Danza tradicional

Danza tradicional  Con la Conquista y colonización muchas danzas mayas fueron prohibidas, surgiendo otras, mezcla de elementos culturales españoles e indígenas, que dieron origen a lo que hoy llamamos danza tradicional. Stephens, en su viaje realizado a Yucatán en 1841, pudo observar dos bailes a los que él registró con el nombre de El toro. Uno lo presenció en Nohkakab, antiguo nombre de la actual villa de Santa Elena, en la fiesta que se celebraba allí en honor del Santo Cristo del Amor, y otro en el pueblo de Xkanchakán, de éste dice lo siguiente: «…En un lado del corredor estaban las mujeres y en el otro los hombres… El Mayordomo dio sus direcciones, y en el momento púsose en pie un joven en medio del corredor. Otro que tenía en la mano un pañuelo de bolsa (paliacate) con una atadura en la punta paseóse enfrente de la línea de las mujeres, arrojó el pañuelo a una de ellas y volvió a sentarse. Este acto se consideraba como un formal desafío o invitación; pero con cierto melindre y como afectando que no lo hacía por haber sido invitada, esperó ella algunos minutos, levantándose después, y separando despacio su toca (rebozo) de la cabeza, púsose enfrente del joven a una distancia como de diez pies y empezaron a bailar… Los movimientos eran pausados; alguna vez cruzábanse los danzantes y cambiaban de lugar, y cuando se terminaba el tiempo retirábase la bailadora, en cuyo caso su pareja la acompañaba a un taburete o continuaba danzando si así les agradaba mejor. El maestro de ceremonias, llamado bastonero, recorría de nuevo la línea y tocaba a otra mujer con el pañuelo, del mismo modo que a la anterior… ésta después de esperar un momento deponía su chal o toca y ocupaba el puesto. De esta manera continuó el baile, siendo uno mismo el bailador y tomando la pareja que se le daba. Después de El toro, se cambió a la danza en otra española en que los bailadores en lugar de castañetas (castañuelas) hacían crujir sus dedos. Este baile era más vivo y animado; pero aunque parecía agradarles más no había en él, sin embargo, nada de nacional ni característico».

Luis Pérez Sabido, en su libro Bailes y danzas tradicionales en Yucatán, considera que el segundo baile no fue una danza española sino un jarabe criollo al que denominaban sakchik que tiene entremezcladas peculiaridades de jota andaluza y sonecillo indígena. Posteriormente, durante la Guerra de Castas, surge entre los indígenas el baile de El degollado, danzado en forma burlesca, satirizando las actitudes sociales de sus opresores y revitalizando su rencor con gritos agresivos y silbidos estridentes. A fines del siglo XIX surgen las famosas vaquerías que nacen en las haciendas. Estas fiestas eran celebradas anualmente después de la hierra en honor al patrón o patrona de la fiesta o pueblo, tardaban tres días y cuatro noches o toda la semana, según las circunstancias económicas.

La jarana es el baile tradicional que se ejecuta en las vaquerías y consiste en un zapateado sin diferenciación entre el hombre y la mujer. En ciertas comunidades predominan determinados pasos localmente tradicionales. Existen dos formas métricas en este tipo de baile, la jarana 6 x 8, zapateada, y la 3 x 4, valseada. Los bailadores de jarana mantienen una verticalidad del cuerpo desde la cintura hasta la cabeza; en las partes valseadas realizan giros mientras levantan los brazos en ángulo recto al estilo de los bailadores de jota y chasquean los dedos imitando las castañuelas ibéricas. El baile se limita a las extremidades inferiores, particularidad que la distingue de la jota y del zapateado español. La duración de la jarana no tiene límite de tiempo y se realiza una especie de competencia basada en la resistencia de los bailadores, que se afanan por ser los últimos en sentarse. Cuando al final de cada pieza se quedan dos parejas, se desborda la animación de los espectadores estimulando a la pareja de su agrado, particularmente a la bailadora, a la que se alienta por medio de las clásicas galas, que consisten en ponerle sombreros, uno sobre otro, en la cabeza. Terminada la jarana, la triunfadora entrega a sus dueños los sombreros que le habían puesto y recibe a cambio obsequios de acuerdo con las posibilidades económicas de cada uno de ellos.

En el transcurso de la pieza uno de los asistentes lanza un grito exclamando: ¡bomba!, entonces la música se suspende y un bailador recita a su pareja un cuarteto o estrofa ingeniosa y llena de humor. Para dar fin a los bailes de vaquería se tocan dos sones de jaleo, que imitan el enfrentamiento del torero y el toro en las corridas. La mujer la hace de toro, y el hombre de torero. El jaleo, conocido como El toro grande, es el que Sthephens narra; requiere para su ejecución de mucha destreza y resistencia. El de El torito es más alegre y gracioso, el objetivo es que la mujer derribe al hombre. Después, se tocan las dianas y el baile se considera terminado. Los danzantes de jarana realizan una serie de suertes o habilidades, como bailar con una botella de cerveza o licor encima de la cabeza, o bailar con una charola, con cuatro vasos y botella, al ritmo de una jarana 6 x 8, o bailar sobre un almud o cajoncillo de madera. En la actualidad la jarana es el baile con el que se identifica al folclor de Yucatán; es utilizado con fines turísticos, sobre todo en las presentaciones de los diferentes ballets que existen en Mérida: Ballet Folklórico de la Universidad Autónoma de Yucatán, Ballet Folklórico de la Escuela Normal Superior de Yucatán; Ballet Folklórico del Ayuntamiento y el del Gobierno del Estado.

En algunos pueblos de Yucatán todavía se conserva la tradición de la vaquería, con la verdadera esencia y autenticidad popular, sin embargo, el desarraigo cultural de los jóvenes de las comunidades rurales, que prefieren los bailes y ritmos más acordes con lo que observan y escuchan a través de los medios de comunicación, pone en peligro la celebración de las mismas. Otras de las danzas tradicionales que han persistido a lo largo de los años son: La danza del degollamiento de los pavos o Kots Kal tsó; La danza de Abraham e Isaac o Suku’un, its’in y k’ak’asba’al, La danza de las cintas y La danza de la cabeza de cochino o Pol kekén.

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La danza del degollamiento de los pavos o Kots Kal tsó se baila durante la fiesta en honor de Santa Inés, el 21 de enero, en el poblado de Dzitás; en ella participan 12 o más hombres, generalmente embriagados, que llevan colgando del hombro izquierdo un pavo con la cabeza hacia abajo, al que sacrificarán finalmente. El organizador principal recibe el nombre de Nohoch Kuch, que significa gran cargador o cargador principal ya que en él recae la responsabilidad de preparar la danza. A sus tres colaboradores más próximos se les designa con el nombre de Nooxes, plural castellanizado de la palabra noox, que significa apuntalar, y a todos los demás que participan en el baile se les llama «socios». Se atavían con pantalones cortos cubiertos de vistosos adornos que remedan los taparrabos indígenas, diademas confeccionadas con oropeles y plumas de la cola del pavo que sacrificarán, pectorales de cartón, así como listones amarrados en la cintura. Calzan sandalias de cuero sujetas a los tobillos con hilos de henequén trenzado y se pintan la cara y el cuerpo con rayas de color café, blanco, azul y rojo. Al pavo lo adornan con cintas de variados colores y le amarran las patas con una delgada soga de henequén. Los danzantes hacen reventar voladores para comunicar a los demás que ya van en camino. Ya en la plaza y fuera del círculo dispuesto para el baile, los danzantes forman una larga hilera junto a sus respectivas «madrinas» que van ataviadas con ternos o largos hipiles, diademas de oropel y plumas de pavo, sandalias, collares y aretes largos; y que los acompañarán durante la danza. La orquesta empieza a tocar un sonsonete indígena, en tanto los danzantes entran al círculo y giran alrededor del monumento central, con unos pasos que parecen imitar los saltitos del pavo antes de su apareamiento, al mismo tiempo que arrancan plumas del cuerpo del animal. Después de tres o cuatro vueltas, el ritmo de la orquesta se acelera y los danzadores comienzan a retorcer el pescuezo del pavo, dislocándoselo. De no morir el pavo durante el desarrollo del baile, éste es aporreado en la cabeza del danzante que debió victimarlo. Al terminar la danza todos regresan a sus casas con el pavo degollado al hombro, que cocinan en un guiso llamado: relleno negro.

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La Danza de Abraham e Isaac, o Suku’un, it’sin y k’ak’as ba’al, se realiza la noche del 24 de diciembre, en el pueblo de Dzitnup. Consiste en la representación bíblica de la lucha entre el bien y el mal. Los personajes principales son Abraham, Isaac y el diablo, a los que también llaman suku’un, it’sin y k’ak’asba’al, que significan respectivamente: hermano, hermanito y demonio.

Los tres personajes usan máscaras; la de Abraham e Isaac, talladas en madera, y la del diablo manufacturada en cuero de vaqueta. La vestimenta de los danzantes consta de pantalón de mezclilla y camisa de manga larga de cotín. Se cubren la cabeza con una pequeña manta enrollada a modo de turbante, fijada con un paliacate rojo. La danza inicia cuando 12 o más hombres, los apóstoles, con sonajas en las manos que mueven al compás de la música, giran formando un círculo dentro del cual bailan Abraham e Isaac. El diablo camina alrededor tratando de entrar al círculo, pero los apóstoles se lo impiden. Después de varias vueltas intentando entrar, el diablo burla la vigilancia, rompe el cerco y logra introducirse en medio de los gritos de los hombres que protegen a los personajes bíblicos. Éstos huyen del enemigo y danzan alrededor de los apóstoles que aturden al diablo haciendo ruido con las sonajas, cierran el cerco y lo atrapan cruzándole los brazos sobre el bordón que le pasa por la espalda; finalmente hacen caer al diablo. Abraham e Isaac se aproximan y cercioran que esté muerto. Entonces los apóstoles lo atan de pies y manos, le atraviesan el bordón entre los amarres y se lo llevan a cuestas.

La música que acompaña este baile tiene características del sonecito indígena y la ejecutan dos hombres con el auxilio de una armónica, que lleva la parte melódica y un tunkul, tambor de origen prehispánico, cuyo ritmo es acentuado en determinados momentos por las sonajas. Al término del baile sale una procesión de la iglesia cargando un pequeño nacimiento con las imágenes de Jesús, María y José, precedidas por un rezador que en lengua maya anuncia que ha nacido el Niño Dios.

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La danza de las cintas se puede observar en diversas fechas y lugares, en algunas poblaciones se baila durante el Carnaval. La ejecución de esta danza en las principales poblaciones de Yucatán es, con ligeras variantes, como sigue: de la parte superior de un palo central de aproximadamente tres pulgadas de diámetro por tres y medio metros de altura, penden 10 o 12 listones que son sujetados en su extremo por otros tantos bailadores, de uno y otro sexos, alternados en derredor del palo que es sostenido por un muchacho. Al iniciarse la música, los danzantes se entrelazan a ritmo con el objetivo de formar en la parte superior del mástil un bonito tejido. Se procura que los colores de las cintas sean contrastantes. Antes de iniciarse el tejido, los bailadores ejecutan sobres sus mismos lugares algunos pasos característicos de esta danza: giros individuales, entradas y salidas en círculo, giros colectivos en torno al palo, así como cambios de lugar con sus parejas sin soltar los listones, para volver inmediatamente a sus posiciones iniciales. Al terminar de tejer marcan sobre sus lugares ocho compases y proceden de inmediato a deshacer el tejido. En las poblaciones donde se baila en época de Carnaval, suele ejecutarse por hombres vestidos de mujeres, que amenizan el baile cantando coplas chuscas en maya y español.

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La danza de la cabeza de cochino o Pol k’ek’ enmarca el final de las fiestas tradicionales en numerosas rancherías, haciendas y poblaciones de Yucatán. Se puede observar en diversas fechas y lugares. Es bailada al ritmo de un sonecito muy parecido al de El torito, pero mucho más acompasado y lento. Se inicia con una procesión que parte de la casa a cuyo dueño le fue entregada la cabeza en la anterior celebración, que viene a ser el organizador de la fiesta. La danza se ejecuta con lentos pasos y vueltas y graciosos giros que siguen el ritmo de la música. El portador de la cabeza debe imitar los andares del porcino. Delante del portador de la cabeza va otro danzante que lleva en las manos jícaras conteniendo maíz, que derrama como estimulando el avance del animal. Otro bailador va detrás del que imita al cerdo, llevando ramas verdes y breve soga; éste estimula el avance simulando el azote que acostumbran proporcionarle en las ancas los conductores de cerdos. La cabeza de cerdo es colocado en diferentes y variados recipientes según las posibilidades de los organizadores. Puede ser una tabla de madera, adornada con banderolas, hasta una batea ornada lo mejor posible con papeles de colores. A veces se le rodea de panes, colocándole uno en las fauces abiertas del animal. Las jícaras son cubiertas con paliacates y suenan como los xtuches o sonajas de los antiguos mayas.

Generalmente, en la última noche de la fiesta, cuando la mayoría de los organizadores se han puesto de acuerdo para designar al que ha de presidir los festejos del año próximo, se realiza la simbólica danza para dársela a conocer a él, que lo ignora, y al pueblo para que lo sepa también. Cada día es menos frecuente la celebración de este tipo de danzas, que al paso de los años corren el riesgo de perderse, dado el proceso de transculturación que los medios de comunicación fomentan.

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