Chilam Balam, libros del

Chilam Balam, libros del  Manuscritos elaborados después de la Conquista, por sacerdotes mayas en su idioma, utilizando el alfabeto latino, para preservar la herencia cultural de su pasado. Con la expansión del cristianismo, se inició la persecución y destrucción de los códices prehispánicos que eran utilizados por los nativos con fines religiosos y civiles.

En 1561, en el Auto de Fe de Maní, ordenado por el obispo Diego de Landa, se quemaron 27. Los mayas, para conservar sus antiguas tradiciones, dispusieron del nuevo sistema caligráfico, así como del papel, y en la medida que los códices desaparecieron, fueron sustituidos por los Libros del Chilam Balam. Cuando el uso deterioró los manuscritos, éstos fueron sustituidos por nuevas copias a las que se agregaron datos más recientes. Se desconoce dónde nació esta tradición, aunque las profecías del famoso sacerdote Chilam Balam pertenecen a la región occidental de la Península. Cronistas e historiadores como Lizana y Cogolludo mencionan a un grupo de cinco sacerdotes dedicados al oficio de la adivinación, que realizaron sus profecías en tiempos antiguos: Ah Kauil Chel, Napuctun, Natzin Yabun Chan, Nahau Pech y Chilam Balam. Poco se sabe de ellos, salvo que los dos primeros posiblemente fueron contemporáneos de Ah Xupan Nauat, otro célebre sacerdote; que Nahau Pech vivió cuatro katunes antes de la llegada de los españoles, aproximadamente en la época de la caída de Mayapán, y que Chilam Balam, el más célebre de todos, vivió en Maní durante el reinado de Mochan Xiu, poco antes de la conquista española. Este último predijo en el katún 12 Ahau, período que cubre aproximadamente las dos primeras décadas del siglo XVI, la llegada en el katún 13 Ahau de hombres barbados que vendrían del Oriente e impondrían una nueva religión. Mucho se ha discutido sobre la validez de la profecía, a partir de la posibilidad de que ya se supiera en Yucatán de la presencia de los españoles en tierras americanas.

Entre los mayas habían distintas categorías sacerdotales y los más venerados eran quienes pronunciaban las profecías; Chilam Balam, según Landa, la palabra significa: el que es boca, el que habla, el que pronuncia; la segunda es nombre de familia, palabra que significa también jaguar y brujo. La traducción completa sería entonces: Profeta Balam. Las profecías se dividían en cuatro clases: las que correspondían a los días, a los años o tunes, a los katunes y las que se referían a hechos especiales como el retorno de Kukulcán. Las que correspondían a los días eran leídas por un sacerdote llamado Ah-kinyah o adivinador, la de los tunes ya entraban en la jurisdicción de los Chilames. El contenido de los Chilames conocidos es aproximadamente el siguiente: textos de carácter religioso, indígena o cristiano traducido al maya. Textos de carácter histórico, desde crónicas con registro cronológico maya a base de la cuenta corta, katunes en serie de 13, hasta el simple registro de acontecimientos muy particulares sin importancia general. Textos médicos, con o sin influencia europea. Textos cronológicos y astronómicos, tablas de series de katunes con su equivalente cristiano, explicaciones acerca del calendario indígena, almanaques con o sin cotejo con el tzolkin maya, incluyendo predicciones y astrología. Astronomía según las ideas imperantes en Europa, en el siglo XV. Rituales. Textos literarios, novelas españolas y otros. Miscelánea de textos no clasificados.

Ninguno de Los libros del Chilam Balam que se conocen tiene una antigüedad mayor a la de finales del siglo XVII o principios del XVIII, pero todos son copias de ejemplares o de otras copias más antiguas. Se les conoce por el nombre del pueblo donde fueron encontrados: Chumayel, Maní, Oxkutzcab, Tekax, Teabo, Ixil, Tizimín, Kaua y Calkiní, a excepción del Chilam Balam de Nah que lleva el nombre de quien lo copió en lugar de Teabo, sitio de su localización. Según Barrera Vásquez, son 18 los Chilames existentes, de los cuales los de Peto, Nabulá, Tihosuco, Tixkokob, Hocabá, Ticul y Telchac sólo se conocen por sus nombres, pero se ignora su paradero.

 

Chilam Balam de Chumayel. Es el más conocido de todos y ha sido traducido en cuatro ocasiones: por Mediz Bolio en 1930, por Ralph L. Roys en 1933, por Alfredo Barrera Vásquez en 1948 y finalmente por M. Edmonson. Según Ralph L. Roys, fue compilado por Juan José Hoil quien firma y fecha el manuscrito en 1782. Entre sus diversos propietarios estuvo el obispo Carrillo y Ancona y a su muerte, el libro pasó a manos del albacea José Dolores Rivero Figueroa. En 1916 fue expropiado por el general Salvador Alvarado y entregado a la Biblioteca Cepeda Peraza, de donde desapareció en 1918 para aparecer, en 1938, en Boston, Massachusetts.

 

Códice Pérez. Con este nombre se designa al conjunto de textos que Juan Pío Pérez copió de varios escritos indígenas en un cuaderno en 1837, entre los que figuraba uno llamado Chilam Balam, que se encontró en Maní y el Chilam Balam de Ixil. Este cuaderno pasó a poder de Carrillo y Ancona cuando Carlos Peón y Eligio Ancona lo entregaron al prelado para que concluyera, con H. Berendt, el diccionario que Pío Pérez dejó inconcluso. El cuaderno perteneció a la familia de Nicolasa Peón, esposa de Eusebio Escalante y Bates. El Códice ha sido publicado por partes en diversas ocasiones; sin embargo, la primera edición completa con su traducción fue hecha en Mérida, en 1949, por la Liga de Acción Social.

 

Chilam Balam de Ixil. Se sabe que Pío Pérez lo copió en su Códice Pérez y que fue expropiado también por Salvador Alvarado, en 1915, para ser entregado a la Biblioteca Cepeda Peraza, de donde desapareció. Llegó a ser propiedad de Laura Temple, quien ofreció donarlo junto con el Chilam Balam de Tizimín al Museo Nacional y lo entregó a Enrique Juan Palacios, y desde 1929 permanece en las colecciones del Museo.

 

Chilam Balam de Tizimín. A mediados del siglo XIX lo tuvo en su poder Manuel Luciano Pérez, párroco de Tizimín, quien lo obsequió en 1870 a Carrillo y Ancona.

El obispo, al no encontrar dato alguno sobre su autor, lo llamó Códice Anónimo. Fue expropiado en 1915, igualmente por Salvador Alvarado, y entregado a la Biblioteca Cepeda Peraza de donde desapareció. Por donativo de Laura Temple llegó a la Biblioteca del Museo de México, donde se conserva. Tiene 54 páginas.

 

Chilam Balam de Kaua. Perteneció a Carrillo y Ancona. Fue expropiado por Salvador Alvarado para ser entregado a la Biblioteca Cepeda Peraza, de donde desapareció. Permanece extraviado. Es el más voluminoso de los Chilames y fue reproducido por W. Gates en su totalidad.

 

Chilam Balam de Tusik. Fue hallado en Tusik, Quintana Roo, en 1936, por Alfonso Villa Rojas. Estaba en poder, junto con otros papeles, del sacerdote y escriba Apolinario Itzá (Yum Pol). Es un pequeño cuaderno de 29 hojas que permanece inédito.

 

Chilam Balam de Calkiní. Conocido también como Crónica o Códice de Calkiní. Es un documento de carácter histórico. Fue propiedad de Carrillo y Ancona, y antes de él, de Francisco Molina y Solís y Faustino Franco. Este último lo obtuvo por obsequio del cacique de ese pueblo, en 1867. El original permanece extraviado, aunque existen diversas reproducciones.

 

Chilam Balam de Nah. Fue propiedad de W. Gates, quien lo reprodujo. Está firmado por José María y Secundino Nah, del pueblo de Teabo. Es semejante al de Kaua, aunque parece ser mucho más reciente ya que tiene anotaciones de 1871 y 1896. Contiene mucha información médica estudiada y publicada por Ralph L. Roys. Se encuentra actualmente en la Universidad de Princeton.

 

Chilam Balam de Oxcutzcab. Se desconoce su paradero y sus características, pero parte de este manuscrito fue transcrito en el Códice Pérez.

 

Chilam Balam de Teabo. Se ignora el paradero del original. Una copia o fragmento existe en la Colección Berendt de la Universidad de Pennsylvania. Su contenido es de carácter médico, tiene un folio de 36 páginas.

 

Chilam Balam de Tekax. Manuscrito de 36 páginas que está incompleto. W. Gates fue su propietario y lo ha reproducido. Otra reproducción facsimilar se efectuó en la Ciudad de México en 1981. Recetas médicas ordinarias y un calendario común de días buenos y malos es su contenido.

 

Manuscrito de Chan Cah. Fue descubierto en la década de los sesenta, en la población del mismo nombre ubicada en el estado de Quintana Roo. Fue donado por Loring M. Hewing al Instituto Nacional de Antropología e Historia, en 1963. Consta de 128 páginas y guarda semejanza con los Chilames de Tekax y Nah. Es el más reciente de todos ya que su fecha se fija en el primer tercio del siglo XIX. Fue publicado con su traducción, en México, en 1982.