Madres Concepcionistas

Madres Concepcionistas  Las religiosas fundadoras del convento conocido como de Las Monjas tomaron posesión del inmueble el 22 de junio de 1596. Miguel Bretos, en su libro Iglesias de Yucatán, señala que la campaña en pro del establecimiento de un convento de monjas en Mérida comenzó en 1588 con el apoyo decidido del gobernador, Antonio de Vozmediano. Pocos años después, el proyecto recibió un gran impulso al hacer Fernando de San Martín un donativo de 2,000 pesos, proveniente de encomiendas quitadas al Adelantado Francisco de Montejo y su familia. Otro importante donativo fue el otorgado por Leonor de Garibay, de 1,200 ducados, producto de la renta de indígenas. El 22 de mayo de 1589, constaba por escritura que se había juntado un monto de 2,101 pesos, como donativo del vecindario de Mérida. Las religiosas llegaron provenientes del convento de La Concepción de México y eran la abadesa Mariana Bautista; la portera y tornera mayor, María del Espíritu Santo; la maestra de novicias, Ana de San Pablo; la vicaria conventual, María de Santo Domingo, y la vicaria de coro y organista, Francisca de la Natividad.

A mediados del siglo XVII, la comunidad concepcionista llegó a 40 religiosas profesas, reclutadas entre las hijas de los principales vecinos de Mérida. El obispo fray Juan de Izquierdo condenó el proyecto porque a su juicio carecía de la solvencia necesaria. El 1 de abril de 1598, le escribió al rey de España sobre los asuntos del convento, donde le comentó que éste había comenzado bien, en contra de su voluntad «y fuera de lugar en esta aldea». Además le hizo saber que las cinco monjas concepcionistas tenían problemas de salud, pues «acostumbradas a un clima fresco se enferman, aplanchadas por el calor extremo». A pesar de las objeciones del obispo, el convento salió adelante debido a la gran popularidad que tuvo entre la sociedad meridana. El 9 de marzo de 1610, el gobernador Carlos de Luna y Arellano puso la primera piedra de la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, construida junto al convento, y 23 años después abrió sus puertas al culto. El convento de las madres concepcionistas prestó grandes servicios a la Colonia. Edmundo Bolio, en su Diccionario histórico, geográfico y biográfico de Yucatán, menciona que no sólo era casa de oración, sino orfanatorio y escuela de instrucción elemental. Cada religiosa tenía a su cargo la educación de varias niñas, algunas provenientes de familias acaudaladas, pero otras eran huérfanas, desvalidas y desamparadas a quienes enseñaban, además de leer y escribir, a elaborar bordados, flores artificiales, confitería, repostería y panadería. La actividad de las monjas concepcionistas terminó en Mérida en 1867, al desplomarse el imperio de Maximiliano de Habsburgo. El decreto correspondiente se había dado a conocer el 26 de febrero de 1863; pero la resolución suprema fue notificada hasta el 4 de septiembre de 1867. La orden de exclaustración se ejecutó el 12 de octubre de ese año. El convento fue desocupado y cedido al gobierno de Yucatán. Cuando un total de 20 monjas abandonaron el convento, iban acompañadas de 300 educandas.

Las exclaustradas fueron la abadesa Epifanía Sierra, Juana María Domínguez, Faustina Sauri, Nicomedes Pastrana, Inés Ballester, Casiana Trujillo, Trinidad Trujillo, Josefa Trujillo, Dolores Paz, Josefa Velázquez, Soledad Muñoz, Manuela Castro, Catalina Peón, Regina Ríos, Manuela Ancona, Dolores Acosta, Rudesinda Sierra, Eusebia Rosado, Cayetana Sierra y Carolina Medina.

Del grupo de madres concepcionistas que desocupó el convento, tres fueron hermanas del escritor y abogado Justo Sierra O’Reilly; la última en fallecer fue sor Carolina Medina, aproximadamente en 1909, y la más longeva fue sor Juana María Domínguez, quien nació en Chancenote el 27 de diciembre de 1797 y falleció en Mérida el 23 de enero de 1895, a los 98 años de edad.

Bolio registra que Juana María Domínguez perdió la vista algunos años antes de morir; pero que preservó la lucidez de sus facultades intelectuales hasta el último momento de su vida. Hizo votos en 1816 ante el obispo Estévez. Dos años antes de su muerte, fue retratada por Pedro Guerra.