Piratas en Yucatán Al mediar el siglo XVI, tripulaciones piratas formaron sus guaridas en la Laguna de Términos, desde donde recorrían las costas en busca de presas. Los primeros que llegaron a Campeche fueron dos barcos franceses que entre 1559 y 1560 se apoderaron del recién fundado puerto y lo saquearon. Sorprendido por un temporal, uno de los barcos tuvo que regresar para entregarse. El otro, sin embargo, llegó poco después y repitió el saqueo. El 17 de agosto de 1561, un grupo de piratas penetró en el puerto robando lo que encontró de valor; pero la población, repuesta de la sorpresa, logró no sólo repelerlos sino matar y capturar a varios y recuperar integralmente el botín. Diego Quijada y Luis de Céspedes, durante sus gobiernos, mandaron formar compañías para la defensa de las costas.
Desde entonces, los habitantes de Yucatán y en particular los del puerto de Campeche, vivirían con la constante preocupación de un asalto sorpresivo que pondría en peligro su vida y su hacienda. Tal fue el caso cuando en 1567 o principios de 1568, surcó frente a las costas de Yucatán la flota de John Hawkins en la que, desconocido todavía, venía el famoso Francis Drake. Aunque no se detuvieron, apresaron cerca del puerto un pequeño barco español cuyos tripulantes llevaron a Veracruz. Dedicados al pillaje, fueron sorprendidos y desbaratados por la flota en que llegaba el virrey Enríquez a México. Hawkins logró escapar con unos cuantos ingleses y se dirigió a Tampico donde abandonó a parte de sus compañeros. Sólo Drake logró salvar su barco y llegar a Inglaterra donde su fama empezó a crecer.
Poco después, en 1571, otro grupo de piratas franceses que recorrió las costas desde Venezuela apresando pequeñas naves, llegó al puerto de Sisal; no encontrando nada que robar, siguió su camino hasta Hunucmá donde saqueó la iglesia. Perseguidos, los asaltantes alcanzaron Cozumel donde el capitán Diego del Castrillo mató a varios y capturó a otros. Traídos a Mérida, cuatro de ellos fueron colgados y otros seis entregados a las galeras del rey. En 1586, la noticia de la toma de Santo Domingo por los ingleses sembró de nuevo la alarma en Yucatán y se volvieron a formar las compañías y a reforzar las vigías a lo largo de la costa… en vano. Al finalizar el siglo XVI, en 1597, Campeche sufrió un último amago. William Parker se había presentado frente al puerto; pero pareció alejarse. Confiados, los habitantes se retiraron a sus casas cuando a media noche fueron despertados por el griterío de los piratas que, con la complicidad de uno de los vecinos, Juan Venturate, se habían apoderado de la ciudad. Mientras recorrían las casas para apropiarse de lo que encontraban de valor, los campechanos se reorganizaron en el convento de San Francisco y contraatacaron. Repelidos, los piratas lograron abrirse paso hasta la playa y embarcarse, abandonando parte del botín, muertos y heridos.
Sabida la noticia en Mérida, se alistó una nave artillada que, al mando de Alonso de Vargas Machuca, zarpó de Caucel con rumbo a Campeche donde otra nave había sido armada. Persiguiendo a los piratas, lograron capturar una de sus naves trayéndola de regreso a Campeche con tripulación y botín. Parker, inútilmente, se mantuvo 17 días frente a Campeche con la esperanza de recobrar su barco.
Por algunos años no se volvió a sufrir un asalto en la ciudad, pero los españoles no descuidaron por eso las defensas. La vigilancia se reforzó en las costas: se levantó, por acuerdo de los ayuntamientos de Mérida, Campeche, Valladolid y Bacalar, una contribución anual de siete mil pesos sobre cacao, vino, aceite, naipes, ropa y otros insumos para sufragar los gastos. Las medidas resultaron apropiadas cuando, en 1632, varias urcas enemigas se acercaron al puerto y ante el despliegue de las defensas, determinaron alejarse después de algunos días. Pero al año siguiente, a pesar de las medidas preventivas, sobrevino el primer gran desastre para la ciudad. El holandés Cornelius Jol —apodado «Pie de Palo»— y su segundo, «Diego el Mulato», arrollaron las defensas con grandes pérdidas de vida por ambas partes y la saquearon casa por casa llevándose hasta el palo de tinte amontonado en la playa. Al acercarse las tropas enviadas desde Mérida, los asaltantes se alejaron con un importante botín. La noticia llegó a México y a la Corte de España, dictándose cédulas para equipar una armada de barlovento que cuidaría las costas de Yucatán. Sin embargo, la resistencia de los encomenderos para el pago de las contribuciones necesarias para el propósito, dilataron su realización a la vez que redujeron su eficacia, a pesar de la amenaza de un nuevo amago de Jackson en 1644. Pero no sólo grandes flotas como la de «Pie de Palo», la de Jackson y las siete urcas que atracaron frente a Sisal en 1636 y las 11 del año 1640 amenazaban las costas: grupos más pequeños asaltaban puertos menores, como el de Jacome y de Herrera que saquearon Dzizantún en 1562, amenazando Izamal. Poco después, «Diego el Mulato» saqueó Bacalar, robándose los objetos sagrados de la iglesia y las pocas pertenencias de sus pobladores. En 1648, otro corsario llamado Abraham saqueó Bacalar de nuevo, repitiendo el hecho poco después.
Durante el gobierno del conde de Peñalva, se armó una fragata para vigilar la Sonda de Campeche con resultados positivos. Es indudable que la carencia de medios y de recursos fue el principal obstáculo para la lucha contra la piratería ya que el coraje de los hombres, aunque necesario, no era suficiente. El siguiente ejemplo demuestra el valor de los hombres en esta lucha. En 1564, un grupo de pescadores del barrio de San Román fue sorprendido y capturado por una nave pirata. Como era costumbre, los prisioneros eran vendidos como esclavos a los cortadores de palos de tinte de Belice. Llegados a Dzilam, parte de la tripulación bajó a tierra para buscar provisiones y agua potable y los prisioneros, encabezados por Juan Canul, armados de cuchillos, mataron a ocho piratas, al capitán entre ellos y, dueños de la nave, regresaron a Campeche donde fueron recibidos con júbilo y honores.
La larga lista de asaltos prosiguió. En enero de 1661, la flotilla de Henry Morgan capturó en la bahía de Campeche dos naves mercantes cargadas de provisiones sin que nave armada alguna pudiera oponerse. Otro pirata, Juan Cruyés, desembarcó en Sisal en 1661 y quemó la vigía. Otro golpe, seco y sangriento, fue el de Mansvelt, perpetrado en febrero de 1663; llegando por el camino de Lerma, sorprendió a la guarnición del castillo de San Benito, en la playa frente a San Román. De inmediato procedió a demolerlo mientras los defensores se refugiaban en el castillo del Bonete. Durante el combate y el saqueo, los piratas mataron a sangre fría a una gran cantidad de vecinos.
Durante 1663, también fue capturado en tierra el pirata Bartolomé Portugués. Sabiendo la suerte que le esperaba, logró escapar y recorrer 40 millas por las playas hasta encontrar a un grupo de forajidos recién llegados de Jamaica. Con su ayuda, regresó a Campeche donde capturó una fragata y escapó; pero, cerca de la isla de Pinos, naufragó perdiéndose barco y botín.
En 1664, los piratas se internaron hasta Chicxulub e Ixil, que saquearon y quemaron, por lo que se ordenó que desde Telchac hasta Sisal se estableciera una vigilancia permanente con un sistema de fogatas que permitiera dar rápida alarma. En Campeche, mientras tanto, se volvía a levantar el castillo de San Benito.
Caso curioso fue el del corsario francés llamado Roberto Chevalier quien dedicó su vida a perseguir a los piratas ingleses. Saqueó en 1667 la isla de Tris, entonces en posesión de los ingleses y desapareció de los mares. Sin embargo, ese año, un tal Alberto Caballero se casa en Campeche con Inés Salgado dejando una numerosa familia. Más tarde, fue artillero del Castillo de San Benito de Mérida. Murió en octubre de 1716 y fue sepultado en la catedral de esta ciudad.
La continua amenaza de los saqueadores obligaba a tomar medidas drásticas que, por alguna razón, no se mantenían. El gobernador Francisco Fernando de Escobedo, desde 1670, armó fragatas para perseguir a los intrusos y pidió a la Corona se autorizara la constitución de una guarnición fija de 200 hombres. Sin embargo, en 1672, Laurent Graff, conocido como «Lorencillo», desembarcó en San Román y quemó dos naves en el astillero. Por alguna razón, no entró en la ciudad que para defenderse sólo disponía de «once mosquetes viejos, cuatro escopetas flamencas, cinco carabinas y veinticinco quintales de pólvora», además de las armas en poder de los encomenderos. Fue necesario que el virrey Mancera mandara 100 hombres, artillería para varios reductos, mosquetes y pólvora. Al mismo tiempo enviaba a Mateo Alonso Huidobro para que limpiara la costa de indeseables. Huidobro logró algunas presas; pero no pudo entrar en la Laguna de Términos por el bajo nivel de las aguas. Una de las figuras más impresionantes de la piratería y renombrado por su odio a los españoles, fue el francés Jean David Nau, conocido como «el Olonés». Habiendo naufragado después de un temporal en las costas de Campeche, fue perseguido por los españoles y logró salvarse escondiéndose entre los muertos. Disfrazado, llegó al puerto donde, con la complicidad de algunos esclavos, robó una nave con la que regresó a La Tortuga.
La falta de recursos defensivos y el desinterés del virreinato y de la corona española por proteger Campeche y la costa de Yucatán contra los continuos asaltos, hizo que, enterado de la carencia de defensas, el inglés Lewis Scott tomara la ciudad en 1678. El domingo 10 de julio, mientras los habitantes despertaban, los piratas tomaron silenciosamente el castillo y empezaron a saquear la ciudad casa por casa. Tres días duraron el pillaje y el horror. Al retirarse, además del botín, llevaban consigo cerca de 250 familias entre las que se encontraban más de 100 niños.
De nuevo se intercambiaron con el virreinato informes, justificaciones, acusaciones y solicitudes de ayuda. Fueron enviados 60 hombres para reforzar la guarnición.
Durante 1678, también Cook hizo una breve aparición en Campeche sin dejar huella de sangre. Pero el asalto más grave sufrido por este puerto fue el perpetrado por Laurent Graff y el caballero de Grammont. La ciudad fue totalmente saqueada, sus castillos destruidos, los barrios incendiados y sus archivos quemados. Los pueblos vecinos también fueron tomados, lamentándose numerosas muertes e incontables pérdidas. Los asaltantes tuvieron la intención de asaltar Mérida; pero fueron derrotados en Hampolol. A raíz de este agravio, el más grave de todos, muchos de los habitantes abandonaron el puerto y vinieron a radicar a Mérida. Las medidas tomadas desde México llegaban tarde como siempre. Aunque naves de la Armada de Barlovento persiguieron a los piratas y les hicieron algún daño, éstos escaparon y siguieron sus asaltos. En 1686, «Lorencillo» y Grammont desembarcaron en la Bahía de la Asunción, tomaron y saquearon Tihosuco y en su marcha hacia Valladolid, llegaron hacia Tixcacalcupul. La isla de Tris, temporalmente abandonada desde la expedición de Huidobro, fue de nuevo ocupada por los ingleses dedicados al corte de palo de tinte y utilizada como guarida. De nuevo en 1692, una armada enemiga se presentó frente a Campeche sin atreverse a atacar; pero causando gran alarma entre sus habitantes.
Desde su llegada a Yucatán, Juan José de la Bárcena reorganizó las fuerzas militares y concluyó el primer castillo (el de Santa Rosa) de lo que serían las murallas, así como algunos baluartes del recinto. Durante el gobierno de Martín de Urzúa, se prosigue la construcción de las defensas de Campeche que se concluyen durante la administración de Álvaro de Rivaguda. Al contar ya con el apoyo del virrey y de la Corona, Rivaguda organizó en 1704 una expedición a la isla de Tris que permitió la captura de más de 100 ingleses, así como de todas sus instalaciones; sin embargo, no se pudo mantener la presencia española en la isla, lo que permitió su reocupación por los ingleses.
El astuto Barbillas atacó, en 1708, el pueblecito de Lerma causando gran alarma en Campeche; pero logró un golpe maestro al apresar la nave en la que el nuevo gobernador Fernando Meneses llegaba a la Península. El Ayuntamiento de Campeche tuvo que pagar los 14 000 pesos convenidos por el rescate del gobernador y su familia.
En 1709, volvieron las flotillas a merodear frente a las costas. En 1710, el pequeño puerto de Santa Clara y el de Dzilam fueron saqueados y quemados por piratas posiblemente encabezados por el mismo Barbillas y, en 1710, volvieron frente a Sisal.
Pero todas las medidas de defensa resultaban inútiles mientras los ingleses conservaran su guarida en la isla de Tris. Fue entonces cuando en 1716, se tomó la decisión de ocuparla definitivamente. Se armó una flota y con ayuda de la tropa se invadió la isla capturando por sorpresa a todos aquellos que ahí se encontraban, así como un copioso botín. Pero, a diferencia de la vez anterior, se dejó en la isla una fuerte guarnición que se atrincheró en espera del contraataque que se realizó en julio de 1717. Los 335 piratas estuvieron a punto de expulsar a la guarnición; pero su comandante Alonso Felipe de Andrade logró repeler y desbaratar por completo a los asaltantes. En recuerdo de esta victoria, alcanzada el 16 de julio, día de Nuestra Señora del Carmen, se le dio a la villa el nombre de villa del Carmen. Para desquitarse, los ingleses incendiaron, cerca Cabo Catoche, el pueblo de Homhom que nunca más fue reconstruido.
La presencia de piratas se reduce progresivamente, aunque no desaparece del todo. En 1722 saquean Telchac y no encontrando resistencia, avanzan hasta Sinanché. Ese año, dos barcos holandeses atracaron en Sisal so pretexto de haber sido empujados al Golfo por el mal tiempo. El gobernador les prohibió permanecer en el puerto. Asimismo, un barco inglés cargado de palo de tinte, fue detenido entre Cabo Catoche y Cozumel y traído a Campeche, animando a los campechanos a organizar un ataque a los ingleses arraigados en el río Walix. El capitán Esteban de la Barca logró capturar una fragata de 24 cañones con 36 ingleses a bordo. En 1724, el gobernador Cortaire organizó una nueva partida al mando del mismo capitán de la Barca y después de incendiar instalaciones, hundir barcos y apresar naves, se regresó a Campeche. De inmediato, se empezó a gestionar ante el virrey la reconquista de Belice que en parte llevó a cabo el mariscal Antonio de Figueroa y Silva en 1733, pero que no recibió de la Corona española el apoyo que se requería, permitiendo a los ingleses armarse y fortificarse. Todavía el gobernador Juan Fernández de Sabariego organizó una vigilancia armada de la costa y capturó barcos y prisioneros en 1734.
Al declararse la guerra entre España e Inglaterra, la flota inglesa al mando del almirante Vernon entró al Golfo poniendo en alarma a toda la provincia entre 1738 y 1739. La flota inglesa; sin embargo, abandonó el Golfo con rumbo a Cartagena, pero un pirata atacó y quemó la vigía de Xtacalhó y varios ranchos vecinos y apresó algunos barcos del comercio local. Otros dos barcos ingleses apresaron, a vista del puerto, una nave venida de Veracruz y la llevaron a Jamaica. Todavía en 1751, hubo presencia filibustera en Telchac y en 1753 fueron apresados varios en la bahía de la Asunción y 11 colgados en la plaza de Santiago de Mérida.
La piratería a gran escala había terminado; sin embargo, el teniente de rey de Campeche, José Álvarez, concluyó la construcción de la muralla con una gran fiesta.
Una última acción exitosa contra los ingleses establecidos en el territorio de Belice se llevó a Cabo en 1779-1780, durante el gobierno de Rivas Betancourt; sin embargo, por no poder poblar este territorio se le abandonó de nuevo. Los ingleses, a raíz del Tratado de 1783, modificado en 1786, se quedaban con Belice. La campaña llevada a cabo por O’Neill en 1798, resultó un fracaso que de este modo confirmó la posesión inglesa de dicho territorio.
En 1800, Benito Pérez Valdelomar, nombrado gobernador de Yucatán, se dirigió a la Península desde La Habana y su barco fue apresado por el corsario inglés Moore. Sin embargo, éste lo desembarcó en la costa y se retira. De nuevo España e Inglaterra iniciaron las hostilidades en 1804 y John Bligh capturó varios barcos comerciales de Campeche, sin que la artillería del puerto, de poco alcance, pudiera defenderlos. Isla Mujeres había caído en manos de los piratas y Pérez Valdelomar mandó a Juan Bautista Gual a reconquistar la isla, cumpliéndose exitosamente la misión. Sin embargo, la verdadera piratería había terminado y sólo durante los años de la insurgencia americana contra España, se dieron todavía algunos casos de apresamiento de buques; pero ya ninguno de asalto a los puertos.
Las difíciles condiciones en que las leyes colocaban al comercio y el alto porcentaje de las alcabalas, volvían sumamente caros los productos de importación que tanto requería Yucatán, dando pábulo al contrabando que pronto alcanzó proporciones alarmantes. En un informe de la época, se estimaba que el contrabando equivalía al comercio legítimo de Yucatán.
Pronto fueron tomadas medidas para impedir estas acciones; destacamentos fueron ubicados en lugares considerados estratégicos, como Yalajau (Yalahau) o Nueva Málaga, donde se atribuyen muchas de las actividades de contrabandistas célebres, como los hermanos Lafitte con los que Molas estaba aparentemente asociado. Del mismo tipo fue el último de los famosos contrabandistas Fermín Mundaca, quien desde Isla Mujeres organizó una próspera empresa en asociación con los comerciantes de Belice, Jamaica y Cuba.