Carnaval de Mérida Fiesta que tiene su origen desde los tiempos coloniales; la trajeron a América los españoles y los portugueses, que importaron las costumbres europeas de la época. Dedicada a Momo, dios griego de la risa, la alegría, la locura y el buen humor. En América adopta características propias, mezcla de la cultura europea, negra e indígena. Las festividades carnavalescas llegaron a la Nueva España en el siglo XVI y arribaron a la provincia de Yucatán en la última década de este siglo. Las fuentes históricas coinciden en que fue el gobernador y capitán general Luis de Céspedes y Oviedo el que inició el uso de máscaras durante las fiestas populares, causando gran escándalo en la sociedad yucateca por sus aficiones a las fiestas y la «buena vida», llegando a ser acusado con el rey por el obispo Francisco de Toral que lo consideró como un mal ejemplo para la sociedad y sus costumbres. Posteriormente, en la penúltima década del siglo XVI el general Guillén de las Casas estableció y reglamentó las mascaradas. Los frailes las transplantaron como nota precursora de las abstinencias o cuaresma, abriéndose desde entonces las primeras páginas del carnaval en la Península.
Durante el siglo XVII surgió el carnaval criollo, mezcla de costumbres hispanas e indígenas. En estas fiestas existía la división de clases, propia del sistema colonial; así, por un lado los peninsulares o españoles nacidos en la metrópoli hacían las suyas, los criollos, igual y los indígenas y mestizos, también. Este último grupo participaba en las fiestas integrando cuadrillas de bailes llamados xtoles y jicaritas e imitaban costumbres hispanas; el «bureo andaluz» que da origen a la jarana y personajes como el Chic y el Dzatuch denotan la amalgama entre lo maya y lo español. A fines del siglo XVIII, en 1792, al terminarse de construir la Alameda o Paseo de las Bonitas, el gobernador Lucas de Gálvez celebró en ese lugar el primer domingo y martes de Carnaval. Se hizo costumbre la asistencia de las familias meridanas, algunos a bordo de coches calesa que admiraban las máscaras y disfraces que portaban los grandes señores de la época. En los barrios, por su parte, se hacían fiestas de toros, la confesión y los azotes, gritos peculiares y vocablos salpicados de gracia y humorismo. Días antes se festejaba al dios Momo con bailes de asalto, cucañas típicas que se ejecutaban frente a los conventos; en los barrios se hacían representaciones de pantomima que al son del tunkul y el zacatán realizaban los indígenas. Entre 1825 y 1830 surgieron las primeras comparsas integradas por escoletas (bandas formadas por aficionados) familiares, que presentaban algunas danzas y cuadrillas. En 1831, el coronel Francisco de Paula Toro, comandante militar de Campeche, expidió un bando prohibiendo, por disposición del jefe político, los disfraces con trajes de frailes, clérigos o religiosas, por respeto a la iglesia y ministros. Durante el segundo tercio del siglo XIX el Teatro San Carlos, cuyo dueño fue Pedro Casares Armas, fue el centro de las reuniones de la sociedad meridana, realizándose bailes de disfraces en la fiestas carnestolendas. Por esos años, el clero empieza a invitar a la gente a participar; así, en los barrios de San Cristóbal, La Mejorada, Santiago y San Sebastián, se hacían luminarias y se adornaban las iglesias con faroles de colores y teas encendidas frente a los atrios. En ese entonces se disfrazaban, principalmente, de animales, payasos y personajes bíblicos.
En 1841 se registraron desenfrenos y actos deshonrosos contra los participantes, por lo que el Cabildo prohibió las callejonadas y la costumbre de arrojar agua a los peatones desde las azoteas o de pintar la cara, el cuerpo o la ropa. Para evitar los disturbios que en ocasiones se presentaban, se creó la «batalla de las flores» que sustituyó a las «batallas campales» entre suburbios. Los bailes y tertulias carnavalescas se volvieron una costumbre, éstas eran organizadas por particulares o sociedades civiles. Tal es el caso de la Sociedad La Unión formada por un grupo de liberales jefaturados por Carlos María Quijano, fundador de la misma. Se caracterizó por la realización de bailes, comparsas y estudiantinas que hacían brillar las temporadas de carnaval. En 1862, año en que la situación política del estado era difícil, parecía que el carnaval no podría llevarse a cabo, sin embargo en el local de la Sociedad La Unión se organizó un gran baile de trajes, la noche del 23 de febrero, que resultó ser todo un éxito, según una crónica de El Repertorio Pintoresco. Se dice que en La Unión convergieron todas las clases sociales que se mezclaron fraternal y armónicamente; una orquesta interpretó deliciosos valses y los asistentes fueron disfrazados de escoceses, griegos, caballeros de Calatraba, serranas, aldeanas, húngaras, duquesas, españoles, rusos, moriscos, tenorios, jarochos e innumerables disfraces más.
Años más adelante, en 1869, mestizos y estudiantes integraron el atractivo máximo de estas fiestas con las representaciones de minuet, valses y contradanzas. La influencia de los inmigrantes enriquece el carnaval, se hacen concursos con disfraces de españoles, bailes de franceses, italianos, cubanos, árabes, chinos e ingleses. Los indígenas se pintan de tierra roja y blanca, se disfrazan de osos, diablos, lobos, brujos y negros. Se empiezan a hacer bailes de gitanos, danzas árabes, rumba cubana, bailes chinescos, bombas y guarachas. En el carnaval de 1872 surgió la primera estudiantina. En 1880 una ordenanza municipal recomendaba, bajo severa multa, que se regasen los predios urbanos donde tendría que pasar el bando, en ese entonces, por las calles de la Candelaria, Porfirio Díaz, Hidalgo y otras. En las últimas décadas del siglo XIX las fiestas de carnaval básicamente se redujeron a los paseos y bailes organizados por las sociedades coreográficas como los de la Lonja Meridana, donde asistían las personalidades de la alta sociedad; los de la Sociedad La Unión, cuyo principal animador era Manuel Cámara Dondé, constituía la más democrática y acudía más bien la clase media alta y el Club Nardo, todas ellas de la clase social acomodada. En los desfiles, los vehículos participantes se adornaban con palmas de cocoteros, gallardetes y banderitas de colores; las «victorias» y sus caballos eran adornados con rosetones y lazos multicolores; se hacía gran derroche de dinero en la elaboración de los disfraces, trayéndose inclusive modistos europeos o del centro de México que se hacían de innumerables ganancias. Los paseos más esperados eran los del Liceo de Mérida (sábado en la mañana) y el de La Unión (sábado en la tarde).
Hacia 1890 se presentaron los primeros bailes de fantasía y etiqueta y las batallas se hicieron con amapolas, tuchitos, alfeñiques, «jeringazos» de agua perfumada, esencias olorosas, muñecas de celuloide, merengues, naranjas, arroz, harina, etcétera.
Aparte de las sociedades ya mencionadas existían otras conocidas, como sociedades de mestizos que también celebraban sus fiestas con bailes y paseos de carnaval, tales como la Sociedad Paz y Unión y Recreativa Popular. En ellas acudían los mestizos, denominación dada en Yucatán a la gente que viste el traje típico: hipil o terno en la mujer, y sombrero, alpargatas elaboradas, camisa y pantalón blanco en el hombre. Sus bailes eran organizados con igual cuidado que los de las otras; lucían sus mejores prendas; se esmeraban en la atención de todos los invitados; contrataban magníficas orquestas y seguían el protocolo de rigor en todas las sociedades. A sus bailes acudía la clase trabajadora, como los artesanos y obreros. En 1891 el Ayuntamiento tomó la organización de los festivales, creando la Junta de Carnaval, con la cooperación de las sociedades coreográficas. En la «batalla de las flores» de ese año participaron carruajes adornados con motivos carnavalescos, en los que viajaban jóvenes con guitarras y panderos, cantando coplas y canciones por las calles.
En 1900 se organizó el «Paseo de las Victorias» en el que desfilaron carruajes tirados por frisones; se establecieron templetes para presentar números artísticos. Ese año comenzó la costumbre llamada «entierro de Juan Carnaval» tomada de la tradición española (la sordina), realizado el miércoles de Ceniza, por la noche. El cadáver de Juan Carnaval, enorme muñeco relleno de petardos y juegos artificiales, era conducido en una carro destartalado detrás del cual caminaba llorando a gritos la «viuda». El «entierro» era acompañado de una orquesta que ridiculizaba el acto. El cortejo terminaba en la Plaza Grande, donde un “notario” daba lectura al testamento de Juan Carnaval en el que se criticaba a funcionarios públicos o personajes conocidos de la ciudad. Al terminar la lectura el muñeco era quemado, finalizando las fiestas de carnaval. Para 1901, la bonanza de las haciendas henequeneras, propició que los carnavales lucieran más fastuosos, haciendo derroche de dinero en trajes y carros alegóricos; las calles de la ciudad se habían pavimentado y ya el «tiburri» y la caleza empezaban a ser sustituidos por los primeros vehículos motorizados. Las serpentinas y el confeti sustituyeron a las flores, surgen las primeras reinas y se organiza el «Paseo de Corso». Las familias ricas de hacendados y comerciantes mandaban construir elaborados carros alegóricos.
El carnaval de 1903 fue considerado como uno de los mejores de la época, al grado de compararse con los de Niza, Venecia, Madrid, Nueva Orleáns y La Habana. Aparecen los «bandos», que compiten por ser mejores el uno del otro, sobre todo con la participación de los carros alegóricos, afanosamente adornados y tripulados por señoritas de la alta sociedad; se recuerdan en la época el de la Lonja Meridana con los carros llamados «La Vía Láctea», «Las Joyas del Liceo», «El Nacimiento de una Perla», «La Veleta Tropical», y el de la Sociedad La Unión, con sus carros «La Fortuna», «El Palacio de la Luz», «La Rosa Marina», «La Aurora», «La Campiña Chinesca», cerrando el bando «El Toldo Gitano». Además de estos carros de los bandos, los comerciantes aportaron seis más que le dieron mayor lucidez al carnaval de ese año. En 1904 se realizó un concurso de carros alegóricos, obteniendo los primeros lugares los llamados «Canastilla de Flores», «Mantequillera» y «El Templo de las Flores». Después de la «batalla de las flores» del martes, las damas de la alta sociedad organizaron un desfile, formado de largas filas de carruajes, incluyendo los carros alegóricos que ganaron, dirigido a la casa del gobernador del estado, Olegario Molina Solís, con el fin de agradecerle la realización de diversas obras públicas como la pavimentación, embanquetado y desagüe de la ciudad, que contribuyeron al mejor lucimiento del festejo. En 1907 el compositor Cirilo Baqueiro Preve «Chan Cil» compuso sus célebres y aplaudidas Carnavalescas. En 1909 se premió por primera vez a las personas con mejor disfraz y en 1910 el desfile de «Corso» se empezó a realizar, la noche del viernes.
En 1914 las empresas y comercios participan del carnaval como una forma de promover sus productos. La Cervecería Cuauhtémoc, en ese año, patrocinó el carro alegórico del rey del carnaval, anunciando la cerveza Saturno. La Cervecería Yucateca también participó. Las casas comerciales, además de sus productos y propaganda, obsequiaban objetos y recuerdos. Durante las fiestas de ese año, el sábado, salió un bando en el que el rey daba a conocer el programa de las festividades amenizando con chistes regionales. El desfile de la noche anterior se repetía por las calles del centro de la ciudad. El domingo por la mañana se celebraba la «batalla» organizada por La Unión y el martes por la mañana, la de la Lonja Meridana. Los carros más costosos y notables fueron la «Estufa Dorada de Luis XV», «La Casita» de la Cervecería Cuauhtémoc y otro en el que se admiraba una cascada artificial. Por esta época los bailes de la Lonja y La Unión continuaban sobresaliendo. Se organizaban comparsas, que durante los días de carnaval visitaban las casas adineradas, diciendo chistes, cantando coplas originales y recibiendo, a veces, espléndidos refrigerios. Otros grupos formaban estudiantinas con disfraces y uniformes, que recorrían igualmente las casas bailando y cantando con mayor recato.
El Ayuntamiento organizó, por primera vez, en 1914, una «batalla nocturna» que fue del barrio de Santiago al de La Mejorada. Esa noche de 1914 se iluminaron las calles de estos barrios con focos de luz de alambre hueco. Poco a poco, las «victorias» comenzaron a ser sustituidas por los automóviles y los carros alegóricos se diseñaban sobre los camiones. En los carnavales de los años veinte, la Revolución hizo que se volvieran más populares y modestos, teniendo mayor participación los sectores humildes de la sociedad. Sin embargo, éstos eran esperados, a pesar de su austeridad, con entusiasmo y algarabía. Las clases acomodadas aprovechaban estas ocasiones para lucirse y compraban a las casas europeas los artículos propios para las fiestas, como los disfraces y trajes de etiqueta. De la Ciudad de México acudían sastres, comerciantes y modistos ofreciendo sus mercancías. Las fiestas se anunciaban desde los últimos días de diciembre o los primeros de enero, con alegres y animados bailes en casas de particulares que eran conocidos como «bailes de asalto» ya que el dueño de la casa donde se llevarían a cabo ignoraba su elección, enterándose el mismo día cuando llegaban todos los invitados. Era considerado como una muestra de distinción, simpatía y aprecio para el dueño de la casa y éste se afanaba por obsequiar y festejar a los visitantes. El carnaval de 1920 se inició el viernes con el tradicional «Corso», organizado por el Yucatán Club. Abría la marcha una cabalgata de jóvenes de la sociedad meridana custodiando el estandarte del Yucatán Club; seguían luego un simpático carro imitando una humilde choza, con el nacimiento del «Niño Carnaval». Algunos carros notables fueron «La Exposición», «Luciérnagas», «Una Canastilla», «Glorieta Colón», «Mariposas Rojas» y otros.
Las sociedades formadas por el Yucatán Club, La Unión, Renacimiento, ofrecieron memorables bailes y fiestas. La antigua Lonja Meridana y La Unión ya no constituían las únicas agrupaciones importantes; para 1925 el Centro Español, Social Club y Yucatán Club, realizaban también sus bailes. El último carnaval que dejó recuerdos por su esplendor fue el de 1926, donde se dice que participaron en el desfile carros, automóviles y coches que ascendieron a la cifra de 563. Se recuerda con agrado el carro de la Asociación de Carros, el chinesco de La Unión, el carro orquesta del Yucatán Club y el de los Viejos Verdes, la «Casa de Paja» de la Sociedad Paz y Unión, un castillo feudal con la reina del Centro Español, el del Club Yale y los carros comerciales «Colmena» de El Potrero, «Elefante» de la Negociación Mercantil; «Baco Coronado» de la Botica del Bazar. Las batallas de flores continuaban. En el carnaval de 1927 se efectuaron bailes en el Reising Club, Club Unionista y Helios Club; el de 1929 consistió en un simple desfile de automóviles, con total ausencia de carros alegóricos, y los típicos bailes de la ya vieja Unión, aunados con el del Club de Mérida. Se puede decir que a partir de ese año el carnaval inicia su decadencia. Sin embargo, todavía representaba un negocio, sobre todo para Nicolás Borges que instaló en Mérida la primera fábrica de serpentinas, papel picado, confeti y antifaces. Durante muchos años fue la única en todo el Sureste que se encargó de surtir estos productos usados en los carnavales de Yucatán. Ya en la década de los treinta, los carnavales se caracterizaban principalmente por la participación de estudiantinas, principal atractivo de las festividades; en los carnavales de estos años el compositor Pepe Domínguez dirigió y presidió varios de ellos. A partir de los años cuarenta, los bailes volvieron a ser el mayor atractivo. Los de la Lonja Meridana dejaron de realizarse y fueron sustituidos por los del Country Club; La Unión siguió organizando los suyos, lo mismo la Sociedad Paz y Unión, así como otros organizados por clubes de la clase media y pequeña burguesía. El carnaval se volvía al paso del tiempo un festejo más popular; la reina del carnaval era invitada a bailes en su honor que se realizaban en las colonias.
El carnaval de 1942 inició con un baile regional realizado en el Círculo de Empleados Bancarios y un baile de fantasía, en el local del Centro Libanés; según una crónica de la época, nadie se encargó de la organización de las fiestas, por lo que en esos años éstas se limitaban a las que ofrecían en sus respectivos locales las sociedades coreográficas y alguno que otro desfile o paseo espontáneo. Los carnavales de ésta época se iniciaban con la participación de charros montados a caballo y era común que los jóvenes lanzaran desde los «fotingos» toda clase de proyectiles: agua perfumada, aserrín mojado, baños con pistolas de agua, pixoyes (frutos duros con espinas), huevos llenos de ceniza o agua valenciana; el paseo comenzaba en Mejorada, llegaba a Santiago, pasaba frente al Palacio Municipal, rumbo a San Juan, a la Catedral y el Gran Hotel; seguía sobre el parque Hidalgo y de ahí regresaba a Mejorada. Las comparsas más comunes eran la de los «Xtoles», grupos que ridiculizaban a los guardias rurales y vestían con espejitos en todo el traje y portaban sombrero de alón tirado hacia atrás. Los desfiles eran encabezados por los clubes de entonces, estudiantinas e instituciones educativas como la Consuelo Zavala, Manuel Fajardo, Juan N. Álvarez, Benito Juárez, Leona Vicario y Santiago Meneses. Las principales asociaciones como el Country Club, La Unión, Círculo de Empleados Bancarios, Club de Leones, Browny Club, Club Futurista, Casino Hacienda, Centro Campechano y Escuela Modelo, organizaban bailes en sus respectivos locales. La elección de la reina se hacía por medio de votación entre las diferentes embajadoras de los clubes y asociaciones y al «rey feo» se le designaba como gobernador del carnaval. Los disfraces más utilizados en ese entonces eran los de gitanas y adelitas y los varones a la usanza de Luis XV, de arlequines o simplemente una capa y antifaz negro.
En 1944 el gobernador del carnaval llegó vestido al estilo oriental y montado sobre un elefante del Circo Suárez Hnos. En ese tiempo no pasaban de cuatro o cinco carros alegóricos que desfilaban. Más tarde, en 1955, el carnaval sufrió una serie de modificacines ya que el presidente del comité organizador, Luis Novelo Carbonell, decidió que éste fuera un carnaval turístico; para ello se acordó dejar de coronar a los soberanos en la Plaza Principal y hacerlo en el «Parque Carta Clara» (Parque de Béisbol Julio Molina), donde se empezarían a hacer los festejos amenizados por orquestas musicales, presentación de artistas famosos, estudiantinas y embajadoras de los diferentes clubes o asociaciones. En 1955 se presentaron por primera vez los «gigantes cabezudos», se importaron carros alegóricos de países famosos por sus festejos de carnaval. El domingo se realizó una corrida goyesca, concursos de trajes y de faenas, un certamen de estudiantinas realizado en el Circo Teatro Yucateco, concurso de disfraces de niños en los parques y el tradicional entierro de Juan Carnaval, en la noche del miércoles. En los años cincuenta y sesenta continúan organizándose bailes en los clubes y asociaciones diversas: Love’s Night Club, Sociedad Artística Ricardo Palmerín, Sociedad Cultural Nicté-Ha y Blue Sky Club, entre otros. Los días más esperados del carnaval eran las «noches cubanas» de los lunes, el traje tradicional era de negros y todas las comparsas salían con esos disfraces. En 1963 la coronación se realizó en el Estadio Salvador Alvarado. Las reinas dejaron de ser electas por votación y empezaron a ser designadas por el Comité Permanente del Carnaval; se empezaron a realizar en domingo y martes dos paseos al día, uno en la mañana y otro en la noche. A partir de 1966, las «noches cubanas» de los lunes se convirtieron en «noche regional» como hasta la fecha, considerada la más elegante de las fiestas carnestolendas. En 1972 surgió el Carnaval Infantil, que comenzó a formar parte de los paseos tradicionales de estas fiestas. Éstos se efectuaban en el Parque de las Américas. Así, los niños participaban en un desfile organizado el jueves anterior al inicio de las fiestas oficiales. Ya desde fines de los setenta, los paseos desfiles siguen un mismo modelo de organización, con algunas modificaciones a lo largo de los años. Personajes como «Pompidú» (falleció en 1989) que fue nombrado bufón permanente de los carnavales, y «Jacarandoso» son recordados y reconocidos ante su entusiasmo y presencia en los carnavales de Mérida, por la población en general. El Club Campestre, Centro Deportivo Libanés y el Club de Golf La Ceiba, integrados por socios de alta posición económica, organizan bailes, algunos de ellos destinados a recoger fondos para la beneficencia. Las colonias populares también suelen organizar sus bailes, cerrando algunas calles donde los vecinos, amenizados por un conjunto musical, conviven y bailan al ritmo de la canción o música tropical de moda.
En 1991 el desfile infantil realizó un homenaje póstumo a Francisco Gabilondo Soler, disfrazándose de personajes creados por este compositor infantil y bailando sus lindas canciones como: La cocorita, El chorrito, Caminito de la escuela, La negrita cucurumbé, La jota, Fiesta de los zapatos, El rey de chocolate y otras. La atracción de los carnavales de los noventa han sido las bailarinas cubanas y las chicas que promueven marcas de cervezas o cigarros, que están convirtiéndose en un elenco ya tradicional de las fiestas de carnaval en Mérida. En la actualidad el carnaval comienza los jueves con el desfile infantil, el viernes llamado de «Corso» en donde desfilan todas las comparsas; el sábado se realiza el concurso de comparsas participantes en el festejo; el domingo nuevamente se hace el paseo; el lunes, la noche regional; el martes, la «batalla de las flores» y el miércoles en la noche, la quema de Juan Carnaval en la Plaza Grande.