Arqueología maya El estudio de la riqueza arqueológica legada por los mayas es considerable en cuanto a las personas e instituciones que en ella han intervenido y son miles los trabajos sobre sus múltiples aspectos. Como en muchas otras culturas o áreas geográficas, la historia de los estudios se inicia con descripciones o menciones fortuitas, ya sea de viajeros o de historiadores; después, los viajeros que intencionalmente vienen a conocer nuestros sitios arqueológicos y, entre ellos, especialistas que los describen; luego, una etapa de investigaciones y exploraciones científico-técnicas a cargo de diversos arqueólogos y, por último, la labor de instituciones que formulan programas concretos con equipos de trabajo multidisciplinarios. El área maya es muy extensa y en numerosos lugares se han efectuado importantes descubrimientos, pero esta reseña se limitará a un trazo general de la historia de las investigaciones arqueológicas efectuadas en el estado de Yucatán, ceñido al orden cronológico en que personas y/o instituciones tomaron parte en ellas y con mención sólo ocasional de otros sitios del área.
La primera descripción de un poblado maya, en 1518, es la que hace fray Juan Díaz, capellán de la expedición de Juan de Grijalva. Poco después, es Bernal Díaz del Castillo, que formaba parte de la expedición de Hernán Cortés, quien describe brevemente los poblados que vio en las costas de la Península. Fray Diego de Landa aprovecha, además de sus propias observaciones, la información de varias fuentes, especialmente la Relación de Yucatán escrita por Gaspar Antonio Xiú, y plasma en su obra Relación de las cosas de Yucatán, terminada en 1566, la descripción de algunos monumentos arqueológicos, así como usos y costumbres y multitud de interesantes datos sobre la cultura maya.
En 1579, por orden del rey, los encomenderos elaboran un conjunto de Relaciones en las que describen templos mayas, así como ceremonias y costumbres. Los conquistadores, en realidad, no se interesaron mayormente por los monumentos pues, como señaló Landa: «no andaban a desenterrar muertos sino a buscar oro entre los vivos». Sin embargo, fray Antonio de Ciudad Real, en 1588, hace una descripción de Uxmal en una obra publicada en Madrid en 1872. La civilización maya tenía que llamar la atención de los historiadores y así, además de los mencionados, se ocupan de ella Fernández de Oviedo, Gómara, Pedro Mártir de Anglería, Torquemada, Bartolomé de las Casas, Clavijero, Antonio Herrera, siendo muy valiosa posteriormente la Historia de Yucatán de fray Diego López de Cogolludo, impresa en Madrid en 1688.
En 1834, Lorenzo de Zavala publicó en París, en la obra Antiquités mexicaines del capitán Guillaume Dupaix la primera noticia de Uxmal dada a conocer en Europa, que despertó gran interés. Frédéric de Waldeck, por su parte, más con resuelta entrega que con verdadera autoridad, hizo otro tanto en cuanto a exploraciones y publicaciones; entre 1835 y 1836 realizó un viaje por Yucatán del cual resultó el libro Viaje pintoresco y arqueológico en la provincia de Yucatán, impreso en París en 1838 y dedicado a su protector y mecenas, Lord Kingsborough. Comenta Martínez Alomía: «El interés que tiene la obra de Waldeck es que con ella se dio a conocer por primera vez la riqueza arqueológica de Yucatán, porque aunque es cierto que hay memorias consignadas en libros mucho más antiguos, también es verdad que la aparición de éstos ha tenido lugar en el último término del siglo XIX».
Waldeck relata una penosa temporada en Palenque, durante la cual impidió que personas extrañas sustrajeran el Tablero de la Cruz; menciona luego los restos arqueológicos de Jaina y describe otra temporada en Uxmal, en la que realiza numerosos dibujos. Es conveniente hacer notar —como apunta Brian Fagan— «que en la década de 1830-1840 la arqueología no existía ni como profesión ni como ciencia; los arqueólogos de la época eran ricos coleccionistas o eruditos aficionados que combinaban sus intereses de anticuarios con una vida de ocio; el respeto y la atención públicos se enfocaban en los viajeros profesionales y los periodistas exploradores; sus emocionantes escritos se vendían por millones; los sitios arqueológicos y las antigüedades eran parte del escenario». Esto explica el extraordinario interés del viajero norteamericano John L. Stephens, quien en unos cuantos meses llegó a dominar toda la literatura disponible acerca de la arqueología de Yucatán y otros sitios mayas y en octubre de 1839, junto con el dibujante inglés Frederick Catherwood, inició su contacto con el mundo maya. Así se refiere a ellos Alfredo Barrera Vásquez: «Aunque Stephens no fue propiamente arqueólogo ni su compañero Catherwood, ambos fueron tan fidedignos en sus descripciones y dibujos que realmente ponen los cimientos de la arqueología maya. Realizaron dos expediciones. La primera en 1839-1840; se publicó en 1841 con el título de Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan y la segunda en el mismo año de 1841, fue publicada en 1843 titulándose el libro Incidents of Travel in Yucatan. Ambos libros no solamente describen con palabras e ilustraciones magistrales los monumentos arqueológicos visitados, sino que aportan datos preciosos de la vida yucateca de aquellos tiempos, de muy diverso valor: histórico, etnográfico, médico, económico y biológico; pero sin duda es en el aspecto arqueológico en que es más valioso. Stephens contó con la colaboración de fray Estanislao Carrillo en el campo arqueológico y de Juan Pío Pérez en filología maya».
El impacto que causó en todo el mundo la publicación de ambos libros fue tal que se convirtieron en sobresalientes éxitos editoriales. Esas obras, estupendamente ilustradas con los dibujos y daguerrotipos de Catherwood, puede afirmarse que contribuyeron más que ninguna otra a darle fama mundial a la cultura maya. Fueron traducidas por primera vez al español por Justo Sierra O’Reilly y publicadas en Campeche en 1848 (el primer volumen) y en 1850 (el segundo), aunque sin las ilustraciones de Catherwood, dadas las dificultades de la época con respecto de los grabados. El mencionado Estanislao Carrillo residía en el convento de Ticul y había explorado los alrededores, y descubierto la ciudad amurallada de Chac-chob; también había visitado Uxmal, donde realizó la primera excavación, en 1841, por sugerencia que le hicieron Catherwood y Cabot (médico y ornitólogo que vino también con Stephens), y descubrió el trono-jaguar de doble cabeza que se halla en la fachada del Palacio del Gobernador, lo cual relata en un artículo fechado el 25 de mayo de 1845. El alemán Emmanuel Friederichstal, inspirado en las noticias que ya se difundían en Europa (el libro de Dupaix de 1834, la obra de Waldeck en 1838), efectuó un rápido viaje a Yucatán, del cual, en 1841, hizo un relato en la revista parisina especializada Nouvelles Annales de Voyages; según sus críticos, esa publicación, aunque bien ilustrada, estaba llena de inexactitudes.
Otra de las consecuencias del mencionado libro de Dupaix la consigna Barrera Vásquez: «El editor de la obra de Dupaix fue el conde de Saint Priest, en compañía del barón de Humboldt, del vizconde de Chateaubriand y de Warden, ex cónsul de los Estados Unidos en París. La publicación de tal obra suscitó mucho interés en Europa y se entabló una polémica que dio por resultado una propuesta del vizconde de formar una expedición que fuese a explorar el área maya, para aclarar si Palenque era ¡antediluviana! La expedición estaría formada de ‘sabios escogidos en diversos estados de Europa para ir a estudiar en sus propios lugares las ruinas de Palenque y las demás antigüedades que les sean indicadas en Yucatán’, según reza la carta que con fecha 29 de enero de 1844 dirigió Saint Priest al entonces gobernador de Yucatán. Se enviaría una comisión internacional y para eso se había solicitado todo el apoyo de ‘todos los reyes, de todos los príncipes y de todas las notabilidades sociales, políticas y científicas de Europa’, pero faltaba el de las autoridades de América. La expedición se llamaría Expedición Transatlántica y Yucatán sería el principal objetivo. Pero en aquellos momentos Yucatán se había separado de México, se luchaba contra el centralismo, hubo cambios de gobernador, pronunciamientos y demás problemas. Por lo tanto la expedición no se efectuó. Este fue el primer proyecto de investigación arqueológica para realizarse en Yucatán y que fracasa. Es lástima que no se hubiera realizado porque hubiera sido desde entonces que métodos menos primitivos se hubiesen aplicado en una investigación sistemática de los vestigios materiales de la civilización maya».
Arthur Morelet fue otro viajero que visitó Yucatán y publicó sus impresiones en 1857, en París. Ese mismo año, llega a Yucatán el investigador francés Desireé Charnay, dedicado a la fotografía y amante del estudio de los monumentos antiguos y las ruinas arqueológicas; trabajó desde ese año hasta 1886; en sus viajes a Yucatán y a otras regiones de México obtuvo una gran información que desafortunadamente, por su inexperiencia y poco conocimiento de nuestra historia, lo indujo a cometer inexactitudes; sus ilustraciones, en cambio, son valiosas; sus tres obras sobre sus viajes a Yucatán se publicaron en 1863, 1883 y 1886 en París; publicó un resumen de sus viajes en 1885 con el título de Las antiguas ciudades del Nuevo Mundo.
Entre 1863 y 1866, Crescencio Carrillo y Ancona publicó artículos sobre temas arqueológicos, antropológicos y lingüísticos en revistas locales y en los Anales del Museo Nacional de México; acucioso investigador y gran conocedor del idioma maya, tuvo en la biblioteca del Obispado manuscritos mayas antiguos y libros de Chilam Balam, de los que extrajo importantes informaciones. El abate Charles Etienne Brasseur de Bourbourg visitó Yucatán en 1867 y escribió luego dos informes, uno sobre Mayapán y Uxmal y otro sobre las ruinas de Ti-ho (Mérida) y de Izamal. Sus trabajos, aunque llenos de observaciones de buen humor y simplezas, y de no poca fantasía, dan sin embargo una visión de la realidad que encontró, pero no se consideran tan relevantes para su prestigio como el haber descubierto en Guatemala, y haber traducido del quiché al francés, en 1861, el más famoso libro maya, el Popol Vuh, y la obra teatral Rabinal Achí, así como el rescate que hizo en Madrid de la obra de Landa (Relación de las cosas de Yucatán) y de los Códices Troano y Chimalpopoca. En 1873 llegó a Yucatán Augustus Le Plongeon, «autor del nombre Chac-mool con que hoy se conocen ciertas estatuas yacentes en decúbito dorsal y descubridor de la primera de éstas en Chichén Itzá. Pero Le Plongeon fue un audaz desorientado que no contribuyó en nada permanente a la investigación arqueológica, salvo el equivocado nombre que dio a las mencionadas estatuas de origen tolteca y la huella del uso que hizo de explosiones en el edificio de Las Monjas de Chichén Itzá». (Barrera Vásquez). El comienzo de la exploración metódica, guiada por el interés de hallar datos de valor y registrarlos, puede situarse en 1880, año en que Alfred Percival Maudslay permanece un tiempo, por primera vez, en el área maya, utiliza la fotografía y aporta la parte que trata de la arqueología a la monumental obra Biologia Centrali-americana, que se publica en Londres entre 1889 y 1902. Marshall H. Saville se ocupa de los mayas desde 1892; en lo que se refiere a Yucatán, describe en 1893, en dos artículos, las ruinas de Labná y los sac-be; pero su principal interés se centraba en las técnicas de los artefactos, orfebrería, mosaico, talla en madera, etcétera. En 1895, el Field Columbian Museum de Chicago publicó el primer volumen de Archaeological Studies Among the Ancient Cities of Mexico, dedicado a Yucatán, con información de las exploraciones realizadas por William H. Holmes en Chichén Itzá y Uxmal, titulado Monuments of Yucatan.
En 1877 Teobert Maler visita las ruinas y hace estupendas fotografías, así como dibujos, descripciones, planos y croquis; fue muy importante también su hipótesis acerca de que alrededor de los centros ceremoniales había centenares de chozas campesinas; su primer trabajo sobre Yucatán se publica en 1895 y en 1902 aparecieron otros dos. Venía comisionado por el Museo Peabody de la Universidad de Harvard; permaneció varios años en Guatemala y luego regresó a Yucatán. En 1926 publicó una serie de artículos denunciandolas arbitrariedades y saqueos realizados por Edward H. Thompson, quien desde 1897 tenía el cargo de cónsul de los Estados Unidos en Mérida. Thompson estaba muy interesado en la arqueología y por eso adquirió la propiedad de una hacienda dentro de la cual se ubicaban las ruinas de Chichén Itzá. Dragó el cenote y se hizo de numerosas y muy valiosas piezas, que sacó de Yucatán para enviarlas al Museo Peabody. México reclamó esas piezas, no logrando sino hasta 1984 que se le devolviera una buena parte de las mismas. En 1897-1898, Thomas Gann elabora en Belice un informe metódico sobre sitios arqueológicos.
Al llegar a las postrimerías del siglo XIX, el cúmulo de información disponible rebasó la capacidad de los aficionados y requirió, cada vez más, de especialistas formados en instituciones académicas y provistos de técnicas más complejas y precisas que las utilizadas hasta entonces en los trabajos de investigación.
A partir de 1885 se organizan regularmente congresos de americanistas y encuentros personales entre los estudiosos de la nueva ciencia, lo que les permite publicar informes y actas e intercambiar impresiones acerca de sus experiencias. La arqueología evoluciona paralelamente a los demás conocimientos sobre la cultura maya, gracias a los trabajos de numerosos investigadores, tanto de campo como de gabinete, que aportan variados elementos para su desarrollo hasta convertirla en una arqueología científica. Sobre estos cambios, dice Alberto Ruz Lhuillier: «El fin del siglo XIX y el principio del actual fueron testigos de un cambio en el modo de considerar las antigüedades mexicanas; un núcleo de brillantes estudiosos encauzó las actividades arqueológicas hacia rumbo seguro: Bancroft, Brinton,Gamio, Gordon, Holmes, Lumholtz, Maler, Maudslay, Nutall, Sapper, Saville, Seler, Spinden, Starr, Strebel, entre otros, inauguran la era de la investigación sistemática, presentando hechos precisos y estudiando concienzudamente los rasgos culturales».
Se inicia el siglo XX con la presencia de Adela Catherine Breton, que trabaja de 1900 a 1907, dedicada principalmente a rescatar las pinturas murales de Chichén Itzá, haciendo excelentes reproducciones en centenares de dibujos en color; también estudia los estucos de los templos mayas en Acanceh.
Durante esos años, hay breves visitas de dos relevantes personajes: Eduard Seler, que estudia Uxmal, Chichén Itzá y otros sitios, y publica varios artículos desde 1906 hasta 1917, y Alfred M. Tozzer, etnohistoriador, que acumula y ordena gran cantidad de información. Otro explorador de Yucatán, en 1907, fue Maurice de Périgny, quien al año siguiente publica su estudio titulado Yucatán inconnu. En ese mismo año, Sylvanus Griswold Morley realiza su primera exploración en Yucatán, que continúa en los siguientes años, abarcando Chichén Itzá, Uxmal, Acanceh, Xtochcé, Tabi, Labná, Kabah, Zayil, Kiuic y Mayapán. La labor de Morley en Yucatán constituye un hito en toda la historia de la arqueología de esta región por sus impecables métodos de trabajo y las técnicas aplicadas; por la colaboración de varios especialistas para analizar los datos recogidos no sólo en Yucatán sino en otros sitios del área, Tikal y Uaxactún; por la reconstrucción cuidadosa de edificios y por los múltiples descubrimientos realizados. Morley escribió numerosos artículos y su libro La civilización maya constituye hasta la fecha uno de los pilares fundamentales para el estudio de esta cultura.
De hecho, con él se inaugura la participación organizada de instituciones, de la que se hace mención más adelante. En 1913 Raymond E. Merwin, que tuvo por guía a Tozzer, elabora un estudio que puede considerarse como el inicio del método estratigráfico y de la aplicación de la cronología maya. También en 1913 apareció el libro A Study Maya Art. Its Subject Matter and Historical Development de Herbert J. Spinden, de gran ayuda para la identificación y comparación de aspectos de la cultura material de los mayas, especialmente porque señala la secuencia cronológica de las formas. En 1924, Samuel K. Lothrop publica el resultado de sus estudios en Tulum; excelente trabajo en el que se aúnan varios métodos: gráficos, ilustrativos y de reconstrucción; comparativo, cultural, cronológico e histórico. «Para el primer cuarto de nuestro siglo —dice Barrera Vásquez— se hace evidente el progreso alcanzado en la ciencia de la exploración, excavación, exposición y cotejo de la cultura material de la antigua civilización maya. La estratigrafía se realiza con buen método y técnica, el estudio comparativo lleva conclusiones históricas y los materiales y la literatura se acumulan. A partir de 1925, el campo maya acusa gran actividad. El estudio arqueológico se comienza a complementar con otros ecológicos, etnográficos, etnohistóricos, filológicos, etcétera.» A esto añade Ruz Lhuillier: «Surge una legión de investigadores que afirman la arqueología sobre bases firmes, entre ellos Andrews, Barrera Vásquez, Franz Blom, Brainerd, Miguel Ángel Fernández, Gann, Joyce, Kidder, César Lizardi Ramos, Lohtrop, Means, Merwin, Morley, Morris, Palacios, Pollock, Ricketson, Karl Ruppert, Spinden, Eric Thompson, Tozzer, George Vaillant». Varias instituciones contribuyeron a este desarrollo: el Museo Peabody de la Universidad de Harvard, que patrocina 12 exploraciones entre 1888 y 1915; desde 1923 la Carnegie Institution of Washington inicia sus trabajos arqueológicos en Yucatán que prácticamente se prolongan hasta 1960; después, el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México; la Universidad de Tulane de Louisiana y la Universidad de Alabama, cuyos trabajos continúan.
Los tres proyectos mayores llevados al cabo en Yucatán han sido el de Chichén Itzá y el de Mayapán, de la Carnegie, y el de Dzibilchaltún, de la Universidad de Tulane, con la cooperación de la National Geographic Society y la ayuda económica de la National Science Foundation y la American Philosophical Society. El director del proyecto Chichén Itzá fue Morley, que contó con la colaboración de Hermann Beyer, George W. Brainerd, Adela C. Breton, David L. De Harport, Jean Charlot, Alfred V. Kidder, J.O. Kilmartin, P.S. Martin, A.A. Morris, E.H. Morris, John P. O’Neill, H.E.D. Pollock, Edith B. y Oliver G. Ricketson Jr., H.B. Roberts, Lawrence Roys, Karl Ruppert, Edwin M. Shook, Robert E. Smith, Gustav Stromsvik, J. Eric S. Thompson y George Vaillant. El proyecto Mayapán estuvo bajo la dirección de H.E.D. Pollock, con la colaboración de Shook, Smith, Stromsvik, Thompson (que ya habían trabajado en Chichén Itzá) más Robert Adams, William Bullard, A. Chowning, M.R. Jones, Tatiana Proskouriakoff, A.L. Smith, P.E. Smith y D.E. Thompson. En el proyecto Dzibilchaltún, además de su brillante director, E. Wyllys Andrews IV, colaboraron nuevos elementos: Willard Sloshberg, Ellen Ann Childs, Adrian Anderson, John Newberry, William S. Folan, John E. Feistel, Robert E. Funk, George E. Stuart, Gene Stuart, Eduardo Toro, William E. Moore, David Bolles, Edward B. Kurjack, Dolores Skaer, Silvia Meluzin y varios más. «A fines de la década de 1930 —relata Barrera Vásquez— vino a Yucatán la Expedición Científica Mexicana, un equipo de varios organismos del gobierno federal, en el que participaron investigadores como Alberto Escalona Ramos, César Lizardi Ramos, Miguel Ángel Fernández y Eduardo Noguera.
«Tras la fundación del INAH en 1939, fueron las primeras investigaciones nacionales de carácter oficial en Yucatán, aunadas a notables trabajos de restauración». Debe mencionarse la labor de los arqueólogos Jorge R. Acosta, en Chichén Itzá (1951) y Uxmal (1958); José A. Erosa Peniche, Chichén Itzá (1946); Manuel Cirerol Sansores, Chichén Itzá (1947), quien descubrió la cámara subterránea del Castillo con el trono en forma de jaguar rojo; Miguel Ángel Fernández, Chichén Itzá (1925); Raúl Pavón Abreu, Balaankanché (1959); Alberto Ruz Lhuillier, Uxmal (1951-1952 y 1954-1955), pasando después a Palenque, donde realizó trabajos de extraordinaria importancia; César Sáenz, Uxmal, Kabah, Sayil, Xlapak (1925-1969); Ponciano Salazar Ortegón, Chichén Itzá (1952); Víctor Segovia, Aké (1951-1953), Ekmul (1964), Izamal (1968); Frans Blom, Uxmal (1930) y Labná (1935) pasando después a Chiapas; Marta Foncerrada de Molina estudió desde el punto de vista artístico Uxmal, y publicó en 1965 su libro La escultura arquitectónica de Uxmal; Ralph y Lawrence Roys, Aké (1949); E.M. Shook, Aké (1951) con la participación de V. Segovia y de Tatiana Prouskouriakoff, quien se especializó en realizar excelentes dibujos reconstructivos de los edificios, que sirvieron en algunos casos para la restauración de los mismos; Shook también trabajó en Oxkintok; Ruppert y A.L. Smith publicaron un estudio sobre los asentamientos en Uxmal, Kabah, Zayil, Chichén Itzá y Chac-chob. De 1951 a 1973 el Departamento de Monumentos Prehispánicos trabajó intensamente efectuando restauraciones arquitectónicas, especialmente en el Puuc; el trabajo en algunos casos es visible en los edificios consolidados, mientras que en otros se prosiguió la indispensable tarea de reunir más información de diversos asentamientos. En noviembre de 1965, la Universidad de Alabama inició el proyecto de investigación arqueológica en la zona de X’kukican, al sur de la sierrita de Ticul, dirigido por D. L. de Jarnetta y A. Barrera Vásquez, con la colaboración de John W. Cottier, E. Kurjack, Jerry Nielsen y Boyce N. Driskell. Esta zona está llena de vestigios externos, además de grutas de incalculable valor por su contenido prehispánico. A propósito, es importante reseñar las investigaciones en grutas y cenotes, por ser éstos de gran significación en la vida de los mayas, como fuentes del preciado líquido, y estar relacionados con los sitios religiosos en honor de Chaac.
Las primeras exploraciones fueron hechas en la región Puuc, en Loltún por Edward H. Thompson en 1887 y luego por Henry C. Mercer, autor del libro The Hills Caves of Yucatan, publicado en 1896. En 1956, Gustav Stromsvik explora la cueva de Dzab-Na en Tecoh; el descubrimiento, en 1959, de la gruta de Balaankanché, cerca de Chichén Itzá, dio origen al minucioso trabajo de Wyllys Andrews IV, quien luego estudió la gruta de Chaac en 1963 con varios colaboradores, entre ellos su hijo Anthony. En cuanto al estudio de los cenotes, se han concentrado principalmente en el de Chichén Itzá, aunque también han sido estudiados los de Valladolid, Yaxcabá y Xcach, cerca de Libre Unión.
La primera tentativa de explorar el fondo del cenote de Chichén fue hecha por Desiré Charnay, en 1882, usando un aparato que llevaba por nombre máquina de sondeo automático de Toselli, pero fracasó, según relató él mismo; le siguió Edward H. Thompson en 1904 por medio de una draga, trabajando hasta 1910. No fue sino hasta 1960 que se hizo otra exploración con un aparato llamado Air lift o propulsor de aire; este trabajo fue auspiciado por el INAH y la National Geographic Society, de Washington y contó con la colaboración del Club de Exploración y Deportes Acuáticos de México. E. Wyllys Andrews IV realizó en 1960 un estudio del cenote de Dzibilchaltún como parte de los trabajos que en ese sitio llevó al cabo. En 1973, con la desconcentración del INAH, se funda en Mérida el Centro Regional del Sureste que, en sus programas, abarca tanto la arqueología como la lingüística, la historia, la etnología, el folklore y otros aspectos complementarios. Desde entonces, participa en la mayoría de los proyectos ejecutados por otras instituciones. Uno de los más trascendentes fue el Atlas Arqueológico del Estado de Yucatán, dirigido por Silvia Garza de González y Edward B. Kurjack, publicado en 1980 y que registra más de 1,000 sitios arqueológicos. Por otra parte, se concluyó el magno proyecto de Dzibilchaltún, que incluye el levantamiento general de la zona hecho por G. Stuart y alumnos y por Kurjack; la descripción de la arquitectura por Kurjack, Andrews IV, Andrews V y Cottier; y un estudio diacrónico del asentamiento humano y del desarrollo urbano por Kurjack. El informe final sobre la cerámica y los artefactos está por editarse. Otros reconocimientos se llevaron a cabo en los sitios fortificados de Cuca, Chac-chob, Dzonot Aké y Culubá, además de algunos estudios sobre los sacbés y los asentamientos humanos. En casi todos los casos participó el Centro Regional del Sureste.
Después de larga espera, salió a la luz el libro sobre arquitectura Puuc de H.E.D. Pollock, así como otro estudio de P. Gendrop. De sobresaliente importancia son los estudios monográficos publicados por Alberto Ruz Lhuillier y Román Piña Chan, que han contribuido a una esclarecedora difusión de los rasgos esenciales de la cultura maya. Otros estudios sobre el desarrollo cronológico de la arquitectura Puuc fueron publicados por Wyllys Andrews y George Andrews. También en la región Puuc, se realizaron estudios de geografía humana, así como sondeos en Yaxché-Xlapak, Xkokoh, Nakaskat y San Diego, a cargo del INAH. También se realizaron en Uxmal varios trabajos de restauración y de patrón de asentamiento a cargo del arqueólogo Alfredo Barrera Rubio.
En Chichén Itzá se realizaron algunos estudios sobre los asentamientos humanos en la periferia de la zona, igualmente a cargo del Centro Regional. Recientemente se formaron nuevos Centros Regionales en los estados adyacentes que permitirán mayor eficiencia en el desarrollo de las tareas y en el manejo de los presupuestos. Estudios a cargo de Centros Regionales se llevaron al cabo en Cobá, así como a lo largo de la costa de Quintana Roo. Otros se realizaron en Campeche, en Labná, en la zona de los Chenes y en la región donde floreció el estilo Río Bec, en Kohunlich, por ejemplo. En febrero de 1991 investigadores del Centro Regional del INAH y de la Universidad de Bonn iniciaron los trabajos de restauración en Xquipché, ubicado a pocos kilómetros al suroeste de Uxmal; fue reportada por primera vez en 1893 por Maler y estudiada también por primera vez por Kurjack y Barrera Rubio en 1986.
El sitio tiene poco más de medio km2 de extensión. El grupo principal tiene restos de 16 estructuras y 5 en pie. Hay dos edificios de dos niveles con muchos cuartos; dan la impresión de que se construyeron deprisa, pues su arquitectura es un poco diferente del estilo Puuc; presentan poca simetría, con muros formados por piedras de dimensiones irregulares, abombados y aún cubiertos de estuco; cerámica tipo Holactún (negro sobre crema) Pizarra Muna y Yokat estriado; en algunos edificios hay restos de pinturas murales.
En 1985 Miguel Rivera Dorado eligió Oxkintok para hacer trabajos de restauración; durante 1986 se firmó un convenio entre el INAH y la Universidad Complutense de Madrid, que envió un equipo de investigadores para laborar por cuatro temporadas, durante las cuales se restauraron 30 estructuras y se hicieron muchos hallazgos, entre ellos el aro del juego de pelota; de acuerdo con los resultados de las investigaciones, la cronología de Oxkintok abarca del período Preclásico Medio a principios del Postclásico (700 a. C. a 1000 d. C). La magnitud de los sitios arqueológicos y el gran número de éstos requieren, cada vez más, de personal especializado y presupuestos para exploraciones, excavaciones, laboratorios, reconstrucciones y mantenimiento. La Facultad de Ciencias Antropológicas, de la Universidad Autónoma de Yucatán, prepara cada día nuevos recursos humanos, ansiosos de participar en las tareas arqueológicas.