Matos de Coronado, Francisco Pablo (1697-1744) Obispo de Yucatán. Nació en la isla de la Gran Canaria, en el archipiélago del mismo nombre, capital de las Afortunadas, y murió en la Ciudad de México, capital de la Nueva España. Sus primeros estudios los realizó en el convento de Santo Domingo de La Gran Canaria. Más tarde fue enviado a Sevilla en cuya universidad estudió jurisprudencia, para posteriormente pasar a la de Salamanca, donde obtuvo el grado de doctor. Este célebre recinto de estudios superiores lo aceptó en su claustro como maestro de derecho y cánones. Se ordenó sacerdote en 1720, con dispensa de edad pues sólo contaba con 23 años. Por su sobresaliente personalidad, el rey Felipe V le otorgó una prebenda en la Catedral de las Canarias, donde tomó posesión en 1722. Rápidamente su carrera eclesiástica creció a través de prebendas, canonjías y dignidades, hasta llegar a ocupar los cargos más altos del cabildo, maestrescuelas y arcediano. Además, llegó a ser procurador en la Corte de Madrid, puesto administrativo de suma importancia dentro de la clerecía de ese entonces. También se distinguió por sus dotes literarias y como orador sagrado. Con la muerte del obispo Castorena y Urzúa, quedó vacante la Diócesis de Yucatán, por lo que el rey Felipe V nombró para sucederlo a Matos de Coronado, lo presentó al Papa Clemente XII en 1734 y éste le otorgó las bulas correspondientes el 9 de julio de ese año.
En la catedral del archipiélago donde nació, recibió la consagración, y el 16 de marzo de 1736 tomó posesión del Obispado de Yucatán por medio del deán Juan de Escobar y Llamas, poder que le confirió desde Campeche, donde para esas fechas ya se encontraba. En la misma flota en que vino a Yucatán, viajó también el nuevo gobernador y capitán general de la provincia de Yucatán, brigadier Manuel Salcedo, quien también venía a hacerse cargo de su responsabilidad, coincidentemente con el obispo Matos, ya que sus puestos quedaron vacantes casi al mismo tiempo al haber fallecido con un mes de diferencia sus antecesores: Castorena y Urzúa y Antonio de Figueroa. Carrillo y Ancona, en su libro El Obispado de Yucatán, describe a Matos de Coronado como un hombre «…de fisonomía nobilísima y hermosura franca y abierta, robusta y juvenil, de talle elevado y corpulento, color rosado vivo, ojos grandes, mirada perspicaz e insinuante, (de) risa ingenua y amable…» Su administración y gobierno fue pacífico, no hubo asomos de reyertas, ni problemas con la autoridad civil y militar de la provincia, ni con la Orden franciscana, como anteriormente había sucedido. Visitó toda la Diócesis y, según refiere Carrillo y Ancona, en la obra ya citada, gastó de su propio peculio, con el fin de socorrer a los necesitados. Favoreció al Colegio y Universidad de San Javier y San Pedro, sobre todo en el orden académico. Continuó, como su predecesor, poniendo en práctica las constituciones del sínodo diocesano, organizadas por Gómez de Parada. Como no podía predicarles a los indios en su propia lengua, ordenó se escribieran pláticas espirituales en lengua maya para facilitar la catequesis de los indígenas sin descuidar el interés por castellanizarlos. Durante sus jornadas pastorales, Matos pudo observar que muchas parroquias de los partidos de Oriente y del Sur no habían sido visitadas por 15, 20 y aun más años. Por ello, en 1736 tuvo que administrar el sacramento de la confirmación a miles de feligreses de estas zonas. Para esta labor, fue ayudado por el obispo de Trícali, fray Francisco de San Buenaventura Martínez de Tejada Díez de Velasco, auxiliar de Cuba, que para ese tiempo se encontraba en Yucatán. Este personaje, durante su estancia en la provincia, bendijo la campana mayor de la torre derecha de la Catedral. A solicitud del monarca Felipe V, el Papa Benedicto XIV aceptó a Matos de Coronado como obispo electo de la Diócesis de Valladolid, hoy Morelia, en 1741. Le fue enviada su bula el 10 de septiembre y dejó Mérida en 1741. Apenas a tres años de gobernar su nueva Diócesis, una dolencia lo hizo viajar a la Ciudad de México en busca de la salud perdida. Sin embargo, el mal recrudeció y falleció a los 47 años de edad.