Artesanía

Artesanía  Para trazar la trayectoria histórica de la artesanía yucateca hay que remitirse a fray Diego de Landa, quien en su Relación de las cosas de Yucatán menciona numerosos artefactos, muchos de los cuales ya no se manufacturan en la actualidad. Nos habla Landa de una diversidad de artículos cerámicos, entre los que enumera «vasos galanos», platos, braseros, ídolos, etcétera; de mantas para dormir, camisas, o sea los huipiles de las mujeres y de sus mantas de pecho; de instrumentos musicales como atabales, que tañen con la mano o con palos que tenían un extremo cubierto con una pelota de hule, trompetas largas de palo hueco y calabazas al extremo, conchas de tortuga que se golpeaban con astas de ciervo, flautas de caña, caracoles grandes, etcétera; nos habla de esteras o petates, redes y trasmallos, cuerdas y trampas; de cuentas de jade y de concha roja; de arte plumaria; de libros, los códices, bellísimos exponentes de la habilidad pictórica y de la vida ceremonial, la religión y los cálculos astronómicos de los mayas. También se encuentran estas referencias en otros cronistas e historiadores. Con Montejo vinieron los primeros artesanos españoles: el albañil fray Miguel de Herrera, el carpintero Antonio Sánchez, los sastres Andrés González y Nuño de Castro, el zapatero Diego González, el platero Diego de Vargas, el herrero Juan de Jiménez y el sillero Cristóbal de Rojas. Las primeras Relaciones de los encomenderos, las Cartas de Indias, las Noticias de los gobernadores y los textos de Landa, ya citado, de Lizana y de Cogolludo, nos relatan cómo entre los soldados de Montejo y entre los primeros frailes, llegaron artesanos que generalizaron las artes mecánicas y manuales, difundiéndolas por toda la Península. Así fue como con albañiles, carpinteros, zapateros, sastres, etcétera, fueron llegando también orfebres, que comenzaron a labrar ornamentos para las nacientes iglesias, medallones, cadenas, hebillas, cálices, incensarios, palmatorias y candelabros de plata y oro, así como cucharas y otros utensilios de uso personal. Se hacían joyas de plata y de oro, engarzados, rosarios, arracadas y veneras y se fue cultivando con maestría el arte de la filigrana. Hizo labor sobresaliente el franciscano fray Julián de Cuartas, natural de Almagro, España, quien enseñó arquitectura, pintura, entalladura, escultura y el oficio de dorador. Hubo en las iglesias de Yucatán muchos retablos, imágenes, estatuas y cuadros realizados por hábiles discípulos, indios y mestizos, del padre Cuartas.

La Colonia produjo sustanciales cambios en cuanto se incorporaron al uso cotidiano instrumentos de un material nuevo y más eficaz: el hierro; y con él, la población conoció nuevas técnicas y nuevos conceptos. Los mayas, en fin, se hicieron expertos en los oficios practicados por los españoles. Cogolludo relata en su Historia de Yucatán: «Son al presente grandes imitadores de todas las obras de manos que van hechas, y así aprenden todos los oficios con facilidad, y hay muchos en sus pueblos demás de los que asisten en la ciudad y villas grandes oficiales de herreros, cerrajeros, freneros, zapateros, carpinteros, entalladores, escultores, silleros, oficiales que hacen muy curiosas obras de concha, albañiles, canteros, sastres, pintores, y así los demás. Lo que causa admiración es que hay muchos indios que trabajan en cuatro y seis y más oficios de éstos (como los españoles suelen en uno solo) con que se sustentan, y a veces con herramientas e instrumentos que da risa verlos: pero con la flema, que casi connatural tienen en el trabajar suplen su falta, y sacan buenas obras, que las dan más baratas que los españoles con lo que los que llegan oficiales a Yucatán, pasan mal con sus oficios y así hay pocos de ellos, y buscan otro modo de vivir». Este párrafo nos ilustra acerca de cómo los mayas supieron aprovechar las nuevas técnicas y herramientas hasta llegar a competir brillantemente con los propios oficiales españoles. Así se cimentó la tradición artesanal yucateca. (Cogolludo terminó su Historia antes de 1687 y se publicó por primera vez en 1688). El producto artesanal de los indígenas que más se explotó fue el textil. Las mantas tejidas por las indias eran de una excelente calidad y llegó a ser un precioso artículo de exportación y el principal tributo que la población aborigen pagaba a los encomenderos. El número de mantas que cada jurisdicción recibía era el signo de su importancia. Así relata el mismo Cogolludo: «La jurisdicción de la ciudad de Mérida tenía aquel año (1643) diez mil y seiscientas y noventa y ocho mantas y una pierna. La de Campeche mil y seiscientas y dos mantas y tres piernas. La de Salamanca, como ya se habían alzado los indios… tenía solamente de tributos cuatrocientos y sesenta pesos». Cada manta constaba de cuatro piezas de tres cuartas de ancho. Pierna era la pieza que sacaba el telar. Las cuatro piernas que formaban la manta se unían entre sí. Cuando cesó el tributo se halló una fórmula para que la producción continuase.

En 1814, Policarpo Antonio Echánove, explica cómo la solución ideada hubo de abolirse y con eso la elaboración de los patíes, así se llamaban en maya las piernas de manta, se redujo a la que los propios indios consumían. Desgraciadamente las obras artesanales exigen a veces un excesivo esfuerzo que agota al trabajador. Echánove describe con patetismo cómo trabajaban las tejedoras de Valladolid: «Da lástima ver a una vallisoletana en su taller y materialmente se desea que lo abandone para que no padezca lo sobre todo precioso de la conservación de su vida. Formada la trama de su tela, haciendo firmes los pies impulsa cuanto puedan sus fuerzas cada vez que va y vuelve al pasador, para reunir los hilos; ¿qué resulta de aquí? El mucho tiempo que necesita la labor influyendo contra la baratez, que ha proporcionado su enajenación y el lastimar los pulmones de aquella mujer tierna, como se observa diariamente». Lo anterior nos da a conocer cómo por tradición el arte de tejer fue función femenina desde los tiempos prehispánicos. Echánove publicó su estudio en 1814. En 1891, aún era Valladolid el centro productor de tejidos de algodón más importante, aunque lo producían también Izamal, Tekantó y Tepakán. Posteriormente, el arte de tejer algodón en el telar de cintura primitivo puede decirse que desapareció en Yucatán. Pero este tipo de telar se seguía usando mucho después en Hocabá para tejer henequén.

En diciembre de 1865 se inauguró en la Casa Municipal de Mérida una improvisada exposición de productos naturales y manufacturados, en el marco de los actos organizados en ocasión de la visita de la emperatriz Carlota. La primera exposición debidamente convocada fue en mayo de 1871, durante la administración de Manuel Cirerol. En 1875, siendo gobernador Eligio Ancona se nombró una comisión para reunir material destinado a otra exposición, pero ésta a celebrarse en la ciudad de México, el mes de noviembre de dicho año, y la cual serviría, a su vez, para seleccionar los productos nacionales merecedores de representar a México en una exposición internacional que se efectuaría en Filadelfia, eua. Esa exposición local no pudo efectuarse. El precio del henequén había bajado a cuatro reales la arroba, según Rodulfo G. Cantón, autor de la Memoria de la que sí se efectuó en mayo de 1879. La Segunda Exposición de Yucatán, este fue su nombre oficial, se inauguró en Mérida el 5 de mayo de dicho año. Tuvo magnífico éxito y dio motivo a que se realizasen exposiciones preliminares, de tipo local, en Izamal y en Tizimín. Su promotor fue el gobernador del estado, Manuel Romero Ancona. Estuvo abierta al público hasta el 15 del mismo mes y su sede fue el Palacio Municipal.

Como la Segunda Exposición fue general, en ella se expusieron productos de todas clases. Con respecto a la parte relativa a las artesanías sabemos lo siguiente: en esa época se fabricaban alfombras de henequén en Motul, Yaxkukul y Mocochá; los productos más comunes hechos con esta fibra, bolsas, costales, reatas, se producían prácticamente en todo el estado. Presentaron muestras de ellos: Kinchil, Motul, Baca, Dzemul, Halachó, Kantunil, Tepakán, Kimbilá, Yaxkukul y Conkal. La cerámica, igualmente, tenía un radio muy extenso ya que se manufacturaba en Mérida, Maxcanú, Ticul, Yaxcabá, Tixcacal, Huhí, Izamal, Tixpéual y Motul. La cestería, además de la región en que aún se produce, que es la del Occidente incluyendo Hunucmá, Kinchil y Tetiz, se trabajaba también en Valladolid, Tixcacal, Xanabá y Ticul. En cuanto a esteras los lugares productores eran Kinchil, Temozón, Cantamayec, Yaxcabá, Tixcacal y Kantunil. En este último lugar se hacían de enea o tule (puh en maya) mientras que en los otros se usaba la palma de guano. La producción de sombreros no era en Yucatán, como después, arte exclusivo de Ticul y Halachó; además se fabricaban en Mérida, Tinum, Sotuta, Kantunil y Xanabá. En Halachó ya se hacían sombreros de jipi, conocidos entonces con el nombre compuesto de jipi-japa. La madera se tallaba en Mérida, Xocén, Cantamayec, Tizimín, Dzidzantún, Río Lagartos e Izamal. En Izamal y en Mérida, sobre todo, se tallaban imágenes; en Xocén, peines y husos; en los otros sitios artesas y bateas. El hierro y el acero se trabajaban en diversos lugares, Mérida, Acanceh, Homún, Motul, Baca, Cacalchén, Maxcanú, Opichén, Valladolid e Izamal, para producir cuchillería mayor: machetillos, machetes, y hachas. Además en Motul se producían tijeras y en Valladolid frenos, espuelas y algunas partes para armas de fuego. La concha de carey sólo se trabajaba en Mérida. Se urdían hamacas en Tixkokob, Tahmek y Mérida. Otros productos artesanales se exhibieron en esa exposición: joyería de filigrana; artículos de cabello; arte plumaria. Curiosamente no se exhibieron trabajos de aguja, bordados de xocbichuy, deshilados bordados de mannicté, ni el vívido mosaico mool mis.

Nuestras artesanías han registrado períodos de auge y de decadencia. Durante la Colonia hubo verdadera necesidad de que cada centro de población importante tuviera un equipo de artesanos para resolver sus problemas de carencia. Las comunicaciones no eran fáciles y cada cual, comunidad o individuo, tenía que bastarse a sí mismo. En Yucatán las artesanías son muy antiguas. Algunas existen desde la época prehispánica, como los tejidos de guano y bejuco, la alfarería, la jarciería, la talla de piedra y de madera y la producción de adornos de concha y caracol. No poco de lo que se conoce acerca de la antigua cultura maya se debe a los restos de alfarería y de piedras talladas, así como de concha y de caracol labrados, que han vencido al tiempo. Otras artesanías fueron introducidas durante la Colonia. Históricamente, las artesanías yucatecas tienen su origen en la confluencia de dos tradiciones: la del aborigen y la del extraño. Sin embargo, las artesanías no hemos de verlas como residuos del pasado. Si existen es porque cumplen en términos de actualidad funciones culturales y económicas: culturales, en cuanto expresión de identidad; económicas, porque son productos que además de satisfacer necesidades inmediatas de consumo, también son una mercancía que se consume más allá, nacional e internacionalmente, de sus ámbitos de producción. Y su elaboración, de actividad secundaria de los productores, se ha convertido en muchos casos en actividad principal. Si sigue considerándose artesanía no obstante los cambios producidos por ciertos grados de industrialización, es porque como proceso técnico de trabajo conserva su característica determinante: la de tener un alto contenido de mano de obra. En Yucatán es muy variado el panorama de las artesanías: alfarería y cerámica, bejuco tejido, bordado, guano tejido, hamacas, jarciería de henequén, orfebrería, talla de madera, madera torneada, piedra tallada, talabartería, etcétera. A cada una de estas expresiones artesanales se le dedica un artículo propio en la letra correspondiente.