Ávila, Alonso de (¿-1535) Natural de Ciudad Real, España. Fue compañero de Montejo desde la expedición de Juan de Grijalva. Bernal Díaz, quien también participó en las expediciones enviadas por Diego Velázquez, nos lo describe así: «Era de buen cuerpo y rostro alegre y en la plática expresiva, muy clara y de buenas razones, y muy osado y esforzado, sería de hasta treinta y tres años cuando acá pasó, e tenía otra cosa, que era franco con sus compañeros, mas era tan soberbio e amigo de mandar e no ser mandado y algo envidioso e era orgulloso e bullicioso…» Y agrega que fue capitán y el primer contador de Hacienda que hubo en la Nueva España, que era amigo de ruidos y que osaba decir a Cortés cosas que convenían. Después de un enojo que hubo entre ellos, Cortés prefirió tenerlo lejos y lo envió a negocios importantes: a la isla de Santo Domingo; y a España, después, con el tesoro de Moctezuma y de Cuauhtémoc, que robaron los corsarios franceses, quedando Ávila prisionero de éstos. Logró salir de prisión y llegar a España.
Después de consumada la Conquista de México, Cortés le dio la encomienda de Cuautitlán a Alonso de Ávila. El hermano de éste, Gil González de Benavides, vino de Cuba a representarlo durante su ausencia, dándole Ávila poder cuando ya estuvo libre de prisión en Francia. Alonso de Ávila, al tener conocimiento de la expedición de Conquista de Yucatán, se inscribió en la Armada que partiría de Sanlúcar de Barrameda. Cogolludo asienta que Montejo asignó a los oficiales de la expedición quedando Ávila como contador real. En la primera etapa de la Conquista, por la costa oriental de la Península (1527-1529), correspondió a Alonso de Ávila explorar por tierra el litoral del Caribe; mientras que el Adelantado lo hacía por mar, Ávila llegó hasta Chetemal y de allí exploró tierra adentro, pero engañado por Gonzalo Guerrero acerca de la supuesta muerte de Montejo, regresó a Salamanca de Xamanhá. Estas exploraciones cambiaron los planes del Adelantado quien decidió ir a la capital de la Nueva España en busca de mayores recursos. Dejó a Ávila en Salamanca con el mando y con instrucciones de esperar su retorno. En México, Montejo, con la noticias que recibió de su hijo sobre el cacicazgo de Acalán, modificó de nuevo sus planes. Tabasco estaba más cerca de la Nueva España. Y Acalán, por ello, gracias a su riqueza y mejor comunicación, prometía ser la base para penetrar en Yucatán por el Oeste. Gonzalo Nieto regresó por Alonso de Ávila y le informó lo que Montejo había resuelto. Ávila se incorporó de nuevo a la expedición del Adelantado quien le encomendó emprender la campaña por el Oriente y el Sur. Las operaciones militares de Ávila fueron decisivas. Con la ayuda del capitán Juan Enríquez Guzmán, dedicado a pacificar las regiones fronterizas de Chiapas, Ávila inició la campaña de Acalán (1529-1530), saliendo de San Cristóbal. Los obstáculos fueron difíciles de vencer por la condición pantanosa de esa región, lo accidentado del terreno y los innumerables ríos que tuvieron que cruzar. En este recorrido por los territorios situados en las márgenes del Alto Usumacinta se establecieron los límites de la jurisdicción de Tabasco, en la parte oriental entre Chiapas y Guatemala, y se sujetaron al dominio español las poblaciones de Acalán, Cehache o Mazatlán y Champotón. La dominación sobre esta región fue temporal. Ávila estableció la municipalidad de Salamanca de Acalán, hizo alianzas con los pueblos de esa zona y repartió, en encomienda, las tierras conquistadas, pero el dominio español terminaba tan pronto como los conquistadores abandonaban las poblaciones indígenas. Consideró Ávila, en consecuencia, que el cacicazgo de Acalán era inapropiado para convertirse en la base principal de penetración a la Península. Su situación aparentemente buena y próspera, porque comunicaba por la vía fluvial a Tabasco con Honduras, no lo era para los objetivos de Montejo. Con el noroeste de la Península no existía fácil comunicación. Los indígenas no podían ser guías de los españoles pues su experiencia se limitaba a las vías fluviales y desconocían las terrestres.
Por otra parte, el floreciente comercio del cacicazgo de Acalán había decaído y no era posible imponer grandes tributos a su pobladores. Con la caída del imperio azteca y la ocupación de Honduras, los contactos indígenas se habían roto y estos pueblos estaban sufriendo una crisis de supervivencia y de adaptación a las nuevas circunstancias. La campaña hacia Chetemal (1531-1533) tuvo como finalidad principal la búsqueda de oro y el establecimiento de una jurisdicción española en esa región. Acompañaban a Ávila cincuenta soldados, 13 de ellos a caballo; un intérprete español y otro maya y se supone que un capellán. También formaban parte de la expedición Francisco Vázquez, experto en minas para detectar si existía oro, y Francisco de Montejo, el Sobrino. Por instrucciones del Adelantado, Ávila debía explorar la parte interior de la Península, desde Salamanca de Campeche hasta Chetemal; buscar las minas de oro; fundar una población en la provincia maya de Cochuah, en el pueblo de Tulma, y fundar también otra población española ya fuese en Chetemal o en otro sitio de la provincia. Salió a mediados de 1531. Cruzó la provincia de Can Pech, se internó en la de Maní y entró en la de Cochuah. Tulma no resultó lo que suponía. No tenía la importancia esperada y estaba situada en terreno áspero y pedregoso. Siguió hacia Uaymil donde había estado tres años antes, durante la primera etapa de la Conquista. Ávila y su expedición llegaron al pueblo de Chablé y la búsqueda de oro seguía siendo infructuosa. Entraron a Mazanahau y de allí pasaron a Bacalar, atravesaron la laguna y llegaron finalmente a Chetemal. En todo el trayecto no tuvieron que enfrentar hostilidad indígena. Concertaban algunas alianzas para recibir el apoyo de los naturales. Consideró Ávila que Chetemal, aunque despoblada y sin provisiones, era el sitio ideal para fundar la población española y le dio el nombre de Villa Real. Constituyó el Ayuntamiento y Francisco de Montejo el Sobrino fue uno de los regidores.
Dos meses después tuvo noticias de que el jefe de la provincia, con su gente, se encontraba a cuatro leguas de distancia, en el pueblo de Chiquitaquil, preparando el ataque para arrojarlos de la sede de su mando. A partir de entonces, Ávila adoptó la táctica de atacar por sorpresa al enemigo sin esperar la ofensiva. Con la mitad de sus fuerzas tomó la plaza enemiga, hizo prisioneros y se apropió del pequeño tesoro que tenían. Ya de nuevo en Villa Real, enviaron noticias a Montejo. Y Ávila, mientras tanto, inició exploraciones tierra adentro en busca de provisiones. Pensó imponer tributos en especie pero encontró una actitud hostil y de renuencia a tributar. Sorprendió a varios pueblos, que no se atrevieron a combatirlo. En Chablé tuvo conocimiento de la muerte de los mensajeros que había despachado y del alzamiento que se preparaba en su contra y decidió combatir a los que habían matado a los españoles. Volvió a Bacalar y allí se enteró de que el Adelantado había retornado a la Nueva España. Supo también que la provincia de Cochuah le declaraba la guerra. Lejos de arredrarse, marchó sobre Cochuah, tras convocar, pidiéndoles ayuda, a los jefes indígenas aliados, algunos de los cuales, los de la provincia de Uaymil, por ejemplo, no sólo le proporcionaron guerreros y cargadores, sino que decidieron acompañarlo. Ávila recelaba de ellos y los vigilaba constantemente. Sin embargo, se instaló en Chablé para preparar la ofensiva. En Cochuah se iniciaron los combates y se pudo advertir que la alianza pactada no era tal, ya que en los momentos más difíciles los indígenas abandonaban a los conquistadores. Ávila y sus hombres pelearon bravamente, pero sin alcanzar una victoria decisiva. Siguieron adelante, no obstante haber perdido algunos hombres y caballos, hasta llegar al pueblo donde se había dado muerte a los mensajeros españoles. Allí se produjo un segundo combate en el que todos, menos Ávila, resultaron heridos y tuvieron que refugiarse en un pequeño poblado. Algunos caciques que cayeron prisioneros de Ávila le indicaron a éste que esperaban refuerzos de la provincia de Cochuah, pero no tomó en cuenta tales advertencias hasta que el hambre amenazó a su gente y se vio forzado a regresar a Villa Real. Emprendió el camino hacia Chablé por considerarlo el más seguro y, previendo que los pueblos supuestamente aliados se volverían contra ellos, tomó las debidas precauciones habida cuenta de que sólo tenía sanos a cuatro o cinco de sus hombres.
Con muchas dificultades burlaron al enemigo y llegaron a Villa Real. Allí supieron que las provincias del Oriente, Cochuah, Uaymil y Chetemal, estaban unidas para oponer resistencia a la Conquista. Fue forzoso abandonar aquellas tierras. Intentó Ávila avisar a Montejo pero fracasó. Todos los caminos estaban cerrados; la única salida posible era hacia Honduras. Así, después de apoderarse de treinta y dos canoas pudieron embarcar a los caballos y salir del cerco. Era el otoño de 1532. Riesgosa resultó la navegación frente a aquellas costas ya que fueron hostilizados desde tierra, pero después de diversos contratiempos llegaron a Puerto de Caballos. Permanecieron allí sólo para tomar aliento y seguir hasta Trujillo, que era la sede del gobierno de Honduras a donde llegaron en marzo de 1533. Andrés de Cereceda, gobernador de esa provincia les dio los auxilios necesarios para su restablecimiento. Recobradas las fuerzas, Alonso de Ávila quiso fundar Villa Real en Puerto de Caballos, por considerar que se hallaba en la jurisdicción de Montejo. Esto le trajo serias fricciones con Cereceda, quien no obstante le autorizó a construir una nave para viajar a Campeche. Poco después, empero, llegaron dos navíos a Honduras con uno de los cuales pudo Ávila entrar en arreglos, también con la aprobación de Cereceda, y embarcarse con los suyos. Llegaron a Campeche dos años después de haber salido y allí, con gran regocijo mutuo, encontraron al Adelantado. Fue este encuentro en abril o mayo de 1533. Tampoco en esta segunda tentativa pudieron los españoles arraigar su presencia en Yucatán. Alonso de Ávila, poco después de la evacuación de Salamanca de Campeche, retornó a México. No volvería más a Yucatán. Llegó muy enfermo a la casa de su hermano Gil González de Benavides, quien con engaños se había adueñado de sus encomiendas, y murió poco después, en el año 1535. Fernández de Oviedo dice de Alonso de Ávila: «sin ofensa de nadie se puede tener e loar por uno de los más valientes hidalgos e los más expertos e hábiles capitanes que en estas partes e Indias han militado».