Mirones, Francisco Militar. Durante el gobierno de Diego de Cárdenas, (1621-1628), para continuar con la labor evangelizadora emprendida por los franciscanos en la Península de Yucatán, marchó fray Diego Delgado hacia tierras del Sur, donde aún perduraba la idolatría. Llegó hasta Sacluum, y ahí logró que muchos indígenas que vivían en la selva se concentraran en el poblado y se convirtieran al catolicismo. Atraído por los beneficios que le podía dejar la concentración de los indígenas de esa región, el capitán español Francisco Mirones siguió los pasos del fraile, pero con fines militares. Solicitó y obtuvo licencia del gobernador de Yucatán, a reserva de la aprobación de la Corte. Con 50 hombres se trasladó a Sacluum, lo que obligó al padre Delgado a convivir con el militar, quien llegó a entorpecer su trabajo, pues de inmediato se dedicó a entablar negocios con los indígenas, basados en la explotación y el maltrato. Transcurrido un año, fray Diego Delgado aprovechó la ausencia del capitán Mirones para dirigirse con algunos guías hasta el pueblo de Tipú, próximo a las tierras del Petén Itzá, y que estaba bajo el control español. Consiguió permiso para pasar a la capital Itzá acompañado de 12 españoles que había mandado Mirones en pos de él. El grupo logró llegar a la capital Itzá donde el cacique Can Ek los acogió bien, pero a las pocas horas, intempestivamente, un grupo numeroso de indígenas armados los apresó y sacrificó a sus dioses. Corrieron igual suerte dos enviados más de Mirones, quienes habían ido en busca de noticias sobre el fraile y los soldados. Sólo escapó con vida un guía de los enviados, que regresó a Sacluum para dar las malas nuevas. Mirones se preparó para emprender la marcha en contra de los indígenas idólatras del Petén; pero el 2 de febrero de 1624, cuando escuchaba misa junto con sus soldados, oficiada por fray Juan Enríquez, fueron sorprendidos y maniatados por los indígenas, ya que en ese momento no portaban armas. Los nativos se apoderaron de las armas, cerraron las puertas de la iglesia y un sacerdote de nombre H-Kin Pol desenvainó una daga que llevaba al cinto, abrió el pecho del capitán Mirones y le arrancó el corazón. Igual suerte corrieron el padre Enríquez y todos los soldados. Un cacique de la región, Fernando Caamal, persiguió activamente a los responsables de la masacre y logró aprehender a muchos, entre ellos al líder H-Kin Pol, quienes fueron juzgados en Mérida. El sacerdote maya fue ahorcado en la Plaza Mayor de esta ciudad.