Tejada Díez de Velasco, fray Francisco de San Buenaventura (1689-1760) XXV obispo de Yucatán. Nació en Sevilla, España, y murió en Guadalajara, Nueva España. Adolescente tomó el hábito de la Orden de San Francisco y profesó sus primeros votos en el convento de San Pablo de la Breña. Se graduó de doctor y fue lector de filosofía y teología; más tarde ocupó el puesto de guardián del monasterio de Nuestra Señora de Loreto. Fue designado obispo titular de Tricali, sede auxiliar de Cuba y La Florida, en 1734. Por 10 años desempeñó el cargo y en ese tiempo edificó a sus expensas la iglesia de San Agustín de la Florida. En uno de sus viajes de La Florida a la isla antillana, realizado por marzo de 1736, tocó Yucatán en tiempos en que gobernaba la diócesis el obispo Francisco Matos Coronado, a quien acudió en sus diversos menesteres episcopales. Tras el fallecimiento del obispo de Yucatán, fray Mateo de Zamora y Pénagos, acaecida el 9 de agosto de 1744 en Valladolid, el Papa Benedicto XIV designó a Tejada como su sucesor a petición del rey Felipe V, en 1745, y éste asumió su nueva sede el 15 de junio de 1746.
A poco tiempo de llegar, efectuó una visita pastoral; al encontrarse en la parroquia de Hunucmá decidió revisar todos los curatos, hasta los más pobres, por lo que se dirigió a la aldea de Tetiz, desprovista de templo, con una rústica capilla en ruinas, hecha de palos y paja, consagrada a la Virgen de Loreto. Fomentó el culto a esta virgen y se propuso edificar un santuario digno en su honor, de mampostería, con esbelto campanario, camarín, sacristía, atrio, con puertas en ambos costados y una mayor al frente, y una habitación presbiteriana inmediata. El obispo hizo aliñar la imagen y vestirla decorosamente, y en el camino de Hunucmá a Tetiz mandó construir las Estaciones del Vía Crucis, para lo que sembró en la vera del camino cruces de madera sobre unos pedestales de piedra. Se preocupó por las cofradías; de sus propias rentas fundó una casa para proteger a las mujeres que habían caído en la prostitución, dándoles techo y formación moral y capacitación para el trabajo. En sus viajes pastorales, cuidó de proveer a las parroquias pobres, de ornamentos y objetos para el culto. Una disposición importante fue la que tomó con relación a la casa de los obispos. Al inicio de su gestión, le llamó la atención el hecho de encontrar recién restaurado su palacio y con ajuar nuevo y completo. Al preguntar el motivo, se le informó que cuando llegaba un nuevo prelado, los curas costeaban todas las provisiones ya que el Fisco Real se llevaba todas las cosas al ocurrir la vacante. Como el cabildo de la Catedral costeaba las reparaciones de la habitación, cuando no había fondos los señores capitulares cotizaban con 200 pesos cada uno para tales gastos y el menaje era cubierto siempre por los sacerdotes seculares sin importar que los obispos vinieran uno detrás de otro. El obispo Tejada inventarió todas las propiedades del palacio episcopal y pidió al rey la dispensa de que se pasara al erario estas propiedades, en documento fechado el 12 de noviembre de 1748, el cual fue aprobado.
Fundó el Seminario Conciliar de San Ildefonso y Nuestra Señora del Rosario, luego de que la propuesta fue aceptada por el rey Fernando VI y se expidió el decreto de establecimiento del 24 de marzo de 1751. Para la construcción del edificio, donó parte del terreno del palacio episcopal, justamente el predio que corresponde en la actualidad a la calle 58 entre la 63 y el Pasaje de la Revolución. Después de siete años de pontificado en Yucatán y recién empezada la obra del edificio del Seminario, el rey tomó la resolución de promoverlo a Guadalajara, en la provincia de Nueva Galicia. Tejada recibió la cédula real durante su visita pastoral al pueblo de Chocholá, en la banda del Camino Real a Campeche, donde se le informaba de su presentación al Papa para que ocupara la silla episcopal de Guadalajara y se le solicitaba dirigirse a gobernar su nueva diócesis. Avisó al deán y al cabildo de la Catedral de Mérida de que partiría de inmediato hacia Campeche para embarcarse con destino a Veracruz. Murió a los 70 años de edad en Guadalajara, el 20 de noviembre de 1760. La vacante del obispado de Yucatán fue declarada en Mérida el 6 de abril de 1752.