Códices mayas La primera referencia conocida sobre códices prehispánicos aparece en De Nvper Sub D. Carolo Repertis insulis…, década cuatro, de Orbe Novo, libro ocho, de Pedro Mártir de Anglería, publicado en Basilea en 1521, donde se describen los códices enviados por Cortés, desde Veracruz, al rey Carlos V, junto con los regalos de Moctezuma. Todavía existe mucha especulación sobre cuáles fueron estos primeros códices que llegaron a Europa. A partir de la descripción de Mártir de Anglería se puede concluir que por lo menos uno de ellos era maya de la provincia de Yucatán, ya que menciona la palabra «tonas» referida a meses lunares y ésta no es más que la deformación de la voz maya tun, equivalente a año. De acuerdo con los testimonios de Pedro Mártir, Diego de Landa y Antonio de Ciudad Real, los indígenas escribían sus libros en hojas elaboradas con corteza de árbol, untadas con un betún pegajoso y cubiertas de yeso. Su aspecto era el de porciones cuadradas unidas a manera de acordeón y escritas por las dos caras, con caracteres y letras que registraban sus historias, las ceremonias y orden de los sacrificios de sus ídolos y su calendario.
Cristóbal de las Casas, al hablar de los códices mayas de Guatemala, describe sus contenidos, que en todo debieron de parecerse a los de Yucatán. Insiste mucho en el aspecto histórico, que a su vez es todavía el tema de mayor interés para los historiadores y mayistas modernos, aunque la forma en que los mayas lo registraron muestra que lo histórico tenía un valor distinto para éstos ya que estaba íntimamente ligado al futuro y constituía el fundamento de sus profecías. Para ellos, la historia se repetía por ciclos y los hechos que habían ocurrido en un katún, o período de 20 años de 360 días, se repetirían en un katún que terminaría en un día Ahuac con el mismo número. Muchos documentos de la época colonial contienen información relacionada con los contenidos de los códices que, según los testimonios de la época, eran muy comunes y numerosos. De acuerdo con E. Thompson, la lista de temas contenidos en los códices prehispánicos, de acuerdo con los documentos y autores coloniales, más los contenidos de los tres códices mayas que han llegado hasta nuestros tiempos (Dresden, Madrid y París), son los siguientes: agricultura y clima: todos; astronomía y astrología: Dresden y París; apicultura: Madrid; nacimiento: Dresden; sacrificios de sangre: Madrid; calendario: todos; días para la adivinación: Dresden; enfermedades y remedios: Dresden y Madrid; encendido de fuego: Dresden; pesca: Dresden; cacería y trampas: Madrid; fabricación de ídolos: Madrid; matrimonios: Dresden; comerciantes: Dresden y Madrid; mitología: Dresden y Madrid; fabricación de redes: Dresden; profecías con historias de katunes y tunes: París y Dresden; otras profecías: París y Dresden; ceremonias y profecías de año nuevo: todos; fumar: Madrid; guerra: Dresden y Madrid; tejido: Madrid.
Sin embargo, no todos los temas contenidos en los códices prehispánicos existentes han sido identificados y, por otra parte, los tres códices mencionados por los nombres de las ciudades donde se conservan, que tienen un contenido predominantemente religioso, no son los únicos que existían en el área maya. Sobre la destrucción de códices, a manos del obispo Landa en el Auto de Fe de Maní, cabe mencionar que no fueron los únicos; muchos más lo fueron por el conjunto de misioneros que trabajaron en la Península, sin que quedara registro de los hechos y otros más por sus poseedores, quienes pronto los sustituyeron con escritos más «prácticos» como los Libros del Chilam Balam. De la inmensa cantidad de libros existentes en Yucatán en el momento de la Conquista, sólo se conservaron tres cuya antigüedad es todavía tema de debate entre los especialistas.
Códice Dresden. Mide tres y medio metros de largo y se compone de 39 hojas en biombo de 9 cm de ancho y 20.4 cm de alto, todas, salvo cuatro, pintadas por ambos lados. Es el más cuidado en su ejecución y, de acuerdo con Thompson, su antigüedad se sitúa entre el año 1200 y 1250. Fue comprado en Viena en 1739 por Johann Christian Götze, director de la Biblioteca Real de Dresden y desde entonces permaneció en esa biblioteca.
Códice Peresiano o de París. Mide 1.45 metros y se compone de once hojas de 22 cm de alto. Es sin duda, un fragmento de un códice más largo. Fue encontrado en 1860 en un cesto de papeles en la Biblioteca Nacional de París, donde permanecía completamente olvidado. Estaba envuelto en un trozo de papel viejo que llevaba el nombre Pérez, de donde le vino el nombre.
Códice Tro-Cortesiano o de Madrid. Tiene seis y medio metros de largo y se compone de 56 hojas de unos 22.5 cm de alto. Fue encontrado en dos fragmentos entre 1860 y 1870 y se demostró que pertenecían a un mismo manuscrito. La parte más grande estaba en posesión de Juan de Tro y Ortolano de Madrid y la más pequeña la poseía José Ignacio Miró, quien habiéndola adquirido en Extremadura, patria de Cortés, la llamó Códice Cortesiano. Las dos secciones, con el nombre de Códice Tro-Cortesiano, fueron reunidas en el Museo de Arqueología e Historia de Madrid. Recientemente algunos especialistas agregaron a esta lista el llamado Códice Grolier, cuya autenticidad no ha sido todavía demostrada plenamente. Como en muchos otros casos, abunda gran cantidad de códices falsos.