Arte sacro

Arte sacro  Es difícil evaluar la importancia del arte sacro en Yucatán, ya que es mucho lo que se ha perdido. Hay que tomar en cuenta, por otra parte, la herencia cultural maya, cuyas artes, especialmente la pintura y la escultura, alcanzaron extraordinario desarrollo y estuvieron dedicadas en considerable proporción a temas religiosos, pudiéndose hablar por ello de un arte sacro maya, que produjo valiosos murales, pinturas en libros o códices, esculturas en piedra y estuco, estatuillas de cerámica, incensarios, etcétera, en los que se representaba a las divinidades, así como a sacerdotes, escenas rituales y ceremonias; complementos arquitectónicos como mascarones de Chaak, señor de la lluvia, repetidos hasta 100 veces en un solo edificio, o de Zamná, señor del sol, representado en Izamal, Kohunlich, Dzibilchaltún, Chichén Itzá, etcétera, o de su emblema fonético, la serpiente con plumas y un caracol, que se lee Kukulcán, etcétera.

En lo que se refiere al arte cristiano español, no está de más señalar algunos puntos de contacto con el arte religioso prehispánico como el conocimiento de la cruz y la tradición maya de que el hijo del Ser Supremo, había muerto en ella con los brazos abiertos, la noción del bautizo, la del inframundo a donde van las almas de los malos y del cielo o paraíso a donde van las de quienes se portaron bien o tuvieron méritos; el uso de la tríada ritual de mesa o de altar, imagen divina y cueva o lugar donde se guarde el símbolo del Ser Supremo. Este conocimiento facilitó la comprensión de los elementos religiosos cristianos y la confección de sus representaciones y símbolos. En sentido opuesto debe señalarse que el arte religioso de los mayas no sólo careció de un debido aprecio por sus valores estéticos, sino que fue duramente combatido por los conquistadores. A fray Diego de Landa, en el Auto de Fe de Maní, se le atribuye la destrucción de 5,000 esculturas, 197 vasos rituales y 27 códices o libros sagrados y que el obispo fray Gonzalo de Salazar, entre 1608 y 1636, afirmaba haber destruido más de 20,000 ídolos. En cuanto al arte sacro cristiano la historia de sus destrucciones y pérdidas es también muy abundante por causas variadas, tales como la secularización de los conventos en 1821, la llamada Guerra de Castas a partir de 1847, la manía europeizante de la belle époque al iniciarse el presente siglo, los estragos de las primeras etapas revolucionarias en 1915 y, en general la incomprensión de las calidades artísticas, agudizada conforme fueron imponiéndose tendencias supuestamente modernizadoras. Así, a lo largo del tiempo, se ha ido esfumando el fruto del trabajo y la inspiración de numerosas generaciones de artífices: talladores, imagineros, doradores, plateros, etcétera, muchos de ellos, mestizos o mayas, hijos de la tierra peninsular. Lo que queda es tan poco, y su apoyo documental tan pobre, que tal parece que la tradición artesanal y de las artes menores en Yucatán, durante la Colonia, y aun en tiempos posteriores, está condenada al desconocimiento o al olvido. Los testimonios de nuestro arte religioso, disponibles, se manifiestan especialmente en dos campos: cantería y tallas en madera pintada.

Debido a su mayor durabilidad, los trabajos en piedra han sobrevivido mejor que los artefactos de madera. La cantería, en su expresión yucateca, fue una habilidad casi exclusivamente maya, variando desde lo primitivo hasta lo sofisticado en su concepto y acabado. En los primeros años de colonización la inmensa mayoría de las piezas que corresponden al arte sacro, se traían de España. Así, por ejemplo, el obispo Carrillo y Ancona consigna que en agosto de 1549 llegó a Campeche una nave trayendo muchos objetos de los que había gran necesidad como campanas, cálices, copones, ornamentos e imágenes sagradas y sugiere que en esa ocasión deben haber llegado a Mérida el gran cuadro al óleo de la Inmaculada Virgen María que era patrona del convento grande franciscano que se estaba instalando; el cuadro de San Francisco que parece obra de Murillo y la escultura del gran crucifijo conocido con el nombre de Señor de la Conquista.

En los primeros conventos establecidos enseñaban artes y oficios los propios frailes o maestros traídos para el efecto y así, a partir de 1565, se fue contando entre los indígenas con personal adiestrado, distinguiéndose desde esa época el equipo de artesanos formado en Maní. Pero como éstos no eran suficientes, se formaban grupos ambulantes de canteros o talladores de piedra que iban de iglesia en iglesia ejecutando los trabajos bajo la supervisión de los frailes. La mayor parte de las obras las hacían en los exteriores: portadas, columnas, fuertes, chapiteles, nichos tallados, parapetos, campanarios y aún espadañas completas. La ejecución de los relieves de símbolos religiosos, como coronas y cruces o las diversas insignias franciscanas, como las cinco llagas y el cordón con nudos, fueron también obra de artesanos mayas. Esta cantería ornamental aparecía en casi todas las edificaciones, acompañada usualmente de inscripciones fechadas, que constituyen espléndidas piezas de escultura colonial.

La escultura en piedra, ejecutada por artesanos nativos, conservó un aspecto arcaico a través de toda la etapa colonial en Yucatán. Las figuras se tallaban en un estilo frontal primitivo con cabezas, manos y pies prominentes, como vemos en los ejemplos típicos: Ticul y La Mejorada (Mérida). Entre los santos predilectos se encontraban San Pedro y San Pablo y los franciscanos San Francisco y San Antonio, además de la Virgen y los Arcángeles. La cantería interior estaba mayormente destinada a pilas bautismales y de agua bendita; algunas de las más antiguas demuestran, aunque deformes, una cruda vitalidad con sus cuencos festoneados y bordeados notablemente con el cordón anudado de los franciscanos.

En tiempos más recientes de la misma época colonial se fue sustituyendo la escultura en piedra por el estuco, mucho más fácil de trabajar. Las fachadas de muchas iglesias se decoraron con paneles narrativos en relieve y follaje ondulante en guirnaldas y medallones; algunas veces se extendieron hasta cubrir todo el costado poniente en una algarabía de ornamentación en la superficie; la Misión de Uayma, hoy en ruinas, es un ejemplo particularmente exuberante. La producción del retablo o altar dorado fue reservada casi exclusivamente a los artesanos españoles, entrenados en una tradición europea establecida mucho tiempo atrás y altamente desarrollada.

El retablo terminado era resultado de una serie de etapas muy complejas que requerían de un equipo de artesanos especializados. En una lejana y poco próspera provincia como Yucatán, escasa de recursos, se hicieron mayormente retablos simples; en los antiguos que han sobrevivido se emplearon diseños del Renacimiento de mediados del siglo XVI, a pesar de que fueron completados 50 años después. Los hermosos retablos laterales de Maní y de Teabo son bellos ejemplos de este tipo. Los retablos posteriores, ya bajo el dominio del estilo barroco, fueron más grandes y más complicados; múltiples filas de estatuas pintadas y relieves narrativos fueron montados en nichos limitados por columnas salomónicas bien talladas, con enredaderas entretejidas; magníficos ejemplos pueden verse en Tabi y en Oxkutzcab. Se conservan todavía unos pocos retablos del barroco tardío, siendo notables los de Calotmul y Maxcanú, que muestran las complicadas pilastras estípite, características del género. Conforme avanzaba el período colonial, los retablos se volvieron más intrincados y amplios.

La pintura mural, tan prominente en otras partes de México, se encuentra raramente en los templos de Yucatán, pero los rastros que aún se ven en Maní y en Dzidzantún nos señalan que alguna vez los muros de los primeros monasterios estuvieron cubiertos por murales religiosos.

La mayoría ya han sido destruidos o bien simplemente cubiertos con capas de pintura y esperan ser rehabilitados.

Otro interesante elemento de la iglesia colonial es el púlpito de madera. Solamente queda un puñado de piezas originales. En el sitio alfabético correspondiente el consultante de esta Enciclopedia podrá encontrar los artículos dedicados a los diversos elementos que integran el arte sacro en Yucatán, tales como campanas, esculturas de piedra, imágenes, lencería, orfebrería, pilas bautismales, pintura, púlpitos, retablos, transparentes, vía crucis y vitrales y, asimismo, en la letra que les corresponda, los datos referentes a maestros y artífices del arte religioso como fray Julián de Cuartas, Benito Ferráez, Juan González, Lorenzo Chimahmelas, Pascual Estrella, Gumersindo Sandoval, Francisco Mena, Leopoldo Tommasi (padre), Francisco Sánchez, Octavio Briceño Ojeda, Falcón, los hermanos Calderón, Alfonso Rivero León y José del C. González. Igualmente, los datos relativos a maestras restauradoras como Luz María Cáceres Acereto, Rocío Jiménez Díaz y Leticia Rozo Kraus. En cuanto a los edificios de los templos, la información general se encontrará en el artículo «Arquitectura»y la particular en el destinado a la descripción de cada uno de los mismos.