Curtiduría El arte de curtir pieles de animales comenzó en Yucatán desde la época maya. Se utilizaban mucho las pieles de jaguar para vestimentas y adorno, y la de venado para calzado, bolsas, sillas, etcétera. La preparación comprendía varios pasos: la salazón, para evitar que se pudrieran; el remojo en agua de cal; el curtido propiamente dicho, en el cual se utilizaba la corteza del árbol chucún (Phitecolobium albicans) y el bruñido o acabado. Al introducir los españoles el ganado vacuno, se convirtió éste en el de mayor utilización, abasteciendo apenas las necesidades locales. Desde comienzos del siglo XIX se inicia la industria peletera, que en 1813 exportó por Sisal 52 236 pieles curtidas. La existencia de ganado vacuno disminuyó desde el inicio de la Guerra de Castas, por lo que en 1860 solamente se exportaron 3,926 cueros de res, 170 tercios de piel de venado y 1,296 tercios de suela. Los trabajos de curtiduría se hacían en Mérida en forma bastante rudimentaria, pero en 1855 el químico yucateco Joaquín Dondé Ibarra estableció en el suburbio de Santa Ana una curtiduría montada a la moderna, en la que colaboró el curtidor español Francisco González Gutiérrez. En 1860, Juan Miguel Castro estableció otra en su hacienda Chimay. Posteriormente, González estableció su propia curtiduría cerca del arco de El Puente, nombre que llevó su establecimiento. En 1869 contaba Yucatán con 17 curtidurías, que aumentaron a 39 en 1878.