Alameda

Alameda  Mérida Fue construida a fines del siglo XVIII, aprovechándose un tramo de lo que era el Paseo de Merino, abierto a mediados de ese siglo para circunvalar el cerro donde se encontraban la ciudadela, el convento de San Francisco y dos iglesias. El tramo aprovechado fue el situado al norte del cerro, en lo que ahora es la calle 65 entre 56 y 54; en esa época de ahí partía el Camino Real a Izamal y tenía su casa Juan de Quijano quien de su peculio mandó levantar en 1760 un arco de piedra en ese sitio. Parece que no había más casas en dicha cuadra. La lápida conmemorativa de las construcciones, que se encuentra empotrada en una de ellas, a la letra dice: «Esta alameda, cuarteles, faroles y casa para custodiar los utensilios de iluminación, se deben al esmero que puso el Sr. D. Lucas de Gálvez, gobernador y capitán general de esta provincia, en adornar esta capital sobre el gusto. Se comenzó a fabricar en 1789 y se concluyó en 1790». Los cuarteles a que se refiere la placa fueron dos sólidos edificios levantados en el lado norte, que alojaron al batallón de milicias uno y a la compañía de infantería de Castilla el otro. Según lo describe Jerónimo del Castillo Lenard, tenía 175 varas de longitud y a lo ancho estaba dividida en tres calles: una central para los transeúntes y dos laterales para los jinetes y carruajes. La primera calle contaba con 31 escaños o bancas de piedra de sillería por cada lado: las laterales quedaban cerradas con pretiles de poca altura; en cada extremo había una glorieta, con escalinatas y a lo largo de la pared norte se empotraron 17 faroles para el alumbrado público.

De acuerdo con las investigaciones de J. I. Rubio Mañé, «el gobernador Lucas de Gálvez sometió a la aprobación real las ordenanzas sobre la Alameda; constaba de 23 artículos y estaban fechadas el 7 de enero de 1791; en carta del 8 de marzo de dicho año remitió al rey esas disposiciones, que habían de verse en el Ministerio de Indias, pero el 31 de enero de 1792, Carlos IV extendió en Aranjuez una real cédula declarando que dichas ordenanzas debían ser sometidas a la Real Audiencia de México, para que ella dictara los acuerdos convenientes. Con una morosidad inexplicable, no fue sino hasta el 18 de abril de 1803 que se vio la cuestión en el real acuerdo de la Audiencia; se acordó pedir al gobernador, capitán general e intendente de Yucatán Benito Pérez Valdelomar su informe sobre el asunto y actual estado del paseo público. Y hasta el 13 de mayo de 1811, cuando Pérez Valdelomar se disponía a salir para Nueva Granada a ocupar el Virreinato, rindió su informe en una extensa carta en que refiere muchos otros aspectos interesantísimos de su administración en relación con obras públicas».

La mencionada carta tiene una descripción de lo que fue ese paseo y lo que sobre él hizo dicho gobernante: «Cumpliendo con el superior Auto de Vuestra Alteza que antecede, digo: que la Alameda de esta capital, único paseo público que sirve de recreo a sus habitantes, existe en la forma que la hizo construir mi antecesor, el brigadier D. Lucas de Gálvez, habiendo cuidado de su conservación, reparo y continua plantación de árboles (robles) el teniente general Arturo O’Neill, que me precedió en este mando, en el que desde que tomé posesión he procurado no sólo el que se conservare del mejor modo, sino que bien persuadido de que semejante paseo, en que se reúnen las gentes en sociedad, es de la mayor utilidad a toda la población grande, he dispuesto su mayor decoración y adorno, habiendo hecho poner suelo nuevo a la calle del centro, terraplenando las de los costados, revocados los asientos, haciendo plantar los árboles que se pierden o no medran, y formando un vivero a la vista de la Alameda, semejante a la que observé en la de esa capital (México), adornando la entrada y salida de la calle principal con cuatro jarrones sobre sus respectivas bases, de primorosa arquitectura, y las calles de los costados con dos pirámides por ahora, pues deben ser cuatro, y en los tableros de las bases se esculpirá la serie o cronología de los R. obispos de esta Diócesis y de los gobernadores y capitanes generales de la provincia, desde Montejo, que fue el primero.

«Dichas pirámides tienen sus colgantes de hojas de laurel, muy bien trabajadas, siendo todo de piedra labrada, y sin que ello se haya agravado el fondo de la Alameda, por haber contribuido gustosa y voluntariamente a ello varios vecinos pudientes y amantes de su patria. Para hacer más agradable el paseo, concurren a él los días feriados las músicas de los cuerpos de milicia disciplinadas, blancas y pardas, y para que el polvo no incomode a la gente, se riega su piso en los propios días, de manera que con esto y lo agradable y delicioso de la Alameda, es muy numeroso el concurso de toda clase de gentes. He desterrado de ella dos basureros que había en los parajes más públicos, tratando de establecer, por lo pronto, cuatro carros para su aseo, que halló oposición de D. Antonio Félix de la Torre, síndico que fue el año de 1809, a pretexto de que era necesaria la aprobación de Vuestra Alteza; he vuelto a promoverlo y espero dejar establecido tan útil proyecto».

Popularmente se le llamó «Paseo de las Niñas Bonitas» o «Paseo de las Bonitas», porque en las tardes de domingos y días de fiesta, daban vueltas a su alrededor las carretelas, victorias y otros coches tirados por briosos corceles, ocupados por lindas meridanas y sus familiares, mientras los paseantes de a pie observaban el desfile, sentados muchos en las bancas dispuestas a lo largo; en algunas tardes de concurrencia extraordinaria era tal el número de carruajes que a ratos tenían que suspender sus vueltas. Al toque de oración (18:00 horas) de las campanas de Catedral, la gente se comenzaba a retirar, mientras el sereno prendía las farolas.

No hay datos sobre las pirámides y los tableros cronológicos que menciona Pérez Valdelomar, pero se ha consignado que en 1810 se adosaron placas a las columnas con leyendas alusivas a la defensa de las plazas fuertes de Gerona y Zaragoza; en la correspondiente a Gerona figuraba el nombre del joven yucateco Felipe Peón Maldonado, que murió en combate a la edad de 15 años con el grado de teniente del regimiento de Hibernia.

En 1815 o 1816, costeada por el teniente de gobernador y auditor de guerra, Juan López de Gavilán, se colocó en la glorieta del poniente una estatua de piedra del rey Fernando VII, cuyas facciones posiblemente se copiaron del retrato suyo pintado y traído de La Habana en 1809. Al restablecerse la Constitución española, la estatua fue objeto de burla y escarnio, pues un día de mayo de 1820 amaneció con un sombrero de vaquero en la cabeza, una cuerda al cuello y un plátano en la mano en lugar de cetro; y en septiembre de 1821, consumada ya la Independencia de Yucatán, el pueblo la bajó, arrastró y depositó en el barrio de Santa Catalina. Ese mismo año fueron desalojados los cuarteles por los pardos y morenos que componían las fuerzas militares y trasladados al cuartel de Dragones.

En 1835, cuando gobernaba Francisco de Paula Toro, se construyeron otra glorieta en el centro de la Alameda y nuevas escalinatas en las dos entradas principales; los frondosos robles fueron sustituidos por almendros. Poco después, la glorieta poniente fue conocida como «Glorieta de los Sombrereros», porque ahí se reunían los vendedores de sombreros de Bécal y Ticul; la del Oriente fue conocida como la «Glorieta de los Venados», ya que en ella se instalaban los comerciantes de pieles. En la esquina de las calles 65 y 56, desde años antes, un comerciante había colocado en la azotea una estatua que popularmente se llamó del «Moro Muza», que en realidad era de un guerrero maya con casaca y una especie de turbante en la cabeza, rasgos que recordaba a los españoles el aspecto de los moros.

En los periódicos, de 1871 a 1879, se le llamaba «Alameda de Gálvez» y consignaban que era una lástima que ese antiguo paseo estuviese en estado deplorable, totalmente abandonado, lleno de basura y que hubieren comenzado a desaparecer las baldosas del pavimento.

A partir de 1878 la Alameda comenzó a ser desmantelada; el 15 de marzo de 1880, siendo gobernador Manuel Romero Ancona, el Congreso decretó la enajenación por lotes de los terrenos ocupados por el cerro; el plano de ese fraccionamiento fue levantado por David Casares; por falta de fondos, el gobierno sólo pudo llevar a cabo la demolición de la parte norte del cerro, que constituía el lado sur de la Alameda, pero la nueva alineación de los lotes se hizo sobre la calle lateral, por lo que la Alameda se estrechó y desaparecieron definitivamente sus rastros en 1881, convirtiéndose en lo que se llamó desde entonces «Calle Ancha del Bazar», con un camellón y sus almendros, sobre el que posteriormente se construyeron una serie de kioscos en los que se instalaron comercios de dulces, piñatas, licores y otros negocios.