Pelota maya

Pelota maya  El deporte no fue ajeno a los pueblos prehispánicos y, si ya el hombre primitivo practicaba el culto del músculo como manifestación innata e imperativa para la subsistencia por la cual peleaba, luchaba, combatía, corría y nadaba, en este Continente, el pedestrismo y la pelota, sobre todo, tuvieron cierto carácter institucional. Sin embargo, en ambos había un principio de religiosidad y estas manifestaciones, especialmente el juego de pelota, alcanzaban un denominador común en su concepción semejante del mundo y de los dioses y llegó a practicarse en todo el ámbito mexicano, encontrándose también vestigios desde la Sierra Nevada hasta Puerto Rico, Santo Domingo, Centroamérica y Colombia.

Se han localizado canchas de juego, muy semejantes entre sí en esas regiones, en muchas ciudades aztecas y figuran en ellas conjuntos de símbolos solares.

En la altiplanicie su símbolo era el tlaxtli o tlachtli, término que procede, según los historiadores, de la palabra azteca tlala, que quiere decir arrojar. Pero quizá la más célebre de estas construcciones dedicadas al juego de pelota es el de Chichén Itzá, Yucatán. Los mayas llamaban a la pelota quio; era de extraordinaria dureza, fabricada con caucho macizo y con un peso aproximado de 3.5 kilogramos.

El Juego de Pelota de Chichén Itzá es una construcción de 165 m de largo por 50 de ancho, dos muros laterales y dos cabeceras que no se tocan en sus ángulos, dejando amplios espacios abiertos. En uno de los laterales se encuentra el palco real y a media altura de cada uno de ellos aparecen empotrados los aros en forma vertical, con un espesor de 23 centímetros y una circunferencia interior de 35 cm.

Ceremonia religiosa y juego. Se cree que la fantasía religiosa o la inventiva humana revistió este juego de múltiples representaciones: la pelota simbolizaba un astro, el sol o la luna, y el campo era el mundo.

Como valor cultural, este juego lo adquiere al momento de establecerse reglamentos y ese privilegio corresponde a los mayas aproximadamente en el año 200 d.C., cuando nacieron su sistema de cálculo, su cronología, su calendario y su escritura jeroglífica.

El historiador Krickeberg ha descrito el desarrollo de este juego ceremonial que representa el confuso mundo mitológico de los indígenas, imaginando el cielo como un campo de juego de pelota donde los dioses jugaban con las estrellas. Estas festividades se ofrendaban a ellos como petición de buenas cosechas. La mayor y más pomposa se celebraba en otoño. El emperador preparaba el ambiente haciendo repartir durante la primera semana comidas y bebidas. Se danzaba por la noches a la luz de las antorchas, se cantaba y el emperador alternaba con su pueblo.

El horrible ritual. Al décimo día —describe Krickberg— se efectuaba la ceremonia ritual: una mujer, adornada con plumas y piedras preciosas, simbolizando a la diosa del maíz floreciente, era conducida entre música de trombas y tambores hasta el Templo del Maíz, en cuyo centro se alzaba el altar. Aún pueden verse, incluso en Chichén Itzá, las piedras del sacrificio en forma de losa redonda. El oficiante recibía a la joven y consumaba la ceremonia con un cuchillo de sílex con empuñadura de oro.

Desarrollo del juego. El juego podía celebrarse enfrentándose dos jugadores individuales, por parejas, tercias o cuartas.

En la modalidad de equipos, los mejores jugadores se situaban adelante y los otros atrás. La pelota significaba un astro, el sol, la luna o bien, el movimiento de toda la bóveda celeste. Es posible que el paso de la pelota a través del aro, significara el ocaso.

El juego se iniciaba con ceremonioso desfile. El árbitro, después de bendecir la pelota, la arrojaba cuatro veces al campo con movimientos prescritos por el ritual.

La pelota podía impulsarse con la espalda, la cadera o los glúteos, por lo que los jugadores daban la espalda unos a otros. Si la pelota tocaba a un jugador del equipo contrario, la pared frontera, o pasaba por encima del muro, se ganaba un tanto. Éstos se marcaban con rayas que se anotaban con hierbas de diferente color, verde o negro. Si un jugador hacía pasar la pelota por el aro de piedra, ganaba el encuentro. Esto era lo más difícil y pocas veces ocurría.

Los jugadores tenían que realizar saltos «a cuatro patas» para impulsar la pelota con el cuerpo o se ayudaban con los brazos en el suelo para saltar, pero no podían impulsarla con la mano.

Equipo. El reglamento ritual de este deporte hacía las acciones violentas y los jugadores estaban expuestos a fortísimos golpes, pocas veces o nunca salían ilesos. Debido a ello, usaban un equipo especial que consistía en una defensa para la cabeza, con máscara de trenzado resistente para la cara; guantes en ambos puños, con defensas en los antebrazos; de una gruesa correa que daba varias vueltas por el torso, colgaba un cuero tafanario de piel de venado y, por último, unas fuertes rodilleras. Ocaso. Cuando los conquistadores españoles llegaron a estas tierras, les asombró la destreza con que los indígenas practicaban el juego de pelota y se dice que, en 1529, Hernán Cortés seleccionó a varios de los mejores jugadores y los llevó a España para que le dieran una exhibición a Carlos V. Pero la ola devastadora y posesiva de los conquistadores fue implacable, incluso con los rituales y prácticas deportivas; 400 años más tarde, las investigaciones de científicos y arqueólogos pudieron reconstruir este pasado con todos sus mensajes espirituales y culturales.