Teatro regional

Teatro regional  Con el nombre de Teatro Regional Yucateco, se conoce una forma escénica compuesta de temas y sucesos relacionados con las formas y modalidades de vida, así como las costumbres de los habitantes y del ambiente peculiar de la Península de Yucatán.

Las raíces del teatro regional se remontan a la época prehispánica y se conservaron en las ceremonias tradicionales de los indígenas de la época colonial, como el baile del Kub Pol, vestigio de una antigua fiesta maya en donde se ofrendaba una cabeza de jabalí (o de cochino) al altar de la Santa Cruz, celebrada en los tres primeros días de mayo. Los dos primeros días se dedicaban al juch’ arepa y al pib y el tercer día se cantaba, rezaba y bailaba, terminándose con un baile popular: la vaquería, en donde no se tocaba otra música que no fuera la jarana. A medio baile alguien gritaba «bomba» y el bailador se obligaba a echar un piropo en verso a su pareja.

Entre pieza y pieza, hacía su aparición el Chic o actor cómico acompañado de su mujer y deleitaba al público con diálogos jocosos acerca de lo sucedido en el pueblo o hacía reír a la concurrencia a expensas de los bailadores. En la actualidad, el chic ha desaparecido y las «bombas» no tienen ya un carácter poético ni se improvisan.

En su libro Relación de las cosas de Yucatán, Diego de Landa relata que los indígenas se divertían en ocasiones haciendo diálogos callejeros a expensas de los españoles.

En la formación del teatro regional también contribuyeron las diversiones carnavalescas del siglo XIX, particularmente las comparsas jocosas de los Xtoles, las Jicaritas, los Huarandungos, las cuales además de cantar y bailar, ofrecían diálogos y críticas graciosas ante la concurrencia. Los personajes que intervenían representaban a personas con gente de la época como el uinic, el mayo-col, el indio y el amo. Integraban esta comparsa gente humilde, como los artesanos, barberos, carpinteros y albañiles.

Las pastorelas, que se representaban en casas de familias acomodadas, también dieron su parte a la génesis del teatro regional, sólo que los pastores se sustituyeron por milperos y elementos mestizos; el tema fundamental siguió con la adoración del niño Jesús. A las pastorelas debemos la creación de las primeras compañías juveniles de arte, que primero cultivaron el género de la zarzuela y la comedia y después el arte dramático.

Un impulso decisivo para el establecimiento del teatro regional fue la contribución literaria de escritores costumbristas como Marcos Chimay y Eusebio Falcón con sus cuentos; Eligio Ancona y Delio Moreno Cantón con sus novelas; los hermanos Augusto, Julio Río y López Evia, con sus artículos en el semanario La Campana; los costumbristas que escribieron en Pimienta y Mostaza, y «Chan Cil» y sus canciones populares que criticaban, sin ofender y graciosamente, los acontecimientos de la época hacia 1900.

La época decisiva para el teatro regional comienza en 1919, con Pepe Talavera, el primero en organizar compañías de teatro que hicieron giras por el resto del estado y representaron con gran éxito pequeñas obras donde los actores vestían, hablaban y trabajaban igual que los espectadores y sus familiares. Pepe Talavera y su troupe hacían reír a su auditorio con base en los problemas que iban percibiendo en la vida de las comunidades que visitaban, refiriéndose también a los sucesos políticos escenificados en forma de comedia.

En 1919 y después de triunfar en el resto del estado, Talavera presentó una exitosa temporada en el Teatro Olimpia de Mérida que marcó el triunfo del Teatro Regional Yucateco en el gusto del público. Dentro del grupo de pioneros se consolidaron: Héctor Herrera, Luisa Torregosa, Andrés Urcelay y Bertila Sosa, entre otros. El gusto por el teatro regional, sin embargo, comenzó a ser sustituido a partir de los 20 por el cine, lo que ocasionó que los espectadores se alejaran un poco de este entretenimiento algún tiempo.

En la década de los 40, surge como una derivación directa del teatro regional iniciado por Pepe Talavera, piezas de tipo revisteril compuestas a base de folclorismos, musicalidad y derroche de luminotecnia, que tuvieron muy buena acogida del público, pero debido a su elevado costo de producción no alcanzaron larga vida. Ejemplo de estas revistas del teatro regional son: Hipiles y rebozos, Oro y sosquil, El rosario de filigrana, con textos de Ildefonso Gómez y música de Rubén Darío Herrera; La familia Chulim, escrita por el profesor Aristeo Vázquez Delgado fue de esta época y llegó a ser puesta en escena en la Ciudad de México. Su grupo de actores estaba encabezado por el cómico Daniel «Chino» Herrera. De gratos recuerdos y de esta época son también las obras: Mérida de mis recuerdos, del maestro Vázquez Delgado; El alma de mi raza, de Brito Núñez; La duquesa de Kanasín, de Alonso Rejón Montalvo y Raimundo Núñez; En tiempos de don Olegario, de Fernando Mediz Bolio.

También se compusieron en esta época, obras costumbristas basadas en la historia y las leyendas mayas como: Kinchí, y La Xtabay, de Gustavo Río Escalante; La que salió al camino; Venados y hombres; y Extranjeros en el mundo, de Leopoldo Peniche Vallado.

Actualmente funciona en Mérida un teatro construido por los descendientes de Héctor Herrera, uno de los precursores del Teatro Regional Yucateco. Allí prácticamente todas las noches, los Herrera ofrecen variedades artísticas y musicales ambientadas con estampas del costumbrismo regional, en donde destacan sobre todo la gracia y simpatía de sus intérpretes, quienes hacen derroche de sus facultades histriónicas en cada presentación.

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