Aldana Sáenz de Santa María, Ramón (1862-1917) Nació y murió en Mérida. Poeta y periodista. Hizo sus estudios en el Colegio Católico de San Ildefonso, bajo la dirección de monseñor Norberto Domínguez. Fue director de Pimienta y Mostaza, en 1903, y en distintos años colaboró en El Mosaico, El Salón Literario, El Amigo del País, El Eco del Comercio, El Diario Yucateco, Artes y Letras y La Revista de Mérida, esta última fundada por su padre, Ramón Aldana del Puerto, y por su tío, Manuel Aldana Rivas. Su valiosa obra en verso y en prosa quedó dispersa en diarios y revistas. Reunió sus poemas en un volumen titulado Espuma, pero éste no llegó a ver la luz. A propósito comenta, en su Historia de la Literatura en Yucatán, José Esquivel Pren: «El nombre de Espuma con que bautizó (Aldana Sáenz de Santa María) lo más copioso de sus versos, para coleccionarlos en un libro, a la postre inédito, es sugerente y sugestivo. Sugerente, porque su elección por el poeta sugiere la idea de que no les concedía la suficiente consistencia para tenerlos como obra digna de perduración, sino fugaz y pasajera, aunque brillante. Sugestivo, porque es un título cuya belleza pondérase por sí misma. Cuando decimos espuma, cuando pensamos en ella, cuando la contemplamos, su inconsistencia y su fugacidad es lo último que acude a nuestra mente; en cambio nos seducen las iridiscencias del espectro solar que cintilan en sus geométricas burbujas; nos pone alegría en los ojos y asombro ante la grandeza de las pequeñeces del universo, cuando la vemos abrirse y extenderse, como fina encajería de Bruselas, en la tela, rica en azules y en verdes, de las olas que van, desenrollándose, a cubrir las arenas de la playa, y recogerse luego, como una alfombra de quitaipón, dejando allí los desgarros de la espumosa encajería, para servir de orla Al delantal a picos de la playa; nos pone alegría en los sentidos cuando escuchamos la canción blanca de la espuma, en la leche recién ordeñada; la canción india de la espuma que desborda la taza del chocolate; la canción blanca, algodón de azúcar, que se esponja en el agua de jabón, agitada por los brazos, Rajas de canela, de nuestras lavanderas indias». Y afirma asimismo, Esquivel Pren: «Aldana fue mucho más fecundo en prosa que en verso. Una prosa castigada con rigorismo gramatical y factura clásica. Sus obras de este género tampoco están recogidas en un volumen, sino dispersas en las páginas de los periódicos y revistas de que ya hicimos mención unas veces suscritas con su nombre y otras con alguno de los seis seudónimos que usó y que fueron: Arturo Antarés, Calendal, Fulmel, Mínimo, Ortiguillas y Polinto, seudónimos que frecuentemente se encuentran en La Revista de Mérida… Le preocupaba mucho —anota Esquivel Pren— la corrección gramatical, el clasicismo y la perfección en la forma. La libertad del arte, el atrevimiento de las ideas y las audacias de la expresión le causaban horror, y allá donde la moral misma concede licencias, él no las admitía. Tal vez su aguda religiosidad o un exagerado pudor estrecharon su criterio, volviéndolo intransigente con todo lo que no fuera casto a carta cabal».