Padilla y Estrada, José Ignacio (1696-1760) Obispo de Yucatán. Nació en la Ciudad de México y falleció en Mérida, Yucatán. Hijo de Juan Ildefonso de Padilla y de Micaela Gregoria de Estrada, marqueses de Guardiola. Crescencio Carrillo y Ancona, en su libro El Obispado de Yucatán, señala que muy joven abandonó todas las comodidades que su familia podía ofrecerle para vestir el hábito de monje en el convento máximo de la Orden de San Agustín. Posteriormente se graduó de doctor teólogo en la Real y Pontificia Universidad. Obtuvo las cátedras de filosofía y teología en el Colegio de San Pablo, donde llegó a ser rector y regente de estudios y se ordenó sacerdote en 1720. Fue secretario de provincia de San Agustín, visitador de los conventos de La Habana y Guadalajara y condecorado, en su Orden, con el grado de maestro de número.
Fue conocido como el «Padre Padilla». De acuerdo con Carrillo y Ancona, fue perseguido y apresado por miembros de su propia Orden, debido a sus altos conocimientos y a su prestigio. En consecuencia decidió ir a Roma para presentar su queja, pero fue detenido en el puerto de Campeche por el cura vicario Manuel de Nájera y devuelto a la Ciudad de México, donde finalmente fue absuelto. Al poco tiempo, fue electo procurador general de las Cortes de Madrid y de Roma. Su desempeño le mereció distinciones y honores tanto del rey Fernando VI y del pontífice Benedicto XIV. Aquel monarca lo presentó en 1749 ante el Papa, para la iglesia metropolitana de Santo Domingo de la Isla Española Primada de las Indias y en la propia Corte de Madrid fue consagrado arzobispo, en la iglesia de San Isidro el Real; en 1750 tomó posesión de su arquidiócesis donde tuvo una destacada labor. Después fue promovido por el rey para Guatemala; pero el prelado Padilla le solicitó la vacante del Obispado de Yucatán, la que ocupó en 1753. A finales de ese año confirió poder al deán José Martínez para que éste recibiera del Capítulo-Catedral la delegación para gobernar la mitra mientras llegaban las bulas, lo que sucedió casi un año después, en septiembre de 1754. Las obras realizadas durante su gestión al mando de la arquidiócesis fueron: acabar y perfeccionar el Seminario Conciliar, fundar el vicerrectorado y 12 becas, dotar de una cátedra de latinidad, restablecer y mejorar las de filosofía, teología, retórica, música y canto. Recorrió todos los ámbitos de la extensa diócesis.
Durante su primera visita pastoral observó los abusos cometidos contra los indios bajo el amparo de la Bula de la Cruzada, pues se les obligaba a pagar mayores limosnas en condiciones de extrema miseria. Ante las denuncias, practicó informaciones jurídicas y los testimonios correspondientes los giró al capitán general de la provincia para que resolviera la situación. Al mismo tiempo, despachó un edicto a los curas del Obispado en el cual declaraba libres a los indios para dar limosnas voluntarias en moneda o en especie, sin que los colectores de la cruzada tuvieran facultades para fijarlas arbitrariamente. El deán José Martínez desconoció la autoridad del obispo sobre este asunto, ya que él era el comisario apostólico de la Santa Cruzada y elevó su queja ante el virrey de la Nueva España solicitando se suspendiera el edicto episcopal bajo el argumento de que el obispo estaba obligando a pagar las limosnas en numerario. El virrey fue sorprendido con tal denuncia y dio instrucciones para suspender y recoger el edicto. Padilla y Estrada escribió al rey dos cartas, una en 1757 y otra en 1758, exponiéndole el problema, por lo que el monarca resolvió en favor del obispo en un real despacho fechado el 22 de febrero de 1759.
En su gestión también enfrentó serias dificultades con el clero regular, ya que se oponía a que le quitaran la administración de los curatos, lo que llevó a que el obispo tuviera que usar la fuerza armada proporcionada por el gobernador de la provincia. Gradualmente, los frailes franciscanos perdieron las parroquias de Temax, Bécal, Motul, San Francisco extramuros de Campeche y algunas otras. Donde hubo mayor oposición fue en el gran curato adjunto al convento mayor de San Francisco, en Mérida, donde los frailes se negaron abiertamente a cederlo en 1754, rebelándose contra la autoridad del obispo, por lo que éste hizo uso de la fuerza pública. Por la rispidez de las relaciones con el clero regular, no pudo visitar por largo tiempo los curatos en manos de los frailes, lo que le valió que el rey le llamara la atención en una Real Cédula de 5 de septiembre de 1760, aunque la cédula llegó cuando el obispo ya había muerto. En 1755, visitó Valladolid y descubrió la existencia de fábricas de aguardiente. Se opuso a que se establecieran cañaverales destinados a producir aguardiente, porque fomentaba el alcoholismo entre los indios. A lo largo de su gestión, ordenó a 90 presbíteros, de los cuales 18 eran franciscanos y el resto del clero secular. Mandó reparar iglesias y colocar ornamentos; en más de 20 pueblos hizo edificar iglesias de mampostería. Ordenó remozar la iglesia Catedral, así como reponer el retablo, el cual se terminó en 1762, dos años después del fallecimiento del padre Padilla, y para ello dejó 19,000 pesos. También dotó a la Catedral con varias alhajas y magníficos ornamentos para las festividades de primera clase, y una custodia de oro con piedras preciosas y perlas finas. A la iglesia de El Jesús le otorgó una custodia de plata sobredorada y otra a la parroquia mayor de Campeche. Existen varios retratos de este religioso, dos de ellos se encuentran en el Seminario Conciliar. Falleció el 20 de julio de 1760 y fue sepultado en la iglesia del monasterio de Las Monjas Concepcionistas.