Agua Son diversas las denominaciones que sobre la misma existen en Yucatán atendiendo a sus respectivas procedencias. En su mayoría son nombres aplicados localmente y se refieren a fenómenos meteorológicos (lluvia, sereno) o relacionados con la hidrología natural de la Península (cenotes, aguadas). Los términos más comunes se describen a continuación:
Agua de cenote. Es, como su nombre lo indica, la contenida en los cenotes (del maya ts’onot). Generalmente se trata de agua corriente, fresca y cristalina, debido a su continua filtración a través de los mantos calcáreos del subsuelo. Se utiliza para el consumo humano, pero el agua de algunos cenotes, en determinadas áreas, no es apropiada para ese uso porque su elevado contenido de sales solubles puede ocasionar trastornos de la salud. En las áreas próximas a los grandes centros de población, el líquido elemento contiene microorganismos patógenos.
Agua llovediza. Este término lo encontramos con cierta frecuencia en los textos que dan cuenta del pasado de Yucatán, al referirse al agua que se recogía en obras hidráulicas realizadas para el efecto o en formaciones naturales de origen kárstico. Ha caído en desuso, sobre todo en el lenguaje urbano.
Agua de lluvia. Término popular: agua lluvia, utilizado para hacer referencia al líquido de origen pluvial, mismo que hasta el pasado reciente jugó papel determinante en el desarrollo de Yucatán, especialmente en aquellos asentamientos urbanos donde la profundidad de los mantos acuíferos subterráneos dificultaba la extracción. Para colectarla, las azoteas de las casas habitación y aun de los edificios públicos se diseñaban de modo tal que el agua de la lluvia pudiese ser conducida hacia aljibes u otro tipo de depósitos mediante un sistema de canales y tuberías de mampostería y hojalata. Preferentemente se usaba para beber, pero las amas de casa la utilizaban también para el lavado del cabello y para la preparación de la lejía, precursora de los actuales blanqueadores de ropa. Este tipo de agua tiene un sabor más agradable que la de pozo, que por otra parte siempre es más dura y presenta mayores índices de contaminación. La venta de agua de lluvia a domicilio constituyó hasta hace algunos lustros importante actividad comercial y se realizaba por medio de depósitos ambulantes, que no eran sino grandes barricas de madera sobre carretas tiradas por caballos o mulas. El aguador era el personaje, hoy desaparecido del paisaje urbano, que tenía a su cargo este servicio.
Agua de pozo. Es la que se extrae de los pozos comunes que llegan al primer manto de agua. La profundidad de los pozos es variable, dependiendo de la distancia de la superficie del suelo al manto. Algunas veces se protege su interior para evitar las filtraciones laterales.
Agua salobre. Se le llama así a la que contiene elevadas cantidades de sales disueltas, pero que no alcanzan las excesivas concentraciones que caracterizan a las aguas salinas o saladas. En la Península de Yucatán no sólo son salobres las aguas de los esteros, sino también las de los mantos subterráneos (cenotes y pozos) que tienen alta concentración de sales solubles y aun cuando se considera que pueden ser tolerables para el consumo humano, suelen resultar inconvenientes para el riego, dado los problemas que provocan en la mayoría de los cultivos debido al paulatino ensalitramiento de los suelos.
Agua de sarteneja. Es aquella que, proveniente de las lluvias, se acumula en las cavidades llamadas sartenejas (haltun en maya) y ha constituido tradicionalmente un recurso muy usado por los hombres del campo, sobre todo en los lugares donde los mantos acuíferos se localizan a profundidades mayores de 100 m, lo que dificulta su extracción. Su consumo, empero, implica un serio riesgo, dado que se trata de aguas estancadas que propician la reproducción de microorganismos patógenos.
Agua serenada. Es la que se deja a la intemperie durante la noche para que le dé el sereno. Algunas personas le atribuyen propiedades curativas o, por lo menos, la consideran recomendable para la salud, lo cual, es falso.
Aguas subterráneas. Son las que ocupan los espacios vacíos dentro de un estrato geológico y pueden originarse por infiltración desde la superficie o por condensación de vapores magnáticos, que ascienden desde grandes profundidades. Los espacios ocupados por las aguas subterráneas, conocidos como intersticios o poros, pueden ser originales, creados por los procesos geológicos, o secundarios, cuando se han desarrollado después de la formación original (juntas, fracturas, conductos producidos por disolución o por plantas y/o animales). Las masas de agua subterráneas almacenadas en formaciones rocosas se conocen como acuíferos y pueden ser confinados o no confinados. A estos últimos corresponde el acuífero subyacente en la losa de Yucatán.
Las aguas subsuperficiales se dividen verticalmente en dos zonas: de aereación y de saturación o de aguas subterráneas propiamente dichas, que llenan todos los intersticios del subsuelo. La zona de saturación tiene como límite superior lo que se conoce como nivel freático, o sea, la superficie de agua subterránea a presión atmosférica, que corresponde al nivel que tendría el agua en un pozo que penetrara el acuífero. La presencia o ausencia del nivel freático es la principal diferencia entre un acuífero no confinado y uno confinado. En estos últimos, conocidos también como artesianos, el agua está contenida entre dos estratos impermeables a una presión mayor que la atmosférica.
En la Península de Yucatán las aguas dulces subterráneas integran un gran acuífero que descansa sobre aguas de mayor densidad. El agua de lluvia se infiltra casi de inmediato y escurre a través de las fisuras del terreno, modela la roca caliza y da origen a cavernas, cenotes y otras formaciones típicas de la zona. Este gran acuífero es un sistema hidrográfico a través del cual las aguas escurren, en sentido general, del centro hacia las costas, en forma perpendicular a éstas. Su afloramiento da lugar a la formación de cenotes superficiales, albuferas, ciénagas, esteros y manantiales de agua dulce, presentándose también el fenómeno de las fuentes o manantiales de agua dulce submarinos, apreciables en las bocas de Conil, Dzilam, Sisal, escurrimientos subterráneos confinados, que afloran en el fondo del mar cerca de la costa.
Dada la inclinación de la Península, alta en el Sur hasta llegar en el Norte al nivel del mar, la profundidad a que se encuentran los mantos de agua varían de acuerdo con ello; así, en Ticul, situado al Sur, el primer manto está a 29 m y el segundo a 63 m, en tanto que en Mérida, más al Norte, el primero está a 8 m y el segundo a 42 m. Esto significa también que la distancia entre los dos mantos es de 34 m, las aguas del primer manto son de mala calidad, tanto en su constitución química como bacteriológica; son muy calcáreas y el alto grado de contaminación se debe a la naturaleza del terreno que a través de sus grietas permite la infiltración de las aguas provenientes del suelo, que arrastran detritus y deyecciones humanas y animales.
La composición química es variable de una zona a otra, aun considerando una semejante latitud; como ejemplo se consignan algunos datos de tres poblaciones. Contenido en calcio: Panabá 122 mq/l, Motul 100 y Caucel 52; contenido en magnesio: Panabá 84, Motul 42 y Caucel 9; contenido en sodio: Panabá 203, Motul 94 y Caucel 35; contenido en cloruros: Panabá 433, Motul 163 y Caucel 85; sólidos disueltos: Panabá 1,426, Motul 863 y Caucel 429. Conforme a esto, se clasifica el agua de Panabá como salada, la de Motul como tolerable y la de Caucel como dulce. El grosor del primer manto fluctúa de 1.5 a 2 m en tanto que el del segundo es de más de 20 m por lo que se le considera inagotable. De este manto se surten los pozos que proporcionan agua potable a la ciudad de Mérida. Aguas superficiales. Son todas aquellas aguas corrientes o almacenadas sobre la superficie terrestre, ya sea por causas naturales o artificiales, por ejemplo, las correspondientes a ríos, lagos, presas, pantanos, etcétera. La plataforma yucateca se caracteriza por su carencia de corrientes de aguas superficiales debido a la permeabilidad de la roca caliza y a la intensa fracturación a que se ha visto sometida, lo que provoca que el agua de las lluvias tome vías subterráneas. En la Península, en cambio, existen muchas lagunas, entre ellas, las de Becanchén, Chichancanab, Cobá, Punta Laguna, Chunyaxché, Bacalar, Ocom, Paytoro, Silvituc, etcétera.