Mercaderes mayas

Mercaderes mayas  Diversos datos históricos revelan una vasta organización comercial maya que abarcaba una gran extensión geográfica, desde las costas de Veracruz y Tabasco y el Altiplano de México, hasta Centro América. (Véase: Comercio). La historiadora Amalia Cardós, en su obra El comercio entre los mayas antiguos, señala que se desconoce la importancia que pudieron tener los mercaderes mayas en asuntos militares y planes de expansión territorial de sus respectivas provincias o ciudades, como sucedió entre los mexicas. El cronista fray Diego de Landa menciona, en su Relación de las cosas de Yucatán, que el patrono de los mercaderes y viajeros mayas era el dios Ekchuah, y que éstos quemaban incienso todas las noches para pedirle que los devolviera sanos y salvos a sus hogares. Expuestos a diversos ataques en sus largos viajes, los mercaderes se veían obligados a viajar armados y dispuestos a defenderse, por lo que su dios era frecuentemente representado portando una lanza y esporádicamente en combate con el dios F. También relata que debido a los continuos conflictos entre las casas de los señores principales o cacicazgos, se generaban grandes enemistades que provocaban, entre otros aspectos, que los cheles de la costa no quisieran vender sal y pescado a los cocomes y éstos, a su vez, no permitieran que los cheles sacaran caza ni frutas del monte.

Amalia Cardós apunta que Xicalango en Tabasco y Zinacantan en Chiapas, eran dos importantes centros comerciales en donde los mexicas obtenían productos de la zona maya, y a su vez dejaban lo que ellos traían. La actividad de los mercaderes mayas llegaba por la frontera sureste hasta Nito en Guatemala y Naco en Honduras. Cuando el mercader era un comerciante en gran escala, su posición social era muy alta. Al respecto, en su Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano, Antonio Herrera y Tordesillas escribe que «En esta tierra de Acalán, usaban hacer señor al más caudaloso mercader, y así lo era Apoxpalón, que tenía gran trato de algodón, cacao, esclavos, sal, oro, aunque poco y mezclado con cobre, y otras cosas, y de caracolas coloradas, para atavíos de las personas, resinas y sahumerio para los templos y tea para alumbrarse, colores y tintas para pintarse en las guerras y fiestas, y para teñirse, para defensa del calor y del frío y de otras mercaderías que habían menester, y así tenían factores en muchos pueblos donde se hacían ferias». La provincia de Acalán estaba situada al sur del actual estado de Campeche, cuya capital Itzam Canak era un importante centro comercial. Una de las más importantes rutas terrestres comerciales partía de Xicalango y de Acalán, atravesaba la base de la Península de Yucatán, pasaba por Petén Itzá y llegaba hasta Nito y Naco. Los mercaderes de Acalán tuvieron fama de grandes comerciantes y fueron utilizados como guías por Hernán Cortés durante su viaje a las Hibueras.

Los mercaderes mayas seguían rutas y caminos fijados de antemano en sus largas travesías, como se constata en la V Carta, de Cortés, quien pidió a los señores de Tabasco y Xicalango guías para su recorrido por las tierras del Sur y que ellos le dieron «mercaderes, que entendido el intento de Cortés, le mostraron un lienzo, tejido de algodón pintado el camino hasta Naco y Nito en Honduras y hasta Nicaragua, poniendo la gobernación de Panamá, con todos los ríos y poblaciones que habían de pasar, y las ventas a donde ellos hacían jornadas, cuando iban a las ferias». Ralph Roys menciona en su investigación titulada The Etno-Botany of the Maya, que los artículos comerciales fueron manejados por mercaderes profesionales, llamados en maya: ppolom, muchos de los cuales fueron viajeros, es decir ah-ppolom-yoc. Refiriéndose a las ordenanzas del oidor Tomás López Medel, señala que consumada la Conquista, se establecieron ciertas disposiciones reglamentarias para los viajeros, según las cuales ellos deberían hacer sus compras en el mercado, no con particulares. Tampoco podían alojarse en casas particulares, sino en el albergue destinado, y sólo podían permanecer un día y una noche en cada pueblo. En la Relación, de Gaspar Antonio Chi, se indica que los indios eran muy generosos entre sí, y a los viajeros se les alojaba y alimentaba gratuitamente, excepto cuando eran comerciantes; pues entonces tenían que pagar por su alojamiento y demás servicios. Landa añade que en las transacciones comerciales, los mercaderes fiaban, prestaban y pagaban cortésmente y sin usura. Así como los mercaderes ricos eran elevados a la categoría de señores principales, muchos nobles señores de grandes ciudades emprendieron personalmente largos y provechosos viajes de carácter comercial. Cuando el monto de las operaciones era de menor escala, los grandes señores tenían designado a una especie de mayordomo llamado caluac, quien era el encargado de proveer al señor de los artículos que necesitaba. La casa del caluac venía a ser una especie de oficina a la que acudían los comerciantes con sus mercancías. Sobre el papel de las mujeres mayas como mercaderes, Diego de Landa menciona que «son a maravilla granjeras, velando de noche el rato que de servir sus casas les queda, yendo a los mercados a comprar y vender sus cosillas»; pero no hay registro sobre su participación en los grandes viajes comerciales.