Albertos Tenorio, Ernesto (1897-1959) Poeta. Funcionario público. Nació y falleció en Mérida, donde hizo sus estudios primarios; los preparatorios, en el Instituto Literario del Estado. Desde muy joven reveló su vocación poética. A los 21 años viajó a la Ciudad de México donde estableció contacto con artistas y escritores de aquella época. Conoció e hizo amistad con José Juan Tablada, Gabriel Fernández Ledesma, Rafael López, Manuel Maples Arce, Arqueles Vela y Hernán Laborde, entre otros. Sus primeros poemas aparecieron en el periódico El Universal, a toda plana y Rafael López escribió la nota de presentación.
En 1920 viajó a Europa y permaneció algún tiempo en ciudades de ese continente. Ese mismo año la revista La Raza le publicó el poema Mi novia y La Revista de Mérida una serie de poemas: La página blanca, Mi padre, El ferrocarril mexicano, Mi homenaje, Alucinación, En la nave, El misterio, El carnaval, Luces crepusculares y En la sala. El Heraldo de México publicó en 1922 sus poemas Julio de Goncourt y Carne ideal. Ya de nuevo en Mérida, se consagró a crear poesía exclusivamente para su intimidad, pues fue siempre reacio a toda publicidad, incluso la de sus propios versos. Produjo mucho y de fina calidad. En cierto modo su poesía se vincula, en sus diversas categorías, la social y la filosófica, a la que hoy llamamos poesía de protesta, pero siempre a través de un sentido amargo del humor, que fue rasgo entrañable de su temperamento. Poeta de voz robusta y de expresión libre de prejuicios formales y morales, mantuvo no obstante fidelidad, sin sometimientos esclavizantes a las modalidades de la preceptiva tradicional: metro, ritmo, consonante, que siempre manejó con destreza propia y extraordinaria. Su primer libro, el único en el transcurso de su vida, se editó cuando el poeta pasaba ya de los 40 años de edad. Se tituló Cisnes negros y forma un grueso volumen de 314 páginas que contienen su producción correspondiente al período 1918-1940. Poco después de su muerte un grupo de familiares y amigos suyos dispusieron la impresión de otro libro en el que se presenta solamente parte de una colección de poemas que el autor tituló Manicomio. Estos trabajos fueron escritos durante una prolongada permanencia del poeta en el Asilo Ayala de Mérida. Durante su estancia se le encomendó realizar un estudio acerca del funcionamiento de esa institución, así como la organización y cuidado de una pequeña biblioteca para el uso de los pacientes, la cual comenzó a funcionar bajo su propia atención. Manicomio es una obra maestra del género, en la que están reunidos un centenar de poemas motivados por las visiones y vivencias de Albertos Tenorio en el ambiente tétrico y sombrío del lugar. Existe una antología inédita en la que el poeta seleccionó, a su juicio, lo mejor de su quehacer poético realizado en los años 1953-1955. Su personalidad y su obra poética han dado motivo a diversas reflexiones. Carlos Moreno Medina dijo de él: «…cuando hablaba gustaba de usar el símbolo, la parábola y la metáfora construidas laboriosamente en el fragmento de un segundo» y agregaba: «Su imaginación es una tierra agrietada, calcinada, de la que se exhalan tufos y ruidos de volcán». Rafael López expresó: «…con su enorme sensibilidad artística y sus visiones macabras, labra diariamente su soneto, que sabe a Baudelaire y a Antero de Quental, en la penumbra, en el silencio, en el sacrificio». El poeta venezolano Humberto Tejera que fue amigo de Albertos Tenorio, escribió: «Su verso es macizo, rotundo, remembrante del bronce que suda sangre. A todos sus atisbos líricos les da zancadilla el recuerdo de cierto viaje al Rhin, en que se saturó de la sal negra de Heine. Al mejor de sus propósitos no puede prescindir de ponerle algo de yodoformo, para sorprenderse a sí mismo al olerlo. Teme o detesta todo lo que es demasiado bueno, sano o feliz. En nuestros paseos campestres no estaba contento hasta saltar una cerca de alambre de púas o quebrar el vaso de beber. Los poemas que rompe, quema o publica a veces, son vigorosos todos, como esos hijos que destrozan a la madre al nacer. Me dijo un día: yo escribo como paren las mujeres; con dolor y esperanza«. Durante su estancia en la Ciudad de México trabajó en el Nacional Monte de Piedad donde llegó a ser secretario del director general de esa institución. En Mérida, durante un lustro, ocupó el cargo de director de la Biblioteca Manuel Cepeda Peraza.