Rubio Mañé, Jorge Ignacio (1904-1988) Historiador. Nació en Mérida, Yucatán. Sus padres fueron Ignacio Rubio Rivas y María Mañé Navarrete. Tuvo dos hermanas, Aída y Margarita, y un hermano menor de nombre Víctor Sebastián. Cursó sus primeros estudios en escuelas particulares de su ciudad natal, entre ellas el Colegio Católico de San Ildefonso y la Escuela Modelo. Más tarde, y como consecuencia de los cambios ocurridos en Yucatán a raíz de la revolución social y dentro del período preconstitucional, su padre decidió enviarlo en 1916 a estudiar la carrera comercial de teneduría de libros en el Jesuit College de Nueva Orleáns, Estados Unidos de América, en donde terminó satisfactoriamente sus estudios.
El interés por la historia en Rubio Mañé le surgió a muy temprana edad, influyéndole sus maestros de escuela Gabriel Pérez Aznar y Pablo Sarlat, así como también su padre, quien fue amigo y condiscípulo de Juan Francisco Molina Solís, destacado historiador de su época. Cultivó una entrañable amistad con el licenciado Molina Solís, quien le dio consejos y enseñanzas ligadas al quehacer histórico e influyó en la decisión de Rubio Mañé para continuar con su carrera de historiador. De esta amistad y admiración por su maestro escribió Ignacio Rubio Mañé el libro La personalidad de Juan Francisco Molina Solís como historiador (1933), impreso en los talleres de la Compañía Tipográfica Yucateca.
En aquella época, su afición y cariño por la historia la combinó con sus labores en la ferretería de Ricardo Gutiérrez, a quien le llevaba la contabilidad de su negocio. Hizo estudios superiores en la Universidad Iberoamericana establecida en Mérida, Yucatán, terminándolos en 1928.
Dos años más tarde, participó en un concurso convocado por la Liga de Acción Social para realizar una biografía sobre los Montejo, fundadores de la ciudad de Mérida, en el marco de la conmemoración de su 388 aniversario. Su obra crítica-biográfica sobre los Montejo fue premiada en el concurso y publicada ese año por la Imprenta de Gamboa Guzmán, con un prólogo de Agustín de Aragón, y bajo el título Monografía de los Montejo. La obra acaparó reconocimientos tanto nacionales como internacionales.
En 1931, visitó por primera vez el Archivo General de la Nación, donde pudo percibir según su propio testimonio, la riqueza del material susceptible de ser utilizado para el estudio de la historia de Yucatán. Para esta época ya pertenecía a la Real Sociedad Española de Amigos del País, de Badajoz, España, y era miembro de honor y vitalicio de la Sociedad Académica de Historia Internacional, de París, Francia.
A su retorno de la Ciudad de México, se le encomendó la tarea de concluir la edición de la obra genealógica A través de las centurias, la cual había quedado inconclusa a causa de la muerte de su autor en 1930, el licenciado José María Valdés Acosta. En 1934, escribió la obra Historia de la Escuela de Medicina y Cirugía de Yucatán, la cual fue acogida con agrado por la sociedad médica yucateca de su época.
Fue miembro de la Academia Mexicana de la Historia, correspondiente de la Real de Madrid, al ocupar la vacante que dejó al morir su maestro Juan Francisco Molina Solís. Los trabajos que le valieron su admisión a la Academia fueron publicados después bajo el título de Los primeros vecinos de Mérida de Yucatán, en la Imprenta Oriente. Su fama internacional de investigador fue conocida por la Carnegie Institution de Washington, la cual lo contrató como investigador en 1935. Allí se integró al equipo multidisciplinario de esta institución, entablando amistad con reconocidos investigadores como Robert Chamberlain, Silvanus G. Morley, Ralph L. Roys y France Scholes.
En 1936, con el auspicio de Ralph L. Roys y el apoyo económico de la Carnegie Institution de Washington, inició los trabajos en el Archivo General de la Nación y se dedicó a ordenar y clasificar los datos referentes a Yucatán y a la sección de Bienes Nacionales, que consistían en documentos confiscados a las autoridades eclesiásticas.
En 1937, tomó un curso especial sobre historia de América en la Universidad de Harvard en Estados Unidos, donde conoció a quien sería su amigo y maestro Clarence H. Haring. Colaboró con Silvio Zavala en 1938, en la revista Historia de América, donde escribió una gran cantidad de artículos.
En 1941, publicó Alcaldes de Mérida de Yucatán (1542-1941), obra que presenta en un orden cronológico a los alcaldes que tuvo Mérida en 400 años de fundada. Esta obra fue fruto de una ardua tarea de recolección de datos recopilados en el Archivo General de la Nación, complementados con copias fotostáticas tomadas del Archivo General de Indias, facilitadas por France V. Scholes y Eleanor B. Adams; contribuyeron también en la obra, Héctor Pérez Martínez, quien le facilitó los documentos de Justo Sierra O´Reilly, donde se encontraban datos relativos a los alcaldes de 1660 a 1791, así como Antonio Canto López, Arturo Gamboa Garibaldi y Carlos R. Menéndez, quienes le proporcionaron datos complementarios importantes.
Su monografía La casa de los Montejo en Mérida de Yucatán, se publicó en ese año, en el marco del IV centenario de su fundación y en 1942 apareció una reseña de esta obra en la Revista de Historia de América, escrita por Rafael Sánchez Ventura. La obra tiene características histórica y artísticas que no le restan seriedad y erudición a la investigación. También en 1941, es electo secretario de la Academia Mexicana de Historia y además es el año en que se desligó momentáneamente de la Carnegie Institutión de Washington, al concluir el índice de Bienes Nacionales del Archivo General de la Nación. A partir de esta fecha se dedicó a realizar estudios independientes.
Publicó, en 1942, tres volúmenes con el título de Archivo de la historia de Yucatán, Campeche y Tabasco, con base en los fondos documentales hallados en las diversas secciones del Archivo General de la Nación. De estas obras se hicieron posteriormente reseñas que aparecieron en la Revista de Historia de América.
En 1943, por encargo del entonces rector de la UNAM, Rodolfo Brito Foucher, escribió La historia de los virreyes de Nueva España, obra que le costó un arduo trabajo de archivo, llevándolo incluso a consultar en España los archivos privados del conde de Revillagigedo. Durante la realización de esta obra, fue requerido para incorporarse a la planta de historiadores del Archivo General de la Nación y poco después fue nombrado jefe de la Sección de Catalogación del Archivo, lo cual le permitió tener a su disposición el acervo de éste para terminar su historia de los virreyes.
En 1944, incursionó en la docencia al ser admitido como profesor de la materia historia de México en el siglo XVIII, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Dos años después, en 1946, como investigador oficial del Archivo, le fue otorgada una beca por parte de la Dirección General de Relaciones Culturales de España, con duración de dos años. Su estancia en Madrid fue prolija, pues además de traer consigo el título de Consejero de Honor de Investigaciones Científicas, regresó con una cantidad importante de fotocopias de los archivos españoles.
En 1953 y ante sus méritos académicos, fue nombrado jefe de investigaciones históricas del Archivo General de la Nación.
En 1957, colaboró en la quinta edición de la Historia de Yucatán, de Cogolludo, editada por la Academia Literaria, escribiendo notas y datos sobre el tema y el autor de esta obra.
Entre 1956 y 1958 volvió a Europa como investigador, para la Revista de Historia de América y bajo los auspicios del Fondo de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO. Durante esta estancia trajo una gran cantidad de fotocopias de los archivos de Londres, París, Simancas, Madrid, Sevilla, Turín, Viena, Roma, Nápoles y Palermo. Estos materiales fueron destinados a fomentar los fondos de micropelícula de la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, creada en Caracas, Venezuela en 1946.
A su retorno a México, se reincorporó a su trabajo en el Archivo General de la Nación y pocos meses después, en junio de 1959, fue designado por el entonces presidente Adolfo López Mateos, como director interino de la institución y un año después, como director propietario, en sustitución del doctor Manuel B. Trens, quien pidió licencia indefinida por motivos de salud. Como director del Archivo General de la Nación reorganizó los departamentos y reestructuró el boletín de la institución. Para esta época, dio cátedras en el Colegio de Archivonomía, sobre organización de archivos históricos. Ese año fue nombrado miembro del Consejo Consultivo del Gobierno Mexicano ante la UNESCO, por el secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet.
En 1963, fue designado presidente del Consejo Técnico Interamericano de Archivos, al morir su titular, el doctor T. R. Schellenbere. En 1964, viajó nuevamente a Europa por encargo del secretario de gobernación Luis Echeverría Álvarez, para conocer los edificios que albergaban los archivos estadounidenses y de las principales ciudades europeas, para escoger uno que sirviera de modelo para el que se construiría y daría albergue al Archivo General de la Nación de la Ciudad de México. Escogió, junto con el arquitecto Ramírez Montaño, el de Caen, capital del departamento de Calvados, en la antigua Normandía, en Francia, el cual se adaptaba a las necesidades y posibilidades de México.
A partir de 1965, fue nombrado presidente de la Comisión de Historia, a sugerencia de Silvio Zavala. En 1969, dejó el cargo por intrigas en su contra. En 1967, recibió la Medalla Yucatán, y el diploma correspondiente por su destacada actuación en pro de la cultura y las artes, junto con el poeta Ricardo López Méndez, el sociólogo Carlos Echánove Trujillo, el pintor Fernando Castro Pacheco y el actor Arturo de Córdova.
En 1970, y a instancias del entonces gobernador de Yucatán, Carlos Loret de Mola, se hizo cargo de la revisión, junto con Rafael Rodríguez Contreras, de la obra de Robert Chamberlain: Conquista y colonización de Yucatán 1517-1550. Dicho trabajo duró tres años y concluyó en 1973. Un año después fue publicado por la Editorial Porrúa. El prólogo de esa edición es obra de Rubio Mañé y consta de 176 páginas. En 1977 y con 73 años de edad, viajó a Madrid para crear la Misión de Investigaciones Históricas en dichos archivos.
De retorno a México, se dedicó a preparar una nueva edición de su obra La introducción al estudio de los virreyes, la cual editaron conjuntamente la UNAM y el Fondo de Cultura Económica FCE, en 1982, en cuatro volúmenes y con el título de El virreinato. En 1987, un año después de su muerte, se publicaron sus libros El tratado Adams-Onis en 1819; Diplomacia y fronteras entre España y Estados Unidos, y las biografías Andrés Quintana Roo. Ilustre insurgente yucateco (1787-1851); Pedro Contreras Elizalde, que trata sobre la vida del primer discípulo mexicano de Augusto Compte y orientador de Gabino Barreda para afiliarse al positivismo. Escribió también los libros: El separatismo de Yucatán, (1934); Los piratas Laffite, (1938); El Archivo General de la Nación, (1940); Apuntes biográficos del rey don Luis de Velasco el Viejo, (1941); El excelentísimo don Martín Trilschler y Córdova, primer arzobispo de Mérida de Yucatán, (1941); Don Luis de Velasco el Virrey Popular, (1946). En todas sus obras, Rubio Mañé puso el sello característico de su seriedad y profundidad en sus trabajos de archivo. Es considerado, junto con Silvio Zavala, como uno de los más importantes historiadores yucatecos del siglo XX. Murió en la Ciudad de México a la edad de 84 años.