Comercio

Comercio  Época prehispánica. El intercambio de productos que los mayas sostuvieron con otras etnias se inició prácticamente desde el período Preclásico. En aquellos días, la actividad comercial representada por el trueque se realizaba entre los habitantes de la zona de El Petén y de El Salvador y Honduras; sin embargo, en la medida que la cultura maya siguió desarrollándose, hubo otros sitios considerados como puntos de intercambio. Para realizar sus actividades comerciales, los mayas establecieron rutas terrestres, lo mismo que costeras y fluviales. En el caso de las primeras, construyeron grandes calzadas, conocidas también como sacbeoob o caminos blancos. Ya en el período Clásico, cobraron auge los vínculos comerciales entre las ciudades mayas y otros puntos de Mesoamérica, como los que estaban situados en la costa del Golfo, el Altiplano de México y la región de Oaxaca. El comercio de este período no se circunscribió a los productos de consumo, sino que incluyó también objetos suntuarios. Fue entonces cuando surgió un sector social conformado por los mercaderes que, a diferencia de los aztecas, no asociaba su actividad con propósitos de expansión territorial, sino que era de carácter pacífico, sin trasponer sus implicaciones económicas inmediatas.

El excedente de producción permitía ya el sostenimiento de una clase dirigente constituida por sacerdotes y jefes políticos. Los comerciantes de mayor prestigio y experiencia solían vincularse con dicha minoría e incluso llegaban a formar parte de ella. Durante el período Posclásico la actividad comercial mantuvo su importancia, y posiblemente la incrementó. La intensificación de las actividades comerciales sentó las condiciones para el establecimiento de espacios apropiados para el intercambio mercantil; así, por ejemplo, Xicalango en Tabasco y Zinacantán en Chiapas, constituyeron dos importantes puntos donde los aztecas y los mayas intercambiaban sus respectivos productos. En dirección hacia el Sureste destacaron Nito y Naco, centros de actividad comercial situados en Guatemala y Honduras, respectivamente. En lo que concierne a la Península de Yucatán, tuvieron importancia los mercados ubicados en la población de Chauaca, en la provincia de Chikinchel, que era punto de embarque para el tráfico comercial por la costa oriental de Yucatán hasta América Central. En la provincia de Ecab tuvieron importancia los mercados situados en Cachi, Conil y otro punto que llevaba el mismo nombre de la provincia. Otro sitio importante era Pole, que según algunos investigadores era el actual Xcaret, en la costa de Quintana Roo, de donde partían embarcaciones rumbo a Cozumel. Esta isla, Chichén Itzá e Izamal se caracterizaron por asumir la condición de centros ceremoniales y comerciales simultáneamente. Por su parte, la Bahía de la Ascensión y Bacalar figuraban como dos puntos de embarque de productos que tenían como destino la región de Honduras. Champotón, situado al sur de Campeche, facilitaba las actividades comerciales con el interior de la Península, ya que con ese propósito se aprovechaba el río conocido precisamente con el nombre de Champotón, parcialmente favorable a la navegación. Según la disponibilidad de recursos de cada región, se comerciaba con recursos cuyo origen podía ser animal, vegetal o mineral, destinados a utilizarse como materias primas o como artículos de consumo. El comercio de esclavos tuvo también una gran importancia. Los comerciantes mayas tenían un dios que presidía sus actividades: Ekchuah, en cuyo honor se celebraban ceremonias en días que se dedicaban a este propósito.

 

Colonia. La política económica del estado español en las Indias Occidentales tuvo como principios reguladores la exclusividad del comercio y la navegación en los nuevos territorios y la protección a la explotación de metales preciosos. Las Indias fueron declaradas monopolio de la corona de Castilla, vedadas a cualquier persona que no fuese natural de sus reinos, especialmente a potencias o súbditos extranjeros. La economía de los territorios indianos estaba obligada a producir sólo aquellas mercaderías de que se carecía en España y que no representaban competencia alguna para los productos ibéricos.

En Yucatán el comercio empezó a desarrollarse con los primeros conquistadores convertidos en colonos que, organizada la modesta economía con los recursos y costumbres mayas, con alguno que otro toque ibérico, empezaron a tratar de regularizar el comercio con España y con algunas de sus colonias más desarrolladas. Los buques hispanos traían de Europa al principio, de Cuba después y posteriormente de algunos lugares de la Nueva España, harina, aceite, conservas, licores, vestidos y telas; a su regreso cargaban sus bodegas con sal, mantas, cera, maíz, ají y frijoles, productos tributados por los indios a los encomenderos. Las mercancías eran trasladadas a Veracruz y Honduras.

En agosto de 1543 arribó al puerto de Campeche el primer barco mercante con provisiones, ropa y ganado. Los colonos, necesitados de tales productos, pensaron en comprar todo el abastecimiento del navío, pero al no tener oro o plata para pagar, ofrecieron en trueque las mercancías de la región, cosa que los comerciantes no querían aceptar argumentando que no tenían mercados próximos para la miel, cera, algodón blanco, maíz y frijoles que les ofrecían. La pobreza de la tierra y la necesidad de productos europeos hizo que surgiera en los colonos la idea de vender a los indígenas como esclavos, para trabajar en las Antillas; afortunadamente el capitán general, Francisco de Montejo, el Mozo, después de ciertas dudas rechazó el pedimento. El cambio de esclavos indios y mercancías no pudo efectuarse y se tuvo que aceptar el trueque de mercaderías, siendo desembarcado el primer pie de cría que se estableció en Yucatán. Iniciado el comercio de la península yucateca con España y las otras colonias, principalmente las cercanas, se pensó aprovechar otras fuentes de riqueza poco fomentadas por los naturales, dada la total carencia de minas.

Los primeros artículos de exportación fueron: el palo de tinte, llamado ek en maya, que los indios utilizaban para teñir sus mantas en un tono negro. Del palo de este árbol se extraía un tinte fino y rico, mercancía que podía exportarse y venderse en la metrópoli; existía en abundancia a lo largo de toda la costa de Yucatán, principalmente en los lugares cenagosos y en las partes húmedas de la tierra del interior, el de mejor calidad era el de Campeche donde se inició su beneficio. De allí se exportaba a Veracruz para incorporar los barcos cargueros a la flota regular, que anualmente iba a Castilla; con el tiempo se embarcó directamente de Yucatán a Sevilla, primer puerto español para el comercio con las Indias. Pronto creció su demanda, se organizaron empresas de corte que utilizaron la mano de obra nativa y esclavos de color. Los gobernadores decretaron que sólo podían explotarlo aquellos a quienes se expidiera licencia o patente, mediante pago de contribución especial, siendo ésta una de las primeras disposiciones regionales relativas al comercio.

El segundo producto en importancia, después del palo de tinte, lo fue el añil, cuya explotación en Yucatán fue iniciada por el conquistador Hernando de Bracamonte. Los frailes siempre se opusieron a esta industria porque absorbía mucha mano de obra y el trabajo era perjudicial para el indígena. Con base en la Relación de Valladolid, escrita en 1579, se puede deducir que la exportación del añil data de 1571. A muy pocos años de establecida la industria existían en Yucatán 48 ingenios de añil y se llegó a exportar, desde los primeros años, de 600 a 800 arrobas del colorante para España, telas de seda; Marcos de Ayala, infatigable emprendedor de negocios nuevos, hizo traer de España semillas de morera que cultivó en su quinta aledaña a Valladolid. Crecieron las moreras y crió gusanos de seda, posteriormente instaló talleres adecuados en su propia casa con el fin de hilar la seda y teñirla de varios colores, llegando a exportar a España y Flandes telas de magnífica calidad. Esta industria no duró mucho tiempo. También se exportó la sal, producto natural de la tierra que utilizaron los conquistadores para su propio uso y comercio. Los colonos del siglo XVI la extraían y exportaban generando un negocio muy lucrativo. Se enviaba la sal a Nueva España y a Honduras en cantidades estimables. Existían numerosos puertos destinados al comercio, tal es el caso de Tixchel, Champotón, Zihochac, Ceiba, el Pozo de Lerma, San Francisco de Campeche, Santa María de Sisal, Telchac, Dzilam, Tabuctzot, Río Lagartos, Conil, Yalahau y Salamanca de Bacalar, utilizados principalmente para los embarques del palo de tinte. Los puertos habilitados para la importación y exportación fueron: Campeche, Sisal y Salamanca de Bacalar. En los primeros años de la Colonia, Mérida, ciudad principal y cabecera de la provincia, se surtía de mercancías por Sisal en razón de su cercanía, a pesar de que el puerto estaba rodeado de ciénegas y era difícilmente transitable, sobre todo en época de lluvias, lo que ocasionó que fuera luego más utilizado el puerto de Campeche. Existían dos clases de rentas reales para importar y exportar llamadas almorifazgo y alcabalas, los encargados de controlarlas constituían el Fisco Real, radicados en Mérida y representados por dos empleados: el Tesorero Real y el Contador.

Para el comercio interior se establecieron reglas como que sólo se podía comprar y vender maíz, trigo, frijoles, cebada, sal, chile y otros artículos en la Alhóndiga (mercado ubicado en ese entonces al costado sur del edificio municipal) y después de que la campana de la Catedral hubiese tocado a la plegaria del alba. Debido a que no era muy frecuente la llegada de barcos comerciantes a la Península, la escasez de productos y el elevado precio de ellos hizo que se tuvieran que aplicar medidas para aliviar la situación económica de la región. El gobernador Luis Céspedes y Oviedo (1565-1571) decidió aprovechar la circunstancia favorable de que el Adelantado Pedro Menéndez y Avilés se encontraba entonces colonizando los puertos de La Florida, para traficar con ellos. Se iniciaron relaciones comerciales donde Yucatán los abastecía de maíz a cambio de vinos, aceites, telas, etcétera, lo que ayudó a bajar relativamente los precios.

En 1571 ya había aumentado el comercio de exportación, los productores yucatecos enviaban sus artículos a los mercaderes de Cuba, Veracruz, Guatemala y Honduras. En este siglo se empezaron a construir, como una necesidad comercial, caminos que condujeran a los puertos para facilitar el transporte de las mercancías y poder suprimir a los tamemes (cargadores indios). A principios del siglo XVII se comenzó a exportar nuevos artículos, aprovechando más los productos naturales como los pesqueros: pargos, meros, lisas, sardinas, pámpanos, corvinetas, robalos y otras especies que se consumían en la provincia y se enviaban a Veracruz. En Sisal había grandes pesquerías, Champotón y Río Lagartos producían lo suficiente para surtir a las ciudades de Mérida, Campeche y Valladolid, y tenían excedentes para la exportación. En Mérida y Valladolid empezaron a curtirse pieles, iniciándose una gran corriente de comercio de cueros que llegó a ser una de las principales fuentes de ingresos para la entonces provincia. En Chemax, Tixkokob y Homún utilizaban el hilo de henequén para construir toscas camas de cordelería, poco después se comenzó la elaboración de hamacas, industria importada de las Antillas.

A Veracruz se llevaban cal y piedras para la construcción de edificios. Los indios, principalmente los de la comarca de Valladolid, compraban cera, miel, alpargatas, gallinas, frijol, mantas de algodón, pimienta, etcétera, a sus connaturales y luego revendían todo con ganancia a los mercaderes españoles o criollos. Los más audaces se embarcaban y vendían sus mercancías en otras tierras regresando con otras para comerciar, reproduciendo la habilidad comercial de los antiguos mayas. A mediados del siglo XVII el comercio de exportación había aumentado su volumen con artículos como la grana, el copal y la jarcia, además de la sal, mantas de algodón, cera, palo de tinte, añil y cueros. También aumentó la nómina de las mercancías de importación: telas de vestir, loza, vajilla de plata o de barro, armas, comestibles, drogas y materiales para las incipientes industrias. Dos navíos españoles hacían la travesía anual desde Sevilla o Cádiz con destino a Yucatán, los navíos arribaban a los puertos de Campeche, Sisal o Río Lagartos trayendo de Europa vinos, aceites, bastimentos, ropa y otras mercaderías. Hacían tres o cuatro viajes a Veracruz con retorno, intercambiando los productos del país antes de regresar otra vez a España; los barcos españoles daban inusitado movimiento al comercio peninsular, ya cambiando mercancías, ocupando trabajadores en el alijo y transporte de la carga, aumentando los ingresos de la Aduana con que se mantenía en buen estado la calzada de Sisal y se ayudaba al sostenimiento de los hospitales de Mérida y Campeche. Es en este siglo cuando comenzó a desarrollarse la marina mercante campechana, una de las más importantes entre las colonias. Se inició la construcción de buques por carpinteros de la localidad, destacando como armador Diego García de la Gala, rico propietario de varias embarcaciones de diversa arboladura y calado. Los productos de fabricación local se exportaban a puertos americanos, a España y las Islas Canarias, éstas a cambio importaban aguardiente. Pocas eran las casas de comercio importantes en las ciudades de Mérida y Campeche, las cuales se ocupaban tanto de la venta al público como de la exportación e importación de mercancías, teniendo corresponsales en plazas de España, Sevilla o Cádiz, principalmente México, La Habana y Veracruz.

El mariscal Carlos de Luna y Arellano, gobernador de la provincia (1604-1612), protegió y fomentó el comercio de la Península con medidas como fortificar las costas previniendo ataques de piratas y corsarios; levantó en Campeche las primeras fortificaciones, hizo construir en Río Lagartos una fortaleza con capacidad para detener a cualquier atacante y para servir de bodega y almacenes de mercancías de importación y exportación. En el distrito de Valladolid hizo arreglar los caminos para facilitar las comunicaciones y el comercio. España, como nación colonizadora, había dispuesto que los países americanos no podían manufacturar, abrogándose el derecho exclusivo de transformar en artículos de consumo sus productos naturales y los de sus colonias americanas. El comercio con las Américas estaba monopolizado por unas cuantas casas comerciales de Sevilla o Cádiz, nadie podía hacerse a la mar de un continente al otro, a menos que hubiera embarcado en uno de estos puertos españoles mercancías por alto valor. En el lado americano, las importaciones sólo beneficiaban a unas cuantas casas de influencia que mantenían sus factorías en Veracruz y Panamá.

Las colonias sufrían bajo este sistema, que les restringía de artículos necesarios para la producción, como las manufacturas de hierro, teniendo que pagar precios exorbitantes por estas mercaderías que forzosamente habían de venir de Europa, aun en el siglo XVIII, obstáculo para el desarrollo de la industria manufacturera, la población y la prosperidad en general. A pesar de ello, el siglo XVIII fue alentador para la agricultura, la industria y el comercio de Yucatán, la provincia producía maíz, caña dulce, algodón, cera, sal, legumbres, almidón, zarzaparrilla, copal, aceite de higuerilla, grana, vainilla, tabaco, nin, palo santo, achiote, canafístola, incienso, palo de tinte, henequén, nopal, cedro, brasilete, reses, borregos, caballos, cerdos, venados y variedades de piezas de caza y pesca. Las haciendas aumentaron en número considerable. A los puertos del Golfo se enviaban sal, cera, costales de henequén, sombreros de paja, manufacturas de algodón y carey. Traíase a cambio, algodón, cueros al pelo, pita, almagre, piloncillo y queso. Por el puerto del presidio del Carmen efectuábanse las exportaciones de palo de tinte, caoba, cedro y cacao. En el transcurso de esta centuria aumentó el volumen comercial de Yucatán con Cuba, España y la Nueva España. Se exportaba a esos lugares, carne salada, palo de tinte, caoba, cedro, arroz, sal, añil, carey, coramble, peletería de venado, pámpano salado, robalo y manufacturas de algodón y henequén. De España se recibía: ferretería, papel, telas de algodón y lana, clavos, alambre, quincallería, paños, lienzos de hilo, loza, pólvora y otros productos de fabricación extranjera que los comerciantes españoles remitían a sus corresponsales americanos. Continuó prohibido y sancionado el tráfico mercantil con plazas extranjeras e inhabilitados los tratantes de otros países para comerciar o residir en Yucatán.

En 1765 el rey envió como visitador general de la Nueva España a José de Gálvez para estudiar las condiciones de Yucatán, donde tenían noticias de fraudes y contrabando que perjudicaban a las arcas reales. Después de cinco meses de estudio se redactó un amplio informe, donde se dio una idea de la situación económica de la Península en esos años; en el documento se solicitó al rey Carlos III urgentes y saludables cambios en el sistema administrativo, a la vez que se denunciaron muchos abusos. El rey, influenciado por el informe, decretó la libertad de comercio por 10 años; en 1774 derogó las prohibiciones de comercio recíproco entre sus colonias, extendió el comercio libre de los puertos españoles a varias otras colonias y en 1786 se generalizó. Antes ya había suprimido en parte el privilegio exclusivo de Cádiz para el tráfico de ultramar, para lo cual habilitó los puertos de Sevilla, Cádiz, Alicante, Cartagena, Málaga, Barcelona, Santander, La Coruña y Gijón; omitió los onerosos derechos de antaño e impuso una sola contribución aduanal del 6% sobre el valor de las mercancías. Estas concesiones se extendieron a Yucatán, acrecentándose notablemente su comercio e industria. Con la reforma mercantil circularon libremente las embarcaciones individuales entre España y las Indias, sin protección de ninguna clase.

El puerto principal de Campeche se abrió al comercio español que procedía de Veracruz, limitando en gran parte el contrabando. Gracias al sistema de navíos sueltos, que sustituyó al de flotas y galeones, llegaban a la península yucateca buques de registro con mercaderías nacionales y extranjeras, evitándose la carestía de los artículos de consumo. Por Real Decreto del 28 de febrero de 1789, ampliado por Real Orden de 1793 y reiterado en septiembre de 1796, se concedió absoluta libertad de derechos a los puertos menores, pudiendo comerciar directamente con España y en el interior de puerto a puerto, en todo lo que se refería a la exportación de frutos o productos de la provincia. Campeche, Sisal, Villahermosa, Laguna de Términos fueron habilitados como puertos menores; Dzilam, Río Lagartos, Bahía de la Ascensión tenían licencia para exportar únicamente carnes saladas, sebo, cueros y palo de tinte. A pesar de estas medidas que favorecían al comercio, el contrabando no pudo erradicarse; Yucatán, debido a su posición geográfica, facilitaba esta práctica. Ocultos en bosque cerrado en todo lugar a la orilla descargaban la mercancía, burlando la vigilancia que en realidad no era mucha.

El comercio ilegal lo realizaban principalmente extranjeros auxiliados de comerciantes locales. El contrabando se efectuaba entre los puertos peninsulares y los de Jamaica, Belice, Nueva Orleáns, Nassau y Boston, verdaderos emporios donde se surtían los defraudadores. Se llegó a estimar el comercio ilegítimo como de igual valor al legítimo. Aun cuando el contrabando perjudicaba los intereses de la Corona, era un mal necesario ya que ante la imposibilidad de España, por las guerras internacionales, de surtir a sus colonias americanas de los productos necesarios al habitual consumo, los colonos se abastecían de ellos a través del contrabando que llegó a ser indispensable; incluso algunos gobernantes españoles de fines de la Colonia lo toleraron y propiciaron. El comercio ilegal aunado a las ingentes necesidades de la provincia y la urgente exigencia de comerciar libremente con el extranjero fueron razones que llevaron al gobernador Manuel Artazo (1811-1820), abrogándose facultades legislativas que no poseía, a decretar en 1814 la libertad de comercio, abriendo los puertos de la provincia a los buques mercantes de todas las naciones con las que tenía el reino buena amistad y eran neutrales. El decreto fue luego aprobado por el rey, manteniéndose vigente hasta la consumación de la Independencia. Esta libertad favoreció a los comerciantes ingleses y a la marina campechana que regularmente hacia las travesías escoltada por barcos de la armada británica. A fines del siglo XVIII se introdujo en Yucatán el cultivo del tabaco; en 1765 se estableció el estanco del tabaco y a consecuencia de este monopolio cayó el cultivo, extinguiéndose las plantaciones particulares. Para 1807, se hicieron extensivas a Yucatán las gracias y privilegios concedidos en Cuba a los productores de caña de azúcar y fabricantes de aguardiente, que llegaron a tener mucho auge en Yucatán en los años posteriores a la Independencia. Permitíase la exportación directa de aguardiente de caña a puertos extranjeros, mediante barcos hispanos; podían también establecerse en Yucatán refinerías de azúcar para exportar a España o a las otras colonias españolas de América y se declaró libre de gravamen el ron que saliese de Yucatán para puertos americanos o de Europa, subsistiendo los derechos impuestos al que se introdujese para su consumo en España. No obstante, la industria azucarera no prosperó en los últimos años coloniales debido a la competencia que le hacía Cuba a la incipiente industria local.

Para 1790 y ante la necesidad de máquinas y equipo para mejorar las industrias, el Ayuntamiento de la ciudad y puerto de Campeche solicitó al rey la provisión de instrumentos adecuados y convenientes a las diversas manufacturas que primitivamente se elaboraban en la provincia. Por ejemplo, para el algodón se pedían máquinas, telares y maestros que distribuidos en toda la provincia enseñasen un sistema moderno y fácil de despepitar, hilar, tejer el algodón y fabricar mantas, colchas, listados y otros tejidos. Para el henequén se pedían telares y tornos para tejer costales en menos tiempo y menor costo. En 1816 un relojero francés apellidado Chavot hizo varios ensayos para extraer del palo de tinte la materia colorante, con el fin de exportar el extracto en vez de la madera en bruto, con lo cual se podía obtener mayor ganancia. El comerciante Pedro J. Guzmán hizo traer la maquinaria de los Estados Unidos y estableció la factoría, gracias a la cual se logró reducir el colorante a una pasta, lista para exportarse con gran economía de materia prima y fletes marítimos y terrestres. La marina campechana era la que se ocupaba del tráfico comercial entre nuestros puertos y los del Golfo de México y las Antillas; para 1811 ésta contaba con 79 buques de cruz, 56 buques costeros y 263 canoas, con frecuencia auxiliaba a la marina española de guerra en Veracruz y La Habana e impulsaban la agricultura e industria locales por la facilidad, presteza y economía con que transportaban a lo largo de las costas el sobrante de sus productos, géneros que constituían propiamente su comercio. En Campeche se encontraba el astillero de mayor fama en el Golfo. Muchas fragatas de la misma escuadra española fueron construidas allí. Los buques hechos en Campeche tenían fama de larga duración y recia solidez, duraban 50 o más años en servicio activo, compitiendo con los mejores de España y Cuba. Para 1811 la carpintería de ribera campechana contaba con 179 operarios repartidos en calafates, herreros y carpinteros.

El 13 de febrero de 1810 se dio una Real Orden para que durante la guerra pudiesen descargar en Sisal los buques de La Habana que prefiriesen este puerto al de Campeche y el 3 de marzo de 1811 Sisal es declarado puerto menor. Esta medida lastimó los intereses mercantiles de Campeche y fue una de las causas principales para la separación de este territorio en 1858. El comercio colonial sentó las bases para el resurgimiento económico de Yucatán, gracias al henequén, porque preparó los elementos necesarios para aprovechar esas nuevas condiciones de vida.

 

Siglos XIX y XX.

 

Interior. Al iniciar Yucatán su vida independiente, su comercio interior se centró principalmente en productos agropecuarios y artesanales de la propia Península y varios importados. Mérida y Campeche fueron los dos centros mercantiles de mayor importancia, aunque tuvieron cierta significación las cabeceras de los partidos en que se dividía la región y algunas otras poblaciones. Su ámbito mercantil se vio reducido en parte por las deficientes vías de comunicación y por el incremento de los precios debido a los costos de transportación. En la primera mitad del siglo XIX se desarrollaron nuevos caminos transitables, lo que amplió el radio de acción de muchos mercados locales del interior de la Península, y para la segunda mitad del siglo, la construcción de líneas férreas permitió entrelazar zonas y regiones antes aisladas, con la consecuente ampliación del comercio interior. Pasado el período de la sublevación indígena y separado Campeche de Yucatán, hubo una mayor concentración del movimiento comercial en Mérida, centro motor del comercio al mayoreo y al menudeo; desde donde se distribuyeron las mercancías por todo el interior del estado. Primero por Sisal y luego por Progreso entraron grandes cantidades de productos nacionales y extranjeros, cuya variedad fue aumentando conforme creció la exportación del henequén. Entre los partidos con mayor actividad comercial, después de Mérida, se encontraban Izamal, Ticul, Motul, Tekax, Tizimín, Valladolid, Espita, Peto, Maxcanú y Sotuta. A fines del siglo XIX y principios del XX, las ventas al menudeo crecieron a un ritmo promedio del 10% anual, cifra que demuestra la magnitud del comercio interior, y a partir del siglo XX, los artículos llamados «efectos del país», los producidos en Yucatán, se dieron a conocer a través de los periódicos de la época.

Un ramo importante del comercio interior fue el de ganado vacuno y porcino. En Mérida, por mucho tiempo, el expendio de carne fresca se efectuó en el palacio municipal, pero a mediados del siglo pasado se trasladó su venta a la placita, hoy conocida como mercado García Rejón, mientras que la venta de granos se realizó al poniente del ex convento de San Francisco y Ciudadela de San Benito, en los llamados Portales de Granos, por donde se construyó el mercado Lucas de Gálvez en 1887, y el expendio de pescados y mariscos se localizó al oriente del mismo edificio. El matadero estuvo muchos años por el centro de Mérida, pero en enero de 1885 se inauguró el Rastro Público al poniente del barrio de San Sebastián. Las fiestas populares que se celebraban a fines del siglo pasado y principios del actual eran aprovechadas por los comerciantes para vender sus mercancías y productos no sólo a los habitantes del lugar, sino también a los numerosos visitantes que de pueblos, haciendas y ranchos cercanos confluían a estas celebraciones. Entre las más renombradas estaban las de Tizimín, Valladolid, Tekax, Ticul, Izamal, Dzitás, Hunucmá, Espita, Teabo, Chumayel, Cantamayec y Temax. En Mérida tenía fama la del barrio de Santiago.

 

Exterior. Al independizarse Yucatán, su comercio exterior se hizo por tres puertos: Sisal, Campeche y El Carmen. El comercio por Sisal se desarrolló principalmente con La Habana y participaron en general los comerciantes de Mérida. Por Campeche se comerció con puertos mexicanos del Golfo y europeos a donde se enviaba el palo de tinte, mismo producto que también manejó El Carmen. En 1821 se prohibió el tráfico con España y sus colonias; en 1823 se le comunicó a Yucatán el decreto que declaraba la guerra a esa nación con la consiguiente suspensión del tráfico con todos los puertos españoles y de sus colonias, y en 1824 el general Antonio López de Santa Anna dispuso que el decreto de guerra se hiciera público en el estado, medida que afectó enormemente al comercio de la Península ya que la parte sustancial de esta actividad se realizaba con Cuba. Con el tiempo, el comercio yucateco reabrió su mercado externo con ese país e incursionó en los puertos de Belice, Nueva Orleáns, Nueva York, Boston, Mobila, Liverpool, Falmouth, Bremen, Hamburgo, Amberes, Havre, Marsella y Burdeos.

En 1844, el entonces presidente López de Santa Anna dictó medidas arbitrarias para el envío de productos yucatecos a los puertos mexicanos del Golfo, en oposición al tratado celebrado al reanudarse las relaciones entre Yucatán y México, bajo el argumento de que la competencia que hacían los productos yucatecos perjudicaba a comerciantes e industriales de otros estados. En la segunda mitad del siglo XIX el henequén empezó a ocupar el primer lugar en las exportaciones, desplazando a muchos otros productos, de los cuales muy pocos subsistieron al empezar el presente siglo, mientras que otros como la resina de chicle adquirieron paulatinamente importancia en el mercado exterior. No se puede dejar de mencionar la venta de indios mayas a Cuba, que tuvo su origen en el decreto de 1848 del gobernador Miguel Barbachano y que sería prohibida de manera terminante por el presidente Benito Juárez en 1861.

 

Importaciones. Hasta mediados del siglo XIX, Yucatán se rigió en parte por sus propios reglamentos aduanales y de comercio. Bajo la pena de comiso estuvo prohibida la importación de ciertas mercancías, pero quedaba libre de derechos la importación de animales vivos para aclimatar la especie y mejorar la casta, así como la importación de carros de transporte de nueva invención, entre otros. Se prohibió el tránsito en el interior del estado de productos extranjeros que no estuvieran acompañados de los pases correspondientes, que sólo podían extender el tesorero general de México y los administradores de las aduanas de Sisal, Campeche y El Carmen.

Para combatir el contrabando, que fue un factor de mucho peso en el comercio local, se estipuló que de los efectos lícitos de comercio introducidos de contrabando y decomisados, la mitad se daría al denunciante y aprehensores y el resto se remataría al mejor postor; en tanto que de los efectos ilícitos se entregaría la tercera parte en especie al denunciante y aprehensores y el resto, ya rematado, se destinaría para la Hacienda Pública y construcción de caminos. El volumen y la variedad de las importaciones aumentaron a fines del siglo pasado con el auge económico producido por el henequén. Igualmente, el fuerte desarrollo económico influyó para que la alta burguesía yucateca viajara con frecuencia al extranjero, fundamentalmente a Europa, y copiara otros modelos e importara toda clase de objetos. Este consumo suntuario formó parte importante de la vida social de Mérida de principios de siglo.

 

Reglamentos y aranceles. Al iniciarse la Independencia, Yucatán contaba con un amplio y liberal reglamento de comercio y un arancel de aduanas expedido desde 1814 y tras diversas modificaciones arancelarias, suscitadas entre 1821 y 1822, en 1827 quedó estipulado que los artículos extranjeros que se introdujeran por las aduanas marítimas de Yucatán sólo adeudarían las tres quintas partes de lo señalado en el arancel. Tres años antes se elaboró un decreto sobre clasificaciones de rentas generales y particulares cuyo artículo 13 concedía libertad al estado de Yucatán para fijar, con beneficio del erario local, sus propios derechos de exportación, aunque estaba obligada a contribuir con los gastos globales de la Tesorería General de la Nación.

Para 1825 se pusieron en vigor las alcabalas, derecho que cobra el fisco sobre ventas y permutas por la entrada de mercancías a cada municipio, fijándose para cada artículo una cuota determinada, así como un derecho del 3% por concepto de consumo, a todos los efectos extranjeros que se introdujeran por las aduanas marítimas del estado. En 1837 se estableció un arancel que abarcaba no sólo efectos nacionales y extranjeros sino también de producción local, que entró en vigor un año después, y se mantuvo la alcabala de carnes, que se pagaba tanto por la introducción de cada cabeza de ganado a Mérida y Campeche, como por todas las cabezas de partidos, curatos y pueblos. A partir de 1857, las alcabalas fueron prohibidas terminantemente en todo el país y su aplicación fue aplazada indefinidamente, en tanto que el derecho de consumo sobre efectos nacionales se elevó, por un decreto de 1871, al 25%. Finalmente, en 1896 se declaró que los estados no podían prohibir ni gravar la entrada o salida de su territorio de ninguna mercancía nacional o extranjera, con lo cual quedaron suprimidas todas las alcabalas, derechos de consumo y aduanas interiores. Este decreto federal obligó al gobierno del estado a modificar su estructura fiscal, por lo que se promulgó en Yucatán la Ley General de Hacienda del Estado, que obligaba a pagar semanalmente a la Tesorería el impuesto que se cargaba a la factura en las ventas al mayoreo.

En cuanto a las ventas al menudeo, los vendedores hacían una manifestación del promedio mensual de sus ventas. Por patentes de giros e industrias se fijaron cuotas, según el capital del causante, y respecto de los impuestos municipales, quedaron derogados todos los que gravaban la entrada de mercancía para el consumo.

 

Agrupaciones de comerciantes. En los consulados de Comercio que existieron en la Nueva España se encuentra el antecedente de las agrupaciones de comerciantes para la defensa de sus intereses y la representación del comercio organizado. La importancia comercial de Campeche motivó a los comerciantes a reunirse y gestionar en 1788 la autorización para organizar una Diputación de Comercio, obtenida finalmente en 1791 y que entró en operación en 1804. Esta Diputación tenía por objeto la defensa de sus intereses mercantiles. La organización atravesó épocas difíciles entre 1825 y 1857, y en 1881 se realizó la formación de nuevos estatutos y reglamentos que fueron aprobados por la Asamblea Mercantil de Yucatán y por el gobierno del estado. Según los estatutos, tenía la facultad de constituirse en Tribunal Arbitral para decidir en pleitos sobre asuntos mercantiles. Esta asamblea no tuvo larga vida y fue sustituida por la Cámara de Comercio de Yucatán. Debido a la falta de solidaridad entre sus miembros, este organismo tampoco duró largo tiempo. No fue sino hasta 1906 cuando surgió la Cámara de Comercio de Mérida, luego convertida en la Cámara Nacional de Comercio, Servicio y Turismo de Mérida.

 

Actualidad. En el presente siglo, el auge henequenero y su consiguiente comercialización, principalmente en Estados Unidos, se mantuvo con sus altibajos hasta la década de los 50. La competencia internacional a partir del surgimiento de las fibras sintéticas, el derrumbe de los precios de las fibras naturales y las contradicciones entre los cordeleros yucatecos puso fin al desarrollo de esta gran industria local. De acuerdo con el Censo Económico 1993 del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, el comercio yucateco es una actividad productiva de gran importancia para la economía estatal ya que da empleo al 36.6% de la planta laboral, genera el 57.3% de los ingresos anuales y el 48.3 de las unidades productivas pertenecen a este sector.