Arcos de Mérida

Arcos de Mérida  El verdadero motivo de su construcción sigue siendo causa de confusiones. En 1688 fue nombrado gobernador y capitán general de Yucatán el general Juan José de la Bárcena, viejo y experimentado militar. Dado que los ataques de los piratas eran continuos, lo primero que hizo fue terminar las murallas de Campeche; se cree que tuvo el proyecto de amurallar también la ciudad de Mérida, al menos lo que constituía la parte central y que por eso comenzó por levantar los arcos, a manera de puertas, y que serían dos para cada punto cardinal. Se discute esta teoría aduciéndose que Mérida estaba bastante lejos de la costa norte (36 km) como para ser atacada y además no hay ninguna noticia de que se hubiese construido lienzo alguno de muralla junto a los arcos ni que se hubiese intentado ponerles puertas.

Para fines defensivos se había construido desde 1669 la Ciudadela y el Castillo de San Benito. En su obra La ciudad de ayer, de hoy y de mañana, el arquitecto Leopoldo Tommasi López expresa que los arcos no fueron puertas sino límites de la extensión urbana. Y así se explica la amplitud dimensional que los caracteriza. Otros opinan que debieron servir simplemente para delimitar el crecimiento de la ciudad (Gerónimo del Castillo) señalando sus términos, como marcos psicológicos. La teoría relativa a que señalasen las entradas de la ciudad sólo sería valedera para el de San Juan, que era la marca del camino de Campeche, y para el de la calle 65, marca del camino de Izamal, aunque no hay seguridad de que en la época de los primeros arcos del lado oriente (Dragones y del Puente) construidos en 1690, alguno fuese marca de un primitivo camino a Izamal o a otro punto. Los del lado poniente quedaron lejos de marcar el camino a Hunucmá y Sisal, pues éste se iniciaba 100 m al poniente de la plaza de Santiago. Se considera importante señalar que los mayas, en algunos casos como los de Labná y Kabah, señalaron con arcos la entrada a sus recintos. Finalmente, otros creen que simplemente se levantaron los arcos de Mérida para ornato o adorno de la ciudad.

Sea lo que fuere, el gobernador de la Bárcena, en 1690, mandó levantar los tres primeros: el del cruce de las calles 50 con 61, con la estatua de San Sebastián, actualmente llamado Arco de Dragones por estar junto al cuartel que tuvo ese nombre; el del cruce de las calles 50 con 61, con la estatua de San Antonio, designado popularmente con el nombre del Puente, debido a que junto a él había una gran zanja o grieta que servía de drenaje a ese rumbo y sobre la cual se tendió un puente con tablas de madera para que los peatones pudieran cruzar de un lado a otro. El tercero fue el Arco ubicado en el cruzamiento de las calles 64 con 69, frente a la esquina suroeste de la plaza de San Juan, con la estatua de San Cristóbal, protector de los viajeros. Algún tiempo después, alrededor de 1700, se comenzó a construir otro en el cruce de las calles 58 y 63, al sur del Seminario, pero no se concluyó; hasta 1938 existieron las bases y fustes, que fueron retirados en 1941. Entre los años 1725 y 1733 fue gobernador y capitán general Antonio de Figueroa y Silva; una de sus primeras obras fue levantar el Arco de Santa Lucía sobre la calle 60, entre la 55 y la 53, a un costado del atrio de la iglesia. Otra obra suya fue la construcción de la iglesia de Santa Ana, a poco más de tres cuadras al norte de Santa Lucía; posteriormente esto lo determinó a construir otro arco sobre esa misma calle 60 en su cruzamiento con la 47. En esa misma época levantó también los dos arcos del lado poniente de la ciudad; ambos sobre la calle 70, al sur de la plaza de Santiago; uno estaba en el cruce con la calle 61 y el otro en el cruce con la 63, dedicado a Nuestra Señora de la Concepción. Algún tiempo después, sin conocerse la fecha exacta ni quién lo levantó, se erigió el arco dedicado a San José, que Víctor Suárez Molina y Luis Millet Cámara ubicaban en el cruce de las calles 62 y 53 (o sea, atrás de Santa Lucía), pero transcriben un párrafo de un acta de Cabildo del 11 de noviembre de 1783 en que «propuso el señor alguacil mayor José Cano dar 25 pesos por las piedras y materiales de los pedestales del arco que va hacia la quinta del señor licenciado Estanislao del Puerto, con todas sus pirámides», y aclaran que esa quinta era la que ocupó el Hospital del Niño; lo anterior hace pensar que ese arco debió estar más al norte de la calle 53 que mencionan, pues la quinta aludida estaba en la calle 35, y aún a la altura de la 47 estaba el Arco de Santa Ana, con el que podía haber hecho pareja. Por allá del año 1760, un vecino llamado Juan Quijano, de su peculio mandó levantar el último arco en la calle 65 cruzamiento con la 56, junto a su domicilio. En esa época no existía propiamente la calle 65 pues era una vereda que bordeaba el cerro de San Benito y la calle 56; bordeando el lado poniente del cerro conducía a una plazoleta frente a la escalinata poniente que llevaba a la ciudadela en la parte superior de ese cerro. Posiblemente en esa época ya la calle 65 constituía la salida al camino de Valladolid y de allí la idea de construir el aludido Arco.

Son muy interesantes algunas actas de cabildo del año 1783 en relación con los arcos, transcritas por Suárez y Millet. El 8 de abril de ese año se leyó un escrito del teniente coronel Juan Francisco Quijano en el que decía que el arco que estaba situado junto a su casa (calle 56 cerca de la 65), construido a costa de su padre, se había caído a consecuencia de un rayo (no se menciona cuándo ocurrió), pero que habían quedado en pie los pilastrones, los cuales eran un estorbo y solicitaba permiso para demolerlos, ofreciendo también pagar 6 pesos por el Santo de Piedra (tampoco se menciona cuál era), a todo lo cual accedió el Ayuntamiento. El 1 de octubre, estando presente en el Cabildo el gobernador Merino Ceballos, manifestó que: «habiendo varios arcos caídos, subsistentes únicamente sus gruesos pedestales que hacen rincones y forman guaridas y uno y otro que amenaza desplomarse, dijo le parecía conforme se dejasen los cuatro principales de las entradas y se demoliesen hasta el asiento los demás para que vendida la piedra redonda y caliza se pudiera emprender la fábrica de la Real Cárcel». En el Cabildo de 7 de octubre, el alcalde Juan Antonio Elizalde declaró que en compañía del síndico procurador había reconocido «los ocho arcos que corren por las ocho calles de la plaza y que sólo encontró que el de San Sebastián (el de Dragones) amenazaba ruina y que los demás estaban útiles, por lo que se determinó que se tumbase éste», lo cual afortunadamente no se efectuó. Como en ese año ya se había caído el de la 65 y el del Seminario no se terminó, el interés del párrafo estriba también en reconocer que los demás estaban en pie, incluyendo el de Nuestra Señora de la Concepción (calle 70 con 63), que posteriormente no pudo soportar su clave monolítica por la pobreza de sus mezclas y mampostería (Tommasi) y se derrumbó, tal vez al principiar el siglo XIX, y ante sus restos, la gente erróneamente lo apodó el X’Cul, que significa truncado o inconcluso. En el cabildo de 11 de noviembre, se mencionaba ya acerca de la ubicación del Arco de San José y por el que el alguacil mayor José Cano ofreció 25 pesos por la piedra y materiales, seguramente le fue aceptada la propuesta y poco después lo debe haber demolido, pues necesitaba materiales para construir el portal de su casa frente a la plaza mayor, en la calle 61. A principios del siglo XIX se pidió al arquitecto de la ciudad que reconociese los arcos de Santa Ana y Santa Lucía y determinase qué se haría con ellos; el peritaje debe haber indicado el derribarlos, pues en el cabildo de 28 de noviembre de 1815 se presentó la cuenta de lo gastado en la demolición del de Santa Ana, hecha por indicaciones del gobernador Manuel Artazo. Poco después, en 1822, corrió igual suerte el de Santa Lucía. El arco ubicado en el cruce de las calles 70 con 61 se derrumbó en 1851, motivo por el cual fue conocido como el Arco Caído; esto dio origen a que se realizara la reconstrucción cuidadosa de los otros tres que aún quedaban en pie, los cuales volvieron a ser revisados y reparados en 1888, en 1909 y en 1950. En cuanto a las bases y fustes del inconcluso arco del Seminario, existían aún en 1938 pero fueron eliminados en 1941.