Cartografía (época maya) Varios testimonios dejaron los conquistadores españoles de la existencia de un sistema gráfico utilizado por los mayas para representar su territorio y los itinerarios seguidos por los comerciantes viajeros. Cortés refiere la existencia de mapas, que le fueron entregados tanto en Xicalango como en Itzamkanac, en que tenían representadas las características físicas del terreno, como ríos, montañas, ciénagas y otros. Estos venían pintados en mantas de algodón, que los viajeros podían llevar consigo, y desdoblar para consultar. Ningún ejemplo de estos mapas ha llegado hasta nosotros para conocer sus características. En una orden dictada el 8 de agosto de 1600 por Diego Fernández de Velasco, gobernador de Yucatán, dirigida a los gobernadores indígenas de varios pueblos, se les indicaba que trajeran consigo a Mérida las «pinturas» de sus pueblos. La traducción al maya de la palabra mapa, hecha por Gaspar Antonio Chi, es «u ibal u luumuob u pepet ibil un» (pepet ts’ibil hu’un) que traducido al español significaría «escritura de sus tierras y pinturas redondas o circulares». Esta información resulta muy importante, ya que los pocos mapas de tierras del siglo XVI que conocemos, relacionados con el Tratado de Maní, firmado entre Cocomes y Xiues, celebrado en 1557, tienen precisamente la forma redonda. Los poblados que integran el cacicazgo están inscritos en el interior de un doble círculo, al exterior del cual unas cruces indican los límites o mojoneras que marcan los términos del territorio. Es probable, además, que cada uno de los poblados inscritos en el círculo, tuvieran su propio mapa circular que indicaba a su vez, sus límites con los poblados vecinos, como es el caso del mapa de Caucel que perteneció al cacicazgo de Maní. En los mapas del siglo XVI, la cabecera está representada en el centro del círculo, con un símbolo en forma de iglesia. Este símbolo, así como las cruces, antes de la Conquista, fueron glifos o signos convencionales que desconocemos. La orientación del mapa, con el Oriente en la parte superior, es característica de la cartografía prehispánica. El Este, por donde aparece el sol, debió ser el punto cardinal de referencia para los mayas.
En los mapas que aparecen en los distintos libros del Chilam Balam, los puntos cardinales están unidos por líneas que forman una cruz. Esta disposición nos permite establecer una relación entre los mapas, representaciones de un universo, con la rueda de los katunes, representación del tiempo donde el Oriente, Lakín, coincide con el signo Kan, uno de los cuatro portadores del año, o día inicial. Esta disposición, que sugiere una relación entre el mapa terrestre y el celeste, hizo sugerir a Eric Thompson, que los mapas mayas se inscribían sobre una cruz de malta y que la concepción cartográfica del mundo podía ser representada en las páginas 75 y 76 del Códice Trocortesiano. Asimismo, Munroe Edmondson sugiere que Yucatán se dividía en 18 cacicazgos, número ritual de gran importancia que corresponde a los uinales del tun o año vago de 360 días. Así se explicaría el sentido de la palabra Tzol Petén, «tierra ordenada», que designa a Yucatán en El Chilam Balam. Con la influencia europea, las características mayas desaparecen progresivamente. En el mapa de Tabasco de Alfaro, el territorio tiene la forma de un círculo. En el mapa de Motul, de la Relación de este pueblo, escrita en 1581 por Martín de Palomar, con la asistencia de Juan Pech y de Juan Cumci de Landa, Motul está en el centro y el Este está arriba, aunque no existe ya el círculo.
Los mapas del período colonial. Una notable incógnita perdura en relación con la fecha y circunstancias del descubrimiento de la Península por los europeos, oficialmente atribuida a Hernández de Córdoba, en 1517. En efecto, dos mapas portulanos, el de Cantino, en 1502 y el de Caverio, de 1505, representan ya el Golfo de México y en el segundo, la Península de Yucatán. Estos mapas, de origen portugués, llegaron por Italia a Alsacia, donde apoyándose en la Carta de Américo Vespucio, Martín Waldseemüller dibujó e imprimió en 1507, un mapa que representa las costas orientales de América, desde Argentina hasta los límites actuales de Canadá, incluyendo el Golfo de México, Yucatán y América Central. A este continente nuevo, le puso el nombre de América, que perdura hasta el presente.
Durante 25 años se publicaron mapas, inspirados en las obras de Waldeseemüller. El primer mapa impreso en España, que muestra el Caribe y Yucatán, fue editado en Sevilla por Cromberger, en 1511, para ilustrar la primera edición de las Décadas de Pedro Mártir de Anglería. En 1517, Hernández de Córdoba toca las costas de Yucatán y llega hasta Champotón antes de regresar a Cuba. El año siguiente, Juan de Grijalva, con el piloto Antón de Alaminos, llega a Cozumel y por iniciativa de Alaminos, navegan hasta la Bahía de Chetumal buscando el paso al Golfo de México. Frustrado el intento, rodean la Península hasta la laguna de Términos donde concluyen que Yucatán era una isla. Alaminos, posiblemente influenciado por el mapa de Waldseemüller, creía que efectivamente Yucatán era una isla, por lo que dirigió la flota hasta la Bahía de Chetumal. Esta creencia se mantuvo algún tiempo, como lo demuestra entre otros, el mapa de Cortés impreso en Nüremberg, en 1524. No todos, sin embargo, compartían esta opinión, como lo vemos en el mapa del Golfo de México dibujado por Alonso Álvarez de Pineda. La conquista de Yucatán puso un término a esta polémica. Cortés, en 1525, llegó a Acalán (Itzamkanac) sin cruzar mar alguno. Dávila, en 1530, desde Chiapas llegó a Champotón cruzando selvas, pantanos y ríos, pero ningún brazo de mar, y su recorrido en 1532, desde Chetumal hasta Honduras, tampoco fue obstaculizado por algún canal marítimo. Para los conquistadores, Yucatán era una Península, como observamos en los mapas que acompañan la Relación de Yucatán, de fray Diego de Landa. Muy rústicos en su elaboración, estos mapas permanecen como los únicos testimonios cartográficos de la Conquista. La noticia pronto llegó a España y en 1536, Alonso de Chávez corrige el Padrón Real o mapa oficial. El error permanece, sin embargo, por largo tiempo todavía y el gran cartógrafo español Alonso de Santa Cruz dibuja aún en 1542 un tímido río entre las dos bahías. Estos mapas terminan el ciclo de las innovaciones y por mucho tiempo, ningún cambio importante aparece en los mapas de la Península.
Durante el reinado de Felipe II, Juan de Ovando y posteriormente Juan López de Velasco, se dedicaron a recopilar información sobre las Indias. Promovieron la expedición de Francisco Hernández a la Nueva España, a quien acompañó un geógrafo portugués llamado Francisco Domínguez, que estuvo en Yucatán. Sus trabajos, por desgracia, permanecen extraviados. Para completar sus trabajos Ovando y López de Velasco elaboraron cuestionarios que fueron distribuidos por todas las colonias y que son conocidos como Relaciones histórico-geográficas. Aunque poco utilizadas en su época, el cronista Antonio de Herrera publicó en su Historia general, en 1601, un mapa del Golfo de México atribuido a López de Velasco y que durante casi dos siglos, serviría de prototipo para todos los cartógrafos europeos. Las primeras innovaciones notables aparecen en los mapas de Nicolás Sanson, pero sobre todo en el Mapa de México y de la Florida de Guillaume de l’Isle que utilizó los textos impresos, en particular el libro de Juan de Villagutierre, editado en 1701, que relata la conquista del Petén de Ursúa, cuyo itinerario desde Campeche hasta la laguna de Petén Itzá, está descrito. La toponimia se ve enriquecida con la ubicación de los grupos indígenas de Chiapas y Guatemala.
Otro cartógrafo francés, Bourguignon d’Anville, utilizando las mismas fuentes que de l’Isle, aporta alguna información nueva como la ubicación de Tipú y al traducir la palabra «monte» por montañas, dibuja una larga cadena montañosa que cruza la Península, desde el Noreste hasta Guatemala. Estos mapas fueron reproducidos durante todo el siglo XVIII y traducidos en distintas lenguas europeas, incluyendo ediciones hechas en España por cartógrafos de la talla de Juan de la Cruz y Tomás López de Vargas Machuca. Pero los grandes avances de la cartografía de Yucatán se deben a los ingenieros militares peninsulares quienes, con el afán de proteger el territorio de la presencia inglesa en el Caribe, organizaron un sistema de defensas que incluía tanto expediciones armadas, como la fortificación de puntos estratégicos. Estas acciones requerían del conocimiento racional del territorio, que se tradujo en una abundante producción cartográfica. La suma de la información levantada, localmente, permite la elaboración de mapas generales, el más antiguo de los cuales podría ser el anónimo de 1734 conservado en el Servicio Geográfico del Ejército, en Madrid. Para entonces, varios hechos trascendentales habían ocurrido en Yucatán: los ingleses, que desde el siglo XVI ocupaban por largas temporadas la isla del Carmen, fueron expulsados de la misma por Alonso Felipe de Andrade, en 1716.
Años antes, en 1697, las tropas yucatecas habían ocupado el último bastión maya independiente en el Petén y, en 1733, Antonio de Figueroa y Silva había expulsado a los ingleses del río Wallix y edificado un fuerte en Bacalar. La provincia de Yucatán alcanzó entonces su máxima extensión territorial y el mapa anónimo de 1734 es el testimonio de este hecho. Este mapa debió tener gran éxito en la Península, ya que se conserva una copia hecha en 1764. A pesar de sus pequeños defectos, es muy superior a todo lo que hasta entonces se había producido en Europa. En 1753 llegó a Yucatán el mejor cartógrafo del período colonial, Juan de Dios González. Su vasta producción cartográfica así como las descripciones de la provincia, son dignas de un amplio estudio. Dibujó además de mapas parciales, varios mapas generales, el más notable de los cuales, confeccionado en 1766, acompañó su Reconocimiento de la Provincia de Yucatán. El original ha desaparecido, pero perdura una copia hecha dos años después en Madrid por Juan de la Cruz, conservada ahora en el Museo Británico. González, además de aportar correcciones al anónimo de 1734, agrega una descripción de los ríos del territorio de Belice. Este mapa, impreso por Tomás López, acompañó el Tratado de Versalles del 13 de septiembre de 1783, a pesar de que González había elaborado otro mucho más exacto, en 1770. Muchos otros cartógrafos existieron entonces en Yucatán, entre los que podemos citar a José González Ruiz, Enrique Grimarest, Juan de Villajuana y Girona y Rafael Llobet. El último gran exponente de este grupo fue sin duda, Juan José de León. Su obra maestra es el Mapa Corográfico de la Provincia de Yucatán, dibujado en Campeche el 25 de abril de 1798. Como en muchos otros casos, el original ha desaparecido, pero existe una copia de 1814 conservada en la mapoteca Manuel Orozco y Berra, en México. El mapa de Juan José de León fue utilizado en Yucatán hasta 1848, cuando se imprimió el de Nigra de San Martín.
Aunque los mapas elaborados en Yucatán fueron utilizados en toda la cartografía europea, ninguno fue mencionado, con excepción del de Juan José de León, publicado por Carl B. Heller en 1847, en Leipzig. Los primeros mapas de Yucatán, que publicaron los viajeros que visitaron Yucatán, se inspiraron generalmente en mapas ingleses o estadounidenses, como fueron los casos de Waldeck (1838), Norman (1843), Catherwood (1844), Morelet (1847), St John Fancourt (1854) y otros. El primer mapa dedicado a ubicar los principales sitios arqueológicos de la Península fue publicado en 1864 por Malte-Brun, en París. En Yucatán, la tradición heredada de los ingenieros militares españoles, seguía produciendo frutos y destacan cartógrafos como Juan Pablo Celarain y José Martín y Espinosa. Por desgracia, la mayor parte de su producción ha desaparecido debido a distintas circunstancias. Subsiste, sin embargo, un plano general elaborado por Celarain en 1841, fecha en que Yucatán proclamó su autonomía, copiado de otro elaborado por él mismo en 1837 para acompañar los censos levantados en ese año. En 1848, Santiago Nigra de San Martín dibujó el primer mapa que fue impreso y que fue reproducido varias veces, posteriormente en forma simplificada. Varios hechos importantes motivaron la elaboración de mapas y levantamientos, cuyo propósito fue la producción de mapas generales. La creación de la Secretaría de Fomento en México, contó con el entusiasmo de Joaquín Velázquez de León, quien impulsó los trabajos cartográficos que en Yucatán tuvieron la colaboración de José Dolores Espinosa, Miguel Manzanilla y otros. La creación del puerto de Progreso no sólo fomentó los levantamientos, sino que permitió que por primera vez, se imprimieran mapas en Mérida. La Guerra de Castas debió fomentar la producción de mapas para uso militar. Sólo uno es conocido, dibujado en 1852 por el coronel Manuel Hernández. Este mapa, que debe ser considerado como uno de los más importantes de la producción local, aporta una información muy detallada de las zonas de combate situadas al oriente y al sur de la Península. La creación del estado de Campeche obligó a trazar límites que fueron registrados en 1861, en el mapa dibujado por Enrique Fremont, que rectifica algunos errores existentes en el mapa de Nigra. García Cubas publicó otro mapa de Campeche y Manuel F. Rojas, el último producido en Campeche y publicado en México en 1910. En Yucatán, José María Prieto publicó en 1871 un mapa parcial de la Península y en 1878, Joaquín Hübbe y Andrés Aznar Pérez, un mapa general que puede ser considerado como el mejor y que sirvió de modelo para los que se produjeron después. C.H. Berendt lo publicó al año siguiente en Alemania. El Tratado Spencer-Mariscal, que fijó los límites definitivos con la colonia británica de Belice y la toma de Chan Santa Cruz por las tropas federales, marcó las últimas modificaciones en el trazo de los mapas. En el informe del secretario de Guerra y Marina, Bernardo Reyes, publicado en 1902, aparecen los itinerarios del cuerpo expedicionario, así como los nuevos límites de Belice. Dos mapas más fueron producidos en la Península, uno en 1906, con el retrato de Olegario Molina y el último, dibujado por Antonio Espinosa, con el retrato de José Martín y Espinosa e impreso en Barcelona en 1910. En él, además de precisar los límites del Territorio de Quintana Roo, se especifican los de las concesiones otorgadas a particulares e instituciones bancarias para explotar las riquezas naturales. Desde entonces, la producción cartográfica pasó a cargo del gobierno federal dejando de producirse localmente.