Tauromaquia

Tauromaquia  La historia taurina de Hispanoamérica se inició en México. Fue Hernán Cortés, que practicaba en España la lidia ecuestre de toros bravos, quien hizo posible la cría de reses bravas en el valle de Toluca y encargó a su primo Juan Gutiérrez de Altamirano que recabara la autorización de Carlos V y que trajera a la Nueva España doce pares de reses bravas de Navarra, que fueron alojadas en la hacienda Atenco en el año de 1525. Los registros históricos señalan que, el 24 de junio de 1526, posiblemente con alguno de estos bovinos importados de la Madre Patria, se celebró la primera corrida de toros, apenas cinco años después de la conquista de la Gran Tenochtitlán y con motivo del regreso de Cortés, quien en este festejo demostró sus magníficas dotes como lidiador a caballo. El primer relato de festejos taurinos en Yucatán lo encontramos en una crónica de John L. Stephens de 1840, en su segundo viaje a Yucatán, donde relata dos corridas celebradas el mismo día en el barrio de San Cristóbal y describe el tablado donde se celebraban los festejos, los espectadores y el espectáculo, muy semejante a los que aún se celebran en Yucatán, con la diferencia de que en aquel entonces a los toros se les daba muerte con lanzas y desde un caballo. El célebre historiador yucateco Eligio Ancona, escribió: «Las diversiones, los espectáculos y las reuniones públicas resentían la educación que recibían de los colonos y no tenían más que dos objetivos: el rey y la religión. Cuando subía nuevo monarca al trono, o le nacía un hijo, o se casaba un príncipe de la sangre, se celebraban las fiestas reales: las campanas al vuelo, cohetes al aire, las fuerzas se reunían para mostrarse en sus mejores galas, pero entre estas fiestas, así como en las religiosas, ocupaban un lugar prominente, las máscaras y la fiesta de los toros.»

El sacrificio de los toros, la comunicación musical y la cultura maya es un libro escrito por el investigador e historiador Max Jardow Peterson, en el que escribe: «La corrida en Yucatán es más que una diversión y más que un teatro grotesco y sangriento: cada eslabón tiene significado religioso, que mezcla elementos precolombinos con católicos; simbolizan una serie de ceremonias rituales que, para el maya, son tan necesarios para la sobrevivencia, como la comida cotidiana.»

Algunos símbolos taurinos religiosos de las corridas en los pueblos de Yucatán, se harán notar a continuación:

El ruedo circular representa una imagen del universo maya, con sus cinco puntos cardinales. Los cuatro puntos horizontales, los traza el H’men —sacerdote maya conocedor de todas las tradiciones y ritos de su raza— estando el primer punto orientado hacia la iglesia del poblado. En el centro del ruedo se siembra una ceiba, con características especiales: cuatro ramas en forma de cruz correspondiendo sus direcciones a los cuatro puntos cardinales del universo maya. El toro trae consigo los vientos malos cuando entran al pueblo y los toreros compiten más bien contra los vientos malos que contra el toro mismo, que se convierte así en un animal sobrenatural. La ceiba protege a los toreros y a los vaqueros en el ruedo contra los vientos malos, pero la ceiba también tiene a un demonio en forma de mujer de cabellos en forma de serpientes, que atrae a los borrachos; ninguna mujer debe estar presente cuando se hacen estos preparativos, pues podría dañar el contacto con los vientos y volver el ruedo un lugar peligroso. El punto donde está sembrada la ceiba, en el momento de la corrida, es el centro del universo y ahí se ata a los toros para su sacrificio. Con la muerte del toro se rompen los poderes de los vientos maléficos combatidos por los toreros y vaqueros.

La fiesta de toros es una muestra de que la mezcla de razas española e india, no conjunta únicamente caracteres anatómicos y fisiológicos, sino también culturales. En muchas poblaciones de Yucatán se conservan aún algunas de estas costumbres de mezcla de culturas, pero en las ciudades el espectáculo es como el ofrecido en España, circunstancia que obligó a personas aficionadas al arte taurino a invertir tanto en la construcción de plazas de toros como en la fundación de ganaderías de reses bravas.

Este fue el caso de Yucatán, con las ganaderías de Sinkeuel y Palomeque y la Plaza de Toros Mérida, que debieron su calidad y categoría a los señores Rafael Peón Loza y Fernando Palomeque Pérez de Hermida, los padres de la fiesta brava en Yucatán.

En 1783, Roberto Rivas Betancourt, gobernador y capitán general de la Península de Yucatán, autorizó al sacerdote Manuel José González, párroco del Sagrario Metropolitano de Mérida, a poblar con ganado la Hacienda Chunchucmil, en el municipio de Maxcanú, que pasó a propiedad de Simón Peón en 1842 y, desde entonces, el hierro de la ganadería está formado por una S y una P y se llamó Sinkeuel. En 1891, siendo ya la hacienda propiedad de Rafael Peón Loza, hijo de don Simón, fue encastada la sangre criolla con un lote de cinco sementales y cuarenta vacas españolas de la ganadería de Murube y se puso al frente de la cruza con el ganado criollo al mayor andaluz don Antonio Pedroza, quien imprimió carácter a los toros que luego se hicieron famosos y que, hasta nuestros días, siguen lidiando con brillantes en manos de Juan Castillo González, hijo de don Juan Castillo Castillo, a quien el señor Pedroza comunicó los secretos de la crianza del ganado de lidia. En 1988 un toro de esta vacada, «Playero», fue indultado por David Silveti.

La otra ganadería brava que ha sido orgullo de Yucatán, que se encontraba en la hacienda Orizaba, en el municipio de Tenabo, Campeche, fue la de Palomeque, creada y conservada con sangre pura de Parladé y fundada por Fernando Palomeque Pérez con el apoyo de su hermano Antonio, quienes en 1925 trajeron de Andalucía veintiséis vacas de vientre y los sementales «Horquillero», «Covilón», «Campero» y «Campero Solo», y contrataron a don Antonio Pedroza, que ya había terminado su compromiso en Sinkeuel, para que manejara el pie de cría con poder de decisión absoluta.

Don Fernando Palomeque trajo de España los planos de la Plaza de Toros de Granada, y los puso en manos del arquitecto yucateco Carlos Castillo Montes de Oca para que construyera la Plaza de Toros Mérida que, hasta la actualidad, es la principal del sureste mexicano. La inauguración tuvo lugar el 28 de enero de 1929 con la participación de Luis Freg y Fermín Espinosa «Armililita Chico», quienes estoquearon cuatro toros, dos de Piedras Negras, de don Romárico González, y dos de la ganadería Palomeque. El domingo siguiente, 3 de febrero, repitieron los mismos toreros ya con un encierro completo de cuatro toros de Palomeque. El Cambiador de Suertes, que así se nombraba al Juez de Plaza, fue José Andrés Espinosa.

A partir de entonces, actuaron en el ruedo del coso situado en la avenida Reforma, Freg, Armillita, Lorenzo Garza, Luis Castro «el Soldado», Jesús Solórzano (padre), Carlos Arruza, Alfonso Ramírez «el Calesero», Manolo Dos Santos, Manuel Rodríguez «Manolete», Luis Procuna y Luis Briones, quienes lidiaron en su gran mayoría toros de Palomeque y Sinkeuel. Después, en otra época, torearon Joselito Huerta, Manuel Capetillo, Jesús Córdoba, Rafael Rodríguez, Alfredo Leal, Juan García «Mondeño», Paco Camino, Diego Puerta, Manuel Benítez «el Cordobés» y, posteriormente, Manolo Martínez, Curro Rivera, Eloy Cavazos, José Marí Manzanares, Pedro Moya «el Niño de la Capea», Jesús Solórzano (hijo) y, más recientemente, Miguel Espinosa «Armillita Chico», David Silveti, Jorge Gutiérrez y Julián López «el Juli». Los mejores rejoneadores han paseado sus jacas por el ruedo de Mérida: Conchita Cintrón, Gastón Santos, Álvaro Domeq (padre e hijo), Fermín Bojórquez, Rodrigo Santos y muchos más.

En los muros laterales del túnel de cuadrillas del ya casi septuagenario coso, hay diez placas conmemorativas de las faenas inmortales:

Enero 1 de 1960. Alfonso Ramírez «Calesero» a «Olivareño» y Luis Procuna a «Meridano», ambos de la ganadería de Olivares.

Febrero 10 de 1963. Manuel Capetillo indulta a «Poeta», de Piedras Negras.

Diciembre 1 de 1963. Encierro histórico de «Zamarrero» lidiado por Pepe Luis Vázquez, Juan García «Mondeño» y Abel Flores.

Noviembre 29 de 1964. Paco Camino a «Dispuesto», de Peñuelas.

Mayo 12 de 1968. Manolo Martínez indulta a «Morito», de Moreno Reyes Hermanos.

Diciembre 7 de 1975. Marcos Ortega indulta un toro de San Antonio de Triana.

Enero 29 de 1979. Bodas de Oro de la Plaza de Toros Mérida.

Octubre 21 de 1979. David Silveti indulta a «Guapito», de Santoyo.

Enero 31 de 1988. David Silveti indulta a «Lunero», de Sinkeuel.

Febrero 26 de 1989. Jesús Solórzano indulta a «Caracolero», de Los Martínez. Después de la primera autoridad de la Plaza de Toros Mérida, José Andrés Espinosa, otros han dirigido el espectáculo conforme a sus reglamentos, entre los que destacan por su actuación, conocimientos y permanencia, Ernesto Pacheco Zetina, Alberto Cárdenas Grovero, Gottfried Figueroa López, Alfredo Aguilar y Aguilar, Mariano Castillo Castro. Otro lugar donde se celebraron corridas importantes en Mérida fue el Circo Teatro Yucateco. Entre los toreros más importantes que actuaron en este coso pueden mencionarse a Rodolfo Gahona y Rafael Gómez Ortega «el Gallo». Gahona toreó el 1 de marzo de 1914 y «el Gallo», aproximadamente un año después.

En esta plaza surgieron muchos toreros yucatecos: Manolo Palma, Mariano Canto, Alfredo Sosa, Rubén Aguilar «Galleguito», Rutilo Puga «Magritas», Manuel Gómez Blanco «Plis» o «el Yucateco», como se le conoció en otras plazas de la República, Álvaro Cámara y la novillera yucateca Juanita Puga, hija de «Magritas». La ganadería que lidió más en esta plaza fue Sinkeuel, en una época en la que el novillero Álvaro Cámara tuvo actuaciones sensacionales, sobre todo al estoquear, ganándose la alternativa de matador de toros que recibió en la Plaza de Toros Mérida.

Existen en Yucatán otras plazas de concreto, como son:

La Monumental de Motul, construida en el centro de esa ciudad por Roque Avilés.

La Plaza Panabá, en el pueblo del mismo nombre, construida por Fernando Arana.

Una plaza en Peto, Yucatán.

En la actualidad existen tres ganaderías yucatecas registradas en la Asociación de Criadores de ganado de lidia de la República Mexicana: Sinkeuel, de gran tradición; San Salvador, de la familia Conde Medina, situada en el municipio de Río Lagartos, y Quiriceo, del Dr. Tomás Díaz Echeverría, cuyo ganado pasta en el Punto Puc, muy cerca de los estados de Quintana Roo y Campeche. Desde 1891, cuando don Rafael Peón Losa «encastó» la ganadería Sinkeuel con sangre de Murube, hasta nuestros días, han desfilado muchas personas importantes para la fiesta de los toros, entre las que figuran: Rafael Peón Losa, Fernando Palomeque Pérez de Hermida, Antonio Pedroza, Juan Castillo Castillo, Manuel Gómez Blanco. Novillero y subalterno notable a nivel mundial, Saturnino Boio Parra «Brarana». Picador de toros a nivel mundial, Álvaro Cámara Parra. Matador de toros yucateco, Raúl Gutiérrez Muñoz «K-Potazo», cronista y crítico entusiasta, Julio Laviada Cirerol. Empresario taurino, Carlos J. Casares Martínez de Arredondo. Empresario taurino Leopoldo Castro Gamboa y muchos más.