Apicultura Antes de que el azúcar de caña llegara con la Conquista, los mayas, al igual que los otros pobladores de América, utilizaban la miel de las abejas indígenas, meliponas, para endulzar sus bebidas y postres y también con fines terapéuticos. Invocaban a sus dioses, principalmente a Muzencab, durante dos solemnes fiestas para que hubiera buena floración y abundante cosecha del dulce néctar. La primera se celebraba el 4 de octubre, en el quinto mes maya: tzec; los divinos intercesores eran los cuatro bacabes o cargadores del cielo; los propietarios de colmenas contribuían con miel para el balché y la ceremonia concluía con grandes libaciones de este hidromiel. La segunda fiesta se organizaba en el octavo mes maya, mol, y la intención era obtener que los dioses proveyesen a las abejas de muchas flores. Los bacabes eran también dioses de las abejas y el colmenar.
De hecho, hobnil, bacab jefe, era el principal patrón de los meliponicultores y su nombre es seguramente síncopa de hobonil, que significa «de la colmena». La región oriental costera fue un lugar importante para la producción de miel. En Tulum y Cobá se pueden ver los llamados dioses descendentes que tienen rostros con cuerpos de abejas en posición de estar viniendo de arriba hacia abajo.El Chilam Balam de Chumayel, refiriéndose a las abejas dice: «Cuando hubo muchedumbre de abejas, Cuzamil fue la flor de la miel, la jícara de la miel, el colmenar de la tierra, el centro del árbol de la tierra…» Se habla también de balamil cab, la abeja guardiana de la colmena y de las abejas meliponas.
Fray Diego de Landa en el capítulo XLVIII de Relación de las cosas de Yucatán titulado «De las abejas y su miel y su cera», dice: «Hay dos castas de abejas y ambas son muy más pequeñas que las nuestras. Las mayores de ellas se crían en colmenas, las cuales son muy chicas; no hacen panal como las nuestras, sino ciertas vejiguitas como nueces de cera, todas juntas unas a otras, llenas de la miel. Para castrarlas no hacen más que abrir la colmena y reventar con un palito estas vejiguitas y así corre la miel y sacan la cera cuando les parece. Las demás crían en los bosques, en concavidades de árboles y de piedras, y allí les buscan la cera de la cual y de la miel abunda esta tierra mucha, y la miel es muy buena salvo que como es mucha la fertilidad del pasto de las abejas sale algo tocada del agua y es menester darle un hervor al fuego y con dárselo queda muy buena y de mucha duración. La cera es buena, salvo que es muy humosa y nunca se ha acertado cuál sea la causa, y en unas provincias es muy más amarilla por razón de las flores. No pican estas abejas ni hacen (nada) cuando las castras mal». Los antiguos mayas ya habían clasificado cuidadosamente a las abejas nativas que carecían de aguijón, tanto para su mejor aprovechamiento y uso como para la aplicación particular de sus mieles y otros subproductos como polen, cerumen, resinas, etcétera, que incluían como componentes fundamentales de sus fórmulas, junto con su vasta herbolaria, en su farmacopea.
La meliponicultura se desarrolló a tal grado que alcanzó una eficiencia similar a la que tenía en Europa durante los siglos XVI al XVIII, especialmente en lo que se refiere a cosecha y producción de colonias. Yucatán y en particular la provincia de Chetemal, producía grandes cantidades de miel. Había en este punto 2 o 3 mil colmenas de tipo rústico, como el que todavía se usa entre los mayas de Yucatán. Cozumel era también un gran centro meliponícola.
Por escritos de Fernández de Oviedo, puede deducirse que tal actividad en esa época estaba más extendida que en cualquier país de Europa. Por ello el producto sirvió a los campesinos mayas para pagar tributo, primero a los hala-chuiniques, y durante el primer siglo de la Colonia a los encomenderos españoles, que les exigían fabulosas cantidades de cera. Aunque también realizaron intenso comercio desde Tabasco hasta Nicaragua, sin dejar de atender el mercado de Honduras y el de los aztecas.
La primera noticia sobre la apicultura antes de la Conquista está contenida en el informe del capitán Alonso Dávila, según refiere el historiador Molina Solís: «Los colmenares que había en cada solar eran muy limpios, aseados y en agradabilísima disposición. Las colmenas estaban puestas una sobre otra en plano inclinado de uno y otro lado, formando ángulo agudo. Eran de madera ahuecada, como de dos pies de largo y con aperturas por ambos extremos que se tapaban con piedra o madera embarradas de lodo para cerrar todo intersticio. Por encima, en mitad de la colmena, había un agujero pequeño por donde entraban y salían las abejas, rubias y mansas que no extrañaban la aproximación del hombre y que permitían sin oposición cosechar periódicamente la miel y la cera, acumuladas por su trabajo asiduo. Fue la miel un gran recurso para los españoles luego que aprendieron a castrar las colmenas. La operación era muy sencilla: destapadas las colmenas, por un lado se veían lucir los potes de cera oscura repletos de miel, se punzaban con un palillo ahusado y el suave y dulcísimo licor corría a chorros, limpio y sabroso, tentando el apetito de los circunstantes. Las colmenas tenían la marca de su dueño y cuando éste era rico y principal, la corteza exterior se bordaba con figuras de relieve esculpidas en la madera y representando follaje, ramilletes de rizadas plumas, tallos, delicados animales y vasos domésticos». El fraile dominico Tomás de la Torre menciona en el capítulo XI de su Diario (1544-1545) que «…hay abundancia de cera y miel, de que los indios pagan tributo a los españoles sin ninguna tasa ni medida, porque su codicia no la tiene, y así decían que se acabará presto porque no sólo daban las de sus colmenas pero no paran buscándola por los huecos de los palos, y los españoles venden todo aquello a los mercaderes españoles que los llevan a Méjico y Chiapas y a todas partes. Las abejas no tienen aguijón porque todo es manso lo de esta tierra, como los hombres naturales de ella».
A mediados del siglo XVI, ya establecidos los españoles en la Península, y faltando minas que explotar, se dedicaron a la agricultura, la ganadería y el comercio. En la actividad apícola siguieron criando las abejas nativas (ya que no trajeron abejas de España) con los mismos métodos aprendidos de los mayas. Las primeras haciendas (estancias) empezaron a fomentarse y en las huertas se levantaron colmenares bajo cobertizos de palma, iguales a los que Dávila había encontrado en Chetemal. Por esa época los productos más cotizados en el mercado eran las mantas de algodón y jarcias para navíos, así como miel y cera en cantidades considerables. La Relación de Citilcum y Cabiche de Íñigo Nieto señala la miel y la cera como una de las principales producciones de esos lugares. Tanto la cera que se labraba en grandes panes, como la miel que periódicamente se recogía en los colmenares y en los montes, se enviaba a la Nueva España. El comercio se hacía además con Cuba, Florida y Honduras y se pagaban los derechos correspondientes de importación y exportación llamados almojarifazgos. En Yucatán donde la moneda era escasa, las mercancías se pagaban (además del cacao) con mantas de algodón y cera de abejas. Los indígenas entregaban como contribución personal, cada cuatro meses, además de las mantas de algodón y otros productos, pequeñas cantidades de miel. De acuerdo con las primeras listas de los tributos, en 1549, de 173 pueblos que existían en ese entonces en la región, sólo el 5.8% no pagaba sus impuestos con miel; pero aquéllos incluían 2,438 arrobas (29,300 kg) de cera y 276 arrobas (3,300 kg) de miel, que de acuerdo con la población de entonces, equivaldría a una arroba (12 kg) de cera por cada 20 habitantes y a una arroba de miel por cada 295 personas. Estos tributos eran repartidos entre los encomenderos y la Real Hacienda. Todavía a fines del siglo XVIII la cera silvestre se encontraba abundantemente en los montes, formando colmenas dentro de troncos huecos o en cavidades en el suelo. Los conquistadores exportaban la cera para cirios del servicio religioso y como derecho de conquista se apoderaron de parte de cada colmenar y además imponían tributos en especie, miel y cera, a los naturales. Tan importante llegó a ser el comercio de la cera que durante los dos primeros siglos de la Colonia española, la exportación de cera alcanzó a fines del siglo anterior y a principios del XVIII, a ser el tercer renglón de la producción de la Península.
A raíz de la llamada Guerra de Castas en 1847 Yucatán quedó asolado y la economía sufrió desajustes. Durante la segunda mitad del siglo XIX se abandonó el cultivo del algodón y el henequén empezó a tomar auge con creciente vigor suplantando los demás cultivos, así como la ganadería y el cultivo de abejas. Los colmenares fueron poco a poco abandonados y ya desde fines del siglo pasado sólo se les conservaba en las haciendas henequeneras y en los pueblos donde los mayas continuaban fieles a la tradición apícola de sus antepasados. Cuando en ocasiones se cultivaban las abejas silvestres, conocidas con los nombres mayas de chol o kantzac, éstas se criaban aparte en troncos verticales en posición similar a los árboles en que habitaban en los bosques. Aparte de los indígenas que en sus solares tenían algunas colmenas, existía gran número de apiarios rústicos de regular tamaño en muchos ranchos y en casi todas las fincas maiceras y ganaderas del estado, atendidos por los mayordomos y mayorales o por personal subalterno. La castra se hacía por lo general tres veces al año, pero en épocas de abundante floración se repetía esta operación una o dos veces más. Cera y miel constituían un ingreso adicional para las haciendas y una ayuda económica valiosa para los indígenas que se dedicaban a su explotación. En 1848 el apicultor yucateco Basilio Ramírez publicó un tratado de apicultura que luego se reprodujo en el Manual del mayordomo de las fincas rústicas de Yucatán, editado en 1860 por José Dolores Espinosa. La abeja se cultivaba entonces, y así se siguió cultivando, en los llamados corchos, troncos huecos del árbol llamado yaxnic, cerrados por los extremos. Hacia 1845 existían en el estado 32 blanqueaderos de cera distribuidos en los partidos de Hopelchén, Valladolid, Tekax y Yaxcabá. La cera de la colmena doméstica, por los años sesenta y setenta del siglo XIX, se vendía de 3.5 a 4.5 reales la libra, según su escasez o abundancia en el mercado.
En 1862 los corchos poblados de abejas se vendían en Mérida entre 40 y 50 pesos el ciento, y sin poblar entre 10 y 12.50 pesos. Ayudaba mucho al desarrollo de la apicultura la abundancia de plantas melíferas. En los bosques se contaba con las flores de diversos árboles: cedro, caoba, ceibo, palo de tinte, chechem, balché, guayacán, bojom, jabín, chacah, chucum, yaxnic y otras especies, todas con flores ricas en néctar. Entre las muchas hierbas, arbustos, trepadoras y plantas rastreras melíferas, cabe citar: tah (viguiera dentata), tzitzilché (gymnopodium antigonoides), tanché (croton fragilis), xtabentún (turbina corymbosa), xhail (ipomoea meyeri), xhohol (hibiscus tiliaceus), tzotzak (merremia aegyptia), tokabán (calea urticifolia), etcétera. Las flores de las palmeras eran consideradas también como buenas melíferas.
Las abejas del género Apis que sí pican no existían en el continente americano. Parece ser que los primeros enjambres de la abeja europea fueron traídos a Florida a fines del siglo XVII, de ahí a Cuba en 1764 (donde la actividad se desarrolló rápidamente siendo introducidas a México, probablemente por Veracruz entre los años de 1760 a 1770). La raza de las primeras abejas importadas a Yucatán no se conoce, sin embargo todo parece indicar que era la abeja oscura Apis mellifera Spin.; la primera introducción documentada tuvo lugar en 1914 y era de abejas caucásicas. En 1903 Geo L. Gaumer estableció la explotación del himenóptero en Izamal, ciudad considerada como la cuna de la apicultura yucateca, al comprar 12 corchos de abejas meliponas. En 1911 obtuvo una colmena de abejas negras, al parecer caucásicas e importó de la Casa Taylor de Bee Ville, Texas, una reina de tres fajas (italiana) con la que italianizó cinco de sus colonias de abejas negras. Importó también reinas de abeja cipriana.
El establecimiento de los primeros colmenares tecnificados se debe a Diódoro Domingo y Felipe G. Solís; este último fue uno de los primeros importadores de esa especie, proveniente de los Estados Unidos de América. Sin embargo, es el propio Domingo quien asienta en un artículo publicado en la revista Henequén, que la europea fue importada al estado, por primera vez, por Felipe Ibarra Ortoll y después por Ángel Rivas, quienes instalaron sus colmenares en Mérida y en la finca Yalicim, en la costa oriental de Yucatán. Pero por falta de conocimiento su explotación no dio resultado y el insecto desapareció. No fue sino hasta 1910 cuando Diódoro Domingo trajo de Tuxpan, Veracruz, dos colmenas de origen español. Por su parte, Alberto Castillo Calero, quien logró la estandarización de colmenas de cuadros bajos construidas en Yucatán del tipo Langstroth-Root, señala que el general Salvador Alvarado promovió la apicultura en las escuelas rurales en 1918, aunque no se sabe de donde provenían los enjambres pero sí que la raza era la negra o Apis mellifera mellifera, altamente agresiva. Este intento no alcanzó el éxito deseado ya que los maestros no adquirieron nociones precisas de lo que debían hacer con los enjambres y éstos al paso de algunos años se perdieron.
En Izamal se inició la apicultura movilista, es decir, la que usa de cuadros movibles y extractor. Cuando en Mérida se envasaba la miel en latas, en Izamal se vendía en tambores de 300 kg. El ya citado Gaumer tuvo en la ciudad de Izamal un importante número de colmenas de cuadros movibles, extractor mecánico de miel y rodillos para fabricar a mano hojas de cera estampada para colocar en los cuadros como base para que las abejas construyeran en ellas sus panales. Fue el primero en intentar modernizar la apicultura en Yucatán con equipo adecuado. Este intento se limitó únicamente a Izamal y no fue seguido por los apicultores del estado, quienes continuaron con las técnicas «fijistas». En 1931 Alfredo Martínez G. Cantón realizó el primer intento de vender la miel yucateca al extranjero, al ponerse en contacto con industriales holandeses que le pidieron 10,000 kg del producto como mínimo, pero que Yucatán en esos momentos no era capaz de satisfacer.
Durante el gobierno de Bartolomé García Correa (1930-1934) un grupo de apicultores formado en Mérida, y con el estímulo del Departamento de Agricultura y Fomento del Estado de Yucatán a cargo de Alberto Castillo Calero, inició los primeros embarques de miel a Europa abriendo para Yucatán el comercio de este producto con el extranjero. El mismo Castillo Calero sugirió que el Departamento de Agricultura del Estado incluyese un programa de difusión de la técnica apícola para modernizar los apiarios existentes con objeto de obtener un mejor rendimiento en la producción de miel. La falta de recursos económicos del gobierno de García Correa impidió llevar a cabo este proyecto. Por esos mismos años Castillo Calero inició el uso del extractor centrífugo y el banco de desoperculado para extraer la miel de los panales. En 1936 o 1937 Arturo Díaz Solís y Felipe Martínez López importaron de los Estados Unidos reinas Apis mellifera ligustica y Apis mellifera caucasica para la organización de sus criaderos de reinas; poco tiempo después, Juan Burgos Encalada solicitó a Italia algunas reinas liguria siempre con el propósito de mejorar la calidad de las abejas que había en los colmenares de Yucatán.
De las reinas caucásicas antes mencionadas existe poca información. Debido a su color gris fueron rechazadas infundadamente, ya que existía una animadversión por parte de los apicultores hacia las abejas oscuras, quizá por la ingrata experiencia anterior con las colonias de Apis mellifera mellifera. La información limitada que se tiene sobre la raza caucásica es que dichas abejas en el trópico yucateco resultaron buenas productoras de miel y enteramente dóciles. En 1930 el Ejecutivo del estado, a través de su Departamento de Apicultura y por sugerencia de Castillo Calero, promovió intensos trabajos de incremento de la apicultura, editándose folletos instructivos, haciéndose demostraciones, dictando conferencias, etcétera. Estos trabajos estuvieron a cargo del mismo Castillo Calero al que, por su labor, se le considera precursor de la técnica apícola en la Península. Todavía en 1935 existían en Yucatán muchas colmenas, inclusive dentro del perímetro de la ciudad de Mérida, con colonias de abejas europeas negras alojadas en cajones de madera en los que entonces llegaba la gasolina envasada en dos latas contenidas en cada cajón. Estas tablas, más bien delgadas, sin un acabado especial, tenían las dimensiones de media colmena y se le adaptaban bastidores. Las abejas eran oscuras, inquietas y de manejo difícil.
En 1936 se fundó Apicultores de Yucatán con el propósito de difundir los métodos modernos de la explotación, organizar a los apicultores y propagar los conocimientos mediante un órgano periodístico, que salió a la luz pública el 20 de octubre de 1937 bajo la dirección de Manuel Sosa Yerbes. El primer presidente de la sociedad fue Arturo Díaz Solís y entre sus socios más destacados estuvieron Alfredo y Rafael Martínez G. Cantón, Javier Urcelay Solís, Bibián Rodríguez Amézquita, Plinio Escalante Guerra, Narciso Souza Novelo, Juan P. Burgos Encalada, Alberto Castillo Calero y Felipe Martínez López.
Antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial se hicieron los primeros envíos de miel al extranjero; a Alemania por Enrique Dulanto y a Suecia por Javier Urcelay Solís; pronto Plinio Escalante Guerra, Alberto Castillo Calero y Arturo Díaz Solís comenzaron a exportar y se estableció el comercio de miel con Europa. Antes de estas exportaciones Juan J. March y Cía. cuyo representante en Mérida, era Plinio Escalante Guerra, estableció sus oficinas y bodegas en el barrio de Mejorada, compraba miel para embarcar a Veracruz. En esa época se pagaba 55 centavos por kg de miel puesto en bodega.
Conforme la producción aumentaba y la miel yucateca se acreditaba en el mercado foráneo, comenzaron a multiplicarse las negociaciones compradoras que limpiaban la miel y la exportaban; hacia 1963 ya se podían anotar Exportadora Apícola (Plinio Escalante Guerra); Miel de Yucatán (Héctor Medina Vidiella); Apicultores del Sureste (Hervé Silveira Rodríguez); Productores y Exportadores (Armando Medina Riancho); y Refinadora de Miel (Humberto Rodríguez Perera).
En febrero de 1943 se crea Fomento de Yucatán, institución estatal que promovió el desarrollo agropecuario; la práctica y el desarrollo de la apicultura quedaron incluidas en su plan de trabajo.
Es un momento histórico para la apicultura peninsular ya que marca la etapa de la estandarización del equipo a través del crédito otorgado. La producción de miel se incrementa de 600,000 kilogramos producidos en esa época, se llega en poco más de 30 años a las 20,000 t en la temporada de 1976, exportadas a Alemania, con una utilidad para los apicultores peninsulares de 180,000,000 de pesos. Alberto Castillo Calero fue nombrado jefe de la Sección Apícola de Fomento y como auxiliar Martínez López. La institución orientó sus créditos a la adquisición y establecimiento de colmenares y apoyó a los constructores especializados en equipos, como Javier Urcelay Solís y Mario Peniche Sierra, y refaccionó a Miel de Yucatán, que invirtió en la instalación de colmenares y en el establecimiento de un tren de limpieza. Por esa época y como actividad privada fue instalado en la colonia Chuminópolis un apiario con colmenas de cuadros y todos los implementos modernos para la explotación racional de la miel. Este apiario llegó a tener 90 colonias de abejas y una producción en temporada favorable de 10 t de miel que fue exportada a Inglaterra. Por su parte, Fomento instaló en Chaksikín un criadero de reinas, bajo el control de Enrique Pacheco Meza, para iniciar la producción de la abeja italiana Apis mellifera ligustica, importada para mejorar la casta predominante de las abejas negras europeas, con caracteres indeseables. A fin de obtener mejores resultados la empresa adquirió en el extranjero un aparato de inseminación artificial, que permitió la selección de material adecuado. Tal práctica parece ser que fue la primera que se realizó no sólo en México sino en toda América Latina.
En 1946 tuvo lugar la Primera Convención Apícola Peninsular en Izamal, a iniciativa de Miel de Yucatán y bajo los auspicios de Fomento de Yucatán. A esta reunión concurrieron cerca de 400 apicultores de Yucatán, así como algunos provenientes de los estados de Campeche y Quintana Roo.
En 1954 Felipe Martínez López revolucionó la tecnología para la cría de reinas, en lo que respecta al injerto de larvas, hasta ese entonces realizado con celdas artificiales hechas de cera (Doolitle, 1888), al probar y perfeccionar una «copa celda» de plástico. De tal acontecimiento dieron crédito la prensa española, estadounidense e inglesa. En noviembre de 1956 G.H. Cale Jr., director general de los Apiarios Dadant, introdujo la primera tapa negra (tapa de ácido) que se usó para remover las alzas con miel de las colmenas y demostró en un apiario con 65 de éstas la manera de extraer con tapas negras.
El Consejo Apícola del Estado de Yucatán fue instituido por el gobernador Agustín Franco Aguilar en 1961 para coordinar los intereses de productores y exportadores y, a la vez, mejorar la industria en todos sus aspectos. estuvo integrado por Hernando Pérez Uribe, presidente; Hernán Cámara Barbachano, secretario; Felipe Martínez López, tesorero; Luis A. Ancona C., Manuel Zapata Espinosa, Alberto Oramas Repetto, Hervé Silveira Rodríguez, vocales.
En 1963, durante el gobierno de Luis Torres Mesías y a instancias de Alberto Oramas Repetto, se creó el Instituto Apícola de Yucatán para apoyar el desarrollo de tal actividad. Algunas de sus funciones fueron las de dictar normas adecuadas para el manejo técnico apícola y desarrollar la investigación en todos sentidos, principalmente para resolver los problemas de patología; inscribir a las personas dedicadas a la actividad, junto con sus instalaciones, en el registro de esta institución; asesorarlos y asistirlos técnicamente, así como ayudarlos a resolver sus problemas de exportación. El Instituto Tecnológico Regional de Mérida cedió parte de sus terrenos para la construcción del edificio de la sociedad, que recibía un subsidio estatal por sus servicios. Para el control de calidad del producto se contrató a Dusberg, director del Instituto de la Miel de Hamburgo, quien junto con Eugenio Palomo Erosa y ayudantes establecieron los métodos para certificar la calidad de la miel, dado que Alemania era el cliente principal. Con el cambio de la administración estatal y al derogarse el impuesto sobre la miel, el Instituto Apícola perdió el apoyo para su sostenimiento y sus funciones quedaron limitadas y fueron transferidas a los laboratorios de Palomo Erosa quien, durante algún tiempo y con apoyos esporádicos de los centros receptores del dulce, atendió lo mismo el control de calidad que la entrega gratuita de fármacos para control y erradicación de enfermedades.
Durante estos años la gran utilidad obtenida por los empresarios a través de la venta de miel al exterior propició la multiplicación de las plantas particulares de limpieza y exportación del producto, compitiendo en forma feroz y desleal a nivel del mercado internacional que, abaratando el producto hasta lo indecible, estuvieron a punto de hacer desaparecer la empresa.
Las reuniones de los días 14, 21 y 28 de octubre de 1971 en Cozumel, Campeche y Mérida, realizadas por los tres ejecutivos de la Península, consiguieron la unificación de la oferta hacia el mercado exterior. Se crea el Comité Apícola Peninsular para coordinar las ventas de las tres entidades y unificar el precio y la oferta.
Con ayuda crediticia federal surgen: la Sociedad de Crédito Agrícola Luis Echeverría Álvarez (hoy Sociedad de Crédito Agrícola de R.I. Apícola Maya de Mérida), la Sociedad de Crédito Agrícola de R.I. Miel de Abeja de Campeche y la Sociedad de Crédito Agrícola de R.I. Lic. Javier Rojo Gómez de Quintana Roo. También se organiza la Sociedad Cooperativa de Consumo Apícola Lol Cab S.C.L. en Mérida e interviene también en la compra, limpieza y exportación la Agencia Local del Banco Agrario, hoy inexistente. Miembros de la Directiva de cada asociación conformaron el Comité Apícola Peninsular en 1980 con cerca de 15 apicultores de la región Sureste.
El 13 de noviembre de 1972 el presidente Luis Echeverría Álvarez inauguró el Centro de Fomento Apícola del Sureste, ubicado en el km 5 de la carretera a Motul. Sus principales funciones fueron las de fabricar material apícola para venta directa o indirecta a través de créditos otorgados por bancos oficiales y privados; maquila de cera pura estampada con el cobro del 20% por mermas y gastos; cría de reinas y producción de núcleos; impartición de cursos, combate de enfermedades, etcétera, para lo cual se coordinó con el Laboratorio Regional de Patología Animal de Mérida. Dependía de la Dirección General de Apicultura y Especies Menores de la Subsecretaría de Ganadería (SAG), hoy SARH.
La Península de Yucatán es la región más importante del país y probablemente del mundo en cuanto a rendimiento se refiere (toneladas de miel por km2) y que, en términos medios, es de alrededor de 30,000 t anuales, de las que alto porcentaje corresponde a Yucatán. En 1977 había 2,101,000 colmenas en el país, que producían 56,768 t de néctar, con rendimiento promedio de 26.8 kg cada una, y de las cuales el 9.9% se localizaba en Yucatán, en tanto Jalisco, Campeche y Veracruz contaban con el 7% aproximadamente. Sin embargo, la segunda de las tres entidades tenía el mayor rendimiento: 56.5 kg por unidad y el 16.38% de la producción total. En Quintana Roo el promedio era de 36.5 kg por unidad. De la cosecha, alrededor del 90% se exportaba principalmente a Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, lo que permitió a México ocupar el primer lugar a nivel mundial en este renglón en los años 80. Lo anterior no quiere decir que nuestro país fuese el primer productor, puesto que en este aspecto estaba en cuarto lugar, después de China, los Estados Unidos y la Unión Soviética. De 1965 a 1971 se exportaron 61,900 t de miel, que divididas entre los siete años en que fueron producidas, arroja un promedio anual de 8,842 t. Casi toda la producción de miel se fue perfilando a la exportación y el incremento alcanzado por ésta propició que, a partir de 1944, se fueran dando las condiciones para que, primero con la producción estatal y luego la peninsular, el país quedara considerado entre los cuatro primeros productores del mundo y hasta 1979 como el primer exportador. En el país hay cinco regiones apícolas (el número de colmenas se indica entre paréntesis): Norte (160,000); Centro (450,000); Pacífico (350,000); Golfo de México (130,000); y Sureste o Península de Yucatán (560,000). De este 1.7 millones, el 58.9% eran rústicas y el 41.1% modernas. Las mejores rendían entre 50 y 80 kg y las inadecuadas de 5 a 8 kg. El 70% estaban pobladas con raza italiana, el 28% con criolla y el 2% con otras variedades. Del total, 224,000 correspondían a Yucatán (178,000 a Jalisco; 157,000 a Veracruz; 96,000 a Guerrero; 93,000 a Chiapas y 89,000 al Estado de México).
En la agroindustria apícola de Yucatán se pueden distinguir tres empresas importantes (hasta 1987): Apícola Maya, Lol Cab y la Asociación Local de Productores de Jalea Real y Derivados, de Tunkás. Las dos primeras acondicionan la miel para la exportación y de hecho tanto Apícola Maya como Lol Cab monopolizan el mercado estatal de la miel. Como cooperativas y empresas agrocomerciales, ambas se crearon para contrarrestar el intermediarismo y conseguir mejores precios y condiciones de venta en el mercado mundial de la miel. Lol Cab se constituyó en una sociedad cooperativa de productores en 1963 con 3,085 socios y Apícola Maya en 1964, con 5,000 socios. Ambas cooperativas tienen agentes compradores en casi todos los municipios de Yucatán y dividen el precio en dos partes: los anticipos y los remanentes. Los anticipos se pagan a los productores cuando éstos entregan su producción, y los remanentes son la parte no prevista del precio final al que venden las mieleras el producto al extranjero. Es decir, por las fluctuaciones de los precios, las mieleras dan un adelanto del precio final a sus proveedores y hechos los envíos, así como el descuento por gastos de transporte, exportación y otros conceptos, los productores pueden recibir una parte adicional llamada remanente.
La infraestructura de estas comercializadoras son los tanques de almacenamiento y equipo de tratamiento de la miel. Apícola Maya tiene dos fábricas-almacén: una en Mérida y otra en Tizimín; Lol Cab cuenta con una planta-almacén en Mérida y entre ambas tienen una capacidad instalada de 23 t anuales. Entre otros aspectos, Lol Cab tenía (hasta 1987) una inversión de capital de 2,080,000,000 de pesos y había pedido créditos por 1,600,000,000 de pesos acumulados; contaba además con 11 trabajadores y registraba ventas anuales de 1,300,000,000 de pesos. Por su parte, Apícola Maya tenía una inversión de capital de 3,000,000,000 de pesos y débitos de 4,500,000,000 de pesos; asimismo, su planta laboral se componía de 33 trabajadores y ventas anuales de 2,500,000,000 de pesos. Configuradas como verdaderos consorcios, estas mieleras acopiaron en 1987 casi 8,000 t de miel, utilizando alrededor de 50,000 tambores fenolizados (mil millones de pesos) que compran a compañías del centro del país.
La tercera empresa agroprocesadora industrializa la jalea real, secreción glandular de las abejas jóvenes que sirve como alimento a las larvas hasta los dos días de edad y a las abejas reinas durante toda su vida. Antes de su aparición, este producto se vendía a compradores del interior del país, quienes lo procesaban en laboratorios transnacionales. Cabe recordar que Yucatán produce aproximadamente 7 t de jalea real y la liofilización es el tratamiento industrial más delicado que se da al producto. El primer laboratorio de liofilización lo instaló Apícola Maya, que vendió la patente a un industrial de la Ciudad de México, hasta que apareció la planta industrializadora que se instaló en el municipio de Tunkás en 1983. En 1986 captaron 1,800 kg, de los cuales el 50% lo vendieron en fresco a laboratorios de Puebla, Tamaulipas y Querétaro. La empresa se compone de 77 socios que recibieron financiamiento gubernamental de casi 35,000,000 de pesos para instalar el laboratorio e infraestructura de procesamiento, con capacidad de 900 kg anuales, es decir, 4,500,000 cápsulas de jalea de 20 mg. La planta laboral de la empresa es de seis trabajadores y sus ventas en 1986 fueron cercanas a los 200,000,000 de pesos.
La agroindustria apícola de Yucatán tiene dos ámbitos mercantiles: el mercado mundial de la miel y el mercado nacional de las grajeas de jalea real. En efecto, la miel es un producto eminentemente de exportación y se calcula que el mercado nacional consume apenas del 6 al 10% de la producción local. Una vez puesta la miel en los puertos marítimos de Veracruz y Tuxpan, se comercializa principalmente en Inglaterra, Alemania y EUA. Entre las principales compañías destacan: Dalgety International Tradin Limited, que acaparó el 10% de la miel peninsular; la Sutherm y Tuchel An Son GMB, de Alemania, que compró 5,000 t en 1986, y de Estados Unidos Alfredo L. Wolf y la Kimton Brother. Además de la miel yucateca, estos compradores internacionales acopian producción de Guanajuato, Jalisco, Nayarit, Colima, Chiapas y Veracruz, cuyo comercio llevan al cabo con Bélgica, España, Suiza, Alemania y casi toda Europa. Con las continuas sobreofertas del producto en Europa, la competencia generalizada del intermediarismo privado y el desplome de los precios mundiales de la miel, las grandes mieleras yucatecas intentaron construir un frente común, al fundar en 1986 Comercializadora Única de la Miel Peninsular, que después llevó el nombre de Apicultores Asociados de la Península (AAP). Sin embargo, los buenos precios logrados en 1987 (820 dólares/t de miel) no consolidaron dicho frente comercial por diferencias internas, tanto de las empresas yucatecas como de las de Quintana Roo y Campeche.
El grado de pureza del dulce de esta región es superior al del resto del país, puesto que es procesada dos veces: en los equipos de los productores y en las plantas refinadoras. La miel puede ser desde incolora hasta parda oscura; su consistencia, fluida viscosa o cristalizada total o parcialmente; y su sabor y su aroma varía, según las plantas de donde proceda. La calidad depende principalmente de su color (blanca cristalina, extrablanca, blanca, ámbar y ámbar oscura) y de la humedad que contenga (del 13 al 22%). Para efectos de su comercialización, se clasifica en panal (panales operculados enteros o en secciones), extraída (líquida o cristalizada) y prensada (comprimida en panales sin larva, con o sin la aplicación de calor moderado) La miel tiene diversos usos industriales: en repostería, confitería y preparación de cereales; en alimentos infantiles y otros productos alimenticios; en refrescos y bebidas no alcohólicas, vinos y licores; y como humectante, en el tabaco y el chicle, y en las industrias farmacéutica y de cosméticos. Además de la miel de abeja y de la jalea real derivan de la apicultura otros productos: la cera, secreción natural de las glándulas que las obreras tienen en el abdomen, que en su mayor parte se utiliza para construir nuevas colmenas y para fabricar velas, cosméticos y moldes para cirugía dental; y el polen, que por su contenido de proteínas, azúcares, aminoácidos y vitaminas se aprovecha como complemento dietético.
Para 1985 la Península de Yucatán aportaba en promedio el 40.8% del total de la producción nacional. Nuestro estado contaba con 400,000 colmenas, de las cuales se obtenían 10,000 t de miel y que constituían el 40% de la producción peninsular y el 17% de la producción nacional. En 1988 existían en la Península de Yucatán un millón de colmenas (aproximadamente la mitad de la existencia total nacional), de las cuales corresponde el 45% al estado de Yucatán. La exportación de miel durante los últimos 5 años fue de 53,182,226 dólares, siendo el renglón más importante en el rango apícola hacia el exterior del país.
En el año de 1989 el proceso de producción apícola tradicional empieza a verse modificado por la presencia de las abejas africanas y sus híbridos en todas las zonas apícolas de la entidad y en un buen número de los apiarios yucatecos. Para combatir con eficacia su presencia en Yucatán y la Península se firmó el 25 de noviembre de 1985 el Acuerdo de Coordinación para la Instalación del Comité Consultivo Estatal para la Prevención y Control de la Abeja Africana. Este documento fue firmado por funcionarios del gobierno federal y estatal; así como por representantes de productores y por la Universidad Autónoma de Yucatán.
Es así como en 1985 inicia sus actividades el Programa Estatal para el Control de la Abeja Africana, mismo que contempla seis subprogramas: Prevención y Control; Divulgación; Cría de Abejas Reinas; Capacitación; Organización de Productores; e Investigación.
Para organizar los trabajos de este programa se nombró como jefe a Apolinar García y González. Los trabajos se iniciaron con el desarrollo y promoción de criaderos de reinas, a cargo de Enrique Pérez Cordero. Otro subprograma que inició sus labores en 1985 fue el de Divulgación, cuya responsabilidad fue encomendada a Víctor M. Cámara González, quien en coordinación con etnolingüistas del Instituto Nacional Indigenista (INI) produjo dos paquetes audiovisuales, cuatro programas radiofónicos, y ocho espacios informativos en español y maya.
No fue sino hasta abril de 1987 que se inició el subprograma de Monitoreo, a cargo del coordinador Javier Medina Torre, gracias al cual en septiembre de 1987 se pudo confirmar la presencia de las abejas africanas en Yucatán. Otros subprogramas que comenzaron a trabajar en 1987 fueron el de Capacitación (Víctor M. Cámara González, de la UADY) y el de Investigación de Luis Medina Medina quien implementó técnicas de morfometría para establecer el patrón de las abejas.
Para apoyar la capacitación de los 10,000 apicultores yucatecos, en octubre de 1988 se firmó un convenio de colaboración entre la SARH, gobierno del estado y Apícola Maya, en el que se asentó que entre los tres contratarían a 56 técnicos prácticos, quienes después de capacitarse en el manejo de la abeja africana darían asistencia técnica a los apicultores que así lo solicitaran.
Si bien la africanización de las abejas es un serio problema, también ha ocasionado que las autoridades reconozcan la importancia de esta actividad y la necesidad de apoyar la investigación apícola.
Los primeros proyectos serios de investigación apícola en el estado fueron los siguientes:
—Estudio comparativo del comportamiento defensivo de las abejas Apis mellifera ligustica, a cargo de Luis Medina (Inifap).
—Evaluación de tres diferentes métodos para la estimación de las cantidades de cría operculada de obreras en colonias de abejas Apis mellifera ligustica, a cargo de Luis Medina (Inifap).
—En la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UADY Jorge González Acereto inicia el proyecto Desarrollo de Tecnología para el Aprovechamiento de los Meliponinos, esto con la intención de ofrecer una alternativa para aquellos apicultores que no pudieran seguir en la actividad.
—Otro proyecto de investigación que se inició en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia es el de Desarrollo de Tecnología para la Introducción de Reinas Vírgenes, cuyo responsable es Jorge Marrufo Olivares.
—En el mes de octubre de 1988 Víctor M. Cámara González instaló en terrenos de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia un apiario con 15 familias de abejas africanas para realizar el proyecto Estudio del Desarrollo del Nido y de la Producción de Familias de Abejas Africanas en la Zona Centro del Estado de Yucatán, siendo este el primer trabajo de investigación con abejas africanas que se realizaba en Yucatán.
Con este panorama como marco, los apicultores, técnicos, investigadores y el gobierno de Yucatán han trabajado para poder controlar y aprovechar las nuevas abejas que ya se encuentran en los campos y apiarios del estado. En 1990 se crea en Mérida Yik’el Kab, una organización integrada por un grupo multidisciplinario, con el objeto de unir esfuerzos para preservar un recurso biológico autóctono (la abeja melipona) y una actividad fuertemente vinculada con la cultura maya: la meliponicultura. Ambas en peligro de perderse. La primera por la deforestación masiva de la que es víctima el estado, y la segunda por el desinterés de los jóvenes campesinos mayas relativo a conservar las actividades tradicionales productivas que no sean lucrativas en forma inmediata. El grupo que se constituye en dicha asociación queda integrado de la siguiente forma: Jorge González Acereto, presidente. Sergio Medellín Morales, vicepresidente. Erik Osorno Medina, secretario. Víctor M. Cámara González, tesorero. Teresa de Jesús Conrado de Ucán, Raúl Silveira Silveira, vocales. A fines de 1991 se configura un grupo de trabajo (el primero en su tipo) denominado Xunam Kab, constituido por ancianos jubilados del ejido henequenero de Tekantó, que se organizaron para trabajar con colmenas tradicionales (jobones) la abeja xunan-kab (Melipona beecheii) bajo la asesoría y capacitación de Yikel-Kab y dirigidos por María Cruz Bojórquez, Sergio Medellín Morales y Raúl Silveira Silveira.