Canción yucateca Manifestación artística popular, propia del estado de Yucatán. Data de mediados del siglo XIX, pero tuvo sus antecedentes en los llamados sonecitos, que surgieron en el siglo XVIII como una reacción del mestizo ante la invasión del género andaluz. Como ejemplos de dichos sonecitos, Gerónimo Baqueiro Foster enumera: El chuleb, La xochita, La cucaracha, El zopilote, La tuza, El pichito, La yuya, El xulab, El chiquiguiliche, Sechi huacha, El churuxito, La torcaza (que prefigura el moderno compás de 3-4) y La garza. De los sonecitos yucatecos se pasa al auge de la música popular denominada jarana, entre cuyos elementos predomina el baile sobre la canción. La canción propiamente dicha se producía entonces bajo las diversas influencias que privaban en el medio, tomando la forma predominante de la guaracha, cuyo origen algunos investigadores ubican en Cuba y otros en Michoacán. No obstante lo anterior, la guaracha yucateca llegó a constituir, en su momento, una de las más características y típicas expresiones de la canción popular de Yucatán. A medida que el teatro iba dando a conocer en el medio las zarzuelas en boga en España, y el intercambio de viajeros entre Yucatán y los demás estados de la República traían las canciones de aquellos lugares, las cuales denotaban la tendencia de imitar los estilos europeos, la canción yucateca fue recibiendo las influencias correspondientes. Desde entonces comienzan a pasar a segundo término las danzas y las guarachas, para ser sustituidas por canciones con las que los trovadores emulaban las romanzas italianas o las sensiblerías del género chico español. Los trovadores componían también un tipo de canción lenta, en tiempo de danza.
A fines del siglo XIX, Cirilo Baqueiro Preve, también conocido por su sobrenombre «Chan Cil», fue el trovador que representó a la canción popular en esos días, y es quien, en cierto modo, merece la categoría de creador de esta expresión artística. Si bien es cierto que no pudo apartarse de la influencia melódica italiana, por otra parte creó un estilo propio y supo percibir muy bien el espíritu de su tiempo, tal como lo señala Baqueiro Foster. Toda su música es eminentemente popular y espontánea. En el ámbito de la canción yucateca del siglo XIX también destacó Fermín Pastrana «Huay Cuc», quien era creador y acompañante de canciones de gran originalidad. A él se debe la restitución de la guitarra como instrumento de acompañamiento, que los cancionistas de conservatorio habían abandonado para adoptar el piano. Jesús C. Romero califica a «Huay Cuc» como el mejor armonista de su época, y Baqueiro Foster hace notar que acompañaba tan originalmente las canciones, que cualquiera podía identificar, sin gran pericia, una canción armonizada por él. A esta etapa también corresponde la presencia de Antonio Hoil Calderón, otro compositor cuya memoria se conserva en nuestros días, aunque en menor medida que la de Baqueiro y Pastrana. Ya en el primer cuarto del siglo XX aparecen jóvenes autores de canciones cuyo estilo correspondía más bien a las preferencias estéticas de los sectores medio y pudiente de la sociedad yucateca. Entre tales autores figuran: Filiberto Romero, Alfredo Tamayo Marín, Benjamín Aznar y Amílcar Cetina Gutiérrez, a quienes se puede considerar los principales representantes de esta corriente que se aparta de la influencia italiana evidenciada en «Chan Cil» y «Huay Cuc», y en cambio asimila un estilo melódico caracterizado por la melancolía, muy a tono con el influjo de la obra de Chopin y que los compositores de conservatorio manifestaron muy claramente. En este grupo de autores, el piano sustituyó a la guitarra en las tareas de acompañamiento. Si bien es posible que en este período la canción yucateca haya logrado avances en el dominio de la técnica musical, por otra parte manifestó una pérdida de identificación con los sectores populares, identificación que había caracterizado a sus antecesores inmediatos.
Sin duda se crearon bellas melodías, como las que corresponden a las canciones Soñó mi mente loca, de Tamayo, o Tú eres la rosa, de Cetina Gutiérrez y otras de aquellos días, que manifestaban una clara influencia de los estilos europeos, y sin embargo, no lograban adaptarse a las concepciones propias de la región. Una excepción de esta tendencia es la canción de Romero titulada Linda casita de mis amores. En las postrimerías del primer cuarto del siglo XX vuelven a aparecer los compositores de canciones formados fuera de los conservatorios, quienes se hacen acompañar de la guitarra y la tocan «de oído», agregándose a ello una expresión musical más espontánea. Entre estos compositores destacaron Ricardo Palmerín y Augusto Cárdenas Pinelo «Guty». Palmerín cultivó el ritmo del bambuco, género que llegó a Yucatán como producto de la influencia colombiana; «Guty» Cárdenas, al igual que José Domínguez Saldívar «Pepe», asimiló la influencia de los ritmos cubanos conocidos como «clave» y «bolero».