Cruces parlantes En Yucatán, durante la denominada Guerra de Castas surgió un culto que pudo devolver el ánimo y la confianza al pueblo maya en la lucha por librarse del sistema que los oprimía. La movilización espiritual en tiempos de guerra es una necesidad humana, los pueblos indígenas íntimamente arraigados a una tradición religiosa han llegado a sustentar sus movimientos rebeldes amparándose en algún símbolo de este tipo que da fuerza y justifica por medio de la divinidad sus actos guerreros. Después de la muerte de sus principales caudillos, Cecilio Chi y Jacinto Pat (1849) el movimiento de insurrección había caído en el desaliento y los indígenas huían a refugiarse en los montes y selvas del Oriente. José María Barrera, antiguo soldado del ejército yucateco y posteriormente líder de la insurrección maya, había marcado con una cruz un árbol de caobo asentado a la orilla de un cenote en Kampocolché cah, para reconocer el sitio en posteriores incursiones, observó que la gente depositaba ofrendas a la cruz, acto religioso que aprovechó para crear el culto a la Cruz Parlante. Ayudado por un ventrílocuo llamado Manuel Nahuat hizo creer que la cruz hablaba, transmitiendo mensajes «divinos» que instigaban al pueblo maya a la lucha, prometiéndole protección y seguro triunfo.
La primera cruz tenía solamente 7 o 10 centímetros de largo. Barrera construyó una de madera, la puso sobre una plataforma de estacas y allí los fugitivos desesperados oraban a Dios para que los librara de la opresión. Chan Santa Cruz se convirtió en el santuario de la Cruz Parlante. Éste fue atacado por el coronel Novelo el 23 de marzo de 1851 que recogió las ofrendas y la cruz. Posteriormente Barrera tuvo que sustituir a Nahuat, que había muerto durante el enfrentamiento contra las tropas de Novelo, por su secretario Juan de la Cruz Puc, que hizo de intérprete de los mensajes de la cruz a través de cartas. Firmaban las cartas tres cruces, dando a entender que procedían de las reales. Hubo muchas incursiones contra el santuario, muchas cruces de reemplazo, éstas tres de las cartas se decía que eran hijas de la cruz original y la que estaba tallada en el árbol era considerada la «Madre de las Cruces». Las vestían con huipil y justán y las adornaban con cintas de vivísimos colores. Solía celebrarse con gran pompa el 3 de mayo el día de la Santa Cruz. Después del ataque a Chan Santa Cruz en mayo de 1851 jefaturado por el coronel González, Barrera construyó una iglesia con techo de paja que tenía una sala interior llamada La Gloria, para el altar en que se guardaban las cruces, santuario al que tenían acceso sólo unos cuantos ayudantes y que estaba vigilada día y noche. Esta disposición imprimía misterio a las cruces ocultas. Se excavó un pozo detrás del altar y allí se agazapaba un parlante oculto, con un casco de madera que hacía de cámara de resonancia para amplificar, proyectar y hacer retumbar la voz.
La fuerza de la fe en torno a la Cruz Parlante se manifestó cuando Rómulo Díaz de la Vega (1852) tratando de romper con el mito de que el caobo donde estaba grabada «La Madre de las Cruces» no sería dañado por ningún machete, lo mandó derribar preguntando a los prisioneros mayas «Cayó o no la caoba» a lo que contestaron los prisioneros «Bey uale dzul… chen bale… mtech u tus Santa Cruz», que significa «Así será extranjero, pero la cruz no miente». José María Barrera murió a fines de 1852, sin embargo, el culto se conservó. El 3 de mayo de 1900, los cruzoob, creyentes de la Cruz Parlante, festejaron la última gran fiesta de las cruces. El 4 de mayo de 1901 el ejército federal, a manos del general Ignacio A. Bravo, entró al santuario encontrándolo desierto. A pesar de la derrota militar de los mayas, éstos conservaron la tradición en derredor de la cruz y aún en la actualidad es posible ver en muchas poblaciones del oriente del estado, crucecitas vestidas con hipiles y justanes, recordando de alguna manera el trágico episodio de la lucha del pueblo maya por su independencia a través del culto a la Cruz Parlante.