Andrews IV, E. Wyllys

Andrews IV, E. Wyllys  (1916-1971) Hombre de ciencia norteamericano. Nació en Chicago y murió en Nueva Orleáns. Especializado en arqueología maya, fue director del programa de investigaciones en la Península de Yucatán, dependiente del Instituto de Investigaciones sobre México y la América Central de la Universidad de Tulane. Enriqueció sus propios trabajos arqueológicos con estudios relacionados con otras disciplinas: etnología, lingüística, historia, zoología y ecología.

Desde pequeño solía frecuentar en Chicago el Field Museum of Natural History. Hizo sus primeros estudios en la Escuela Latina de esa ciudad hasta 1929, cuando viajó con sus padres a Freiburg, Alemania, donde permaneció durante dos años. Su padre, perteneciente a una brillante dinastía de cirujanos, también se interesaba por la arqueología y estimuló la afición de su hijo por las antigüedades mayas. Al retornar a los Estados Unidos, E. Wyllys Andrews IV cursó estudios en Lawrenceville, donde se graduó en 1933. En el verano de 1932 realizó en Mesa Verde su primera excavación arqueológica, bajo la dirección de Byron Cummings.

Después viajó a Santa Fe para conocer a Sylvanus G. Morley. Antes, en el Field Museum, había conocido a J. Eric S. Thompson, a quien le impresionó favorablemente su vocación y su conocimiento sobre los mayas. Andrews llegó sin anunciarse y pretextando estar en posibilidad de descifrar los jeroglíficos mayas. Se ganó, sin embargo, el afecto de Morley y éste, atraído por el entusiasmo del muchacho, prometió invitarlo a trabajar en Chichén Itzá una vez cursado el último año en Lawrenceville. En 1933 se matriculó en el semestre de otoño de la Universidad de Chicago para asistir a un curso de Robert Redfield y trabajar en el Field Museum sobre jeroglíficos mayas y herpetología. Invitado por Morley, como asistente suyo, viajó a Chichén Itzá en enero de 1934, ocasión que aprovechó también para recolectar reptiles con destino al mencionado museo. El siguiente otoño ingresó a la Universidad de Harvard, donde se graduó, cum laude, en la especialidad de antropología. A la edad de 17 años, y antes de ingresar a Harvard, publicó en American Antropologist un artículo acerca del glifo X y de la serie suplementaria de inscripciones mayas, y cuatro de sus primeros cinco artículos, todos publicados antes de cumplir los 21 años, pertenecieron a ese mismo campo. La serie suplementaria, hoy mejor conocida como la serie lunar, le interesó particularmente. Para la obra The Maya and their Neighbors, volumen consagrado a A.M. Tozzer y aparecido en 1940, se le invitó a escribir el capítulo sobre cronología y astronomía en el área maya, un verdadero honor para un joven que aún no cumplía los 23 años de edad. Aunque mantuvo su interés por la epigrafía durante toda su vida, apenas pudo dedicar una mínima parte de sus investigaciones y escritos a esa disciplina después de 1939, puesto que sus exploraciones y excavaciones lo condujeron a los igualmente exigentes campos de la escultura, la arquitectura y la cerámica, amén de los asuntos administrativos inherentes a la dirección de numerosas expediciones. (De todos modos, en 1951 publicó un valioso sumario, en forma de diagrama, de todos los textos jeroglíficos mayas conocidos, conteniendo varias series iniciales asociadas a los datos lunares astronómicos, asunto que tanto lo había preocupado en años anteriores. En 1958 fue invitado como comentarista a la conferencia de Thompson titulada «Investigaciones sobre la escritura jeroglífica maya», durante la reunión de la Asociación Antropológica Americana de Boston. Ese mismo año publicó, en la serie de Tulane, un artículo que ofrecía versiones corregidas de algunas fechas de la escalera jeroglífica de Copán, Honduras. También escribió ocasionalmente críticas de libros sobre ese tema). Hasta 1939, los trabajos arqueológicos en las tierras bajas se concentraban principalmente en el norte de Yucatán, el Petén y las vecinas regiones de Honduras Británicas. Las otras zonas eran conocidas solamente a través de las exploraciones de las áreas Puuc y Chenes en el Norte, realizadas por H.E.D. Pollock, así como por Karl Ruppert, Miguel Ángel Fernández, César Lizardi Ramos y (mucho antes) R.E. Merwin en el suroeste de Quintana Roo, sureste de Campeche, la región de Bacalar y el área inmediata al sur de esas regiones. Quedaban grandes zonas inexploradas. En 1939-1940, patrocinado por la Carnegie Institution de Washington, Andrews realizó amplio trabajo de reconocimiento en una zona que incluyó Matamoros, Campeche, Pital, Pacaitan, San Enrique, Tenosique, Piedras Negras, Yaxchilán, etcétera y que dio como fruto su más extensa monografía (1943). En esas experiencias se basó su disertación al graduarse en Harvard (1942). Más adelante, Campeche atrajo de nuevo su atención, pero la mayor parte de su trabajo de campo durante los siguientes años, justamente antes y después de la Segunda Guerra Mundial, estuvo consagrado al norte de Yucatán y a Quintana Roo.

En 1939 publicó un artículo sobre un grupo de extrañas esculturas de Telantunich, cerca de Catmís, y mostró que éstas se hallaban estilística y conceptualmente relacionadas con las figuras de piedra de Kabah y Sayil, lugares situados hacia el Noroeste. En el invierno de 1939-1940, visitó Tizimín con objeto de explorar las ruinas de Hoopal, 28 km al oriente de la ciudad. Por falta de equipo y por el mal tiempo imperante sólo pudo sacar algunas conclusiones. Poco antes de que los Estados Unidos de América entraran a la guerra en diciembre de 1941, emprendió bajo los auspicios de la Carnegie Institution un estudio arquitectónico de 10 sitios de ruinas mayas en un radio de 40 km de distancia de Mérida, área curiosamente poco estudiada por los arqueólogos.

El hallazgo más interesante fue el de un grupo de ruinas, Dzibilchaltún, que indicaban amplísima actividad arquitectónica en el norte de Yucatán durante la que entonces era llamada época del Viejo Imperio. En ellas dominaba un estilo de arquitectura de templo rígido en sí mismo y distinto de los patrones de la construcción promexicana posterior en la parte norte de la Península. La separación cronológica de los estilos antiguo y tardío quedaba confirmada por la efectiva superposición de los edificios, la concurrencia de formas transitorias y la asociación de distintos tipos de artesanía con los dos estilos arquitectónicos.

Esta exploración dio base al plan general de la secuencia arqueológica correspondiente al norte de Yucatán (que Andrews definiría del todo en años posteriores) y explica el deseo del investigador en el sentido de continuar trabajando en Dzibilchaltún después de la guerra, en la que participó a partir de 1943. En 1956-1957 su trabajo de campo preliminar en Dzibilchaltún, cuya potencialidad en la zona noroeste de Yucatán le intrigaba desde 1941, documentó parcialmente la naturaleza y alcance de los materiales hallados del Período Formativo y reveló una estratigrafía cerámico-arquitectónica de dichos materiales. Con esta información interesó a la National Geographic Society y, junto con Robert Wauchope, solicitó su ayuda, lo cual fue sometido también a la consideración de la National Science Foundation y la American Philosophical Society. Las tres instituciones respondieron favorablemente y de tal manera se pudo contar con un equipo básico de siete investigadores, auxiliados por varios científicos mexicanos y especialistas técnicos, aparte de un grupo de 12 albañiles y 50 peones. Así se inició un proyecto que, mediante permisos otorgados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, había de prolongarse durante 10 años y con halagadores resultados. Andrews logró establecer una secuencia cultural prehistórica ininterrumpida de alrededor de 3,000 años concerniente al norte de Yucatán, abundantemente documentada con arquitectura, cerámica, otros artefactos, entierros, estelas, fechas determinadas por radiocarbono, etcétera.

El programa fue ampliado con idea de incluir estudios de historia colonial, lingüística, malacología y etnología, que complementaran la interpretación de los registros arqueológicos. Un informe preliminar sobre el proyecto (1960) publicado en Proceedings of the American Philosophical Society, obtuvo ese año el Premio Lewis para el mejor reporte científico. Como acostumbra suceder con los arqueólogos innovadores, las opiniones de Andrews resultaban a menudo motivo de controversia. Primero, su afirmación de que Dzibilchaltún era un gran centro urbano había sido rechazada por aquellos que consideraban que se trataba de una extensa zona arqueológica y no de una sola ciudad. Presentó pruebas suficientes con respecto a la economía urbana y la organización social acordes con la densidad de población del lugar. La nueva nomenclatura empleada por Andrews para el norte de Yucatán tampoco satisfacía a los expertos, que consideraban innecesario y confuso alejarse de la nomenclatura mesoamericana tradicional. Hay que darle crédito por haber suscitado interés por tales cuestiones. Le disgustaba que algunos conceptos, términos e interpretaciones fueran considerados dogmas incuestionables. En el registro de sus investigaciones en Yucatán y Campeche, permitió Andrews que sus compañeros de equipo, en sus reportes individuales, se sintieran con plena libertad para expresar sus propias opiniones. Resultados colaterales de su programa de trabajo, originados en el hecho de que vivía todo el año en Mérida y era invitado por el INAH a colaborar en diversas actividades, fueron: el análisis de un descubrimiento realizado en 1959 por José Humberto Gómez, guía de turistas de Barbachano’s Travel Service (se trataba de una sección sellada y oculta de las grutas de Balankanché, cerca de Chichén Itzá).

Además de escribir un reporte arqueológico completo, Andrews presenció y grabó la ceremonia que pidió oficiar el h-men local antes de que el antiguo lugar sagrado fuera disturbado por trabajos exploratorios en gran escala. No sólo hizo la transcripción maya y traducción al español del ritual, sino que elaboró un pequeño disco con partes importantes de ese acto simbólico. También, llevó al cabo estudios en la gruta de Chaac, primero explorada por John L. Stephens en 1841.

Otro trabajo colateral fue el desarrollado por Andrews y George E. Stuart en Ikil, en el que ambos arqueólogos describieron, fotografiaron y restauraron una gran pirámide, sus montículos adyacentes y sus dinteles inscritos; recogieron muestras de cerámica y reconocieron una superposición de estilos arquitectónicos que se inician en el Período Formativo y llegan hasta el Floreciente. Habiendo reseñado la larga prehistoria del norte de Yucatán y seguro de que sus sorprendentes datos acerca del problema de la correlación deberían ser ligados a los de las tierras bajas mayas del Sur, particularmente El Petén y Guatemala, escogió Andrews el área del sur de Campeche como su próximo lugar de operaciones. Las zonas de Río Bec y los Chenes eran cruciales en sus planes, por lo que seleccionó el sitio de Becan y las ruinas vecinas. En Xpuhil, con una pequeña pista de aviación que permitía el acceso, preparó un sitio apropiado para la expedición. La National Geographic Society actuó de nueva cuenta como copatrocinadora junto con la Universidad de Tulane en este proyecto, programado para 1969-1971. Fondos suplementarios y estudiantes entrenados en arqueología fueron proporcionados por la Fundación Ford. Aparte de los reportes correspondientes a sus exploraciones, los cuales proyectan invariablemente sus hallazgos hacia vastos conceptos de la prehistoria, un grupo de los escritos de Andrews se refieren a otros aspectos o constituyen una síntesis de todo el pasado maya. Elaboró también el capítulo de arqueología relativo a las tierras bajas mayas del Norte para el Handbook of Middle American Indians (1965) y en julio de 1970 fue autor de The Emergence of Civilization in the Maya Lowlands, como participante del simposium Wenner-Gren en Burg Wartestein, Austria. Siempre en 1970 participó en un seminario de la Escuela de Investigación Americana, en Santa Fe, Nuevo México, sobre el desarrollo de la civilización maya después del abandono de las ciudades del Sur. Andrews se interesó grandemente por la malacología; publicó una monografía sobre el uso arqueológico y la distribución de moluscos en las tierras bajas mayas (1969) y poco antes de su fallecimiento se ocupaba en preparar un censo definitivo de las conchas caribeñas, el cual fue publicado por el Departamento de Geología de Tulane, con la colaboración de amigos y colegas. Harold y Emily Vokes, que visitaron Yucatán en varias ocasiones, ayudaron en la identificación de los especímenes. Andrews frecuentemente dictó conferencias en la Universidad de Tulane y condujo un curso de prehistoria maya en la Universidad de Yucatán. Su bibliografía, compilada por Robert Wauchope y Joann M. Andrews, comprende 55 trabajos. Aparte de los reportes de los sitios que exploró, un grupo de sus escritos son una síntesis de toda la historia del pasado maya.