Palmerín Pavía, Ricardo Bernabé (1887-1944) Compositor de singular inspiración, que dejó hondísima huella en la canción romántica de América. Nació el 3 de abril de 1887, en la ciudad sureña de Tekax, Yucatán, y falleció en la Ciudad de México, en donde se estableció con su familia en 1927, antes de cumplir los 57 años de edad, el 30 de enero de 1944. Ricardo fue el octavo hijo del matrimonio formado por Bernabé Palmerín Hernández y Felipa Pavía Herrera, originaria también de Tekax, en tanto que Bernabé era de Puruándiro, Michoacán. Algunos de sus biógrafos señalan que Bernabé cambió el orden de sus apellidos, pues el de su padre, abuelo de Ricardo, era Hernández. Su padre fue militar, capitán de Infantería del Ejército Nacional y formaba parte del Batallón Ligero de Yucatán, revistado del Sur, destacado en el mismo Tekax, al cual sirvió como pagador, y se integró a la Banda de Música de éste. Fue el propio Bernabé quien inició a su hijo Ricardo, como también a sus demás hijos, en el aprendizaje de los instrumentos musicales; a Ricardo en la guitarra, de la cual llegó a ser un extraordinario ejecutante. Cuando contaba 10 años de edad, sus padres se trasladaron a Mérida, en donde al continuar los pasos y el ejemplo de los compositores que le precedieron: «Chan Cil», «H’Uay Cuc», «Hoil» Tamayo Marín y Amílcar Cetina, logró desde sus primeras composiciones un lugar preponderante en la música romántica de Yucatán, a la cual aportó especialmente danzas y bambucos, verdaderamente magistrales. Cabe apuntar que aunque esos bambucos surgidos de la inspiración de Palmerín tuvieron la influencia de los compositores colombianos, éste logró imprimir a los propios, con singular dominio del género, particulares matices que dieron al bambuco yucateco carta de naturaleza y lo hicieron diferenciarse de sus modelos, hasta lograr su identificación como canción representativa de Yucatán. Los bambucos de Palmerín, como es bien sabido, a través de sus numerosas grabaciones, en la voz y en la guitarra de este autor y de sus acompañantes, primero, y después en las voces y guitarras de los mejores tríos de México y de otros países, llevaron el mensaje de la poesía y de las melodías características de la entidad a todas partes de América Latina.
En las primeras canciones de Palmerín, las cuales anteceden a sus bambucos, se manifiesta una fuerte influencia de la canción europea, del lied, y son de un corte madrigalesco. De esos tiempos, es la canción musicalizada por él, con versos del poeta Lord Byron, titulada: Hay una virgen de alma cariñosa, dada a conocer por el compositor hacia 1914. Con una exquisita sensibilidad, siempre escogió para su melodía los inspirados versos de poetas de reconocida calidad literaria, tanto yucatecos como de otras entidades; entre estos últimos se puede citar, muy especialmente, a Julio Flores, Lázaro Sánchez Pinto, con quien logró el precioso bambuco, muy cantado en todos los tiempos, El rosal enfermo, destacando también entre los preferidos de Palmerín los poetas españoles Antonio Machado y Mariano de las Cuevas García. Con versos de este último compuso la hermosísima canción titulada Serenata romántica. Y con versos de Antonio Machado, uno de los príncipes de la poesía española, hizo Palmerín la canción Claveles, otro bambuco de exquisita factura. Entre los poetas yucatecos, Palmerín contó con la colaboración valiosísima de los mejores, entre ellos Luis Rosado Vega, José Peón del Valle, José Esquivel Pren, Augusto Ruz Espadas, Ricardo Mimenza Castillo, Alfredo Aguilar Alfaro, Ermilo Alfonso Padrón López, Raúl Sobrino Campos y los hermanos Roberto y Ramón Sarlat Corrales. Otros poetas de la República Mexicana que Palmerín eligió para bordar sus melodías fueron: Amado Nervo, Genaro Vázquez, José Arvide y Samuel Ruiz Cabañas, este último periodista e inspirado aedo, que escribía para El Universal, diario de la Ciudad de México. Palmerín escribió sus canciones en todos lo ritmos, pero su preferencia y sus mejores éxitos fueron, sin duda, el bambuco y la danza, y en tanto que de él sólo conocemos un bolero: En el fuego de tus ojos; sus bambucos y sus danzas fueron numerosos. Entre sus canciones más cantadas y de las que se hicieron varias grabaciones cabe mencionar: El rosal enfermo, con versos de Lázaro Sánchez Pinto; Novia envidiada, con versos de Roberto Sarlat Corrales; Flores aladas, con versos de Ramón Sarlat Corrales; Las dos rosas, Mi novia y Cuando ya no quieras, con versos de José Esquivel Pren, la segunda de ellas conocida con el nombre de Que entierren mi cuerpo, que es el primer verso del poema; Rosalinda y Las turbias olas, con versos de Ermilo «Chispas» Padrón López; Mi tierra, Flores, Flores de mayo, El crucifijo, Peregrina y Las golondrinas, con versos de Luis Rosado Vega; Languidece una estrellita, con versos de Ricardo López Méndez; Dos azules mariposas, con versos de Aurelio Velázquez; Paloma, con letra de Ricardo Río Herrera, Cobarde, con versos de José Díaz Bolio, y Voluble mariposa, con versos de Samuel Ruiz Cabañas. De esta canción se afirma que fue la última musicalizada por Palmerín.
Fue Rosado Vega el poeta por quien Palmerín tuvo singular predilección y con él hizo una bellísima canción: Peregrina, que inmortalizó la relación romántica surgida entre Felipe Carrillo Puerto, gobernador socialista del estado de Yucatán, y la periodista estadounidense María Alma Sullivan, más conocida como Alma Reed, quien visitó Yucatán en 1923, fue cautivada por la personalidad de Carrillo Puerto, y lo acompañó en sus giras de orientación política por las distintas poblaciones de Yucatán. Hay otra canción de Palmerín y Rosado Vega, que aunque poco difundida es modelo en su género y está inspirada en un ave canora: el ruiseñor yucateco, en maya Xcocolché. El tema y la melodía son verdaderamente conmovedores. Esta canción singularísima en su letra y cautivadora en su melodía, fue escrita posiblemente en 1920 o en 1921 y aparece publicada en la revista Lux, junto con otra de sus mismos autores, la titulada Flores de mayo, en 1922, según informa el investigador David Arellano Marfiles en su cancionero Daremar, septiembre de 1988. Lamentablemente, cuando los trovadores yucatecos la dieron a conocer y la grabaron lo hicieron con otro nombre, totalmente impropio, el de Xcolonté, que es el nombre maya del pájaro carpintero, que como todos sabemos no es ave canora. En las postrimerías de la tercera década del siglo XX, Palmerín trasladó su residencia a la Ciudad de México donde formó varios grupos con los mejores trovadores yucatecos ahí radicados y difundió ampliamente sus mejores canciones, grabando varios discos con éstos. En esa ciudad, Palmerín falleció el 30 de enero de 1944 y el día de su sepelio, en el Panteón Español de Tacuba, el poeta Ricardo López Méndez, «El Vate», como fue llamado cariñosamente por sus amigos, pronunció su sentida Oración a Ricardo Palmerín.
Para honrar la memoria del compositor Ricardo Palmerín Pavía y mantener vivo su recuerdo a través del tiempo, un grupo de admiradores suyos, integrado por destacados profesionistas y artistas de Mérida, encabezado por Próspero Martínez Carrillo, por Carlos Montes de Oca, y por los poetas Alfredo Aguilar Alfaro y Roberto Sarlat Corrales, fundó el 31 de octubre de 1949 en esta propia ciudad la Sociedad Artística Ricardo Palmerín. Esta sociedad algunos años después pudo realizar uno de sus más caros proyectos: la edificación, en el Cementerio General de Mérida, muy cerca del Monumento a los Socialistas Ilustres, del Monumento a los Creadores de la Canción Yucateca, y al pie de la figura central de este último, el cual simboliza la canción yucateca, se encuentran los osarios de Ricardo Palmerín Pavía, «Guty» Cárdenas y «Pepe» Domínguez, los tres grandes valores de la canción y de la trova yucateca. A partir de 1987, en lugar destacado del parque de Santa Lucía, llamado oficialmente Parque Colonial Los Héroes, donde jueves a jueves se escenifican las serenatas yucatecas, se encuentra el busto de Ricardo Palmerín Pavía, junto a los de «Guty» Cárdenas, «Pepe» Domínguez y «Chan Cil».