Carrillo y Ancona, Crescencio (1837-1897) Obispo de Yucatán. De familia muy humilde, nació en Izamal el 19 de abril. En 1848, a causa de la Guerra de Castas, su familia se trasladó a Mérida, donde estableció su residencia. Los primeros estudios los hizo en su casa, bajo la dirección de su madre. El historiador Víctor Suárez Molina señala, en su Historia del Obispado y Arzobispado de Yucatán. Siglos XIX y XX, que a los 14 años de edad Carrillo y Ancona tomó clases de latinidad con el prebendado de la Catedral de Mérida, José María González, y se examinó en el Seminario Conciliar en diciembre de 1852. Al año siguiente ingresó en esta institución para estudiar filosofía. El 28 de enero de 1856, la Universidad Literaria le confirió el grado de Bachiller en Filosofía y en agosto de 1858 concluyó sus estudios sobre teología dogmática y moral. También cursó estudios sobre Sagradas Escrituras bajo la dirección del presbítero Tomás Domingo Quintana Roo. A partir del 2 de junio de 1860 ejerció el magisterio en el Seminario Conciliar con dispensa de edad, pues sólo contaba con 23 años. Promovió la apertura de estudios sobre literatura en dicha institución y en marzo de 1861, el obispo Leandro Rodríguez de la Gala aprobó la iniciativa, al igual que la de fundar la Academia de Ciencias Eclesiásticas, instituto auxiliar del Seminario, como consta en auto dictado el 4 de julio de 1864. Carrillo y Ancona fue su primer presidente.
Suárez Molina señala que al cerrarse el Seminario Conciliar, en febrero de 1868, en acatamiento a las Leyes de Reforma, la Academia siguió funcionando en la Sacristía Mayor de la Catedral y en los bajos del Palacio Episcopal. Permaneció activa hasta el restablecimiento del Seminario, el 1 de enero de 1876, instalado en un local del costado sur de la Plaza de la Independencia. Durante el Segundo Imperio, debido a los conocimientos de Carrillo y Ancona sobre antropología y arqueología maya, fue designado por Maximiliano de Habsburgo capellán honorario de la corte imperial y se dice que el monarca pretendió recomendarlo ante la Santa Sede para ocupar la mitra de Yucatán, vacante en ese entonces. Cuando la emperatriz Carlota visitó la Península, del 22 de noviembre al 19 de diciembre de 1865, fungió como su capellán y la acompañó en su recorrido por Uxmal, Campeche y Ciudad del Carmen.
Su interés por la literatura y los estudios históricos lo llevó a formar en 1860, conjuntamente con Apolinar García y García, José Patricio Nicoli, Olegario Molina Solís, Yanuario Manzanilla, José Antonio Cisneros y Fabián Castillo Suaste, entre otros, una sociedad literaria llamada La Concordia que publicó el periódico La Girnalda, editado de marzo de 1860 a febrero de 1861. En este periódico, Carrillo y Ancona inició la publicación de sus estudios biográficos sobre los obispos de Yucatán, que culminaría en su obra monumental El Obispado de Yucatán. En 1861 fundó un nuevo periódico, El Repertorio Pintoresco o Misceláneo Instructivo y Ameno Consagrado a la Religión, la Historia del País, la Filosofía, la Industria y las Bellas Artes, publicado por entregas de agosto de ese año a enero de 1863.
En 1868, asumió el cargo de prefecto de estudios del Colegio Católico de San Ildefonso, institución creada a iniciativa del último vicerrector del Seminario Conciliar, antes de ser clausurado, Norberto Domínguez. Al año siguiente, por motivos políticos, el coronel José Ceballos lo expulsó del estado junto con Domínguez, por lo que partieron rumbo a Veracruz en compañía de otros clérigos también expulsados. Se dirigieron a la Ciudad de México, donde tuvieron la oportunidad de conversar con el presidente de la República, Benito Juárez, quien les levantó el destierro, les permitió volver a Mérida y les autorizó para que continuaran dirigiendo el Colegio Católico de San Ildefonso. A su regreso, Carrillo y Ancona se separó del Colegio y se dedicó de lleno a sus estudios históricos y literarios y al ejercicio sacerdotal. Durante el gobierno de Manuel Cirerol, fue invitado a fundar el Museo Yucateco con una colección privada que el presbítero había reunido, consistente en 194 piezas históricas, antigüedades mayas, manuscritos y libros raros, 18 objetos diversos, conchas, erizos y estrellas de mar, por los que le pagarían 2,000 pesos que nunca le entregaron. El 28 de enero de 1870 se le nombró, a propuesta del Consejo de Instrucción Pública, director del museo, cuya creación fue expedida por decreto del 6 de mayo de 1870. El museo se inauguró el 16 de septiembre de 1871 en los bajos del Instituto Literario del Estado. Carrillo y Ancona fue relevado del cargo en 1874. Entre los documentos que había aportado estaban el Chilam Balam de Chumayel, los Códices Kaua, Tizimín e Ixil, mismos que se llevó consigo al separarse del museo. Tras su muerte pasaron a diversas manos hasta que finalmente Salvador Alvarado los incautó, en 1915, y los depositó en la Biblioteca Cepeda Peraza, de donde desaparecieron.
El 31 de diciembre de 1877, el obispo Rodríguez de la Gala lo nombró secretario de cámara y gobierno de la mitra. Por su delicada salud, el 23 de enero de 1879 lo hizo canónigo de gracia y delegó en él casi todas sus facultades, así como la administración de la diócesis. El 8 de noviembre de 1883 lo nombró su provisor y vicario general. Ese año, el obispo se dirigió al Papa León XIII para solicitarle que nombrara a Carrillo y Ancona como obispo coadjutor suyo, petición que fue aprobada por el Pontífice, y el 27 de marzo de 1884 despachó las bulas donde lo preconizaba como obispo titular de lero y coadjutor de Yucatán con derecho a sucesión. Fue consagrado en México, en la Insigne Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe, el 6 de julio de 1884, por el arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. A partir del 22 de julio se hizo cargo del gobierno de la diócesis. El 4 de noviembre de 1884, en el Seminario Conciliar, anunció la restauración de la Universidad Pontificia de Yucatán, fundada en 1824 y clausurada en 1861. Hizo la petición correspondiente al Papa León XIII, aprobada el 26 de marzo de 1885. Meses después, publicó un edicto en el que restablecía las funciones del centro docente, aunque el proyecto no llegó a culminar plenamente por la falta de recursos económicos para sostener las cátedras.
El 15 de mayo de 1891, León XIII dio a conocer su famosa Encíclica Rerum Novarum, considerada la «Carta Magna de los Trabajadores», que Carrillo y Ancona se apresuró para darla a conocer en Yucatán, aunque la feligresía hizo caso omiso de su esencia: la justicia social. Asistió al Concilio Provincial de Antequera, celebrado en la ciudad de Oaxaca, del 8 de diciembre de 1892 al 12 de marzo de 1893. La gran extensión de la Diócesis de Yucatán llevó a que Carrillo y Ancona pidiera a la Santa Sede la erección de una nueva diócesis, desmembrándola de Yucatán, con sede en la ciudad y puerto de Campeche, que abarcara al estado de Campeche, la parte suroriental de Yucatán y la parte sur de Quintana Roo. Su petición fue autorizada por bula del 24 de marzo de 1895 y se le otorgó a Carrillo y Ancona facultades para fundarla. El 28 de julio de ese año se erigió en ceremonia solemne la nueva diócesis, siendo su primer obispo Francisco Plancarte y Navarrete.
Entre su obra pastoral destaca, además de lo anterior, la reorganización del cabildo de la Catedral, el restablecimiento de la Tercera Orden de San Francisco de Asís y el establecimiento de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Carrillo y Ancona fue uno de los más destacados defensores de la historicidad de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, defensa que lo llevó a romper su amistad con el canónigo Vicente de Paula, quien junto con el historiador Joaquín García Icazbalceta, objetaron la validez de las pruebas. Su posición la plasmó públicamente en carta dirigida al arzobispo de México, Próspero María Alarcón, dada a conocer en 1896, así como en su opúsculo titulado Carta de actualidad sobre el milagro de la aparición guadalupana en 1531, publicado en 1888. La petición a nombre del episcopado mexicano para pedir a León XIII un nuevo oficio guadalupano fue elaborada por Carrillo y Ancona. El oficio fue aprobado el 5 de marzo de 1894. Al año siguiente, cuando se celebró la coronación pontificia de la imagen de la Virgen de Guadalupe, fue designado para pronunciar el panegírico de la Virgen del Tepeyac, misión que no pudo cumplir por una afección renal que padecía. El 14 de febrero de 1887 falleció el obispo Rodríguez de la Gala y de inmediato asumió la propiedad de la diócesis.
El prelado también se dedicó a actividades literarias, que abarcaron la poesía, novela, cuento, leyenda, lecciones básicas de historia general y estudios especializados sobre la historia de Yucatán. Su obra más importante, El Obispado de Yucatán. Historia de su fundación y de sus obispos desde el siglo XVI hasta el XIX, fue publicada en dos tomos, el primero en 1892 y el segundo en 1895. También destacan Historia antigua de Yucatán y Catálogo de las principales palabras mayas usadas en el castellano que se habla en el estado de Yucatán. Su producción literaria, doctrinal, arqueológica e histórica fue publicada en periódicos y revistas locales y nacionales como La Guirnalda, El Repertorio Pintoresco, La Revista de Mérida, Semanario Yucateco, Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística de la República Mexicana y Anales del Museo Nacional, entre otros. Su folleto La Isla de Arenas. Apuntes para la defensa del territorio nacional con relación a dicha isla y otras muchas que con ella se enlazan en las costas de Yucatán, publicado en Mérida en 1886, sirvió de base para las negociaciones entre México y Estados Unidos de América, que culminaron con la celebración de un acuerdo que reconoció la propiedad de México sobre éstas, y le valió el reconocimiento por parte del gobierno de Porfirio Díaz como «el obispo patriota».
La única novela que escribió fue Welina, editada en Mérida en 1883. Otras de sus obras fueron La raza indígena de Yucatán (1865), Las cabezas chatas (1882), La geografía maya (1882), Sisal, Izamal, Ensayo histórico sobre la literatura en Yucatán (1861), La litografía en Mérida (1863), Observación crítica-histórica (1866), Historia general y patria (1867), Los jesuitas de Yucatán (1871), Historia antigua de Yucatán (1871), Compendio histórico de Yucatán (1871), Historia de Yucatán (1874), Petén Itzá. Derechos de Yucatán y México (1874), Origen de Belice (1879), Catecismo de historia y de geografía de Yucatán (1887), Disertación sobre la historia de la lengua maya (1878), Etimología de Yucatán (1889), Estudios filosóficos sobre el nombre de América (1890), Labná, Adoratorio de Motul, El culto a la Virgen María (1878), Historia Guadalupana (1888), Estudio sobre la fiebre amarilla (Carta a C. Finlay, de La Habana, en abril de 1892) y 24 Cartas Pastorales (1889-1896).
Una vieja afección renal lo llevó a la muerte antes de cumplir los 60 años. Falleció en Mérida, el 19 de marzo de 1897 y fue sepultado en la hacienda Petcanché. Posteriormente, sus restos fueron trasladados a la cripta episcopal en Catedral. Al momento de su muerte pertenecía a las siguientes sociedades científicas: American Ethnological Society, de Nueva York, desde 1868; Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de México, 1869; Sociedad del Museo del Continente Americano, Nueva York, 1870; Liceo de Mérida, 1870; Liceo Hidalgo, México, 1872; Sociedad Agrícola Mexicana, México, 1879; Societé d’ Ethnographie, París, 1880; Círculo Artístico y Literario, Mérida, 1883; Societé Americaine de France, París, 1886; American Philosofical Society, Filadelfia, 1886. Participó, además, en los congresos internacionales de americanistas efectuados en París (1890), Madrid (1892) y México (1895) y colaboró con la Comisión Española en México de la Exposición Histórica Americana (Madrid, 1892).