Archicofradía del Santísimo Sacramento

Archicofradía del Santísimo Sacramento  Las cofradías han tenido un papel importante entre la feligresía de las diversas parroquias. Se entiende por cofradía la agrupación de fieles católicos que se proponen ejercer una acción caritativa en bien del prójimo. Toda cofradía está bajo el patrocinio de un santo o bajo la advocación mariana o cristológica, según lo indica su propio nombre, y su labor es regida por un reglamento, bajo el directo cuidado del párroco o pastor. La más antigua que existió en Mérida es a la que se refiere el folleto «La Constitución de la Venerable Archicofradía del Santísimo Sacramento» (Colección Carrillo y Ancona, 1865, Biblioteca Central Manuel Cepeda Peraza); nombrada archicofradía para que se mantuviera abierta a la posible incorporación de otras cofradías de su misma índole. La Archicofradía del Santísimo Sacramento fue fundada el 8 de mayo de 1749 por el obispo Francisco de San Buenaventura Martínez Tejeda Díaz de Velasco en la Catedral de Mérida. Posteriormente, en 1786, recibió nuevo impulso del obispo fray Luis de Piña y Mazo y en 1810 del obispo Pedro Agustín Estévez y Ugarte. Finalmente, en 1833, sus propios miembros revitalizaron la Archicofradía, cuyo fin era el de adorar, reverenciar y dar culto al Sagrado Cuerpo Sacramentado de Jesucristo. El 15 de septiembre de 1833 acogió como fortalecedora a la Virgen María, bajo el título de la Inmaculada Concepción. Años más tarde, el 20 de junio de 1858, la Junta General de la Archicofradía decidió incorporarse a la Cofradía del Santísimo e Inmaculado Corazón de María. El gobierno de la Archicofradía del Santísimo Sacramento estaba formado por un Hermano Mayor, el tesorero, el secretario, el capellán y un celador. Los cargos eran efectivos por cuatro años, después de los cuales eran elegidos otros directivos. Los distintivos propios de la Asociación eran una hopa encarnada y una cadena y una venera, ambas de oro, con la insignia de la hermandad y un escudo de plata, en fondo azul de terciopelo, con la inscripción «Viva la Inmaculada Concepción de María Santísima». A los actos oficiales prescritos en el Reglamento (compuesto por 11 capítulos) debían los cofrades asistir con sus insignias. Y las indulgencias las ganaban siempre y cuando cumpliesen con las siguientes obligaciones: velar ante el Santísimo Sacramento a la hora que les fuera señalada; atraer nuevos socios a la Archicofradía; visitar a los hermanos enfermos cuando se les designara tal tarea. Esta asociación tiende a desaparecer debido a que después del Concilio Vaticano II (1965) han proliferado nuevas agrupaciones que con diferente nombre cumplen el mismo cometido que desde su inicio tuvo la Archicofradía del Santísimo Sacramento.