Ateneo Bohemio del Parque Hidalgo (Grupo Esfinge) (1920-1925) El antecedente del Grupo Literario Esfinge, que funcionó en Mérida en el primer lustro de la década de los veinte, fue la visita a Yucatán del ilustre poeta español Francisco Villaespesa, en 1918. En el parque Hidalgo, llamado oficialmente Cepeda Peraza, se efectuaban por esas fechas reuniones juveniles nocturnas formadas por estudiantes del Instituto Literario, ubicado a sólo una cuadra del lugar, a las que también concurrían maestros del mismo, y escritores de la amistad de algunos de ellos, atraídos por la paz y la tranquilidad, entonces, de aquel rincón urbano. Pero la calidad literaria y cultural del improvisado cenáculo, se la dio la presencia primero, y el magnetismo de su personalidad lejana después, del poeta granadino.
La historia del Ateneo empezó así, según relato de uno de sus componentes más conspicuos, el poeta Roque Armando Sosa Ferreyro: «Al principio éramos unos cuantos amigos: Florencio Palomo Valencia, César Alayola Barrera, Raúl Sobrino Campos, Hernando Pérez Uribe, Alberto Castillo Calero, Felipe G. Cantón, Vidal González, Ernesto Albertos Tenorio y yo. Después comenzaron a frecuentar nuestras bancas escritores y artistas, al retorno a Mérida del poeta Luis Rosado Vega, quien tras larga ausencia, brinda a la juventud de entonces su palabra de estímulo y su cariño de hermano mayor, en charlas evocadoras de principios de siglo, y de la mosquetera prestancia de Felipe Ibarra y de Regil y sus contemporáneos. Y fuimos ya muchos contertulios que sesionábamos de manera permanente para hablar de todo y de nada, en generoso intercambio de ingenio y buen humor, para comentar el libro nuevo, un episodio de la vida social, un poema reciente, una caricatura de escándalo, el concierto de un pianista famoso, un éxito teatral…»
Otro distinguido miembro del grupo, el poeta Alberto Bolio Ávila, relata cómo se constituyó el Grupo Esfinge después de las animadas veladas pasadas a la intemperie del parque Hidalgo, ante la expectación pública, que restaba intimidad a las pláticas. «Preciso fue —escribe Bolio Ávila— buscar un modesto paraninfo en el que tuvieran verificación nuestras académicas sesiones. El democrático y ventilado areópago del parque Hidalgo no era el más apropiado para la seriedad doctoral del grupo. Porque también la juventud tiene sus humos y sus patológicas vanidades que son bien conocidos y peligrosos a veces. Ya no queríamos ser los callejeros «parquesianos», como dijera en bachilleresca frase el poeta López Méndez, salvo para la gestación y el parto de las canciones yucatecas que por entonces melodizaban la ciudad y sus barrios, en la época de oro de Ricardo Palmerín y sus joyas musicales…» «Y fue entonces —prosigue— cuando (Pepe Esquivel Pren)… propuso la biblioteca de su casa solariega, su modesto rincón de estudio, para la consecución de aquellos pedantescos propósitos… En aquel pequeño estudio, cada quien hacía lo que le daba la gana; sentábase donde quería y podía, sin presidente ni secretario, en absoluta igualdad y fraternidad. Sólo éramos diez: Esquivel Pren, Filiberto Burgos, Salomón Osorio, Oswaldo Baqueiro, Ricardo López, Clemente del mismo apellido; Rogerio Díaz Aguilar, Roque Sosa Ferreyro, Luis Augusto Rosado Ojeda y Alberto Bolio Ávila. Se debatió mucho el nombre de la criatura. Finalmente privó el sentir de la mayoría. Con excepción de Filiberto Burgos, fidelísimo rubendariano, los demás buscábamos otra cosa más allá del movimiento modernista, dentro de un libérrimo posmodernismo.
«Nuestro fin era derribar todo lo anterior y hacer cosas nuevas. ¿Cuáles? Cada uno tenía lo suyo, pero nadie sabía qué era. La equis incógnita era más incógnita que equis. Lo único cierto es que nos bullía por dentro el ansia de asombrar al mundo, lo cual, si no me equivoco, es el ansia de todos los jóvenes y de todas las juventudes; y como ninguno de nosotros tenía la respuesta del futuro, nos pareció de perlas adoptar el nombre de Grupo Esfinge, a proposición de Oswaldo Baqueiro Anduze».
El nacimiento de esta inquietud cultural juvenil, consumada con la formación del Grupo Esfinge, parte, como ya se ha dicho, de un suceso trascendental, que vino a agitar la pequeña república literaria peninsular durante 1918: llega al estado de visita, Francisco Villaespesa uno de los Hermes de la nueva estética de entonces. En su derredor se reúnen todos los poetas provincianos del momento, que se dejan seducir por el hechizo de su expresión poética. Trae Villaespesa en el prestigio de su nombre y en la música de sus versos, poder bastante para consolidar definitivamente en la lírica yucateca, todavía medrosa e insegura, frente a los nuevos rumbos de las letras, el más fecundo de los renacimientos que hasta entonces había presenciado el arte literario. El ascendiente espiritual que ejerce Villaespesa, a la par que estimula la producción poética del medio, logra la virtud de unificar en un acento común, las voces de todos los poetas de la hora, sin distinción de generación ni de tendencia. Villaespesa dirigía en Madrid, a la sazón, una revista literaria denominada Cervantes, en la que agrupó a todos los escritores del modernismo, y el poeta, catequizado por la frondosidad de la floresta literaria yucateca, quiso consagrar a Mérida una edición de aquel vocero de las inquietudes espirituales de la época. El noble propósito tuvo la respuesta más halagadora: la edición resultó el mejor exponente de la vida intelectual y artística de la Península.
Todos los poetas y escritores de aquella hora crucial, acudieron a depositar su ofrenda lírica en aquel retablo del pensamiento, y la crítica pudo constatar que la desconcertante confusión que originaba en cierto modo la libre concurrencia de poetas de edades, promociones y tendencias diferentes, era más aparente que real, ya que todos, jóvenes y viejos, modernos y tradicionalistas, clásicos, románticos y posrománticos, que de todo había en aquella Babel literaria creada en torno del poeta andaluz, estaban poseídos en lo íntimo de un afán común de rebeldía, del mismo anhelo de renovación, que daba vida a la doctrina estética de que Villaespesa era portaestandarte. He aquí nombres de los escritores que figuraron en aquella heterogénea compilación: Jaime Tió Pérez, Aurelio Velázquez, Alberto Bolio Ávila, Hugo Sol (Anastasio Manzanilla), Rafael E. Andrade, Samuel Ruiz Cabañas, Horacio E. Villamil, Augusto Ruz Espadas, Dolores Bolio, Beatriz Peniche de Ponce, Florencio Ávila y Castillo, Waldemaro Cantón Sáyago, Antonio Mediz Bolio, Carlos R. Menéndez, Holda Novelo, Ricardo Mimenza Castillo, Arturo Peón Cisneros, Luis Rosado Vega, Manuel Sales Cepeda, Filiberto Burgos Jiménez, Santiago Burgos Brito, Ramón Mendoza Medina, Álvaro Gamboa Ricalde, Pilar Fontanilles de Rueda, Pedro García Argáez, José Rueda Ontiveros, Roberto Reyes Barreiro, Albino J. Lope, Eliézer Trejo Cámara, Franz Sáenz Azcorra, Miguel Manzano Moreno, Serapio Baqueiro Barrera, Eduardo Bolio, Ermilo Abreu Gómez, Francisco Romero Méndez, Joaquín Pasos Capetillo, Alfredo Tamayo Marín y algunos más. Independientemente de los juicios de valor que puedan aplicarse a esta larga nómina, el solo registro de tan crecido número de escritores, es decir, de individuos poseídos de tan fina inquietud espiritual, habla muy alto de la cultura de la época.
Tendiendo a la difusión y al afinamiento de la producción literaria de sus miembros, elGrupo Esfinge entabló relaciones con organismos similares de otros estados del país. El grupo literario capitalino Nosotros mantuvo fraternales lazos de camaradería con Esfinge. Además, éste publicó varias revistas efímeras y efectuó con buen éxito exposiciones pictóricas, veladas poéticas y otros actos de significación cultural.