Casa López y Argaiz

Casa López y Argaiz  Construcción que data del siglo XVI, ubicada en el centro de la ciudad, al extremo noroeste de la Plaza Grande. El lote donde está erigida la antigua casona fue en un principio concedido a Alonso López, hermano político del Adelantado, procurador de Mérida ante las cortes de España (1543) y posteriormente regidor de Mérida, con el compromiso de bajar los desniveles del terreno y emparejar la superficie donde se levantaba un cerro, antiguo adoratorio maya lleno de arboleda y bosque. Sin embargo, un informe de Martín de Palomar, fechado el 18 de febrero de 1579, señala que al poniente de la plaza todavía se encontraba el cerro, señalado anteriormente, que en ese entonces era utilizado para sacar piedras y tierra útiles para edificar la Catedral de la Iglesia, otros edificios y casas de los vecinos. De ello, Rubio Mañé deduce, en su libro La Casa de Montejo, que la concesión para Alonzo López, para que desmontase el cerro, no se llevó a cabo, porque subsistía éste en 1579. No es sino hasta 1611 cuando Juan de Argaiz, encomendero de indios de Kikil y Penkuyut entregó a Juan Bautista Arias de Rejón, escribano público y de cabildo, su testamento, en el cual instituía un vínculo con la casa de su morada, es decir, un mayorazgo que se aplicaría a la vivienda de su propiedad, en la esquina noroeste de la Plaza Grande, o sea la casa conocida hoy como de López y Argaiz. Con el Derecho de Mayorazgo, institución que refiere la sucesión de herencia siempre en el hijo mayor, para que los bienes permanezcan en poder de la familia, los Argaiz preservaron el privilegio de la propiedad durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Durante este último la casa se encontraba ya en malísimo estado, al grado de que su dueño, Pedro Pardo y Argaiz, pretendió en 1735 que se le concediese licencia para vender la casa del mayorazgo de su familia. Sin embargo, la deteriorada casona de la esquina con su balcón principal mirando a la Plaza Grande, pervivió sólida, siendo testigo de la demolición de su espléndido vecino de enfrente, ubicado a su costado sur, el antiguo Olimpo.

A mediados del siglo XIX, el predio pasó a formar parte de las propiedades de la familia Guerra, convirtiéndose en residencia simultánea de un obispo y gobernador de Yucatán, hermanos entre sí y ambos personajes claves en la Mérida de aquellos tiempos, a saber, José María y Pedro Marcial Guerra y Rodríguez Correa, en ejercicio de sus respectivos cargos eclesiástico y público durante las medianías del siglo pasado. Según Alejandro Domínguez, la casa no sigue un estilo estricto de arquitectura, pero sí puede considerársele, por su forma, típica de la época colonial, similar a todas sus contemporáneas. Por su distribución, se deduce que la antigua casa concentraba la vida familiar en la planta alta, debido a que las dimensiones de ésta son mucho mayores a las de la inferior, cuya altura duplican; es probable que la planta baja se destinara a las bodegas y cocheras. En la robusta casona predominan los muros sólidos, hechos con fuerte mampostería de la época, las ventanas, a pesar de sus líneas sobrias y austeras, muestran ahora un adorno superior, de forma triangular, realizado posteriormente. La orilla superior de la casa está coronada con una cornisa muy sólida, de grandes dimensiones, que contrasta con la simpleza del trabajo de herrería de las ventanas, realizado simplemente para proteger y no para adornar. En la fachada se aprecian los estucos originales del edificio, que suben desde el piso hasta la parte superior de las paredes, ahora pintados de color crema. Sobre la calle 62 se abre la puerta del zaguán del que aún se aprecian cuatro arcos de piedra, por los que seguramente pasaron caballos y carrozas. En el interior del zaguán, hoy entrada a un estacionamiento público, se observa que la base y el capitel de las columnas, que sostienen a los arcos, denotan gran austeridad. A la izquierda de esta entrada puede verse un portón de madera con remaches de hierro o «espuelas» a manera de adorno; atrás de él se encuentra una escalera de piedra que conduce a los corredores de la planta alta que miran hacia el patio. Domínguez Méndez dice que, en términos generales, la casa se puede definir como un edificio de una crujía en «L», que al igual que la mayoría de las de esa época tenía una vida hacia el interior. La casa actualmente demuestra numerosas «mutaciones» y mutilaciones que se le han hecho en su larga vida. Actualmente la planta baja es la más bulliciosa y popular del edificio, plena de establecimientos, comederos, tiendas turísticas y demás comercios. Uno de los establecimientos más antiguos e identificados con el sitio es el café y restaurante Louvre.