Algodón (Industria) El primer intento de establecer una industria textil fue la de Feliciano Martín a quien por decreto del Congreso de 6 de octubre de 1823 se le otorgaron concesiones especiales para su fábrica de hilados y tejidos en Izamal y días después otro decreto prohibía la introducción de «justiches y listados de algodón o mezclados con hilo de cualquier calidad que sean, como asimismo la mantelería y toda clase de artefactos ordinarios de algodón o mezcla de hilo…» No obstante el respaldo oficial, no tuvo aquel primer ensayo industrial el resultado esperado.
La Aurora Yucateca. Diferente fue la labor realizada por Pedro Sáinz de Baranda, quien asociado con John L. McGregor, un escocés establecido en Yucatán, fundó en Valladolid La Aurora Yucateca, primera fábrica de hilados y tejidos completamente mecanizada que en la República Mexicana usó fuerza de vapor. Establecida en 1833, a los pocos años ya estaba en pleno florecimiento. Sus productos no desmerecían al compararse en calidad con los procedentes de la Nueva Inglaterra o de la Gran Bretaña, pero los superaba en precio. La fábrica de La Aurora Yucateca era un establecimiento de nítida y eficiente apariencia. Comprendía una serie de edificios rodeada de una cerca de 3 m de alto, en un terreno que miraba a la plaza de la Candelaria, barrio de Valladolid. Ocupaba un espacio de 50 por 80 m aproximadamente, dentro del cual los edificios se agrupaban en torno a un patio central. El edificio principal albergaba, en dos pisos, las plantas de alijar, cardar, hilar y tejer. Contigua a este edificio estaba la casa de calderas y la máquina de vapor y, patio de por medio, los almacenes. El algodón lo surtían agricultores independientes del partido de Valladolid que cultivaban esta planta en sus milpas, al mismo tiempo que se proveían en las milpas de maíz, frijol y otros productos. Por su parte, la fábrica empleaba en sus talleres y otros menesteres a 117 familias de Valladolid. Los productos principales eran hilos y mantas. Cuando mayor era el éxito de la empresa y mejores eran sus perspectivas, falleció su fundador en diciembre de 1845; y, año y medio después, su fábrica era destruida por el fuego cuando los mayas rebeldes asaltaron Valladolid al iniciarse en 1847 la sublevación indígena.
La Constancia. Otra empresa habría de seguir en Mérida los pasos de La Aurora Yucateca, nueva industria a la que, después de un período de bonanza, diversos factores la obligaron finalmente a cerrar sus puertas también. La Guerra de Secesión de los Estados Unidos de América que alentó de nuevo el cultivo del algodón en el estado impulsó a Nicolás Binney, estadounidense y Manuel Medina, yucateco, a instalar una nueva fábrica de hilados y tejidos de algodón, esta vez en la ciudad de Mérida. Fue montada la fábrica, con el nombre de La Constancia, en la quinta Barbachano, en el entonces populoso y rico barrio de San Cristóbal y se inauguró en diciembre de 1865 aprovechando la presencia en Mérida de la emperatriz Carlota. En la quinta se levantaron nuevos edificios de dos pisos para albergar las máquinas de vapor y los telares que fueron traídos de Estados Unidos de América. Sin ingenieros ni mecánicos idóneos, se pulsaron muchas dificultades para hacer funcionar correctamente este equipo mecánico totalmente nuevo en su clase para Mérida, pero la paciencia de los organizadores y la cooperación de los operarios yucatecos logró vencer todas aquellas dificultades. La fábrica contaba en un principio con un tren de vapor de 25 caballos y con 30 telares. La terminación de la Guerra de Secesión en Estados Unidos, el incremento en el cultivo del henequén que restaba brazos para el cultivo del algodón y la falta de tierras adecuadas para este cultivo, ya que las mejores estaban en manos de los rebeldes, afectaron seriamente la marcha de los trabajos de la fábrica y, a fines de 1868, los propietarios la cerraron y la pusieron en venta. Un año después la adquirió un entusiasta hombre de empresa, Juan Antonio Urcelay Peniche, quien sin arredrarse ante el fracaso de los primeros propietarios de la fábrica amplió ésta dotándola en total de 128 unidades entre hiladoras, telares y demás aparatos, los cuales eran impulsados por un motor de vapor de 150 caballos de fuerza con dos grandes calderas. Se fabricaban mantas de varios anchos, así como manta dril, manta cruda, cotines de diversas clases, hilos para coser, pabilo y otros artículos; y hacia 1878 comenzaron a producirse rebozos al estilo de los de Puebla, que tanta demanda estaban teniendo entre la gente de los pueblos del estado, en sustitución de la tradicional toca con que antes se cubrían la cabeza las mujeres. Hacia 1885 fabricaba también telas listadas y su variedad de cotines se había ampliado. En 1878 la fábrica contaba entre sus operarios con 20 hombres, 86 mujeres y 32 menores de edad entre los 10 y los 16 años, además del servicio de unas 20 familias que trabajaban en rebocería en sus propios hogares. En las épocas de mayor actividad el número total de trabajadores pasaba de los 150. La demanda que tuvieron los productos de La Constancia fue grande y a menudo se agotaban las existencias de la fábrica que eran vendidas a través de algunas de las principales lencerías de Mérida como las de Ramón Aznar, Francisco Ruiz del Hoyo, Gregorio Milán, Sergio Padrón, Manuel Pinelo Montero y Francisco Álvarez Galán. El algodón ya se cultivaba en Yucatán en poca escala y para abastecerse de suficiente materia prima Urcelay Peniche tenía que recurrir a los Estados Unidos de América de donde hacía continuas importaciones para alimentar sus máquinas. Los problemas de abastecimiento de algodón, y el encarecimiento de esta fibra, de los fletes marítimos y de los gastos de manejo en Progreso, restringían cada vez más el rendimiento económico de la fábrica; finalmente, su propietario la cerró en 1890.
Fábrica de Gómez. Poco antes de la instalación de La Constancia, otro empresario de Mérida, Ildefonso Gómez, con motivo de la gran escasez y carestía de las telas de algodón ocasionada por la guerra del sur de Estados Unidos de América, estableció en Panabá una máquina movida por vapor para despepitar y desfibrar algodón, y en Tizimín otra con un telar pequeño para fabricar mantas. La edad de oro en que se desarrolló intensamente el cultivo del algodón fue de corta duración y para 1868 Gómez había suspendido ya sus operaciones en ambas poblaciones. Fábrica de Rotger y Cía. En 1881, poco después de iniciada en La Constancia la fabricación de rebozos, los propietarios de Rotger y Cía. instalaron en Mérida otra fábrica de este artículo, muy bien montada. Uno de los socios de la casa, Juan Rodríguez, estuvo en la ciudad de Puebla para conocer de cerca las fábricas de rebozos de esa ciudad, su organización y sus procedimientos de producción, y trajo a Yucatán tres maestros de rebocería para dirigir los trabajos de la fábrica que habían montado. Uno de estos maestros tuvo la desgracia de fallecer poco tiempo después de su llegada a Mérida, víctima de la fiebre amarilla. Los productos de esta fábrica así como los de La Constancia tuvieron gran aceptación en el medio local y hacia fines de los años ochenta las mujeres del pueblo, tanto las indígenas mayas como las mestizas, habían abandonado totalmente el uso de la toca para cubrirse la cabeza y no usaban ya sino el rebozo que llegó a convertirse en prenda típica de ellas. La producción de la fábrica de Rotger y Cía. se suspendió hacia 1890.