Agua potable El agua dulce como existe en la naturaleza no es necesariamente apta para el consumo humano. El agua destinada a tal uso debe reunir dos cualidades: ser segura y potable, es decir, que se pueda ingerir sin poner en riesgo la salud y que al beberla resulte satisfactoria. La primera cualidad demanda la ausencia de elementos físicos, químicos y bacteriológicos nocivos para el organismo, y la segunda atañe a su sabor y su color, esencialmente. El término agua potable se utiliza para englobar ambas características, o sea: agua potable es la que se considera segura y agradable para el consumo humano. En tiempos no excesivamente lejanos la única exigencia con respecto al agua que se consumía era, prácticamente, que fuese limpia, atractiva a la vista y con una temperatura adecuada para sus diferentes usos. El desconocimiento del vasto universo de factores peligrosos y microorganismos dañinos capaces de esconderse en aguas aparentemente limpias fue, y es todavía en algunos lugares, causa principal de terribles epidemias. Las enfermedades que se consideran generalmente transmitidas por el agua son: la fiebre tifoidea; la disentería, amibiana y bacilar; la gastroenteritis y el cólera, aunque existen otras cuya propagación puede deberse al agua. Hoy en día, especialmente en los países de menor desarrollo económico, un considerable segmento de la población aún carece de eficaces servicios de suministro de agua potable, motivo por el cual muchas de las enfermedades antes señaladas conservan en ellos el carácter de endémicas.
En su paso de la condición nómada a la sedentaria el hombre buscó sitios en los que tuviera garantizada la disponibilidad del agua, especialmente para su consumo directo; pero la falta de un manejo adecuado de los residuos de la actividad orgánica fue degradando, en muchos casos, las fuentes de abastecimiento y se tradujo en una vida dependiente de un recurso contaminado lo que, probablemente, influyó en la decadencia de ciudades y culturas. En el caso de toda la porción norte de la Península de Yucatán, carente de escurrimientos superficiales perennes, el asentamiento de la cultura maya dependió de las manifestaciones hidrológicas del paisaje kárstico.
Las primeras inmigraciones se asentaron en torno a cenotes; sin embargo, este recurso no era ilimitado y ello obligó a desarrollar técnicas de almacenamiento de agua en chultunes, cisternas, sartenejas, etcétera. Con estos dispositivos, los mayas pudieron establecer asentamientos permanentes en toda la región, y les corresponde el honor de haber sido los primeros ingenieros hidráulicos de América. Se han descrito unos ocho modelos diferentes de chultunes, unos chicos y otros grandes, con una capacidad promedio de 25,000 litros. Pero, si bien de esta manera se aseguraba el abastecimiento de agua, la calidad del recurso no correspondía a la de agua segura y potable; por su origen, el agua del subsuelo yucateco tiene una elevada dureza que en ocasiones está por arriba de la máxima recomendable; de igual manera, el desconocimiento de los métodos de prevención conducía a la contaminación del preciado líquido.
No es posible, en Yucatán, hablar de agua potable en tiempos de la civilización maya, durante la Colonia, ni en la pasada centuria, a partir de la Independencia, sino hasta el presente siglo. Aprovechando el vasto recurso hidrológico del subsuelo yucateco, durante la etapa colonial se introdujeron las primeras norias, muy rudimentarias, basadas en el uso de un rodete movido a mano. En muchos casos se conservó el uso de los cenotes para el abastecimiento público de agua; algunos ya tenían construida determinada forma de acceso, como la escalinata de troncos del de Bolonchén o escalones labrados en las paredes, como el de Valladolid. Para facilitar la obtención del agua, los españoles procuraron perforar pozos que llegaban hasta el primer manto de agua, de un metro de diámetro, dotado de un brocal de un metro de altura, con o sin artefacto para la extracción, revistiéndose el interior de la perforación con mezcla o argamasa para evitar el filtrado directo de los escurrimientos de agua del suelo. Todos los conventos que se construyeron desde mediados del siglo XVI tenían norias y en muchas localidades se abrieron pozos públicos. Según informaciones de la época, fue el 21 de julio de 1865 cuando llegó a Yucatán la primera noria de engranaje, misma que fue exhibida en Mérida varias semanas, para después instalarla en una finca azucarera del partido de Tekax. Al poco tiempo, ya comprobada la eficacia de estos artefactos, comenzaron a fabricarse en gran cantidad equipándose con norias casi todas las fincas de la Península.
El agua así obtenida se empleaba para el consumo de la población, el riego de huertas y otras necesidades, como la cría de ganado vacuno, actividad que cobró gran auge. Para la custodia y conservación de estas fuentes de abastecimiento eran elegidos con carácter honorario los llamados alcaldes de noria. Como una alternativa para la extracción del agua subterránea, apareció a fines del siglo XIX un elemento que cambiaría la vida y el paisaje urbano en la región: la veleta. Este sistema sustituyó a la fuerza animal y humana con la del viento, recurso abundante en la Península. La primera veleta comenzó a funcionar en Mérida, en el patio de la familia Crassemann, de origen alemán; sin embargo, mientras se generalizaba su uso, el 9 de julio de 1886 se concedió privilegio exclusivo, por un período de seis años, a Nicanor Espinosa Trava para explotar su sistema perfeccionado de norias. En esa misma época se construyeron diversos aljibes en la entidad, correspondiendo los primeros a Gregorio Torre, el Instituto Literario y San Pedro Chucuaxim, donde más tarde estuvo el Seminario Conciliar.
Poco antes del auge de las veletas, comenzaron a instalarse las primeras bombas operadas a vapor, que aceleraron el desplazamiento de las norias. Las casas ferreteras, estimuladas por la creciente demanda, fueron incrementando sus importaciones de veletas y Mérida, por el gran número de estos aparatos que se instalaron y que eran visibles por todos los rumbos, recibió el sobrenombre de ciudad de las veletas. Hacia los años 40 de este siglo la ciudad contaba con 6,547 veletas. Otro dispositivo cuyo uso se generalizó en Mérida fue la bomba de pistón, popularmente denominada, en su tiempo, gul. Hasta antes de la introducción del agua potable, en Mérida se consumían dos tipos de agua: de lluvia y de pozo; la primera, usada principalmente para beber, era recogida en los techos y conducida por aljibes y tanques de mampostería; la consumía un 80% de la población y quienes carecían de los medios de almacenamiento necesarios la compraban a unos carros repartidores a domicilio conocidos como pipotes. El agua de pozo era destinada a otros usos como el baño, el lavado de ropa y trastes, el aseo de pisos, etcétera. Pero estas diversas formas de empleo constituían un serio riesgo, que día con día se hacía mayor al contaminarse el acuífero con la infiltración de aguas degradadas procedentes de los sistemas de disposición final del drenaje sanitario de las viviendas.
Debido en parte a la necesidad de una fuente expedita y segura para combatir los frecuentes incendios de la época, en 1904 se estableció el primer servicio público de agua, mediante una concesión otorgada por el Ayuntamiento de Mérida a la empresa The Merida Yucatan Water Co., establecida con capital inicial de un millón de pesos. El sistema constaba de una red de distribución a base de tuberías enterradas y alimentadas desde un tanque de acero situado en las inmediaciones del actual Mercado Lucas de Gálvez, tanque, a su vez, abastecido por pozos cercanos.
De acuerdo con la mencionada concesión, la empresa tenía el derecho de instalar su red de distribución en todas las calles de la ciudad, con la obligación por su parte de complementar, en un plazo de diez años, el servicio en las 150 calles principales. El depósito de almacenamiento era de hierro acerado con capacidad de 1,900,000 litros que se llenaba según las necesidades de consumo. El sistema de distribución, en 1907, abarcaba el centro de la ciudad comprendido entre las calles 59 al Norte, 54 al Oriente, 65 al Sur y 62 al Poniente. En la época en que inició sus actividades The Merida Yucatan Water Co. (TMYW), estuvo en Mérida Harald Seidelin, quien durante siete años (1904-1910) estudió las fuentes del agua que se bebía en la ciudad, estableciendo su química y su bacteriología. Examinó las aguas de aljibes y de la red de la llamada agua potable para el abasto público, pronunciándose contra las deficiencias de la TMYW. Ante la evidente falta de calidad del agua distribuida, que incluso orillaba a muchos de sus usuarios a beber agua de lluvia hervida, la TMYW instaló en 1920 un sistema de ablandamiento, primero en el país, con el propósito de mejorar la calidad del agua que suministraba. Seguía faltando, empero, una efectiva desinfección, a pesar de las afirmaciones en el sentido de que el agua extraída de los pozos de abastecimiento era bacteriológicamente pura, lo cual fue comprobado por Diego Hernández Fajardo, jefe del Laboratorio del Hospital O’Horán, quien al analizar muestras de agua en la Planta verificó que sí era bacteriológicamente pura, potable y alimenticia. (El objeto esencial de la desinfección era el mantener un residual en el agua distribuida para prevenir cualquier contaminación que pudiera ocurrir durante su manejo hasta su punto de consumo.) Fue en ese momento cuando por vez primera se pudo hablar de la existencia de agua potable en la ciudad.
El procedimiento de ablandamiento empleado por la TMYW era una patente de la American Water Softener Co., de Filadelfia, EUA, con amplia aceptación en las principales ciudades norteamericanas. No obstante el compromiso de servir 150 calles, hacia 1946, ya vencido desde 1924 el plazo de diez años, únicamente existía infraestructura en 80, por lo que la TMYW solicitó una prórroga que le fue concedida. Sin embargo, a fines de ese año, la TMYW fue adquirida por la Compañía Refrigeradora Yucateca, a la que se otorgó otro plazo, también de diez años contados a partir de 1949, para dar servicio a las 150 calles comprometidas desde 1904. En 1948 tuvo lugar un acontecimiento de gran trascendencia: el inicio de las obras de infraestructura de la colonia Miguel Alemán; obras que incluían los servicios de agua potable y drenaje sanitario. Era el primer esfuerzo encaminado a dotar de todos los servicios básicos a una zona habitacional nueva.
Los conductos de distribución, de asbesto cemento en vez de acero (material utilizado en la red propiedad de la Compañía Refrigeradora Yucateca), tenían un diámetro de 12 pulgadas en sus tramos principales, 6 pulgadas en los cierres de circuito y 4 pulgadas en los tramos secundarios. El agua provenía de dos pozos de 42 y 38 m de profundidad y se almacenaba en dos tanques de 190 m3 cada uno, inyectándose en la red de distribución mediante cuatro bombas equipadas con motores eléctricos. El edificio central, con el equipo descrito y ubicado en la calle 27, ahora avenida Profr. Remigio Aguilar Sosa, se terminó en 1950.
Año con año, sin embargo, las enfermedades de origen hídrico habían venido agravándose. En el Segundo Congreso Médico Peninsular, celebrado en Mérida del 5 al 9 de diciembre de 1944, Max Vadillo Acosta, entonces jefe del Departamento de Sanidad y Beneficencia de Yucatán, presentó una ponencia denominada Problema del Abastecimiento de Agua en Yucatán, en la cual señalaba el alto grado de contaminación del agua de lluvia almacenada en aljibes y depósitos; la inevitable necesidad de hervirla y la tarea urgente de establecer un sistema de abastecimiento de agua potable al servicio de toda la población, mediante un proceso a base de ablandamiento y esterilización y proponía el uso de sulfato de alúmina como suavizante y de peróxido de cloro y ozono como germicidas. Planteaba también la conveniencia de contar no con una, sino con tres o cuatro fuentes de abastecimiento de agua subterránea estratégicamente ubicadas, certificadamente potabilizadas y en aptitud de servir a todos los habitantes de Mérida por medio de una extensa red de distribución.
Un año antes, el 14 de julio de 1943, en el Diario Oficial se publicó un decreto que modificaba el «Reglamento para la captación, depuración y expendio de aguas destinadas al consumo humano», con fecha 9 de marzo de 1932, adicionándole el artículo 25: «La depuración de las aguas para el consumo humano se llevará al cabo en plantas especiales para este objeto, aprobadas por el Departamento de Sanidad y Beneficencia, previa comprobación hecha por análisis e inspecciones frecuentes de que reúnen las condiciones necesarias para producir aguas potables…» «La depuración a que se contrae este artículo será indispensable tratándose de aguas que para beber se proporcionen por obligación o por costumbre, a los trabajadores o al público, en fábricas, talleres, escuelas, hospitales, clínicas, salas de espera, hoteles, casas de huéspedes, restaurantes, fondas, cantinas, refresquerías y en cualesquiera otros sitios semejantes». Aunque aparentemente completa y detallada, la reglamentación seguía careciendo de las normas o estándares de calidad que deberían de satisfacerse. El gobernador Ernesto Novelo Torres inició gestiones para satisfacer esa imperiosa necesidad de contar con un sistema de agua potable en Mérida, al entrar en tratos con el Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas. Sin embargo, no fue sino hasta muchos años después, el 10 de octubre de 1960, durante la administración del gobernador Agustín Franco Aguilar, cuando se formalizó un convenio entre la Secretaría de Recursos Hidráulicos (SRH), el Gobierno del Estado de Yucatán y los ayuntamientos de Mérida, Progreso, Ticul, Izamal, Espita, Valladolid, Tizimín, Motul, Maxcanú y Halachó, para que con una suma de recursos provenientes de aportaciones federales y estatales, y un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo(BID), se realizaran las obras de introducción de agua potable en los diez municipios mencionados, además de Chelem y Chicxulub, poblaciones integradas al sistema de Progreso y éste al de Mérida.
Las obras en la capital yucateca se iniciaron en agosto de 1963, en la colonia Jesús Carranza y concluyeron dos años después, entrando en operación bajo la rectoría de la SRH. Al año siguiente quedó formalmente constituida la Junta de Agua Potable de Yucatán, institución descentralizada de participación estatal, con residencia en Mérida, que se sostendría con fondos obtenidos del cobro del consumo medido, a los usuarios, y los provenientes de aportaciones estatales y municipales. Integraron esta institución el gobernador Luis Torres Mesías, presidente; el alcalde de Mérida, Agustín Martínez de Arredondo, administrador general y Édgar Espejo Evia, asesor técnico y supervisor.
Las obras realizadas tuvieron un costo de 180,000,000 pesos, de los cuales la SRH aportó 42 millones, el gobierno del estado 20 millones y el BID cubrió el resto. La ejecución estuvo a cargo de varias compañías constructoras: la red de distribución de Mérida fue responsabilidad de Iconsa; Consultemex y Climas del Sureste realizaron el equipamiento de los tanques de almacenamiento y cárcamos de bombeo; la empresa Tauro construyó la línea de conducción Mérida-Progreso; en la construcción de las redes de Progreso, Chicxulub y Chelem, participó la Compañía Filiberto Barradas, la planta potabilizadora y recuperadora de cal estuvo a cargo de la Compañía Méndez. Debido a la necesidad de contar con más de 20 km de tubería de concreto para líneas primarias, la empresa Lock-Joint Pipe Co. de México, contratada para su suministro, instaló en Mérida una planta en la que se fabricó la tubería mencionada. A la par que el de Mérida, entraron en servicio los sistemas de Progreso (Chicxulub-Chelem), Ticul y Espita, y entre 1967 y 1969, los restantes. En este período se incorporó al sistema de Mérida la red que operaba en la colonia Miguel Alemán, alimentándose a partir del tanque de almacenamiento y rebombeo instalado en la colonia Jesús Carranza. El sistema de Mérida contaba con una zona de captación integrada por 22 pozos de 42 m de profundidad, de los cuales en un principio sólo se equiparon 15, suficientes entonces para abastecer la red de Mérida y Progreso (Chicxulub y Chelem).
Los pozos tienen entre sí una separación de 600 m y cubren una superficie de más de 600 ha. El agua obtenida en la zona de captación era, y es, conducida hasta la planta potabilizadora, al sureste de la ciudad, a 16 km del centro, por medio de un canal superficial de varios kilómetros de longitud; la planta potabilizadora, con una capacidad de diseño para abastecer a 250,000 habitantes, cuenta con un proceso de ablandamiento-filtración-desinfección, incluyendo el equipamiento necesario para autosatisfacer su demanda de cal a través de un sistema de recuperación de probada efectividad; desafortunadamente, este sistema está fuera de servicio desde hace ya varios años y requiere de una eficaz rehabilitación. La planta no efectúa el ablandamiento, limitándose a filtrar y desinfectar el agua; el agua potabilizada se envía mediante una red primaria a cuatro tanques de regularización y rebombeo de 5,000 m cada uno, ubicados en la calle 42 Sur, San Sebastián y las colonias García Ginerés y Jesús Carranza. Complementariamente a los sistemas construidos y operados por la Junta de Agua Potable de Yucatán, la Secretaría de Salubridad y Asistencia, por medio de su Comisión Constructora de Ingeniería Sanitaria, en coordinación con el gobierno del estado y la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas, procedió a la introducción de sistemas de agua potable y otras 126 comunidades, generalmente sin equipamiento para desinfección; esto hacía necesario insistir en la conveniencia de seguir hirviendo el agua. Por decreto del gobierno del estado el organismo operador cambió su nombre por el de Junta de Agua Potable y Alcantarillado de Yucatán (JAPAY), publicándose su Ley Orgánica el 8 de enero de 1982, a fines de la administración del gobernador Francisco Luna Kan. Con el crecimiento de la ciudad la planta potabilizadora, ahora denominada Mérida I, y su sistema de distribución se hicieron insuficientes, lo que motivó dos acciones: el sistema de Progreso se independizó del de Mérida construyéndose una batería de pozos en Temozón Norte y un rebombeo y refuerzo en la ruta; y para Mérida se decidió construir un segundo sistema de abastecimiento, con estructura similar al existente, es decir: captación, conducción, potabilización, distribución a tanques de rebombeo y de éstos a los consumidores.
La zona de captación de esta segunda planta, denominada Mérida II, localizada al suroeste de la ciudad, consta de diez pozos de características similares a los de Mérida I, con una producción de 400 litros por segundo; el agua se transporta también por canal hasta la potabilizadora, la cual nunca ha funcionado adecuadamente por no corresponder a las necesidades reales de acondicionamiento del agua; al igual que en el caso de la Mérida I, el agua es conducida por una línea primaria hasta tres tanques (Xoclán, Chenkú y El Enlace), desde los cuales se distribuye por rebombeo a la población.
Al seguir creciendo la ciudad y hacerse insuficiente los dos sistemas existentes, los nuevos asentamientos fueron resolviendo su necesidad de abastecimiento a través de sistemas independientes; así se fueron sumando uno tras otro hasta alcanzar el número de 10, ubicados en la periferia de la ciudad, a saber: Las Águilas II, Vergel II, CTM, CROC, Santa Isabel, Nora Quintana, Ciudad Industrial, Miguel Alemán, Chuburná y Pacabtún. Ante la necesidad de incrementar el suministro de agua a la población se decidió la construcción de un tercer sistema, de características similares a los anteriores, ubicado en su fase de producción al oriente de la ciudad, a la vera de la carretera a Tixkokob. Con una capacidad global de 2 m3 por segundo, la planta actualmente produce 250 litros por segundo, alimentando dos cárcamos de rebombeo, denominados Polígono 108 y Pacabtún, y está en proceso de construcción la línea de conducción que alimentará el cárcamo de Montecristo. En la actualidad, Mérida es abastecida desde 84 pozos, que en conjunto producen 2,594 litros por segundo, es decir, aproximadamente 82 millones de metros cúbicos al año, de los cuales, según el último informe de la JAPAY, se factura únicamente el 33%, de modo que el sistema de comercialización tiene un déficit del 66%.
La JAPAY tiene ahora 131,200 usuarios registrados, de los cuales 84,275 cuentan con un medidor de consumo en buen estado; del total de usuarios, 121,780 son de tipo doméstico y el resto, 9,420, corresponden a giros comerciales. Según en el informe de gobierno del año 1991, el programa estatal de agua potable, con una inversión de 15,938 millones de pesos, llevó al cabo diversas acciones en el ámbito rural. Se construyeron siete sistemas de agua potable, se ampliaron 40 y se rehabilitaron 19; se efectuaron 175 servicios de rehabilitación y mantenimiento en 117 localidades de 76 municipios, concertando las acciones para lograr su autosuficiencia; asimismo se construyeron las casetas para la instalación de bombas manuales para extracción de agua en 23 localidades que no cuentan con servicio eléctrico. En los sistemas de agua urbanos, con la coordinación del Subcomité Especial de Agua Potable y Alcantarillado (SEAPA) se realizaron acciones de consolidación técnica, económica y jurídica para la autonomía de sus propios sistemas en las ciudades de Ticul, Valladolid y Progreso, siendo este último el más avanzado con la integración del nuevo sistema de Sierra Papacal-Chuburná Puerto. La JAPAY, con una inversión de 25,350 millones de pesos, desarrolló un conjunto de acciones importantes destinadas fundamentalmente a fortalecer dos aspectos: proporcionar el vital líquido al mayor número posible de familias solicitantes y mejorar la eficiencia y calidad de los servicios. Se continuó con la construcción del sistema Mérida III, cuya planta se inauguró en septiembre; asimismo se procedió a la instalación de 18,342 tomas domiciliarias y también a la rehabilitación de 21,552 medidores y de las plantas potabilizadoras Mérida I y II. El gobierno del estado, que encabeza Dulce María Sauri Riancho de Sierra, decretó el 13 de marzo de 1992 la modificación de la Ley Orgánica de la JAPAY, creando el Consejo Directivo que será el órgano de gobierno de la Junta, integrado por representantes de los sectores públicos y privados, para que vigile y apoye el desempeño de sus actividades y servicios. Al igual que en Mérida, en los demás municipios de la entidad, ahora responsables de sus sistemas de agua potable, se procura consolidar los organismos operadores, con el auxilio de la Comisión Nacional del Agua, a fin de hacerlos autosuficientes.