Mayas (organización militar)

Mayas (organización militar)  Diversos estudiosos de la cultura maya, a principios del siglo XX, sostuvieron como hipótesis que los mayas de la época Clásica no tuvieron guerras ni estaban militarizados y vivieron en armonía, dedicados principalmente a la ciencia y a las artes. Tal interpretación se basó en la ausencia de representaciones pictóricas bélicas en los vestigios arqueológicos descubiertos. Eric S. Thompson sostuvo que varias palabras relacionadas con la organización social y el gobierno como tepal, tenamitl, tepeu, entre otras, fueron tomadas del náhuatl, y que fue bajo la influencia de los mexicanos que un sistema militarista altamente desarrollado sustituyó a la organización teocrática de los mayas del período de las Series Iniciales. En contraparte, otros historiadores como Beatriz Repetto Tió, afirman que las fuentes coloniales españolas ofrecen abundantes evidencias de que en Mesoamérica se dieron formas de organización militar evolucionadas durante el Posclásico y que la actividad militar entre los mayas debió haberse producido en épocas más tempranas, ya que en algún momento la población de la región norte de la Península estuvo políticamente unida y en otro se fue dividiendo en múltiples provincias. Supone que cuando se produjeron esos cambios, se incrementó la actividad bélica y se presentaron situaciones que propiciaban o hacían necesario el desarrollo o mejoramiento de la organización militar de algunos grupos. Repetto Tió afirma que «el haber podido controlar en una época una serie de provincias unidas entre sí, implica haber alcanzado un grado de organización política y militar superior al de un cacicazgo y comparable tal vez al del estado incipiente». También señala que existió una fuerte interrelación entre la organización militar de los mayas y la religión. El sacerdote principal los mandaba a la guerra, elegía al capitán general que ordenaba al ejército por tres años y presenciaba las batallas en compañía del señor. En las Relaciones geográficas referentes a Yucatán se cita que «el alquín (Ah Kin) o sumo sacerdote era el que les mandaba de parte del fuesen a la guerra, y en ella se elegía por el dicho un capitán o gobernador de la gente».

La jerarquía militar, que se desprende de diversas relaciones y crónicas escritas en los primeros años de la conquista de Yucatán, es en orden decreciente así: el Nacom o capitán general —mencionado por Bernal Díaz del Castillo— y los Holcanob o soldados profesionales. Repetto Tió considera que cuando era necesario se aumentaba el grueso del ejército con parte del pueblo. Un conjunto de palabras recopiladas en una investigación lexicográfica, además de la información proporcionada por la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Díaz del Castillo, hacen suponer que en el ejército se dio una jerarquización con un alto grado de complejidad. Por la Relación de Cinanché y Egum se sabe que los capitanes y gente principal llevaban a la guerra sus plumas de diversos colores y casi todos los demás iban teñidos de almagre para parecer más fieros. Fray Diego de Landa describe el atuendo de los personajes más importantes en estos términos: «…tenían algunos como SS y capitanes, morriones de palo, y éstos eran pocos, y con estas armas iban a la guerra, y con plumajes y pellejos de tigre y leones puestos». El armamento con que contaban los milicianos mayas para la guerra estaba conformado, de acuerdo con la clasificación utilizada por Repetto Tió, por armas arrojadizas, de choque y de protección. Las armas arrojadizas eran piedras, flechas —la principal— y la lanza. Fray Diego de Landa menciona que cuando Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva desembarcaron en Champotón, se vieron obligados a retirarse bajo una lluvia de piedras, entre otros proyectiles, que ellos pensaron les lanzaban con hondas. Pero el cronista aclara que los mayas yucatecos no conocían la honda ni la sabían manejar y que las piedras las lanzaban con mucha fuerza y muy certeramente, encarando a lo que querían tirar con el brazo izquierdo y el dedo índice. También dice que tenían cierto arte de tirar varas con un palo grueso, como de dos o tres dedos, agujerado hacia la tercera parte y de seis palmos de largo, y que con él y unos cordeles tiraban fuerte y certeramente.

El uso de la lanza en las batallas fue tan frecuente como el de las flechas. Bernal Díaz menciona que las lanzas usadas por los mayas eran tan largas como las españolas y tenían también otras menores. Las lanzas poseían una gran punta de pedernal y ésta iba engastada en un palo muy duro llamado chulul, de una longitud probablemente cercana a las dos brazas. Las flechas las fabricaban de cañas delgadas, emplumadas, con un pedernal pequeño engastado al cabo. Usaban cañas muy delgadas, de las que crecían en las lagunas, de más de cinco palmos de largo y les adherían a un extremo un pedazo de un palo delgado, muy fuerte, al que iba unido el pedernal. Landa dice que elaboraban sus arcos de un palo leonado muy fuerte, que éstos eran más bien rectos que curvos y que su longitud fue siempre menor que la altura del combatiente. La Relación de Campocolché y Chocholá consigna que al arco se le llamaba chuhul, a las flechas, halal y a las lanzas, nabte.

Respecto de las armas de choque, Repetto Tió indica que son los trituradores y los atravesadores que sostiene en la mano el atacante en el momento del choque cuerpo a cuerpo con el enemigo. Son armas que requieren contacto cercano y, por tanto, valor por parte del combatiente. La Relación de Teav-y-tec y Tiscolum dice que hacían para la guerra unas espadas de dos filos de un palo negro llamado chilul, de unos cuatro palmos de largo y tres dedos de ancho. Fray Diego López de Cogolludo, en su Historia de Yucatán, amplía la información añadiendo que estas espadas tenían navajas de pedernal pegadas en un canal que labraban en la madera de la espada. Tenían también dagas hechas de un palo llamado chilul, de 20 cm de largo.

En la Relación de Campocolché y Chocholá se mencionan las armas que los guerreros llevaban para protegerse. Eran unas mantas torcidas y hechas rollo con las que se forraban el cuerpo, y eran tan fuertes que no les pasaban las flechas. Además, usaban una manta de algodón también muy fuerte que llamaban euyub o escopil. Este tipo de protección tuvo sus variantes como se desprende de las Relaciones de Mérida, Motul y Mama. Esta última, respecto de los escudos, dice que hacían unas rodelas de varillas fuertes, tejidas a dos haces, que les servían de defensa contra las puntas de pedernal que traían las lanzas y las flechas. La Relación de Yucatán describe que las rodelas estaban hechas de cañas hendidas y muy tejidas, de forma redonda y guarnecidas de cueros de venado. El nombre maya de las rodelas era chimas o chimil.

Los guerreros mayas no contaron con ningún tipo de arma móvil, ya que no disponían de bestias como el caballo. Respecto de las fortificaciones, se han encontrado restos de murallas en Mayapán, Tulum, Xelha, Chichén Itzá, Uxmal, Chacchob, Dzonot Aké, Muna, Cuca, Aké y Becan, principalmente, que algunos autores interpretan como un elemento delimitante de un espacio sagrado; pero otros las caracterizan como un recurso defensivo cuando los maya yucatecos tuvieron conflictos entre ellos y cuando llegaron los españoles. La organización militar del pueblo maya durante el Posclásico, a partir de las diversas Relaciones, se considera haber estado constituida por el Ah Kin, el primer sacerdote-guerrero, quien desempeñaba el papel principal y el de dirigente intelectual de la política y los intereses del estado y del grupo; el Nacom, general del ejército, elegido por el propio Ah Kin, para desempeñar el cargo por tres años y comandaba el ejército; el V Tzucuul Katun, o escuadrón de 20 guerreros que tenía un capitán, el Ah Na Katun, y los soldados o Holcanob o Ah Katun Yahob, guerreros profesionales. En caso de que éstos no fueran suficientes, se pagaba a parte del pueblo para aumentar el grueso del ejército. Al frente del ejército iba el Ah Koch Pan, quien por el Diccionario de Motul y una cita de Fray Diego de Landa, se sabe que era un abanderado. Junto a los combatientes había individuos que tocaban caracolas y tambores de guerra para anunciar el combate, dar más valor a los guerreros y atemorizar al enemigo. La comida la preparaban las mujeres del pueblo y cada guerrero la llevaba a cuestas, razón por la cual, según Landa, no duraban mucho las guerras.

Dentro de la organización militar existió un sistema de seguridad y espionaje con exploradores del ejército, los cuales tenían un jefe que los guiaba cuando entraban en acción. Las Relaciones geográficas consignan como motivos por los que los mayas hicieron la guerra, en primer lugar, el propósito de hacer esclavos o cautivos; en segundo lugar, las riñas, las cobranzas de deudas y la defensa del monopolio de la salina; en tercer lugar, la defensa de sus tierras, y en cuarto lugar, de manera muy ocasional, vengar los malos tratos, tomar las haciendas ajenas, conquistar el derecho de poder contratar con otros pueblos y vengar antiguas enemistades entre cocomes y xiues. El historiador Ralph L. Roys, en su libro Indian Background of Colonial Yucatan, señala que las guerras eran cortas y normalmente se hacían entre octubre y finales de enero cuando había poca o nula actividad agrícola y se podía encontrar comida en los graneros del enemigo. Los mayas no tenían la costumbre de pelear por la noche, aunque en sus tácticas estaban los ataques por sorpresa, muy difíciles excepto en las pequeñas guerras.

A lo largo del período colonial, los indígenas mayas yucatecos no desarrollaron ninguna forma de organización militar y fue hasta el estallido de la Guerra de Castas, en 1847, cuando su sublevación los llevó a establecer una organización militar propia para combatir a los soldados dzules o blancos, tanto en la toma de poblados como en las persecuciones por la intrincada selva. La organización militar varió durante el largo período en el cual los mayas se mantuvieron independientes del gobierno de Yucatán. En los primeros meses de la sublevación, los grupos armados mayas obedecieron a sus caciques que, como Jacinto Pat y Cecilio Chí, encabezaron el movimiento. Muchos mayas habían participado en los movimientos armados que opusieron a las distintas facciones que luchaban por el poder. Asimismo, muchos se ofrecieron como voluntarios para pelear contra las tropas del general Santa Anna, que invadieron la Península en 1842. Fue durante este período cuando los mayas aprendieron el significado de la organización, de los grados y de sus funciones, y sobre todo de la disciplina y del uso de las armas.

A su vez, los caciques y batabes que encabezaron la sublevación, contaban con la obediencia de sus macehuales, fieles a su pueblo y a su nobleza. Estas primeras compañías eran el reflejo de la organización comunitaria tradicional y de su unidad espiritual. Los poblados se sublevaban con sus batabes y cada jefe tomaba las decisiones que consideraba adecuadas, sin tomar en consideración a los demás. Sólo los grandes líderes como Pat y Chí, disponían de la influencia suficiente para emprender una campaña como la que caracterizó el avance de 1847 y 1848. Muertos los grandes jefes tradicionales, diezmados los mayas por las epidemias y perseguidos por la tropa, los sublevados tuvieron que recurrir a sus tradiciones para lograr que sus guerreros, desarraigados, sin jefes espirituales, organización, y recursos, pudieran reorganizarse para seguir resistiendo y combatir a los blancos.

Fue en una mezcla de elementos culturales: los oráculos de tradición prehispánica y la cruz del período colonial, donde los mayas encontraron la fuerza espiritual que les permitió conservar su autonomía durante medio siglo más. El culto a la Cruz, que apareció aproximadamente en 1850, permitió la creación de un gobierno teocrático que se mantuvo en el poder controlando a la sociedad organizada bajo una forma militar. El Tatich encabezaba este gobierno como sacerdote de la Cruz, ayudado por el Tata Polín o intérprete de la Cruz y un secretario. El poder del Tatich era absoluto y de sus decisiones dependía el futuro del grupo. Los adeptos de la Cruz, que ya no formaban grupos identificados por su pueblo de origen o sea al cah, sino a una organización impuesta y dirigida por un comandante, formaban compañías inspiradas en el ejército yucateco de la época. Cada maya desde los 16 años de edad estaba ligado a una sola compañía, cuya pertenencia se heredaba de padres a hijos. Cada compañía estaba jefaturada por un grupo de tres oficiales de distinta graduación que recibían el nombre de noh-chilob, que significaba: los grandes. Las compañías carecían de nombres especiales y para designarlas se utilizaba el nombre del jefe principal que las encabezaba. Además de los hombres, que constituían la parte activa de la compañía, ésta incluía a las esposas, hijas solteras y a todos los hijos varones. Los grados que formaban la jerarquía militar eran obtenidos a través de un riguroso escalafón e iban desde cabo hasta comandante, y el grado inicial era concedido por elección popular de los miembros de cada compañía.

La promoción de rango tenía lugar únicamente cuando era preciso cubrir una vacante, ya fuera por muerte, enfermedad, ancianidad u otras causas, y era sugerida por el jefe principal de la compañía en presencia de todos sus componentes. La asamblea para hacer estos cambios se efectuaba en Año Nuevo o en alguno de los días inmediatos. No existían ni insignias ni distintivos de rango. Las compañías, además de ser un factor sobresaliente en el mantenimiento de la solidaridad del grupo patrilineal, representaba el centro de gravedad en todas las actividades del cacicazgo; les correspondía organizar y llevar a cabo las grandes fiestas generales anuales que se celebraban en la sede del santuario. Debajo del comandante estaban los capitanes, tenientes, sargentos, cabos y soldados. El comandante heredó las funciones del batab, juzgando delitos menores y tomando las decisiones que afectaban a los integrantes de la compañía. Cada una se asentó en un lugar determinado formando aldeas donde a veces, prisioneros hechos esclavos, trabajaban para ellos. Cada comandante, que podía ser destituido por decisión de la Cruz, léase del Tatich, obedecía a un general, siendo el más importante el Tata Chikiuc o general de la plaza de Chan Santa Cruz, donde dos veces por año cada compañía acudía para montar la guardia, coincidiendo varias al mismo tiempo en los cuarteles construidos para ellas en el poblado. Éste formaba el ejército permanente que podía ser incrementado por simple decisión del Tatich.

Para facilitar las decisiones del Tatich, se formó un grupo de espías encabezado por el Tata Nohoch Zul o Gran Padre Espía, que mandaba a sus agentes a todos los pueblos de Yucatán para conocer las situaciones políticas, el tamaño y armamento de las guarniciones, las defensas reales, así como la disposición de sus propios generales para obedecer las órdenes de la Cruz. Provisto de esta información, planeaba campañas que casi siempre resultaban exitosas, fortaleciendo tanto el ánimo de los mayas como el poder de la Cruz. Sin embargo, el poder de la Cruz no se pudo mantener para siempre, ya que los generales quisieron con frecuencia probar el sabor del poder absoluto. Aunque buscaron siempre conservar las apariencias, una lucha feroz se libró en Chan Santa Cruz y casi ninguno de sus líderes falleció de muerte natural, causando divisiones entre los grupos fieles a tal o cual general. Los encargados del culto de la Cruz, aunque figuraban siempre como líderes espirituales, dejaron poco a poco las decisiones militares a los generales, acusándolos de ineptos cuando fallaban, reclamando su parte cuando tenían éxito. La toma de Chan Santa Cruz por el ejército federal en 1901, destruyó el poderío militar de los mayas, conservándose todavía la estructura de su ejército, así como la organización de las guardias alrededor de los santuarios de la Cruz, como subsiste todavía en el cacicazgo de Xcacal.