Drogas

Drogas  De acuerdo con la acepción antigua y más general de referirse a cualquier sustancia medicamentosa natural o sintética, el pueblo maya empleó una gran cantidad de vegetales como medicamentos, posiblemente cerca de 1,000, aunque en formularios posteriores se mencionan alrededor de 600. Los españoles aprovecharon parte de este vasto arsenal que era desconocido por ellos y con el mismo empirismo con que manejaban sus drogas aceptaron las nuevas.

Las partes vegetales, como hojas, flores y raíces, se administraban en forma de infusiones o polvos; las pocas sales minerales se usaban en polvo. Para uso externo se aplicaban hojas, emplastos y aceites. Las preparaciones se hacían en las boticas. Desde el siglo XVIII comenzó a desarrollarse en Europa una incipiente industria farmacéutica que ofrecía tinturas y extractos vegetales, así como algunas sales en forma de píldoras o bolos. Se inició la preparación industrial de algunas fórmulas que llevaban el nombre del creador y que por eso fueron llamadas de patente. A mediados del siglo XIX ya había un gran número, que fueron llegando a Yucatán y se anunciaban en los periódicos con sus acciones o indicaciones. En 1864 se ofrecía «Solutino renovador» para enfermedades crónicas; «Pronto alivio» para las agudas y «Píldoras reguladoras» como purgante. Poco después llegaron la «Zarzaparrilla de Bristol», depurativo, y jarabe pectoral de «Anacahuita», para la tos.

Desde 1872 se disponía del «Depurativo Legoox» para enfermedades herpéticas, «Jarabe de Nafé» para enfermedades del pecho; «Quinium Labarraque» para calenturas y paludismo; gránulos de «Digitalina» para el corazón; pasta de «Jujube» para la tos; cápsulas de copaiba y cubeba para enfermedades secretas; «Cho-lagogue indio de Osgood» para calenturas biliosas; «Brea de Guyot» para enfermedades de la vejiga; polvos y pastillas de «Carbón de Belloc» para flatulencia, y las píldoras de protoyoduro de hierro de Blancard para la clorosis. Para uso externo había el «Emplasto vejigatorio de Albes-peyere»; tinte para el pelo de «Cristadoro», vinagre aromático, jabones de ácido fénico y «Tricófero de Barry» para el cabello. También llegaban complementos alimenticios, como el «agua de Vichy», el «consomé Julien», bolas de extracto de carne y legumbres, aceite de hígado de bacalao, bolos «Jecoro-calcáreos», la «Revalenta Arábiga» para personas enfermizas y legítimo coñac fino como digestivo y tónico. A partir de 1890 aparecen el vino «Quina La-roche» para calenturas y paludismo, pastillas del «Doctor Andrew» para la tos, «Solución Clin» de salicilato de sodio para el reumatismo, solución de «Ergotina de Yvon» para hemorragias, perlas de «Nitrito de Amilo» para angina de pecho y sales como sulfato de hierro para la anemia, analgésicos como la «Antipirina francesa» y la «Aspirina alemana»; se ofrecían también equipos necesarios para la curación de «Lister», colores vegetales para repostería y cerveza negra como lactagogo.

Pero el anuncio más engañador de esta época (1890) fue el de la «Sal Regal de Fritz», «es un poderoso antiséptico capaz de neutralizar la acción mortífera de los miasmas que saturan la atmósfera de esta ciudad. Es una sal agradable que puede tomarse a cualquier hora. Precioso y eficaz profiláctico contra el cólera, la colerina, el paludismo, la fiebre amarilla, la fiebre tifoidea, la disentería pútrida y otras enfermedades miasmáticas.» En el período de 1900 a 1906 comenzaron a llegar a Yucatán productos biológicos, como el «Suero antituberculoso del Dr. Marcagliano», el «Vino antidisentérico de Barinoff» y productos del «Instituto Pasteur de París», como los sueros antidiftérico, antitetánico, antiestreptocócico y antidisentérico, así como por primera vez se ofrece oxígeno para enfermos, en cilindros de hierro.

El primer fármaco producido en Yucatán fue el «Bálsamo Anacardino» fabricado por el español y licenciado en medicina José Salvador Riera, a quien el 24 de junio de 1859, por decreto del gobierno del estado, le fue concedida patente de privilegio exclusivo para la elaboración. En 1870 el farmacéutico José Font Gutiérrez se asoció con el químico Joaquín Dondé y fundaron una botica y un laboratorio donde elaboraban algunos productos, como el extracto del fruto del ramón, que tenía gran demanda como galactógeno; extracto de sábila para úlceras; un cosmético para el cabello «Sapoyol», hecho de aceite extraído de la semilla del mamey colorado y un dentífrico fragante llamado «sozodonte». En 1887, el doctor Geo J. Gaumer, sabio naturalista estadounidense radicado en Izamal y que había estudiado plantas medicinales de la región, fundó una sociedad, «The Izamal Chemical Co.», de la cual él era presidente, su hijo tesorero y el secretario su socio, un dentista también de Estados Unidos de América , llamado J. M. Gilkey, cuya casa en Mérida (C. 64 núm. 516) servía de depósito. Elaboraron la «Claudiosa», para las enfermedades miasmáticas; «sulfoborocina», depilatorio y antiséptico cutáneo; «Antidolorina» para toda clase de dolores y de uso externo para mordeduras de víboras ponzoñosas.

Carlos H. Rivas Carrillo, a fines de siglo, fabricaba en Mérida el «Aguardiente Maravilloso» que anunciaba como tónico preservativo y restaurador de la salud, para curar la debilidad de la sangre y las alteraciones de los nervios. Fabricaba otros productos, entre éstos unas pastillas que al ser quemadas ahuyentaban a los mosquitos. Alrededor de 1907 en su botica de San Juan, el licenciado en farmacia Pedro Peniche López instaló un buen laboratorio químico-farmacéutico, elaborando una numerosa línea de productos, entre los cuales fueron renombrados el vino y jarabe de «Hemoglobina», el vino y jarabe «Yodotánico», el jarabe de «Rábano yodado», la «Piperazina» líquida efervescente, el vino de «Kola», el licor de «Alquitrán», la solución de «Valerianato» y la emulsión de «Lactofosfato de cal», las gotas de «Antiferina» y los óvulos vaginales de «Ictiol».

A partir de 1920 el doctor Silvio Hernández Lope fundó los laboratorios químicos «México Industrial», que llegó a producir 73 preparados. De 1930 a 1940 se fundaron otros, como el del doctor Castro que elaboraba un bálsamo con su nombre, el «Laboratorio Mentholeol» de Avelino Coñac Pérez y el «Laboratorio Alpha» del doctor Francisco Montalvo, que se especializó en la producción de ampolletas inyectables. Dentro de la acción oficial, el único laboratorio productor de medicamentos envasados fue creado en 1941 por la institución «Henequeneros de Yucatán» con el nombre de «Laboratorios Sisal», que luego cambió a INMEX, con 16 productos, que fueron aumentados a 53 por el doctor Arturo Erosa Barbachano cuando este laboratorio quedó a cargo de los Servicios Médicos Ejidales de la SSA en 1955. Estos productos se proporcionaban a los ejidatarios y no se vendían al público.

El laboratorio dejó de funcionar en 1975, cuando los servicios quedaron en poder del Instituto Mexicano del Seguro Social (lMSS).

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