Mercados

Mercados  La existencia de mercados establecidos exclusivamente para actividades comerciales en las que participaban todas las clases sociales, así como una clase especial de mercaderes profesionales que vivían de esa única actividad, parece haber sido habitual en toda el área maya, así como en otras partes de México. Los mercados generalmente se instalaban junto a los templos, alojados en construcciones de piedra con techos de palma. Fueron sin duda, el principal centro de reunión de la población. También solían establecerse en las costas. Durante el funcionamiento de estos mercados que contaban siempre con la presencia de ciertos oficiales que conocían y decidían sobre todas las cuestiones suscitadas en el intercambio de artículos, ya que a los mercados afluían mercaderes de remotas regiones y por lo tanto era necesaria una autoridad que mantuviera el orden y vigilara que no se abusara de nadie. La vecindad del mercado, con el lugar señalado para el culto de los dioses, y la afluencia de comerciantes que venían de muy diversas regiones trayendo no sólo artículos manufacturados y materias primas sino noticias de otra gente y otras tierras, lo hicieron lugar importante no sólo para la obtención de productos necesarios sino de informes que atañían a todos.

Entre los mercados más renombrados de esa época se cuentan los de Chichén Itzá y Cozumel, los de la costa como Chauac-Ha y Cachi, y los centros comerciales de Conil y Ecab, en la costa noroeste de la Península de Yucatán. El protector de los mercaderes era el dios Ek Chuah, que gozaba de un santuario exclusivo. En los mercados las operaciones comerciales se realizaban por medio del trueque y así intercambiaban vendedores y compradores aves y plumas de aves por joyas, alimentos y diversas prendas y objetos. Todo esto y muchas otras cosas eran llevadas al mercado donde solían reunirse más de 10,000 personas. El mercado estaba dividido por secciones: había una para alimentos, otra para mantas, jade y otros productos. Bajo toldos de algodón, para resguardarse bajo el sol, se sentaban las mujeres, ofreciendo a la venta maíz en sacos y pequeños montones de chile. También había camote y macal, que era una especie de papa. No faltaban tomates, calabazas y diversas clases de frijoles. El mercado de frutas era de los más grandes. En otra sección estaban los comerciantes en especias, que ofrecían sal, pimienta, hojas de chaya y otros productos. También se vendía vainilla. Había una sección de telas, otra para los joyeros que vendían jade, topacio y joyas hechas de conchas marinas, turquesa y obsidiana. Había también fabricantes de imágenes cuya sección era de las más visitadas; aquí se adquirían ídolos de barro, piedra, cerámica o de madera, del dios de su preferencia. Pero también existía una sección de venta de esclavos. Éstos, a los que llamaban pentac, se sentaban con las manos atadas atrás y con el pelo trasquilado, aguardando a su futuro amo. La mayor parte de los pentac eran mayas que habían sido capturados en la guerra. Quien adquiría un esclavo, lo hacía mediante almendras de cacao, que era la moneda corriente para comerciar entre los mayas. Un hombre podía pagar con almendras de cacao todo lo que quisiera comprar, de tal modo que el chocolate le servía de doble propósito: como bebida y como moneda. Los negocios terminaban por la tarde, hora en que los comerciantes plegaban sus toldos, recogían los productos que no habían vendido y se dirigían a la gran pirámide.

Durante la época colonial, los mayas conservaron su antiguo sistema de mercado y con el tiempo se le unieron los españoles en los tianguis con objeto de vender sus propios productos, como carne, leche, huevos y aguardiente, procedente de sus encomiendas y más tarde de sus haciendas y ranchos. Para entonces ya había cesado de emplearse como moneda las almendras de cacao y se usaban monedas de la época para adquirir los productos. En aquellos días había en Mérida una alhóndiga pública, fundada por Hernando de San Martín, para el depósito, compra y venta de cereales de primera necesidad y para el socorro de los pobres en las carestías; era administrada por un mayordomo nombrado por el Ayuntamiento. Por mucho tiempo, el expendio de carnes frescas se verificó en las galerías bajas del Palacio Municipal, a la vista de una comisión del Ayuntamiento y ya desde el segundo tercio del siglo XIX se trasladó su venta a la placita. Ésta era a mediados del siglo pasado el lugar del mercado diario de carnes, frutas y hortalizas de la capital del estado, desde las seis de la mañana hasta las 12, y la fonda de los pobres desde que salía el sol hasta dos horas después de haber anochecido. En la placita (luego conocido como mercado García Rejón, calle 65 con 60) aparte de las carnes de res y de puerco, se vendían gallinas, pavos de monte, conejos, carne de venado, huevos, frutas, legumbres, camotes y otros artículos del campo que los propios productores, cazadores y demás, llevaban al rayar el alba y vendían a las mujeres y hombres que luego se encargaban de revenderlos al público. Ahí se vendían también tortillas, jabón, hilera (hilos) para coser, baratijas, juguetes de barro o de cera, cestos, canastas, sabucanes y mil artículos más. No faltaban mujeres que traían sobre la cabeza grandes ollas de mondongo, frijoles en pipián, relleno, tamales y atole. Al poniente del ex convento de San Francisco y de la ciudadela de San Benito estaban el portal de granos en el que se expendía el maíz y toda clase de frijoles al por mayor y al menudeo, y al oriente del ex convento estaba la pescadería o expendio de pescados y mariscos. El mercado estaba ubicado en el centro de la ciudad y se encontraba pobremente surtido, según cuenta Alice Le Plongeon en su libro Notas sobre Yucatán. Todo, excepto la carne, se encontraba a la venta en el piso, generalmente extendido sobre paños blancos y limpios, o sobre grandes hojas de plátano colocadas sobre el embaldosado. Los vendedores se situaban en cuclillas, enfilados a un lado de sus productos, que vendían en muy pequeñas proporciones.

El mercado García Rejón (la ex placita), arreglado en 1862, tuvo techumbre hasta 1881. Un año después, Desireé Charnay describió ese lugar y las calles que afluían al mercado, en las que se estacionaban grupos de indias sentadas en el suelo, delante de sus canastas con frutas y verduras, vendedoras de naranjas, anonas y zapotes, vendedores de zacate y haces de ramaje llamado ramón, o alimento en las caballerizas en una región que carecía de pastura. Entre el ex convento y el portal de granos se construyó en 1887, un sencillo cobertizo de madera con techo de lámina al que se llamó mercado Lucas de Gálvez, y a éste se trasladó la venta de carnes y otros productos para desahogar el movimiento comercial de la placita. Posteriormente, esa construcción fue sustituida en 1909 por un amplio y funcional edificio de mampostería que a su vez fue reemplazado por otro más moderno a mediados de los 40. Otra calle ancha, ubicada entre el edificio llamado El Siglo XIX y los vestigios del castillo de San Benito por un lado y el edificio de Correos y el mercado Lucas de Gálvez por el otro, estaba totalmente ocupado por barracas o cobertizos que consistían en un largo galerón construido en medio de la calle, de Oriente a Poniente, de tal suerte que al abrirse cada comercio por medio de puertas levadizas, cada una daba a la calle. Por el lado de la Oficina de Correos quedaba un ancho espacio que pronto fue invadido por los pequeños mercaderes, al igual que el lado del edificio El Siglo XIX. Se ocuparon también los alrededores del mercado, formándose así un inmenso zoco donde uno podía encontrar de todo: jícaras, leques, batidores de chocolate, fierros viejos, alpargatas, velas y veladoras, hamacas de hilo de henequén, cerditos para cebar e infinidad de artículos diversos. En el extremo norte que daba a la calle 65, se instalaron puestos de tacos.

En 1965, por acuerdo del Ayuntamiento de Mérida y el Sindicato de Baratilleros, fueron levantados los antiestéticos puestos de madera que constituían a la vez un foco de infección por las inmundicias que allí se acumulaban, principalmente por las lluvias que impedían llevar a cabo la debida limpieza. Poco después, los propietarios fueron acomodados en puestos de mampostería dotados de agua y luz, construidos en los terrenos donde estuvo el castillo de San Benito, en los mercados Lucas de Gálvez y García Rejón y en otros lugares también apropiados. Además de estos mercados, existen ubicados en distintos puntos de la urbe diversos centros de abasto: Pablo Moreno, en el parque de San Sebastián; Santos Degollado, en el parque de Santiago; Andrés Quintana Roo (inaugurado en 1959) en el parque de Santa Ana; Chen Bech (remozado en 1969) en las calles 57 x 42; 5 de Febrero, en la colonia Miguel Alemán, y Miguel Hidalgo, en la colonia Chuburná de Hidalgo. Funcionan, asimismo, 65 mercados distribuidos en los municipios del estado. También se cuenta con el sistema de Mercados sobre Ruedas, que tiene establecidas 91 rutas semanales que prestan sus servicios en diferentes barrios y colonias de Mérida, seis rutas en el municipio de Progreso y una en el municipio de Umán.

A partir de los 60, comenzaron a instaurarse las llamadas tiendas de autoservicio. Los primeros establecimientos de este tipo que existieron en la ciudad fueron Mini-Max, Super Su Casa y Super Rosales (éste último con tiendas en Santa Ana, Montejo y la colonia Miguel Alemán); sin embargo, fue Comercial de Víveres, S.A., empresa formada por los señores Raúl y Mario Casares G. Cantón, Juan E. Millet Cámara y Roger Roche Ancona, la introductora en Yucatán del sistema de ventas de autoservicio al estilo de los grandes supermercados estadounidenses con la inauguración de su tienda Komesa en la avenida Colón, el 15 de noviembre de 1963. A ésta siguieron las de Santiago, colonia Miguel Alemán, García Ginerés y dos en la colonia México. Con sus tiendas, Komesa abrió una nueva era en el comercio yucateco. Reformó radicalmente, facilitándolos, los hábitos de compra del ama de casa, elevó el número de consumidores, mejoró el mercado de muchos productos locales y ocasionó, en el empaque de los artículos, sobre todo los alimenticios, para adaptarlos al autoservicio, un nuevo tipo de presentación más higiénico, duradero y fácil de manejar. Poco después, comenzaron a funcionar otros establecimientos de esta naturaleza, como Blanco (que tomó el lugar de los Komesa), con tiendas en el centro, Santiago, Montejo y Jardines de Mérida; San Francisco de Asís (centro, Montejo, inaugurada en 1983, Centenario, Alemán); Super Maz (Plaza Oriente, Plaza Buenavista, ambas inauguradas en 1982); La Italiana (centro y Montejo) que funcionaron hasta 1989; Super Farahón (centro y Norte), entre las más importantes. Todos de propiedad privada, estos supermercados cuentan con clima artificial y son amplios y confortables. No sólo venden comestibles, sino muchas otras clases de mercancías. En 1989 se inauguraron cuatro nuevas tiendas del Grupo Canto, en las que se invirtieron 2,800 millones de pesos. Una de ellas es de abarrotes, otra de regalos, una de muebles finos de madera y la restante es una farmacia. La de abarrotes forma parte de las que posee el Grupo Canto en Itzimná, Circuito Colonias y Progreso, con la leyenda Super C y C. También en 1989, se inauguró Plaza Fiesta, el más moderno y funcional complejo comercial de la ciudad; tiene 35,000 m2 de terreno y 11,000 de estacionamiento y está ubicado en la colonia Díaz Ordaz, con 28,000 m2 de construcción techada, 10 restaurantes en una placita, área de juegos, un banco y una casa de cambio, baños y teléfonos públicos, entre otros servicios. Posee una red telefónica que opera particularmente en cada una de sus 106 tiendas. Otro gran establecimiento como Chedraui se construyó en 1990 frente al Monumento a la Patria. En 1988, la cadena Super Kin inició en Mérida las tiendas de autoservicio de 24 horas. El 16 de diciembre de 1989, fue inaugurado el primer super express de la cadena de San Francisco de Asís, ubicado en la confluencia de las avenidas Colón e Itzaes, frente al hospital Benito Juárez. Como los Super Kin, este establecimiento da servicio las 24 horas del día. Entre los planes del Grupo Abraham, propietario de esta tienda, figura la apertura de 20 o 30 establecimientos de ese tipo en el estado. Está por iniciarse la construcción de dos tiendas de la nueva cadena, una en el fraccionamiento Los Pinos y otra en Chuburná de Hidalgo. Existe también un gran mercado de verduras llamado La Milpa, que tiene dos sucursales, y la Central de Abastos.

Entre las instituciones oficiales dedicadas a este tipo de negocios llegaron a instalarse la Impulsora del Pequeño Comercio, S. A., Impecsa, que introdujo al estado alimentos básicos a precios populares, la Distribuidora Conasupo, S.A., Diconsa, que mantiene concesiones en diversos municipios del estado, varias tiendas Sedena, otras más de Sedemar, Conasuper «A» y Conasuper «B», y las tiendas de autoservicio del ISSSTE, ISSTEY y del IMSS.

 

El Chetumalito. Desde hace varios años decenas de vendedores de frutas, verduras y otros productos, se instalaron en los bajos del antiguo centro escolar Felipe Carrillo Puerto. Poco después comenzaron a vender, de contrabando, productos alimenticios importados (laterías, bolas de queso, entre otros), y luego aparatos electrónicos (radios, televisores, grabadoras, videocaseteras, así como ventiladores, y otros artículos) que ocultaban en bien surtidas bodegas ubicadas cerca y en otros sitios estratégicos de la ciudad. Como estos comerciantes eludían el pago de derechos de importación, las cámaras de comercio organizadas de Mérida se quejaron ante las autoridades, las cuales, de cuando en cuando realizaban redadas por el lugar y decomisaban parte de la mercancía. A fines de 1989 les fue incautada casi toda su mercancía extranjera, los desalojaron del edificio, siendo reubicados temporalmente en puestos de madera, en una calle aledaña al mercado municipal. A principios de 1990, los acomodaron en el antiguo corralón de Las Águilas, situado al poniente de la ciudad, a espaldas de la ex penitenciería Juárez. El antiguo edificio de los locatarios, el ex Centro Escolar Felipe Carrillo Puerto, ha sido demolido en su totalidad y en su lugar la comuna meridana proyecta construir un gran estacionamiento para vehículos, aunque todavía no hay nada definitivo al respecto.

En la actualidad ya funcionan en Mérida numerosas tiendas de importaciones, aprovechando que México pertenece al GATT y al TLC, así como sucursales de las grandes cadenas transnacionales de los supermercados Price Club, Sam’s Club y Carrefour.