituciones educativas privadas tales como el Colegio Montejo, Colegio Peninsular Roger’s Hall, Instituto Cumbres, etcétera, así como varias facultades de la Universidad, escuelas secundarias, y muchas primarias oficiales.

Construcciones comerciales e industriales. Desde mediados del siglo XIX se hicieron construcciones para algunas industrias, tales como la fábrica de hilados y tejidos La Constancia, fábricas de velas, chocolate, hielo, etcétera; y en 1900 la Cervecería Yucateca inaugura su propio local. El comercio utilizó las edificaciones antiguas, demoliendo muchas o en el mejor de los casos cambiándoles las fachadas. Construcciones especiales fueron la casa comercial El Siglo XIX y la ferretería El Candado. Se consigna el dato interesante de que cuando se abrió la Calle Ancha del Bazar se ordenó que los edificios fueran de dos o más pisos, lo que se cumplió. Uno de los primeros edificios de franca línea cubista fue el de la Compañía de Seguros La Nacional; después proliferaron por todo el centro de la ciudad. En la periferia se han levantado los grandes galerones de las tiendas departamentales.

Recreativa. A través del tiempo han sido numerosos los edificios destinados para actividades recreativas y culturales. Así, se han construido teatros e instalaciones de índole deportiva como el Teatro Peón Contreras, Campo Deportivo Salvador Alvarado, Circo Teatro Yucateco, Plaza de Toros Mérida, Unidad Deportiva Kukulcán, etcétera.

Monumentos. Se han erigido muchos a diversos héroes, a personajes distinguidos tanto nacionales como estatales; entre otros, figuran los dedicados a Justo Sierra O’Reilly, al benemérito de las Américas Benito Juárez, al padre de la Independencia Miguel Hidalgo y Costilla, al benemérito del estado general Manuel Cepeda Peraza, al líder revolucionario y ex gobernador Felipe Carrillo Puerto, a la Madre, etcétera. El más importante, arquitectónicamente, es el Monumento a la Patria, único en todo el país y posiblemente sin par en el mundo, pues ninguna nación tiene compendiados en un solo monumento toda su historia y hechos importantes.

Calles y avenidas. Desde el punto de vista arquitectónico, hay que destacar el Paseo de Montejo, avenida de 30 m de ancho con camellón enmedio, glorietas con monumentos, anchas aceras y varios interesantes edificios de la belle époque, de los cuales unos han desaparecido o han sido remozados; a otros se les han agregado construcciones modernistas y algunos se conservan bien. Cabe mencionar el desaparecido Pasaje de la Revolución, construido en 1916 entre la Catedral y el antiguo Palacio Episcopal, al cual se le segregó el lado norte y se demolieron las capillas del Rosario y de San José, anexas a Catedral; en cada extremo un arco de medio punto, sostenía una cornisa con molduras y el remate; cubría al pasaje una bóveda de estructuras metálicas con grandes cristales, todo lo cual fue demolido en 1945.

Parques. Los más importantes son: parque El Centenario: construido en 1910, está en el extremo poniente de la calle 59, con una extensión de tres hectáreas; destacan sus bellos arcos de entrada. Parque de las Américas: conjunto construido en 1945 una importante área de la colonia García Ginerés; comprende una concha acústica, una fuente monumental, una biblioteca y jardines, todo con elementos arquitectónicos mayas y una estela dedicada a cada una de las naciones de América.

Plaza de la Independencia: en 1860 se hizo el primer jardín y el trazo de calzadas con arbustos; después hubo una pequeña fuente y enverjado; en 1870 se plantaron los laureles, se colocaron jarrones y bancas de fierro, y reja en toda la periferia; en 1884 se colocó en el centro una torre de fierro de 21 m de altura con cinco lámparas de petróleo; en 1888 se erigió el quiosco en el centro; en 1905 se quitó la reja y se pusieron más bancas y nuevos postes de alumbrado. En 1915 se quitó definitivamente el quiosco y se levantó una plataforma para las retretas y audiciones de la Banda de Música. En 1959 se le dotó de luz mercurial.

Santa Lucía. En 1804 el espacio frente a la ermita de Santa Lucía era un muladar y así siguió hasta 1871 en que se hizo el pequeño parque con fuente de mármol, enverjado, bancas de hierro y 20 faroles con sus elegantes postes para iluminación; poco después, en 1873, Antonio Cupull, de origen catalán, que vivía en el costado norte, construyó de su peculio los portales de ese lado y luego Miguel Quijano levantó los del lado poniente, donde estaba su casa. En 1877 fue remodelado el parque, y se eliminó la fuente para colocar un obelisco a la memoria de Sebastián Molas. Se le había dado primero el nombre de parque de los Héroes, que se cambió al de La Unión. En la base del obelisco, que estaba rodeado por una cadena, había placas alusivas a Molas y sus compañeros. La antigua verja se mantuvo hasta 1902; al piso del parque y de los corredores se les dotó de ladrillo inglés, se resembraron los prados y renovaron los arbustos y hasta la década de los 20 existió un enorme macetón de concreto cercano a las palmeras. En 1980 se agrandaron los costados norte y poniente al ser cegadas las calles que lo rodeaban; se dotó de piso de adoquines; y en el ángulo noroeste se levantó un basamento a modo de espacio escénico para las serenatas, que se iniciaron en el año de 1965.

Santa Ana. Dado que la iglesia se edificó sobre el camino del Norte (calle 60), se utilizó el espacio al Sur para iniciar las obras en abril de 1873, pero sólo se hicieron las paredes laterales del cuadro principal, que está en alto por ser antigua plataforma maya, y una gran parte de la calzada exterior cubierta de piedras labradas.

En 1880 la plaza se llamó Quintana Roo y se construyó el parque, según proyecto de David Casares; se aprovecharon los muros laterales del cuadro, se resanaron las partes destruidas y se dotó de puertas de fierro a la única entrada que miraba al lado sur del templo. En su centro se colocó, en 1901, un obelisco similar al de Santa Lucía, que permaneció hasta 1917 cuando se sustituyó por un monumento dedicado a Andrés Quintana Roo, con la curiosa circunstancia de que su efigie no correspondía a la real; en 1941 se le adosó un medallón con la efigie de Leona Vicario y una placa alusiva. Tomando en cuenta lo anterior, en 1972 se sustituyó busto y monumento por una estatua de cuerpo entero. Se hizo un completo remozamiento en 1983, pues se abrió un teatro al aire libre, se agregaron sardineles para subir al parque, se unieron las calles laterales al conjunto de la plaza, se orientó mejor la estatua de Quintana Roo y se pusieron nuevas luminarias.

Hidalgo. Es la antigua plazoleta de El Jesús, que estuvo vacía hasta 1871 cuando se le colocó una fuente de mármol italiano, flores y prados, árboles, calzadas, jarrones, postes, faroles, bancas y enverjado con puertas artísticas.

Fue calificado este conjunto como el sitio más bello de Mérida, por Alice Le Plongeon que lo conoció en 1873. Su nombre oficial, desde 1877, fue el de parque Hidalgo, por acuerdo del Ayuntamiento en homenaje a Miguel Hidalgo. Doce años más tarde, durante el gobierno de Carlos Peón, se sustituyó la fuente por la estatua del general Manuel Cepeda Peraza; como para instalar el monumento hubo necesidad de cortar los laureles, se plantaron luego almendros. El monumento consiste en un basamento en alto al cual se accede por cuatro escalinatas con balaustradas, todo de mármol, que se abren en abanico una en cada punto cardinal; el pedestal es de dos cuerpos, siendo más pequeño pero más alto el superior. En 1915 se le libró de la barda y en 1981 se le cambió el piso de hormigón por ladrillos vitrificados del pavimento que tuvieron las calles.

La Mejorada. El espacio frente a la iglesia de La Mejorada estuvo vacío. Se adjudicó en 1875 a la empresa del ferrocarril Mérida-Progreso, que construyó ahí la estación que perduró hasta 1920. Un año después fueron retiradas las vías y demolidos andenes y bodegas; la plaza fue sembrada de árboles, se colocaron «confidentes» y se levantó un círculo pavimentado en el centro para audiciones. Tres años después se colocaron grandes arbotantes de fierro en sus ángulos esquineros para el alumbrado eléctrico. La remodeló Rafael Gasque, dotándola de laureles y de pavimento en 1925. Nuevamente fue remozada en 1946 y se impuso el busto y el nombre de Felipe Carrillo Puerto, honrándose también a los ferrocarrileros Fortino Torres, Julio Acosta, Gregorio Misset y Claudio Sacramento, según señalaba la placa conmemorativa. En 1970 desapareció lo anterior, y fue sustituido por un monumento a los Niños Héroes, con sus estatuas en actitud de alerta, coronados por la bizarra Águila de Anáhuac en majestuoso vuelo.

Haciendas. La hacienda henequenera tiene un casco o núcleo central con dos componentes: la casa principal y la casa de máquinas. En la casa principal estaba la residencia del propietario, la del administrador, las oficinas, bodegas, talleres, etcétera, según tamaño y disposición; si la casa era de dos pisos, en la planta baja estaban las instalaciones auxiliares y toda la alta se reservaba para habitación. Aunque no vivían ahí todo el tiempo, algunos hacendados llevaban a su familia a pasar parte de la temporada de verano. Generalmente tenían espaciosa sala, tres o más recámaras, comedor amplio, cocina y demás; las paredes de gruesa mampostería, techos altos de rollizos, pisos de baldosa o ladrillo. Siempre tienen un portal delantero o majestuoso corredor con arcos de medio punto y escalinatas de acceso con barandales. La casa de máquinas siempre está aparte; es un extenso galerón de mampostería y techo de lámina donde están la máquina raspadora y la caldera. En las haciendas grandes hay una capilla a veces no tan pequeña, de diversos estilos; en varias hay arcos de entrada, siendo frecuentes los de estilo mudéjar.

Palacios municipales. Lo que tienen todos como común distintivo es el corredor al frente, con arquería generalmente a base de arcos de medio punto y columnas redondas; el único sin corredor es el de Halachó; el portal más pequeño es el de Telchac Puerto, con dos espacios adintelados interiores y columna enmedio, flanqueado por el edificio. La mayoría tiene entre cinco y siete arcos, pero hay 17 que tienen 10 o más, de los cuales se mencionará a Dzan con 14, Temax con 15, Yaxcabá con 16, Peto con 17 y el más largo que es el de Oxkutzcab con 28 arcos. El Palacio Municipal de Izamal tiene un corredor al frente y dos laterales. Otra excepción es el de Tixcacalcupul, pues simplemente se adosó a la fachada primitiva un techo corrido pero no de mampostería, formando así un portal abierto.

Fuera de la generalidad de arcos de medio punto, están los de estilo mudéjar (Dzidzantún, Río Lagartos, Tahmek y Yaxkukul) y los ojivados (Sinanché, Tekax, Ucú y Yobaín). El de Tekit se distingue por tener arcos desiguales en amplitud y altura en sus dos plantas. Otra característica casi general es la de poseer reloj, que muchas veces tiene la carátula alojada en el frontón o se encuentra en una torre, sobre todo cuando son relojes de cuatro carátulas; de estas torres, es singular la de Telchac Pueblo pues el primer cuerpo tiene estrechos y altos arcos y la de Yobaín, que está encima de una pieza en alto con pequeño portal de dos claros. Solamente hay 11 edificios municipales de dos pisos: Acanceh, Dzilam González, Hoctún, Izamal, Kanasín, Motul, Progreso, Tecoh, Tekit, Tixkokob y Valladolid; todos los demás son de una planta. Muchos de los edificios son del siglo pasado, y tal vez el de Dzidzantún es de los más antiguos, pues parece ser del año 1787: se aprovechó una construcción que habría desempeñado otras funciones; esto pudo haber ocurrido en algún otro caso, pero no hay suficientes datos. Algunos parecen ser de principios del siglo XIX, como los de Seyé, Tecoh y Tekit. Posiblemente también se hubiese demolido en alguna ocasión el edificio antiguo para construir otro nuevo, o remodelar dando aspecto moderno. Los que presentan líneas modernistas son 16: Acanceh, Celestún, Dzilam González, Hoctún, Hunucmá, Kanasín, Kaua, Mama, Muxupip, Opichén, Samahil, Sucilá, Teabo, Tekal de Venegas, Telchac Pueblo y Teya.