Plantas medicinales 

Plantas medicinales  Al llegar los españoles a Yucatán en el siglo XVI, algunos cronistas, entre ellos Landa, Oviedo, Clavijero y Las Casas, mencionan lo relativo a plantas consideradas medicinales. A partir de 1560, indígenas alfabetizados produjeron escritos que en su conjunto se conocen como libros de Chilam Balam, entre ellos el de Ixil, con 60 recetas terapéuticas; el de Tekax, que dedica ocho páginas a aspectos médicos; los de Kaua, Teabo, Sotuta y otros, los cuales mencionan plantas curativas. Un importante escrito es el llamado Ritual de los Bacabes, que agrupa una colección de conjuros, plegarias y recetas mayas, que data probablemente de fines de ese siglo XVI, aunque solamente se conoce una copia de 1779, la cual se encuentra en la Universidad de Princenton, EUA.

El conocimiento empírico de la herbolaria autóctona fue lo que más llamó la atención de los españoles, quienes también aportaron plantas europeas que conocían, de éstas, unas no se aclimataban y las olvidaron, otras fueron cultivadas, como limón, manzanilla, malva y varias más, entre ellas las de mayor poder mágico: la albahaca y la ruda.

A fines del siglo XVIII aparecieron algunos folletos compilados por frailes u otras personas que reunían algunos aspectos médicos, preconizando procedimientos populares en boga y resaltando el empleo de la herbolaria autóctona; el más famoso fue uno llamado El libro del judío, 1775, firmado con el seudónimo de «Ricardo Ossado» y que sirvió luego de base a otros que aparecieron con el mismo rubro. En todos estos formularios se mencionaron varios centenares de especias y por esto se ha exagerado mucho este aspecto al aducir que eran muchas las plantas medicinales y que se tenía un profundo conocimiento de ellas, lo cual no es cierto. Un examen somero permite concluir que es rara la planta a la cual no se atribuya una propiedad medicinal; a una misma planta le atribuyen varias propiedades y a diferentes plantas le asignan la misma propiedad. Además, según declaran los yerbateros, al buscar las plantas influye el día —el viernes es el mejor y en domingo todas pueden recogerse, ya que es el día del sol—; la hora —de cinco de la mañana a las tres de la tarde, cuando mucho hasta las cinco—; la posición de la luna —la luna nueva es propicia—. Por otra parte se exige al paciente que tenga profunda fe en que con ella se curará. Como se ve, estos elementos son mágicos y sugestivos. La realidad es que ninguna ha sido estudiada y no hay base farmacológica ni clínica que avale su uso. Fue excepcional el caso del epazote, del cual en 1864 el químico yucateco Joaquín Dondé obtuvo la santonina y preparó una sal, el santonato de sodio, útil vermífugo o el del áloe, descubierto en Francia desde principios de siglo y que en décadas recientes se identificó en una planta local, la sábila.

El propio Dondé publicó en 1876 un folleto con 333 recetas a base de plantas. Unos años después el médico y botánico estadounidense Geo J. Gaumer, consideró buenas algunas y estableció en Izamal una pequeña industria para elaborar algunos productos. Benjamín Cuevas, botánico que ejercía la medicina en Ticul, publicó en 1913 un tratado sobre plantas medicinales y consignó también 333 recetas. En 1940, el doctor Narciso Souza Novelo, con amplios conocimientos sobre botánica, y jefe del laboratorio de investigaciones agrícolas de Henequeneros de Yucatán, publicó su Farmacopea maya, con 58 plantas y en 1943 su listado Plantas medicinales de Yucatán, en que menciona 76. Comenzó a estudiar la composición química de varias de ellas, pero le limitaron los recursos y no pudo continuar el estudio. En 1976 apareció la Nomenclatura etnobotánica maya, de Barrera Marín y Barrera Vásquez, en la que le atribuyen alguna acción medicinal a 302 especies. En 1969, Vadores editó su trabajo titulado: Las 119 plantas medicinales más conocidas en Yucatán. En 1971, el gobierno federal fundó en la Ciudad de México el Instituto Mexicano para el Estudio de las Plantas Medicinales; se formó un catálogo nacional de todas las plantas reportadas con propiedades presuntamente medicinales, que sumó más de 10,000 especies, y en sus bien montados laboratorios químicos comenzaron a efectuarse los exámenes farmacológicos; se estudiaron algunas plantas procedentes de Yucatán, sin encontrarse nada especial. En 1985, el Cinvestav de Mérida presentó un proyecto de investigación, el cual abarcaba tres años. En 1988, el Instituto de Cultura de Yucatán editó un Catálogo de prácticas curativas en la medicina tradicional yucateca, en el cual presenta 18 dolencias y su tratamiento con unas 60 plantas. En diciembre de 1991, se anunció la aparición de un Atlas de herbolaria maya, editado por el INI, así como la formación de un jardín botánico en Maxcanú por el INI y el Cinvestav. La publicación más reciente es la de Pulido y Serralta de 1993, que presentan la Lista anotada de las plantas medicinales en el estado de Quintana Roo, consignando 373 especies.

Aparte del uso de plantas por los curadores indígenas, hay que mencionar su venta libre al público, lo cual fue señalado por Bernal Díaz del Castillo al describir el mercado de Tlatelolco, lo cual seguramente se hacía (y se sigue haciendo) en muchísimos sitios. Esta práctica no fue consignada en las crónicas sobre Yucatán. Un aspecto importante es la comercialización en gran escala, que se inició hace medio siglo en Guadalajara y tuvo centros de distribución en la capital del país y varias ciudades. El de Mérida funcionó pocos meses, pues fue clausurado por el Departamento de Sanidad del Estado. Aunque el Código Sanitario y la Ley de Salud nacionales contienen disposiciones sobre medicamentos, las llamadas plantas medicinales no están involucradas en ello, pues se les considera productos no nocivos para la salud. En enero de 1993, la Universidad Autónoma Metropolitana publicó un estudio titulado Productos Naturistas en México, en el cual informa que los productos están fuera de control legal y no se sabe la identidad y calidad de sus componentes; tienen fórmulas exóticas basadas en lo milagroso de su acción y su riesgo nocivo no está en uso, sino en el tiempo qué se pierde para atender una afección. Según opinión de los curanderos, «no hay por qué mezclar la ciencia médica con el poder de las plantas, ya que éste es más fuerte y efectivo que la ciencia médica».