Marea roja Fenómeno biológico que se origina por la proliferación de organismos unicelulares, llamados dinoflagelados, que en grandes concentraciones dan al mar un color pardo, amarillento, achocolatado, rojizo y aun rojo intenso, que altera las condiciones de turbidez y el contenido de oxígeno del agua y que causa la muerte a peces, crustáceos, moluscos y otros animales.
El fenómeno, que también se presenta en otras regiones del océano, ocurre con relativa frecuencia en las aguas marinas del norte y occidente de la Península de Yucatán. En las inmediaciones de la Península, el dinoflagelado que ocasiona la marea roja pertenece a la especie Gynnodinium breve. Mide entre 2 y 3 milésimas de milímetros de diámetro y posee unos finísimos apéndices semejantes a hilos o latiguillos, llamados flagelos, que le sirven como órganos de locomoción. Aunque por su movilidad pudiera considerarse un animal, está catalogado como alga microscópica debido a que tiene pigmentos clorofílicos, que son característicos de las plantas. Uno de tales pigmentos, la xantófila, es el que da su peculiar coloración a las aguas.
Normalmente, el G. breve existe en el mar en cantidades moderadas, del orden de unas docenas o cientos de individuos por litro y no implica ningún riesgo para los demás organismos. Pero a veces, usualmente durante o después de períodos de lluvias torrenciales, y sin que se sepa exactamente aún por qué, se multiplican explosivamente.
Una concentración superior a 100,000 por litro se considera peligrosa, pero al llegar a 250,000, el agua adquiere una coloración bien marcada y comienza la mortandad. En los brotes severos de marea roja, la concentración llega a varios millones por litro y el máximo registrado en el noroeste del Golfo de México ha sido de 100,000,000 de dinoflagelados en la generalidad del área afectada, con 140,000,000 en algunos sectores. Sin embargo, en aguas peninsulares, los brotes son por lo general de baja o mediana intensidad y moderada extensión.
La mortandad que provocan los dinoflagelados se debe a dos causas: primera, consumen grandes cantidades de oxígeno disuelto en el agua y los demás organismos mueren de asfixia y, segunda, producen ciertas toxinas que afectan al sistema nervioso y desquician la actividad de músculos y membranas. Aparentemente, esas mismas sustancias, arrastradas por el viento, provocan la decoloración y otras alteraciones en objetos metálicos, reacciones de irritación nasal y faríngea, accesos espasmódicos de tos, erupciones cutáneas y dificultades respiratorias entre quienes se encuentran cerca de los lugares afectados por el fenómeno. La mortandad de animales marinos no es tan grave como pudiera pensarse, ya que en su gran mayoría son individuos pequeños que en conjunto pesan unos cientos de toneladas y en muy pequeño porcentaje son de especies comerciales. La marea roja provoca perjuicios indirectos importantes, ya que obliga a suspender las labores pesqueras durante el tiempo que dura y también afecta al turismo, que disminuye por los animales muertos en las playas y las molestias físicas que les ocasiona el fenómeno. Como referencia histórica sobre las mareas rojas en las costas yucatecas, López de Cogolludo en su Historia de Yucatán relata que en 1648 «en la ciudad de Mérida algunos días, especialmente por las tardes cuando suele ventar la virazón de la mar, venía con tan mal olor que apenas se podía tolerar, y a todas partes penetraba. No se podía entender de qué procediese, hasta que viniendo navegando un navío de España, baró en una como montaña de pejes muertos, cercanos a la costa de la mar, cuya resaca los iba echando a tierra, de donde salía el mal olor que hasta la ciudad y aún más adelante se extendía».