Altamira y Crevea, Rafael (1866-1951) Historiador. Catedrático. Jurista. Internacionalista. Nació en Alicante, España. Cursó la licenciatura en derecho en la Universidad de Valencia (1886) y se doctoró en la Universidad de Madrid (1887). Trabajó como secretario en el Instituto Pedagógico Nacional y en la Facultad de Leyes, como profesor auxiliar de Francisco Giner de los Ríos en la cátedra de filosofía del derecho. En el Museo de Historia de España tuvo a su cargo importantes investigaciones documentales y trabajos de epigrafía. Fue director del Seminario de Historia de América en el Centro de Estudios Históricos de la Universidad Central, bajo la dirección del sabio polígrafo Ramón Menéndez Pidal y, desde 1914 hasta su jubilación en 1936, titular de la cátedra de instituciones políticas y civiles de América en la misma Universidad de la capital de España. En 1909-1910 siendo catedrático de la Universidad de Oviedo, en la que por iniciativa suya se creó la extensión universitaria, establecida después en otros centros de altos estudios, realizó una extensa gira por varios países iberoamericanos (México, Cuba, Perú, Uruguay, Chile y Argentina), destinada principalmente a fomentar los intercambios culturales, especialmente los universitarios y en cuyo programa se incluyeron también disertaciones sobre «Historia de América y de sus grandes hombres», «Historia de España» y «Problemas morales y políticos de España y sus antiguos Virreinatos y Capitanías generales en el nuevo Continente». En nuestro país asistió a las festividades organizadas con motivo del centenario de la Independencia. Visitó también los Estados Unidos de América. En su gira americana dio alrededor de 300 conferencias.
Altamira y Crevea fue presidente del Instituto de Derecho Comparado y miembro del Comité de Juristas que elaboró, para la Sociedad de las Naciones, el proyecto de creación del Tribunal Permanente de Justicia de La Haya (1920), del que formó parte en dos períodos: 1921-1929 y 1931-1939, año en que, al triunfo del franquismo, se exilió en los Estados Unidos y después (1944) en nuestro país, en el que había de permanecer hasta su fallecimiento. Fue catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y de El Colegio de México y prosiguió infatigablemente su labor docente y de investigación histórica. Entre artículos, ensayos, libros y conferencias, pasan de 600 los títulos de sus obras y dejó, además, importante obra inédita. A lo largo de su vida publicó en infinidad de periódicos españoles e iberoamericanos, entre ellos el diario argentino La Nación de Buenos Aires y, en México, las revistas Las Españas, Cuadernos Americanos, Hoy, así como el Diario de Yucatán en cuya página editorial se publicaron brillantes artículos suyos. En 1945, en un acto de homenaje que le tributó la UNAM, leyó su trabajo titulado Lo que yo debo a México, cuyo texto al parecer se encuentra lamentablemente extraviado. En 1947, por conducto del maestro Isidro Fabela, juez del Tribunal de La Haya, México presentó la candidatura de Altamira y Crevea para el Premio Nobel de la Paz, propuesta a la que se unieron numerosas universidades e instituciones de América, que así rindieron homenaje a un insigne español que tanto hizo por el acercamiento y la comprensión entre España y los países iberoamericanos. Entre sus discípulos más distinguidos en la Universidad Central de Madrid, durante varios años, se contó el ilustre historiador yucateco Silvio Zavala Vallado, presidente del Consejo Consultivo de Yucatán en el Tiempo.
Altamira y Crevea visitó Yucatán en febrero de 1910. En su nota de saludo La Revista de Mérida expresó en tal ocasión: «El señor Altamira viene a Mérida a poner en práctica sus enseñanzas acerca de la extensión universitaria y del intercambio intelectual». Y en su conferencia de presentación, en el Teatro Peón Contreras, al referirse a los motivos y las metas de su misión, el eminente catedrático alicantino explicó: «Estas conferencias, por sí solas, son un medio subalterno; no tienen más objeto que dar a conocer los propósitos de la Universidad. Es menester completar la obra con el intercambio de profesores como lo hace ya Oviedo con Francia y los Estados Unidos. Además del intercambio de profesores se necesita el intercambio de alumnos, lo mismo de los que voluntariamente van al extranjero que de los pensionistas, a quienes debe hacérseles comprender la ventaja de ir a España y de venir a la América española. En estas sólidas bases se inspira nuestro deseo de aproximación que está muy lejos —entendedlo bien— de querer españolizar a América. Queremos que dentro de la unidad que da vida, exista la rica variedad de la personalidad de cada pueblo». En la presidencia del acto estuvieron Agustín Monsreal; Rogelio V. Suárez, vicecónsul de España; José Inés Novelo, director del Instituto Literario del Estado; Gonzalo Cámara Zavala, presidente de la Liga de Acción Social, con quien mantuvo después amistosa correspondencia; Julián Aznar, Andrés Barallobre, Francisco Alvarado, José Trava Rendón, Ángel Just Lloret y Joaquín García Ginerés. Durante su permanencia en el estado dictó conferencias en Mérida y en Progreso; asistió a diversos actos (Sociedad La Unión, El Liceo, Centro Español); visitó la hacienda Mulsay con Carlos Peón, propietario de la finca, y Agustín Vales Castillo; visitó también varias escuelas, así como a su amigo personal, el periodista e historiador Carlos R. Menéndez, y sostuvo pláticas con representantes de algunas sociedades de obreros y artesanos. En algunos de los actos estuvieron presentes el ministro de Fomento, Olegario Molina Solís, y el gobernador del estado, Enrique Muñoz Arístegui. Falleció en la ciudad de México el 1 de junio de 1951. En el libro que le dedicó la Universidad Autónoma de México y que recoge importantes trabajos de los historiadores Silvio Zavala Vallado y Javier Malagón, español y también discípulo suyo, expresa éste: «La muerte de Altamira no ha sido para México la de un extraño. Todo lo contrario; México supo captarse a Rafael y él, por su parte, entregóse de todo corazón a esta tierra generosa con aquellos que en su idea de vida ponen por encima de todo la libertad del hombre y de los pueblos».