Albarrada Pared de piedra seca. Con esto se quiere decir que las piedras que la constituyen no están unidas entre sí por ninguna argamasa o mortero. Se mantienen en su lugar en virtud de su escasa verticalidad, de la forma de los cantos o piedras que la componen y de las cuñas del mismo material con que se aseguran, al colocarlas, unas con otras. Recientemente se inició la práctica de asegurar estas cuñas con mezcla de cal y sascab, en la cara de la pared que da a la calle y esto se hace en las albarradas que limitan los tramos de entrada y salida de las carreteras a los poblados, con lo cual las albarradas cobran mejor apariencia y mayor duración. La altura promedio de una albarrada es de vara y media a una vara y tres cuartos (1.26 a 1.46 m) y la anchura de su base varía según la estabilidad y firmeza que se quiera dar a la pared; y de acuerdo también con el tamaño de la primera fila de rocas que, firmemente asentadas en tierra, deben servir de base o cimiento no soterrado al muro. En la mayoría de los casos el o los que construyen albarradas, sirviéndose de pico y barreta, tienen que sacar o extraer del suelo, a flor de tierra o a cierta profundidad, las piedras que han de ser su material de construcción; otros trabajadores se encargan de romper con el mazo o mandarria las piedras que deben ser reducidas al tamaño requerido; se encargan también de partir en lascas de forma especial otras piedras destinadas a servir de cuñas. Cuando estas cuñas se fijan con mezcla, se dice que se hace el bah-pec, de bahah, clavar a golpes y pek ah, mover, con la significación, aquí, de inmovilizar. Las albarradas de los indios son las que levantaban los mayas insurrectos en la llamada Guerra de Castas, bien para defender sus reductos, ora para aproximarse a las plazas asediadas. Las albarradas yucatecas sirven para cerrar planteles de henequén, solares, parajes, sitios y quintas y ponerlos a salvo de animales depredadores, como los de la antigua ganadería, en la época en que el ganado incluso entraba a saco con las plantas de los jardines públicos y se comía los vástagos tiernos del henequén, que debían dar origen a nuevos plantíos.