Medicina tradicional Con este nombre se designan generalmente a los conjuntos de procedimientos que, fuera de lo científico, se emplean para actuar sobre los enfermos y tratar de restituirles la salud. Se denominan según la región a que se refieran, por lo que son muchos, habiendo medicina tradicional china, hindú, árabe, africana, polinésica, entre otras. Respecto de la medicina tradicional indígena americana, se subdivide principalmente en maya, azteca, incaica, guaraní, de los indios norteamericanos, y de los esquimales, y aunque todas tengan ciertas bases generales, tienen diferencias originadas en la cultura de las diferentes inmigraciones que las originaron y de sus contactos con grupos de diferentes usos y costumbres.
Generalmente se identifica la medicina maya como la tradicional en la región que comprende Guatemala, Belice y parte de México (Tabasco, Chiapas y la Península de Yucatán). Aquí, nuestra referencia será la medicina maya yucateca y las acciones emprendidas en este estado. El poblamiento de la parte norte de la Península no es tan antiguo, y comenzó con la infiltración de algunos pequeños grupos de agricultores de maíz provenientes del Sur, en cuyo contexto cultural la medicina era del tipo shamánico, derivado de las creencias animistas y mágicas; el curador empleaba diversos medios para expulsar a los malos espíritus causantes de las dolencias, entre ellos, atuendos especiales, ruidos, danzas, exorcismos, imprecaciones. Unos siglos después, comenzaron a asentarse otros grupos, también provenientes del Sur. Los nuevos pobladores fueron dominando a las aldeas agrícolas, extendiendo su cultura más avanzada que incluía una religión sistematizada y organización social y política. Dentro de este nuevo contexto, el arte curativo estaba en manos de los sacerdotes, que empleaban los mismos medios mágicos y religiosos, pero introdujeron el uso de ciertos productos vegetales, animales y minerales para el tratamiento de las afecciones. A fines del siglo X, llegaron a Yucatán nuevos grupos mayas que habían vivido en el altiplano mexicano; cerca del año 1200 hubo una retirada casi general de dirigentes, y comenzó el declive de la civilización maya, que se acentuó en Yucatán después de la caída de Mayapán en 1441. Al llegar los españoles en el siglo XVI, el panorama médico fue descrito por diferentes cronistas. Entre los españoles, el principal es fray Diego de Landa; hay también escritos elaborados por indígenas alfabetizados, a partir de 1560, que en conjunto han sido denominados Chilam Balam, entre ellos el de Ixil, con 60 recetas terapéuticas; el de Tekax, que dedica ocho páginas a aspectos médicos; el de Kaua, que explica las sangrías; los de Teabo, Sotuta, entre otros. Es importante el llamado Ritual de los Bacabes, estudiado por el antropólogo Ramón Arzápalo, quien dice que «hay repetidas referencias a la escritura gráfica, lo que hace pensar que buena parte de estos materiales sean versiones de textos prehispánicos». Agrupa una colección de conjuros, plegarias y recetas mayas que datan probablemente de fines del siglo XVI, aunque solamente se conoce una copia de 1779; perteneció al cacique de Calkiní y ahora se encuentra en la Universidad de Princeton, Estados Unidos de América; en 1910 se publicó el primer facsímil.
Durante la época colonial, a fines del siglo XVIII, aparecieron algunos folletos compilados por frailes u otras personas en que resumían algunos aspectos médicos, preconizando procedimientos populares en boga y resaltando el empleo de herbolaria autóctona. Uno de ellos se atribuye a un médico italiano, Francesco Mayoli, que ejerció en Valladolid, pero se ha demostrado que esto es falso. Ese folleto, llamado El libro del judío, estaba firmado por Ricardo Osado, personaje cuya existencia no se ha probado y se cree es un seudónimo. Este escrito sirvió luego de base a otros que aparecían con el mismo rubro. De todas las fuentes mencionadas, se puede resumir que hasta ese momento se consideraba como causas de enfermedad: mal de ojo, espíritus malos, mal viento y batida de viento, desequilibrio fríocálido, pescado, mal comportamiento, hechizo, castigo divino y sólo en mujeres, el pasmo. En cuanto a los curadores, en español los han llamado médicos, hechiceros, brujos, curanderos, yerberos, hueseros, parteras, adivinos, chamanes, entre otras denominaciones. En maya son más precisas las denominaciones: Ajmen, hombre que conoce, es el sacerdote-curador; chilam, el adivino; kax-bak, componedor de huesos; pul-ya, arroja dolencias, es el brujo o hechicero; ix-alansaj, mujer que atiende partos, y los curadores yerberos son tsa-tsak, el que da medicina y tsak-yaj, el que cura el dolor.
El diagnóstico incluía el interrogatorio, palpar las zonas afectadas o lesionadas, la toma de pulso y la adivinación por medio de granos de maíz, de piedrecillas, kit-bolon-tun, nueve piedras sagradas y la consulta al saas-tun, piedra luminosa, fragmento de roca mineral transparente. El pronóstico dependía de los datos obtenidos y de ciertas correlaciones astrológicas. Los procedimientos curativos eran variados; pocos eran manipulaciones externas, como reducir luxaciones y efectuar o poner al niño en su lugar mediante sobadas que hacían las parteras a las embarazadas; extraer cuerpos extraños como puntas de flechas; tratamiento de heridas, quemaduras y úlceras; abertura de abscesos y flegmones; extracciones dentarias, entre otros. Los mayas nunca hicieron amputaciones, ni trepanaciones craneales. Para expulsar a los demonios, se empleaba el humo de tabaco y las limpias o golpes, jats-pach, con ramas de ruda, así como el kex o cambio, que consistía en ofrecer una rica vianda al espíritu causante del mal para que liberara al enfermo. En algunas ocasiones, se utilizaba el pets o presión sobre zonas dolorosas y la sangría con el tok o cuchillo de pedernal en las venas del pliegue del codo. Si el alma del paciente andaba errante, se le llamaba por medio de silbatos; si no acudía, el curador adivinaba su localización y entraba en trance para ir a buscarla. Todos estos procedimientos se complementaban con rezos, oraciones e invocaciones a Itzamná, si era hombre, o a Ixchel, la protectora de las mujeres. En ciertos casos, se empleaba la purificación mediante el baño de vapor, que era obligatorio en las huérfanas, en las instalaciones llamadas sumpul-ché. El desequilibrio del estado frío-caliente se corregía utilizando los alimentos contrarios al estado diagnosticado, lo cual fue enriquecido por los españoles, que creían lo mismo, lo cual es fácil de observar en la lista de la época colonial. Alimentos con propiedad caliente: carne de pavo, venado, res, puerco, hígado, huevo entero, cacahuate tostado, pepita de calabaza, almendra, vino, entre otros. Eran fríos: camote, tomate, maíz, chile, frijol, piña, plátano, sandía, higo, durazno, limón, naranja, lechuga, pan de trigo, leche de vaca, clara de huevo, principalmente.
En los formularios se mencionan una gran cantidad de plantas, sin embargo, un examen de esos formularios permite concluir que es rara la planta a la cual no le atribuyen alguna propiedad medicinal; a una misma planta le atribuyen varias propiedades; a diferentes plantas le asignan la misma propiedad; además, según declaran los yerbateros al buscar las plantas influye el día (el viernes es el mejor y en domingo todas pueden recogerse, ya que es el día del sol); la hora (de cinco de la mañana a las tres, cuando mucho hasta las cinco de la tarde) y la posición de la luna (la luna nueva es propicia). Además, exigen al paciente que tenga profunda fe en que con ello se curará. Como se ve, estos elementos son mágicos y sugestivos. La realidad es que casi ninguna ha sido estudiada y no hay base farmacológica ni clínica que avale su uso. Son excepcionales los casos del epazote, del cual en 1864, el químico yucateco Joaquín Dondé obtuvo la pantonina y preparó una sal, el pantonato de sodio, útil vermífugo, o el de la sábila, estudiada en Francia hace más de medio siglo, rica en una útil sustancia llamada aloe y las plantas del género Datura. Algunas otras fueron mencionadas como buenas por el médico y botánico estadounidense Geo J. Gaumer a fines del siglo pasado, quien estableció una pequeña industria en Izamal para elaborar algunos productos. Un botánico que vivía en Ticul, Benjamín Cuevas, escribió en 1913 un tratado sobre plantas que él consideró medicinales, pues además ejercía la medicina; en 1940 publicó el doctor Narciso Souza Novelo su Farmacopea maya, y finalmente, en 1976, apareció la Nomenclatura etnobotánica maya de Barrera Marín y Barrera Vásquez, con un capítulo sobre plantas medicinales.
En la década de los 40, el doctor Souza Novelo jefaturó el laboratorio de investigaciones agrícolas dependiente de Henequeneros de Yucatán y comenzó a estudiar la composición química de varias plantas que se consideraban medicinales, pero le limitaron los recursos y no pudo continuar el estudio. En 1971, el gobierno federal fundó en la Ciudad de México el Instituto Mexicano para el Estudio de las Plantas Medicinales, nombrándose director a Javier Lozoya; en sus bien montados laboratorios químicos comenzaron a efectuarse los exámenes farmacológicos de centenares de plantas, varias de ellas procedentes de Yucatán. Se formó un catálogo nacional de todas las plantas reportadas con propiedades medicinales, que sumó más de 10,000 especies. Con el apoyo del presidente Luis Echeverría Álvarez, se interesó a otras instituciones para participar en la expansión de la medicina tradicional, tales como el Instituto Nacional Indigenista, la SEP, a través de su Dirección de Culturas Populares, el Instituto Politécnico Nacional y se trató de lograr la colaboración del IMSS para realizar los estudios clínicos, en lo cual hubo mucha reticencia. En 1978, se estimó que en toda la Península existían 1,800 curanderos indígenas. En 1985, el Cinvestav de Mérida presentó su proyecto de investigación sobre medicina tradicional, que abarcaba tres años. De aquí en adelante, todas las demás acciones en la Península fueron promovidas por el INI. Así, en 1989, se funda la Organización de Médicos Indígenas Mayas de la Península de Yucatán, y en diciembre de 1991 se anunció la aparición de un Atlas de herbolaria maya, editado por el INI, y la formación de un jardín botánico en Maxcanú, por el INI y el Cinvestav. En julio de 1992 se realizó en Calkiní un Taller de Medicina Tradicional Maya con 40 asistentes, y en diciembre se efectuó en Valladolid la primera asamblea general de la Organización, con asistencia de 200 curanderos; se acordó pedir la modificación del artículo cuarto constitucional para incluir el reconocimiento de la medicina indígena y se eligió el Consejo Peninsular de Médicos Mayas, que quedó presidida por un ingeniero. En enero de 1993, la Universidad Autónoma Metropolitana publicó un estudio titulado Productos naturistas en México, en el que informa que los productos están fuera de control legal y no se sabe la identidad y calidad de sus componentes; tienen fórmulas exóticas basadas en lo milagroso de su acción; los conceptos mágicos de las antiguas culturas se han juntado en lo que se presenta como medicina alternativa, a la cual le atribuyen mayor capacidad curativa que a la científica. Para complementar este punto de los productos, se agrega que una expendedora en un mercado de Mérida informó que tiene mucha demanda la carne de serpiente de cascabel para el cáncer; así como la cancerina, a base de hierbas; el té «chaparro», para la amibiasis y control del alcoholismo; la damiana, contra la impotencia sexual; cola de caballo, contra enfermedades venéreas; ovaril, contra la infertilidad femenina y el té «salvador», para apendicitis y hernias. Según opiniones de varios curadores: «lo principal es tener fe en ellas», «no hay por qué mezclar la ciencia médica con el poder de las plantas, ya que la gente dejaría de confiar en estas últimas; el poder de las plantas es más fuerte y efectivo que la ciencia médica, y dan como razones para su uso la efectividad, bajo costo y respeto al enfermo».
En 1992 comenzó a funcionar una clínica en Hopelchén y en abril de 1993 se inauguró la Clínica de Medicina Tradicional en Calkiní, donde han venido trabajando 59 curadores tradicionales, provenientes de varias comunidades mayas, quienes alternan sus conocimientos empíricos con base en hierbas y la medicina científica. Los curadores indígenas pueden llevar a sus pacientes a la clínica para que sean atendidos por los médicos alópatas mediante intervenciones quirúrgicas; la clínica cuenta con laboratorios de preparación de fórmulas y con herbolario de plantas proporcionadas por la Misión Cultural de Bécal, donde hay expertos curanderos. Poco después, ese mismo año, la Organización de Médicos Mayas, que para esa fecha contaba con 350 afiliados, solicitó al gobierno del estado la legalización de sus prácticas curativas, su registro ante la ley y el Código Sanitario, para que sus ocho organizaciones regionales pudieran vender plantas y propuso establecer un convenio con el sector salud en el que se reconozcan los tres tipos de atención médica: casera, oficial y tradicional; manifestó que los médicos indígenas curan con plantas, minerales, huesos y colmillos de animales, frente a un altar y que los principales problemas de salud que padecen las comunidades son: desnutrición, falta de higiene, contaminación ambiental y alcoholismo. Los ocho consejos que la integraban eran el de Felipe Carrillo Puerto y Nuevo Xcan, en Quintana Roo; Calkiní y Hopelchén en Campeche; y Sotuta, Peto, Valladolid y Maxcanú, en Yucatán. En octubre de 1993 se celebró en Quintana Roo, un Congreso Internacional de Medicina Tradicional y Folclórica. Entre sus postulados figuran que la medicina tradicional maya es la suma de conocimientos teóricos y prácticos para prevenir y tratar las enfermedades, se encuentra amenazada por un proceso de transculturación, y que la diferencia entre curanderos y el médico titulado es que el primero nace con el don de sanar y el otro lo aprende en la Universidad, sin precisar cuál es su verdadera labor ante el enfermo. En cuanto al uso de imágenes de santos, han tenido problemas con algunas sectas religiosas.