Chaac

Chaac  Dios maya de la lluvia. Era una deidad muy importante para los campesinos desde los tiempos prehispánicos, ya que personificaba uno de los elementos básicos de su existencia, indispensable para asegurar su alimentación. Esto es así especialmente entre los mayas de Yucatán, ya que en esta región la lluvia es escasa, a diferencia de lo que ocurre en el Petén guatemalteco. De hecho, el dios Chaac es el más representado en los códices prehispánicos que se conservan. Es el dios B, según la clasificación del investigador alemán Paul Schellhas. Se le suele representar como un anciano desdentado, aunque a veces aparece con un solo incisivo superior, muchas veces con un gancho que le sale de la boca, y con su nariz larga y ganchuda. También suele llevar un hacha de piedra en la mano, y en otras ocasiones una antorcha. En el norte de la Península, los mascarones del dios Chaac constituyen un motivo recurrente en la decoración de los edificios. En sitios arqueológicos como Kabah, una gran cantidad de mascarones adorna las fachadas, en tanto que en los estilos Río Bec y Los Chenes, un solo mascarón, de grandes proporciones, ocupa la parte central de la fachada, y su boca sirve como entrada al templo. Chaac era, por extensión, dios del trueno, el relámpago y el viento, y se le asociaba con todas las actividades agrícolas. Se consideraba que este dios recibía el auxilio de cuatro pequeñas divinidades en quienes delegaba sus funciones. Se les atribuían las mismas características y el mismo aspecto con que se identificaba al dios Chaac. Tenían relación con los cuatro puntos cardinales y con sus respectivos colores. Los campesinos mayas recurrían a ellos con mucha frecuencia, por medio de oraciones en todas las fases del proceso agrícola, lo mismo en el desmonte y en la quema de los arbustos, como en la siembra y la cosecha. Se consideraba que los Chaac eran portadores de pequeñas calabazas que contenían agua, además de un tambor y un saco con vientos en su interior. Cuando era necesario, abrían las calabazas para dejar caer el agua que contenían, en forma de lluvia; al abrir los sacos, permitían la salida de los vientos, mientras el tambor producía los truenos. También se les imaginaba como portadores de unas hachas, para producir los relámpagos. En la actualidad se sigue rindiendo culto a los Chaac, identificados como «señores del monte», a quienes se invoca para propiciar buenas cosechas.