Pacheco, Vito Militar. Durante un tiempo fue contrabandista, para lo cual tenía un pailebote con el que realizaba viajes a Belice. Fue acusado de asesinar a un español llamado Graciano Carrau, en la Bahía de la Ascensión. Pasado ese incidente, se presentó ante Santiago Imán, el líder de la revolución federalista yucateca, para sumarse al movimiento que éste encabezaba. Después del triunfo de Imán en Valladolid, Pacheco fue ascendido a teniente coronel. Fue comisionado para viajar a Mérida y hacer que los pueblos del partido de Izamal se sumaran a la revolución de Imán. En 1846, Estados Unidos de América invadió México y la decisión del gobernador Miguel Barbachano de reunificar a Yucatán nuevamente con el resto de la nación, fue vista como muy precipitada, ante el riesgo de ser invadidos también por el país vecino. Con la ocupación de la isla del Carmen por las tropas estadounidenses, Barbachano y Santiago Méndez, enemigos políticos en constante pugna por controlar el poder en Yucatán, lanzaron diversas proclamas en defensa de la soberanía. En ese contexto, Vito Pacheco se declaró mendista y formó parte de las fuerzas militares partidarias de este político. Comandó secciones o guerrillas compuestas principalmente por indígenas, entre los que figuró uno de los más importantes caudillos de la Guerra de Castas, Cecilio Chí.
En enero de 1847, durante el gobierno de Méndez, Pacheco formó un batallón de indígenas en Yaxcabá y junto con Antonio Trujeque, jefe político subalterno de Peto, ayudó a la toma de Tekax y Peto; posteriormente marcharon sobre Valladolid acompañados de unos 3,000 soldados y asaltaron la ciudad. Nelson Reed, en su libro La Guerra de Castas de Yucatán, señala que las tropas de indios comandadas por Pacheco y Trujeque saquearon la ciudad, asesinaron a unos 85 civiles, violaron y torturaron a mujeres entre otros desmanes. Al regresar Barbachano al poder, Pacheco huyó a la costa oriental de la Península, donde se dedicó a la pesca y nuevamente al contrabando. A mediados de 1849, el coronel Cetina resistía en Bacalar el acoso permanente de los indígenas sublevados, y Pacheco había convertido su embarcación en guardacostas con una dotación de 25 hombres, aunque se rumoraba que mantenía el tráfico de armas con los mayas. Reed cuenta que en uno de los momentos más difíciles de la resistencia, el coronel Cetina lo mandó llamar a su fortaleza, «lo trató amablemente y después, a media comida, le anunció en tono amistoso que aquella sería su última comida en la tierra… porque lo iban a fusilar. El consejo de guerra y el sacerdote tardaron poco en cumplir su cometido».