Algodón (Reseña de Carlos Loret de Mola) Diego de Landa, historiador primordial, dice en su Relación tres cosas sobre el algodón.
Uno: «Cógese mucho algodón a maravilla y dáse en todas las partes de la tierra, de lo cual hay dos castas, la una siembran cada año, y no dura más que aquel año su arbolito, y es muy pequeño; la otra dura el árbol 5 o 6 años y (en) todos da sus frutos, que son unos capullos como nueces con cáscara, las cuales se abren en cuatro partes a su tiempo y allí tiene el algodón».
Dos: los antiguos mayas «…sembraban algodón, pimienta y maíz»; y.
Tres: «tienen costumbre de ayudarse unas a otras al hilar las telas, y páganse otros trabajos como sus maridos los de sus heredades».
Molina Solís, en su Historia de Yucatán. Dominación española, dice:
Primer tomo: «El henequén era utilizado por indios y españoles en lugar de cáñamo». «Los principales artículos de explotación eran mantas de algodón… Los indios pagaban en esta especie sus tributos, y los comerciantes las recibían en cambio de mercancías, debido a la escasez de moneda: se llevaban a la Nueva España, Habana y Honduras, donde eran muy apreciadas».
Segundo tomo: «La mano de obra estaba a bajo precio y el sistema de repartimientos consistía en distribuir dinero adelantado o materia prima, a cambio de mantas o cera, que el trabajador se obligaba a entregar… Producía el resultado de mantener en constante emulación la industria manual en el seno de las familias pobres… Pues no había casa en que no hubiese un telar de mano y un colmenar; y era de verse el espectáculo que presentaban aquellas familias día a día ocupados los varones en las milpas, y las mujeres tejiendo el algodón en sus extensos patios; la alegría del trabajo sólo era interrumpida por la nota triste de los agentes de repartimientos que exigían el cumplimiento del contrato en términos onerosos cuando eran anchos de conciencia o inicuos».
Tercer tomo: «…En el siglo XVIII fue en Yucatán de bastante producción: había maíz, legumbres, arroz, caña dulce, algodón, zarzaparrillo, copal, cera, aceite de higuerilla, nin, palo santo, achiote, caña-fístola, grana, incienso, orégano, pimienta, vainilla, tabaco, henequén, palo de tinte, caoba, jabín, guayacán, mora, nopal, cedro, brasilete y taray…»
Exportábase carne salada, corambre, palo de tinte, caoba, cedro, carey, arroz, sal, añil, peletería de venado, robalo, pámpano salado, manufacturas de algodón y artefactos de henequén.
En su Memoria Instructiva, de 1811, don Pedro Manuel Regil enumera el henequén entre los productos de nuestro medio en lugar anterior al algodón y explica que las exportaciones de cabullería ascendían a 60,000 pesos; pero también habla de las colchas de algodón que se enviaban a Veracruz en cantidad de 1,500 anuales; y más adelante incluye al algodón suponemos que en rama, entre otras ventas al exterior. De modo que ya en la época de la Independencia el algodón continuaba en el candelero; pero ya amenazado por el próximo reino imperativo del henequén.
Tres años después en su cuadro estadístico de 1814, Policaro Antonio de Echánove se lamenta que todavía no se hiciera el debido aprovechamiento del henequén, pero se lamenta más de que no se estaba sembrando algodón ya en la proporción deseada. He aquí sus importantes afirmaciones contenidas en los números 46 y 47 de su obra citada: «Sin embargo, aun de lo que igualmente se nos ha concedido, no hacemos el debido aprovechamiento, como notamos en el henequén. Lo mismo sucede con el algodón, a pesar de su excelente calidad y de la abundancia en que lo produce el clima. Exclusivamente se halla en la villa de Valladolid su manufacturación en colchas, mantas, rengues y mantelerías, medias y calcetas, pero en tan corto resultado que apenas sirve al consumo interior, extrayéndose sólo algo de la primera clase, y cualquiera laboración tiene en Yucatán a su favor, después de la comodidad de la materia, el poco costo de la mano de obra por la baratez del alimento. Mas en esto y en todos los demás renglones sale en su contra la falta de auxilios en máquinas e instrumentos, que faciliten su brevedad y la perfección.
«El algodón pertenece, como hemos significado, a cualquier suelo de la provincia; pero particularmente se siembra en el partido de Tizimín. Su calidad es con mucho superior al de Tuxpan y demás de todo el reino mexicano; porque aun es menor el capullo, y consiguientemente más corta la hebra; ésta es muy fuerte y muy fina, de manera que da un hilo exquisito para las telas, siendo por lo mismo las medias que trabajan a aguja tan estimada, que pagan 8 o 10 pesos por cada par de ellas, mientras las del telar extranjeras se dan a 16 y 20 reales. A pesar de estas ventajas no se fomenta su siembra, que es de poco costo, porque no se trata de extraerlo; y sucede que una buena cosecha, según demostramos en el maíz, es motivo para no continuar en otra, porque quedan sin expendio uno o dos años, arruinando al propietario labrador; pero se opone también a la extracción el no haber máquinas de desmontado para hacer reportables los gastos de fletes, pues el único que conocen es de mano, sobre ocupar mucho tiempo aumenta de costo; y para que en las plazas de fuera tenga el premio que llegue con la cualidad de cómodo precio. Este artículo ha recibido también en la provincia un perjuicio notable por una providencia del gobierno que trató de quitar otro perjuicio que se padecía en su consumo, y era, el de la construcción de patíes por las indias en las de repartimiento que estaba comedido a los gobernadores; debía, pues, labrar 16 varas de este lienzo ordinario cada año, cada una de ellas para lo cual se le daba el material y 10 reales por su trabajo, pero habiéndose prohibido este permiso, casi cerró el telar de esta manufactura, porque a su libertad ni la india se empeña en hacer ni admite ningún contrato. De consiguiente, los patíes se han minorado al preciso vestir de los naturales. El algodón en proporción ha bajado su consumo».
A mediados del siglo pasado ya se registra el desplazamiento definitivo del algodón por la nueva fibra, la fibra dura, el henequén. Y es curioso que también se señale por primera vez en lo que llevo revisado, la zábila, de la que dice la Estadística publicada en 1853 lo siguiente: «La zábila, que es acaso el mismo áloe europeo, es de pencas más pequeñas y apenas que el henequén, y verdaderamente medicinal, produce legítimo acíbar y por esto, siendo silvestre, además de otros usos las madres indígenas acostumbran emplear su jugo para destetar a sus hijos».
Del algodón dice el trabajo estadístico de 1853 lo siguiente: «El algodón es de antiguo cultivo en nuestro suelo, y prospera tanto en los partidos de Tizimín y Valladolid, como en el de Campeche y la costa. De calidad excelente, aunque corto su capullo, pero de hebra muy fuerte y fina, rinde en limpio y despepitado el 28%, razones ambas por las que, con voto muy competente en la materia, Pedro de Baranda, cuyo hueco en la industria y en la administración no es fácil llenar, informaba al gobierno en 1844, que debía ser preferido al extranjero, como lo prefirió siempre para los hilos y tejidos de su máquina La Aurora, que consumió en menos de diez años 18,518 cargas de las cosechas de nuestro suelo. Ha caído hoy en agonía este cultivo, y mucho tememos que no convalezca, porque no obstante que en las costas del país y en los Estados Unidos es el ramo de esperanzas más lisonjeras, y que las fábricas nacionales piden a la agricultura cada día mayor cantidad de esta primera materia, nuestros distritos de Valladolid y Tizimín yacen arrasados, y el cultivo no se extiende por las costas, de donde la producción, sin el gravamen de fletes de muchas leguas al interior, pudiera aspirar a la concurrencia con la de los mercados exteriores».
En cambio, al henequén le dedica el doble espacio, y termina afirmando: «El consumo de henequén en el país en varios artefactos es cuantioso, y el sobrante se exporta para los Estados Unidos en rama; pero nunca es bastante para llenar las demandas del mercado extranjero. Esto, unido al precio ventajoso de venta, ha hecho que en estos últimos tiempos se haya extendido prodigiosamente su cultivo, que sin duda está llamado a ser uno de los de más porvenir para la industria del país».
Desde 1845, el henequén estaba a la cabeza de las exportaciones del estado; el segundo producto de exportación eran las pieles de venado y otras; y entre los capítulos de productos enviados al exterior se contaban el maíz, el arroz, el frijol, el tabaco, etcétera.
Todavía en 1879, cuando el gobernador Manuel Romero Ancona efectúa la Segunda Exposición de Artesanías, Valladolid y Espita envían valiosos artículos tejidos con algodón. La fábrica de tejidos La Aurora fue la primera en su clase que apareció en la nación mexicana, establecida en Yucatán, sin los auxilios del Banco de Avío y sin ninguna protección de los gobiernos. Encontró pronto su ocaso. Además, fue la primera y única aplicación hecha a mediados del siglo pasado del vapor a la maquinaria. Su diaria producción era considerable y daba ocupación a 117 trabajadores. La guerra de castas fue, sin duda, la puntilla a la industria algodonera, como concluyó con otras muchas cosas en nuestro estado.
Howard F. Cline, alude en forma clara y expresiva a los entusiastas industriales de los albores de la Independencia en Yucatán, y a la vida de la primera fábrica de hilados y tejidos de algodón: «Su fundador don Pedro Sainz de Baranda y Borreiro aseguró que La Aurora Yucateca era la primera fábrica de hilados y tejidos completamente mecanizada que en México usaba fuerza de vapor.
«Sin subsidio alguno, fue La Aurora una empresa privada, una industria netamente yucateca por su capital y empresarios. El hecho de que La Aurora hubiese operado en esta región poco tuvo que ver con la sublevación que estalló en 1847, pero el doble golpe, la muerte de su fundador y el advenimiento de esta larga contienda destruyeron toda esperanza de que la fábrica pudiese operar de nuevo fructuosamente, y sin interrupciones, bajo otras manos». De todos modos en un símbolo significativo y un caso histórico que ilumina hechos de no poca importancia. Su fundación, relativamente anticipada a su época, es índice del cambio general en ideas y actividades ocurrido en Yucatán, y demuestra que hacia el primer tercio del siglo XIX el espíritu de empresa y de renovación saturaba la opinión ambiente. Esto contrastaba con el espíritu existente al final de la época colonial: en 1766 los investigadores se lamentaban de la apatía y desidia de los yucatecos para los negocios comerciales y para toda clase de innovaciones, y decían que eran mucho menos afectos «al comercio y a la guerra que al amor, la inacción y el reposo». Dos propósitos tiene el referirnos en este estudio a La Aurora: describir específicamente una de las primeras fábricas, y utilizarla como punto de partida para esbozar rápidamente algunas de las innovaciones que se dejaban traslucir bajo la presión del nuevo espíritu de empresa patente en Yucatán después de su independencia. Estas mudanzas fueron de gran importancia, porque efectuaron sensiblemente el desarrollo histórico de la región en forma espectacular, al acrecentar la tensión de las relaciones existentes entre la población maya preponderante en número, y el reducido conjunto de criollos blancos que se había propuesto poner a Yucatán al nivel del mundo moderno. «En el Yucatán de esa época los políticos, los educadores, los inventores, los artistas, los hacendados, los comerciantes y otros muchos abrían nuevos horizontes económicos y sociales bastante más allá de los confines que alcanzaron en la época hispánica. En un aspecto importante, sin embargo, olvidaron un problema trascendental o por lo menos pospusieron su estudio para demasiado tarde. Con contadas excepciones, sus nuevas miras y actividades excluían a la población autóctona, a la gran masa de los mayas, cuyos antecesores habían levantado esa complicada civilización de la que sus ruinas se extendían por todo el sur de México, población que bajo el régimen hispánico había servido como mudo y dócil elemento de trabajo, conservando muy vago recuerdo de su glorioso pasado».
En 1861, Joaquín Ancona escribe un artículo que publicaría el Repertorio Pintoresco, en el que habla del algodón. Dice, entre otras cosas, lo siguiente: «En las costas orientales de Yucatán existen terrenos arenosos y calcáreos propios para el cultivo del algodonero y que ofrecen, además, las mayores ventajas para establecer la siembra en mayor escala bajo el sistema moderno, como en parte se ha experimentado con probabilidades favorables sobre cualquier otro cultivo. Si bien exige el algodonero cuidados que no demanda ninguna otra planta de labores que seguimos, deja con pródigo resultado satisfechos los cuidados y afanes del agricultor».
En diciembre de 1865, el periódico oficial del Departamento de Yucatán publica la crónica de una exposición pública de productos de agricultura, industria y artes en el Palacio Municipal de Mérida, exposición que por cierto fue inaugurada por la emperatriz Carlota. Dicha crónica dice lo siguiente: «Nuestro algodón, calificado de superior calidad en las fábricas de Inglaterra, figuraba también entre los productos expuestos. La conclusión de la guerra de los Estados Unidos de América que impedía la exportación de sus algodones para el consumo de las grandes fábricas de Inglaterra y de los mismos Estados Unidos, ha hecho decaer considerablemente la gran importancia que iba tomando en Yucatán la siembra de tan útil planta con la disminución del precio subido que antes tenía en aquellos mercados y que proporcionaba a los cultivadores ganancias proporcionadas a los gastos del cultivo. Hoy día, aunque los precios bajos no permiten las antiguas ventajas, porque los de nuestros algodones no pueden entrar en competencia con los de los Estados Unidos de América, no se ha abandonado del todo la siembra, con la esperanza de poder lograr algún día, mediante una protección eficaz de parte del gobierno, elevar este ramo de nuestra producción a un grado eminente de prosperidad. Como una muestra, aunque insignificante, de la aplicación que se da en el país a tan precioso filamento, se presentaron finas y vistosas telas fabricadas a mano».